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v.Voyage.

Luego del curso en Rusia, Otabek al fin pudo volver a pisar la pista. Le comunicó a su entrenador que no le gusta en absoluto el ballet para él y que no tiene pensado ni en chiste volver a bailar algo parecido. El mayor le discutió un poco, perdiendo la batalla, ya que el menor antes había pactado con él que si tomaba el curso y no le gustaba, le dejaría en paz.

Serik sabe que Otabek se había tomado el curso en serio, ya que él estuvo en la mayoría de las clases con los demás padres o entrenadores que iban a ver a sus hijos o pupilos.
Normalmente los entrenadores ven a sus alumnos en las pistas y ya. Luego van con ellos a las competencias, comparten el hotel, y mantienen una buena relación, por supuesto.
Pero él se había dado cuenta hace unos meses ya, que pasaba mas tiempo con Otabek y en la residencia Altin que en su propio departamento.

Se acostumbró a cenar allí, a recoger a Aruzhan de la escuela cuando su madre trabaja y otras banalidades que se ofrece a realizar cuando no está trabajando o puede darse dos minutos para ayudar.

A veces piensa en Anara; en lo mucho que le agrada pasar tiempo con ella.
Se siente culpable de pensar así, por lo tanto no dice nada y se limita a hacer lo de siempre. Callarse y cumplir con su deber.

Un carraspeo le devuelve los pies a tierra.

— ¿Um? ¿Qué ocurre?— él le mira aburrido, dejando notar su personalidad neutral y silenciosa. Sabe que la desarrolló gracias a dos cosas.

Rasgos paternos y falta de vida social.

Otabek puede ser un niño educado y observador, pero su habilidad para comunicarse es nula.

—... Dijiste que tienes noticias para mí.

—¡Oh si! Lo siento—ríe apenado mientras se soba la nuca—; bien, veamos...—dice mientras busca las palabras adecuadas—, resulta que encontré más entrenamientos para ti. Y tranquilo, no es ballet—le tranquiliza, divertido al ver la cara de advertencia que el pelinegro había puesto.

—¿A donde tendré que ir esta vez?—dice, haciéndose la idea de que a partir de esos momentos ya no estará tanto en su casa como le hubiese gustado.

—Bueno, ese es el tema... Es en América, Estados Unidos para ser más exactos.

—¿Estados Unidos...? ¿Mi madre ya lo sabe?—intenta no sonar sorprendido, pero no lo logra del todo.

—Bueno... no, claro que no.

—¿Qué esperas para decírselo entonces?—y él tiene razón, su madre seguramente tiene un sexto sentido para descubrir cuando alguien oculta algo.

—Pensaba decírselo hoy, en la cena, ya sabes... Contigo ahí.

—¿Tanto le temes? Que yo esté presente no evitará una cacerola en tu cabeza—le avisa, levantando una ceja al mismo tiempo que se pone de pie y comienza a caminar hacia la pista.

—Lo sé, lo sé, pero al menos me da una sensación de seguridad saber que alguien puede detenerla antes de que me mate de verdad.

—¿... Y quien dijo que yo la detendría?—dice mientras vuelve a entrar a la pista.

—Sí..... ¡Oye, vamos no seas así! —le grita desde donde está, viendo como Otabek sonríe con burla mientras patina. Ojalá y Dios lo protegiera.

—¡¿Estados Unidos?!—inconscientemente levanta los hombros y baja su cabeza en señal de defensa. Se asegura de que no tenga ningún utensilio a mano al comunicárselo o seguro dicho objeto terminaría en su cabeza.

—Oh vamos Anara, no es tan lejos—eso no mejora la situación, haciendo que Otabek suspire.

—¡¿No es tan lejos?! ¡Es en la otra punta del planeta!—Hiperventila la señora Altin, acercando inconscientemente su mano al cuchillo que está sobre la mesa.
Serik traga duro ante la visión, mirando a la niña sentada a su lado por ayuda. Ella sigue cenando, como si lo que ocurriera no fuese más que una comedia televisiva.

