6. ¿Vendrán?
Cuando la luz de la lámpara del dormitorio se filtró por sus pestañas ya era el día esperado. Como de costumbre, la Compañía tenía horarios para levantarse y algunas luces eran automáticas.
Eligió esta vez con atención otro modelo de ropa en la pulsera. El traje se había dividido; la parte inferior se unió en una falda blanca, la superior; un jersey de cuello alto del mismo color.
Se atusó el cabello en un moño e inspiró por la nariz.
Después de alistarse con un nudo en la garganta sobrevoló Londres hacia el hotel donde ellos habían convergido.
Selene esperó con incertidumbre mientras la masa de gente de las calles avanzaba pegajosa por la ciudad. A lo lejos se veían personas con rasgos similares a los chicos, y justo cuando sus ojos discernían bien, sus esperanzas declinaban.
«Espera un poco más, Selene», se instó a sí misma.
Deseaba en su fuero interno que solo fuera una mera demora de ellos y que ya se hubieran convencido anoche de seguirla hacia un futuro no muy atractivo, pero sí el que debían emprender. Los segundos le parecieron eternos, tal vez era lo que pasaba cuando la preocupación y las expectativas del fracaso jugaban un papel. El entusiasmo de una misión exitosa se redujo a cenizas.
El tiempo pasó. Media hora después seguía en el mismo lugar.
Sus dedos golpeaban la pared donde se recostaba. Su mirada estaba cansada de buscar. Cerró los ojos, exhaló desengañada y se descolocó del muro alisando su falda.
—Qué bien —ironizó arrugando los labios en una línea recta—. Me lo esperaba.
Caminó hacia cualquier otro sitio donde estuviera más desolado para así dirigirse con las manos vacías a la Compañía.
Acomodó la pulsera en su muñeca, lista para ser usada. Sacudió aquello que se le pegó, sin mirar a su brazo, pero no parecía quitarse.
—¿Selene? —El supuesto objeto extraño en su pulsera eran unos dedos que sujetaban con delicadeza el metal; delgados y pequeños.
—¿Gwen? —La dueña de esa mano era una chica morocha—. Viniste —dijo lo último en un hilo de voz que se disolvió en su garganta por la sorpresa que esa presencia femenina trajo.
Carter se encogió de hombros. El rostro embobado de niña de cinco años de Selene la hizo sonreír.
—Al parecer no lo esperabas. —La morocha llevaba un vestido lila de estilo sencillo. En sus hombros cargaba con una pesada mochila negra.
—No. —Soltó el aire de un tirón y abrió los ojos en señal de obviedad—. Por supuesto que no. Ayer no los veía muy convencidos aunque dijeran lo contrario.
—Sí, es verdad. —Gwen desvió la vista por vergüenza—. Yo todavía necesito descubrir si esto es una broma o no.
«¿Broma? Auch», pensó Selene.
—Pero por mí no te preocupes mucho. Creo que deberías velar más por... el otro.
Y con ese "otro" sabía bien a lo que se refería Carter. No podía ser el rubio, puesto que era el más optimista de los tres. Solo quedaba Ewan. Menudo chico.
—Siii... lo sé.
Gwen arrugó los labios por lástima.
Lo único que restaba era esperar.
—¿Cómo me veo? —Voltearon sus cabezas hacia esa tercera voz y el semblante animado de Gwen decayó, en su lugar, sus ojos declararon reproche—. Sé que excelente, no tienen que responder.
La aparición fue repentina.
El sujeto estaba vestido con una camisa negra y un pantalón gris que combinaba con el gorro de lana, el cual le confería un aire misterioso. Hasta que abría la boca.
—¿Cómo están mis desconocidas favoritas? —expresó una alegría de segundas intenciones.
—Bien, Liam —dijo Selene sonriente pero más seria que él—. Gracias por venir.
—Claramente tengo que ver hasta dónde llega esto. —Uno más que pensaba que la pelirroja bromeaba.
El rubio dirigió su atención a la de más baja estatura.
—Hola, pervertida. —Saludó a Gwen flexionando los dedos de su mano uno a uno con lentitud—. ¿Para cuándo las presentaciones? Me llamó Liam Price. Un gustazo —dijo en tropel y extendió el brazo.
—Gwen Carter. —La pelinegra no se inmutó en darle el apretón de manos.
—Selene Campbell.
A Price no pareció molestarle recoger el brazo después de la vana acción.
—Qué bien, qué bien. Ya vamos progresando. ¿Y mister Estatua cómo se llama?
—Pronto lo sabrás si es que llega —soltó Selene sin sonar enojada gracias a la ocurrencia de Liam.
—Apuesto a que lo hace. Soy muy persuasivo. —Le guiñó el ojo a las dos—. ¿Saben? Me caen bien todos, pero tengo que decir que son un poco difíciles de tratar. Vamos a tener que salir como grupo más a menudo, ¿no creen? —insinuó mucho con esas palabras—. Y el castaño ese de ayer, por Dios... es tan...
—¿Es tan qué?
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