12. Confidencial
Un sujeto con un frac liviano que ondulaba y un sombrero gris, le pasó de soslayo.
Después de días de estar convaleciente se decidió por salir, con una pulsera nueva. Y como de costumbre, algo atrapó su curiosidad. Mejor dicho, alguien. Últimamente, cada vez que vagaba por Londres siempre era impelida por una fuerza inexplicable.
Bajando las escaleras hacia el metro subterráneo, la pelirroja empezó a seguirlo.
Sus pies tocaron las escaleras de concreto y al terminarse la bajada, un olor a humedad característica llegó hasta su nariz. Había una banda de jazz ambulante en el centro, tocando mientras los empleados y estudiantes desfilaban.
La pelirroja lo seguía con sigilo, nada más que se alejó de la entrada. El sujeto no parecía detenerse, pues la multitud iba disminuyendo conforme avanzaba hacia una zona menos transitada. Dobló hacia la derecha.
Cautelosa se acercó y lo que se observaba después de la esquina era una especie de muro. Había una puerta lateral acogida por ladrillos crema. El sujeto sustrajo sus manos de los bolsillos del abrigo. Empezó a moverlas.
Selene se cubrió la boca con la mano para no gritar. Emanaba de ellas un fluido translúcido.
Se sintió muy desconcertada, pero atenta. Un ladrillo del muro se impregnó de esta esencia. El individuo las movía para producir algún efecto; el ladrillo retrocedió tres veces hasta ocupar su posición original. El fluido etéreo desapareció y como resultado el hombre empuñó el picaporte abriendo la puerta.
Al parecer nadie lo había visto, ningún sin-don, solo ella. Le asustaba lo intrigante que era este suceso y qué asuntos tan turbios estarían detrás de tanta discreción. Tenía el presentimiento de que algo significativo se llevaba a cabo a escondidas.
¿Se arriesgaría a entrar? ¿Y si todo fue orquestado para otro propósito? La mejor vía para saberlo era hacerlo.
Algo desconfiada decidió correr el riesgo de efectuar la misma contraseña después de pasado diez minutos por precaución. A la primera le funcionó.
Giró el pomo de la puerta.
Un pasillo largo y de color lóbrego: tonos grises contrastados con blancos y negro.
Daba escalofríos.
Leyó el rótulo de una puerta que decía: Limpieza.
Una idea surgió en su mente. Debía actuar rápido si no quería ser descubierta.
Cuando salió de ese cuarto llevaba un carro de limpieza y un delantal. Su boca estaba cubierta con un nasobuco de protección a los olores. Un pañuelo gris para secar escondía su cabello rojizo. Estaba nerviosa, eso era seguro.
Fingió que fregaba el piso.
Qué alocada idea la de ser una intrusa. La pelirroja estaba perdiendo todo sentido de la precaución por esos días, pero era un instinto que no podía controlar. Así sabría la verdad.
Aguzó su vista para mirar algo lejano. La retiró de golpe, con la respiración agitada.
Más en el fondo del pasillo se veían capas ondeando y máscaras plateadas muy impersonales.
Uno de los sujetos disfrazados iba saliendo pero se paró en seco. La miró por un momento que ella se le hizo eterno.
Paralizada por esa mirada rígida, reaccionó a tiempo y tomó una enceradora para pulir las baldosas.
El hombre apartó su vista con lentitud, abrió una de las tantas puertas del pasillo y desapareció.
El pecho se le descongestionó.
Los vellos de todo el cuerpo se le erizaron.
Ella no había desactivado su don de transparencia. Y aun así alguien la vio. Estaba en terrenos de especiales con tecnologías avanzadas. Y para mayor pesar, no se veían como incógnitos.
¿Por qué se había metido en ese lío? Esas preguntas en su cabeza ya eran irrisorias, aunque inevitables. Era un imán para los desastres.
Una parte de ella estaba en el frenesí de si huir o no, pero otra estaba eufórica de descubrir algo de lo cual no tenían conocimiento desde hace muchos años.
Unos pasos de tacones se escucharon dentro del silencio rotundo que mantenían todos ellos. Una rubia vestida con formalidad llevaba unas carpetas. Tal vez fue su actitud altisonante la que hizo que no se percatara del balde que la pelirroja colocó junto a ella.
Cayó casi de bruces, y para colmo, sobre Selene. Todas las carpetas se esparcieron por el suelo junto con algunas hojas.
A Campbell le llamó la atención una que tenía inscrito "Confidencial".
Golpeó con su cuerpo la cadera de la siniestra. Volvió a caer.
-¿Qué te pasa? -replicó con desdén. Desde el suelo recogió las carpetas y después se levantó-. Haré que te despidan.
«Si supieras que no trabajo aquí», quiso rebatir pero se quedó callada.
Se mordió el labio para ocultar su sonrisa sin evitar levantar la comisura. En el pasillo ya no había nadie. Momento oportuno.
Salió de la institución secreta, corrió con el ímpetu en sus venas y se dirigió a la Compañía.
-¿A dónde vas? -dijo una voz socarrona.
-¿Eh? -Esa voz le sonaba familiar. Desaceleró el paso y en trote, giró su cabeza hacia atrás.
-¡Tachán! -Como si de un truco de magia se tratase, proclamó su aparición. Extendió las manos a la espera de un abrazo que nunca sucedió.
-Oye, ¿no vas a saludar a tu rubio favorito? -Las palabras se perdieron cuando Selene llegó al ascensor. La alegría al ver a Liam no era tan primordial como lo que tenía que contarle a su padre.
Con un portazo, irrumpió en el despacho. Estaba vacío.
El lugar era amplio. Las losas eran de color albaricoque, había retratos de ella y su padre juntos en una pared de marfil. El escritorio era una mesa blanca y bien organizada. En una esquina de la habitación había una caja fuerte negra, giró la rueda introduciendo la contraseña, guardó la carpeta que hurtó y toda su tensión se fue disipando. Suspiró.
-¿Selene? -dijo alguien confundido a sus espaldas-. ¿Qué haces aquí?
-Padre... tengo que hablar contigo.
***
Selene está medio loquita, lo sé. :'v
Próxima actualización: jueves, 20 de agosto
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