—¡No puedes tomar desiciones sin avisarme nada, Serik!

—De todas formas no es el lugar el que me preocupa—dice este tornándose serio un momento—; no será solo un mes esta vez... serán dos años.

—¿Y tú también irás?

—No... no puedo irme. Tengo alumnos aquí también.

—¿Entonces...? No entiendo qué quieres hacer.

—Otabek está buscando su estilo. No puede llegar a dónde quiere sin destacar y aquí está estancado— mira a su pupilo que había dejado de comer para verse envuelto en pánico—. Te has dado cuenta, ¿cierto? No estás encontrando lo que buscas conmigo, muchacho.

Él se calla. Su patinaje de momento es algo impuesto; técnicas y pulir saltos. No hay otra cosa y Serik nota que comienza a aburrirse.

No sabe que fue lo que ocurrió en aquel campamento, pero Otabek no había vuelto igual. Le había hecho bien, puesto que le encontraba investigando cosas en internet, estudiando patinadores y buscando nuevas alternativas.

Quiere innovar. Quiere crear algo nuevo que nadie más tenga y comenzaba a notar que lo que busca no está en Kazajistán.

—Tiene que ir de una forma u otra. Es importante para su carrera... Allí es donde comenzará a escalar alto y no puede darse el lujo de perder esa oportunidad; además será en un año. Durante este tiempo tomará cursos de inglés a diario y rendirá sus exámenes escolares. Tendrá que empezar de cero allí— Anara muestra una mueca de completa tristeza y se siente mal por ella—. Sé que es muy abrupto, pero habíamos hablado de esto cuando tome a Otabek como mi alumno y tú estuviste de acuerdo.

Toma su mano por arriba de la mesa y la acaricia, intentando que ese acto logre calmar las emociones amontonadas que comienzan a aglomerarse en su rostro. Él mas que nadie sabe cuando sufre Anara y cuanto había tenido que luchar en el pasado. Le lastima tener que alejar a su hijo de ella. Pero no hay lugar a opciones; en Kazajistán no se le da mucho lugar a los patinadores artísticos, casi que no clasifican para competir. El entrenamiento que se llevaría a cabo en Estados Unidos es muy importante y no pueden dejarlo pasar.

Otabek rompe el nostálgico silencio, intentando animarla un poco—Hablaremos todos los días mamá, estaré bien.

—Sé que estarás bien—ella le sonríe más calmada, acariciando su hombro y dejando un beso en su mejilla—, pero te voy a extrañar.

El año pasa volando, como quien intenta atrapar el aire con las manos. Despedirse de su madre y su hermana había sido duro y no había conseguido que dejaran de llorar. Él es el hombre de la familia, quien debe cuidar de ellas y no soltó ni una sola lágrima. El viaje en avión se le hizo pesado; miró películas de baja calidad, leyó libros en inglés para no perder práctica y durmió un par de horas antes de llegar.

Estados Unidos es todo lo que había visto en películas. Es hermoso como su hermana le había dicho. Se anota mentalmente que cuando crezca y tenga el dinero, la llevará de vacaciones para que pueda conocer todo.

Asiste a la escuela esa vez, o al menos lo intenta. Le toma tres meses abandonarla y volver a tener tutores. Los niños en ese lugar se burlan de su acento y sinceramente tiene la madurez mental para que eso le importe un rábano, pero es incómodo y no tiene tiempo para estupideces. Los tutores le van mejor; ocupan menos tiempo, le enseñan bien y van al punto. No necesita mas que eso.

También tuvo algunos problemas con su grupo de patinaje por la misma razón, pero con el tiempo dejaron de molestarlo. Sin embargo, no entabló una amistad con ninguno y se limita a responder o a hablar cuando es necesario.

Antes no le hubiese importado, pero sinceramente, se siente solo. Ni las video llamadas con su familia logran llenar ese hueco en el pecho que con el paso del tiempo se hace más grande y duele mas.
Al medio año de vivir allí, colapsa. Simplemente es mucha carga. Antes lo hubiese podido sobrellevar, pero extraña mucho su país. Extraña hablar su idioma con su acento, extraña las comidas de su madre y los abrazos de su hermana.

El entrenador con el cual vive ahora es agradable, le trata con respeto e intenta adaptarse al hecho de que Otabek no es como ningún otro alumno que hubiese tenido.

Él sabe que es difícil entrenarle, así que pone lo mejor de sí mismo pese a la soledad que siente.

Eso cambia una tarde de entrenamiento como cualquier otra, donde se puso a investigar sobre música en su teléfono y fue interrumpido sin aviso previo.

—¿Qué haces?

Quiso ignorarle al principio, pero no pudo hacerlo al sentir como toman asiento a su lado en la cafetería del club. Su madre no estaría orgullosa de que fuese maleducado.

—Busco música— espera que su incómodo silencio le hiciera desistir de acercarse, pero ocurre todo lo contrario.

—¿Algo en particular?— se asoma contra su hombro para mirar y se aleja por instinto. No le gusta que le toquen demasiado y mucho menos los estadounidenses. No tiene buenos recuerdos de la escuela con ellos. El chico le sonríe tranquilo—. Me gusta mucho la música, puedo ayudarte.

—No lo sé... estoy buscando mi estilo.

—¿Qué tienes?— vuelve a asomarse por sobre su hombro para mirar y le extiende el teléfono, mirándole con cautela. Él usa sus audífonos para escuchar un poco—. No está mal; ¿por qué la elegiste?

—El ritmo me gusta para patinarlo...— está bien, supone. Le gustan esos ruidos fuertes qué hacen vibrar el piso, así que fue por lo que le gusta.

—¿Cuál es el problema entonces? Deberías patinar esa.

—Es que no sé...— murmura indeciso, sonrojándose tenue al no poder expresarse bien frente a un desconocido—. No sé explicar...

Él no se burla, si no que sigue sonriéndo, comprensivo—¿Qué quieres representar cuando patinas? Es decir... ¿Qué le quieres mostrar al mundo?

—Fortaleza. Lo importante que es mi país... quiero contar su historia— a su mente le viene brevemente aquel sueño de llevar la bandera kazaja en sus espaldas. Hacer que el mundo conozca el pais, que estuviese en boca de todos por ser el primer kazajo en llevarse el oro. Tiene expectativas demasiado altas, pero soñar no cuesta nada.

—Ese es el problema... dudo que esto represente lo que acabas de decirme— le dice, señalándole la pantalla de su teléfono. Bufa cansado al saber que tiene razón.

—Demonios...

Él ríe para destensarle y le palmea la espalda en señal amistosa. Busca en su propio dispositivo algo y se lo hace escuchar.

—¿Qué te parece esto?— es música clásica. No, realmente no quiere saber más nada de ello.

—No lo sé...

—No quiero meterme, pero creo que deberías buscar representar otra cosa, de momento— le aconseja, haciéndole sentir incómodo. No está acostumbrado a que se metan en sus cosas y no sabe realmente cómo reaccionar a ello.

—¿Y eso por qué?

—Tal vez no estés listo para representar a tu país como tal... debes empezar buscándote a ti mismo. Eso te ayudará a entender lo que sientes y sabrás cómo expresarlo de mejor forma.

Supo en ese instante que no es correcto reaccionar mal. Aquel chico solo busca ayudarle a su manera, y parece estar acostumbrado a ello.

—Puede que tengas razón...—asiente, extendiendo su mano hacia él—. Soy Otabek Altin.

—Leo de la Iglesia—no tarda en darle un apretón amistoso, robándole una sutil sonrisa.

Las tardes se hicieron más llevaderas para Otabek, el cual comienza a pensar en lo que aquel chico le había dicho. Se pregunta cómo debería conocerse a sí mismo; ¿Acaso no se conoce ya?

Habla con Serik por videollamada esa noche, casi sin sorprenderse al saber que está en su casa, ayudando a su madre.

Éste le dice que es un muy buen consejo y que esa es la razón por la cual le había enviado allí.

"Conócete, campeón. Conócete y luego darte a conocer al mundo"

En eso se basa su entrenamiento durante su estadía en Estados Unidos.

Hubo noches en las cuales se había permitido sentirse mal, abrazando el oso que su hermana le había pedido que llevara. Se queda contemplándolo con cariño y piensa en ella.

Verle crecer tan lejos suyo no es algo que le hiciera bien, porque quiere estar en todas las etapas de su vida y no puede hacerlo correctamente desde allí. Había notado como su cabello crecía con el paso de los meses y sus facciones aniñadas se transformaban poquito a poquito. Ella seguramente no lo nota, pero cada vez está más hermosa.

En los momentos que se pone a pensar en ello, se pregunta si todo lo que hace vale la pena. Su madre ya tiene un mejor trabajo y su hermana estudia, es todo a lo que él había aspirado de niño cuando no estaban en una buena situación económica.

A su cabeza viene también la imagen de su entrenador, el cual había hecho tanto por su familia que siente que le faltaría el respeto si se rindiera ahora. Pero necesita mas motivación, un empujón, tal vez una patada.

Leo le hace las cosas más llevaderas e inclusive le hace reír a veces, enseñándole algo de español en los ratos libres; pero no puede comparar aquello con la tranquilidad del hogar.

En el año y medio que vivió en Estados Unidos, aprendió muchas cosas; perfecciono saltos y comenzó a ser reconocido por su país poco a poco gracias a las competencias.

Las videollamadas con su familia por momentos no podía ser realizada debido a que las clases de Aruzhan tienen nuevo horario y Otabek cada vez entrena mas horas, además de tener que estudiar. No le falta mucho para terminar sus estudios y está muy feliz con ello. A pesar de dedicarse al patinaje, tiene pensado entrar en la universidad en algún momento de su vida, así que quiere tener sus estudios impecables y al día. Las becas no se fabrican del aire después de todo.

Su madre no pierde oportunidad de decirle cuanto lo extraña y lo muy orgullosa que está de él. Nunca faltan las lágrimas, más aún sabiendo, que dentro de un mes no volverá a su país como pensó. Si no que sería trasladado a Canadá por su buen rendimiento, dándole chances de competir en Worlds el año entrante. Eso es un gran paso para sus metas y debe hacer el sacrificio. Con quince años, sigue siendo el mismo chico de siempre, a excepción de que encontró un particular gusto por la música y por las motocicletas, jurando que ni bien tuviera dieciocho, se compraría una.

Ni Serik ni su madre estan de acuerdo con eso, pero de todas formas se lo permiten; él no es de pedir cosas para sí mismo, así que no pudieron decirle que no.

Pasa los días mirando vídeos de patinaje o de sus mismos entrenamientos para ver que mas tiene que pulir; se preocupa especialmente por su secuencia de pasos. Sus saltos estan bien, pero los practica lo mas posible; es muy estricto con su entrenamiento.

Leo a veces le acompaña, llevando su guitarra y enseñándole a usarla, al mismo tiempo que había sido él quien le descargó su primer programa digital para comenzar a mezclar música.
Habían formado una amistad muy tranquila y compañera, permitiéndole sentirse un poco más cómodo en ese país. A veces salían por la ciudad y pasaban el tiempo juntos.

Pero hubo un día en particular que había decidido despegarse de YouTube un momento y mirar alguna película, ya que no tenía más que hacer. Su mente lo traiciona y termina en un canal deportivo en el cual pasan una competencia de patinaje artístico junior en Rusia. Se regaña por dentro, ya que la idea es relajar su mente, no eso.
Pero, ¿qué más da? Leo pasa ese domingo con su familia así que no tiene más distracción que esa. Así que va a por su guitarra y comienza a practicar un poco, dejando la televisión encendida con volumen bajo y mirando de reojo de vez en tanto.

Mira un par de presentaciones, notando que cada patinador tiene la experiencia acorde a su edad. Nada que lo impresionara demasiado. Entre acorde y acorde se distrae bastante, sin llegar a nada con la música.

Se la pasa así la siguiente hora, hasta que sin aviso ni advertencia, en la pantalla de la televisión aparece un niño que le llama la atención.

Tiene el cabello rubio y lacio, con un corte que le hace ver adorable. La piel blanca que hace juego con la superficie congelada en la que se desliza y las extremidades largas a pesar de su corta edad. Lleva un pañuelo blanco al cuello, camisa blanca y un chaleco azul con bordados celestes a los costados y la parte inferior es completamente negra. Parece un principe, como el de los cuentos que su madre le contaba cuando era pequeño. Deja de tocar la guitarra y le sube el volumen al televisor al reconocer la canción que suena.
Se mueve con la gracia de un ángel, como si hubiese practicado la rutina durante toda su vida sin descanso. Y es extraño, porque se le hace familiar de alguna parte y no puede recordar de dónde. ¿Le vio en otra competencia acaso?

No se queda a pensarlo demasiado y se dedica a mirar, escuchando como la puerta se cierra detrás suyo, avisándole que su entrenador ha llegado.

—Otabek, ¿te parece salir a cenar hoy? No compré nada de camino...— le silencia bruscamente sin darse cuenta y sigue absorto frente al televisor. Viene un triple salchow, seguramente lo clavará...

¡Un cuádruple salchow!

Se inclina hacia adelante sorprendido, acercando su rostro a la pantalla. Diría que era imposible, pero acaba de verlo. La audiencia estalla en gritos y aplausos.

—Ah, Plisetsky. Es un prodigio ruso, no debería impresionarte tanto... yo no sé qué les dan de comer.

—¿Plisetsky?

—Así es, Yuri Plisetsky. ¿No que fuiste al campamento de verano de Yakov? Debiste verlo en algún momento; es su pupilo.

Al finalizar la rutina, la camara enfoca mas de cerca su rostro.

Es él. Es el niño soldado, el de los ojos verdes.

Mira el nombre en el marcador, el cual anuncia "Yuri Plisetsky". Al fin sabe su nombre, despues de todos esos años preguntandose que habia sido del niño que cambió por completo su perspectiva respecto a su carrera.
Podría haber pasado desapercibido para el kazajo, inclusive con el salto que habia dado. Pero Otabek jamás podría comparar ni encontrar unos ojos semejantes a esos. Y se lo repetiría hasta el fin de sus días.

Ve la puntuación y por supuesto, el niño gana. Lo ve en el Kiss & Cry con su entrenador; pero cuando las camaras lo siguen mientras preparan las medallas, puede notar que no hay rastros de algun familiar. Se pregunta si está tan solo como él, cosa que no le sorprendería mucho. La vida de un patinador se resume en entrenamiento y viajes por doquier, resultando ser algo bastante triste y solitario.
Al terminar la ceremonia de premiacion, apaga la televisión, sintiéndose realmente motivado.

Esa misma noche cuando sale a cenar con su entrenador, se descubre hablando de aquel impecable programa con mucho entusiasmo, contagiando al adulto.
Describe su salto con los ojos brillantes en admiración y habla de sus gráciles movimientos, los cuales habían mejorado en comparación a la última vez que le había visto.

Había crecido y mejorado muchísimo y se negaba a quedarse atrás. Se promete a sí mismo alcanzarle algún día, y poder ser reconocido como un digno rival ante el prodigio ruso.

En resumen, no había mucho mas que decir de su estadía en Estados Unidos. Niños crueles en la escuela (al menos los que conoció), adultos amables, idioma fácil, comida pesada y lindo clima.
Lo más importante que puede llevarse, es su amistad con Leo y sus entrenadores. Celestino es uno de los tantos entrenadores que le habían agradado del lugar, ya que siempre tiene algo bueno para decir.
Con Leo se habla todas las semanas, intercambiando canciones y recuerdos. Aún así, no se pasan detalles de los programas del otro, guardándose eso para sí mismos.

Para cuando quiso darse cuenta, llega el turno de ir a Canadá. La decisión fue algo repentina debido a que habian contactado a su entrenador dandole una oportunidad a Otabek, ya que había logrado destacar en competencias en el país en el cual habia estado.
¿El tiempo? Dos años. Otros dos largos años lejos de su familia. Siquiera había podido pasar las fiestas con ellos aún si su entrenador quiso otorgarle un permiso; pero no cancelan los entrenamientos por épocas festivas y faltar no es opción a menos que sea de suma urgencia. Y él es fuerte, no puede estropearlo todo por un momento de debilidad.

Bien, dos años mas, Serik lo prometió. No más viajes luego de Canadá. Había tomado esa decisión al ver que a pesar de que Otabek había crecido y mejorado, aún no había absorbido suficientes conocimientos como para marcar una diferencia.

Aún le falta.

No tuvo mucho que decir al llegar a Canadá, solo que el idioma ya no se le dificultaba en absoluto.
Es recibido por algunas personas y por sus entrenadores temporales; Nathalie y Alain Leroy.
Tienen muchos hijos y todos patinan. Por supuesto que es el mayor de ellos el que más destaca debido a su experiencia.

—Jean; ven a saludar a tu nuevo compañero, viene desde Kazajistán. Trátalo bien.

Le mira. Tiene el cabello negro y con la nuca rapada. Ojos azules pícaros y unas cejas bastante pobladas si se lo preguntan.

—¡Hey! Estoy seguro de haberte visto antes...

—Tal vez lo cruzaste en Estados Unidos; él viene de entrenar allí— le avisa su madre, palmeándole el hombro.
Se queda callado, realmente sin sentirse cómodo entre tantos desconocidos.

—¡Ya te recuerdo! Eres el que no hace ballet— le señala, haciéndole sentir algo cohibido—. Es que te vi discutiéndolo con Leo una vez.

—No me gusta el ballet— remarca, como si éste no lo supiera. Que va, no sabe que más decir.

En momentos así, extraña a Leo.

—Otabek está buscando su propio estilo, ¿a quién te recuerda eso?— Alain tiene una sonrisa enorme, la cual comienza a ver idéntica a la de su nuevo compañero.

—¡Entonces nos llevaremos bien! Puedes llamarme JJ— extiende su mano hacia él y titubea un poco antes de tomarla, ganándose un firme apretón—. ¿Eres tímido?

Mirandolo bien, es de ese tipo de personas que aparecen en las peliculas estadounidenses; el tipico capitán del equipo de fútbol americano o de basquet; que esta rodeado de porristas y gente popular por doquier. Parece ser el tipo de persona que todo el mundo quiere ser, que idolatran y admiran. No quiso ser grosero y dejarse llevar por las apariencias, asi que respira hondo y decide darle una oportunidad.

—Esfuérzate mucho, competiré representando a Canadá y traere el oro a mi país.

Sonríe ante él con confianza, haciéndole saber que no la tendrá fácil.
El tiempo parece pasar cada vez mas lento para él, ya que no solo tenia que soportar la distancia, si no tambien a JJ. No es mala persona, eso lo tiene claro.

Es un gran... ¿amigo?
Siente que es demasiado pronto como para calificarle como tal, pero eso no le detiene a la hora de dejarse guiar por él y su familia.

A pesar de ser demasiado extrovertidos para su gusto, la familia Leroy es experta en ese campo y quiere aprovechar cada oportunidad para aprender, puesto que no está sacrificando años lejos de su tierra natal como para desperdiciarlo.

Por momentos siente cierta envidia hacia él; nada lo suficientemente grave como para sentirse culpable.

Jean tiene la suerte de entrenar en su propio país, siendo guiado por sus padres y alentado por su hermosa novia, Isabella Yang.

Él no tiene novia y su familia está lejos; su entrenador es a quién más extraña luego de cada práctica para ser sincero.
A pesar de que le envió allí para aprender y se lo agradecía, hubiese preferido que le acompañara.

También le genera cierta admiración el carisma del canadiense; siempre alegre y optimista, con una confianza que le encantaría obtener para sí mismo.
Hace saltos que él aún no logra y los finaliza con una sonrisa, demostrando que comienza a dominarlos gracias a su perseverancia.

En vez de verlo como algo fastidioso y egocéntrico, decide concentrarse en aprender de él.
Tomar su perseverancia y fortaleza e intentar comprender de dónde la saca.

Eso le lleva a juntarse más seguido con él, hasta que se iban juntos de las prácticas o se quedaban más horas allí, donde Jean le enseñaba todo lo que sabe hacer.
Le parece admirable que se preste a ello aún sabiendo que competirían contra el otro y que sus trucos le dan cierta ventaja.

Supo más adelante que el compañerismo y la humildad oculta de Leroy, son sólo algunas de las cualidades que le convierten en su amigo más cercano, inclusive más que Leo.
Pero no es solo ello. Jean confía tanto en sí mismo que no le molesta enseñarle, porque sabe que le ganará de igual forma.

Es una contradicción constante, que le hace sentirse algo perdido por momentos. No sabe si lo hace por subestimarle o porque realmente  significa algo para él ayudar a los demás.

—No seas tímido, mi prima realmente no deja de hablarme de cuan... ¿varonil? Le pareces— lleva solo un par de meses allí, pero Jean se toma demasiadas confianzas con él. Salen del recinto luego de quedarse un par de horas extra—, quiere salir contigo, solo dí que sí.

—No.

—¡Oh, vamos! Te mostraré fotos y me dices—es como hablarle a una pared; siempre termina haciendo lo que quiere.

—Jean, no vine aquí a tener novia o algo así— le hace callar al mostrarle la pantalla en su teléfono y las fotos de aquella chica.

—Esta es. Bonita, ¿cierto?— está por asentir, pero no quiere darle el gusto—. ¿Y bien?

No está nada mal. Debe admitir que llegada cierta edad, le da curiosidad sacar un poco su cabeza de las cuatro paredes del entrenamiento e intentar ser un adolescente normal por unas horas.

—...Solo una vez.

—¡Eso es!— se gana un abrazo por los hombros e intenta no empujarle. Odia que siempre se salga con la suya—. ¿Y qué vas a ponerte?

—Voy a ir así— su mueca de desacuerdo le hace resoplar cansado—¿Qué tiene de malo?

—Te explicaré; no puedes ir a una cita con tu ropa de todos los días. No comunicas más que desinterés— salen al exterior y notan que el sol se esconde a lo lejos; realmente habían pasado la tarde esforzándose allí dentro.

—No es como si realmente estuviese interesado, Jean. No la conozco— tal vez la sinceridad es una de sus peores cualidades, pero el canadiense no se ve ofendido por ello.

—Al menos péinate— le pasa bruscamente una mano por el cabello, dejándoselo hecho un desastre.

—¿Qué tiene de malo?— se lo arregla como puede, aún sosteniendo el bolso sobre su hombro.

—La pregunta es, ¿qué no tiene de malo?— caminan codo a codo, pasando las tiendas de largo—. Necesitas algo con estilo... yo puedo cortarlo.

Le mira de reojo por cortos segundos antes de responder—No.

—Déjame probar un poco, lo tienes largo y sin forma. Solo un poquito y frenaré si no te gusta— se atraviesa en su camino con una enorme sonrisa de confianza y supo al instante que se arrepentiría luego.

—No me vas a dejar en paz, ¿cierto?— éste niega aún sonriente, sabiendo que nunca le dice que no a lo que pide por mas que intente ser orgulloso—. Solo un poco.

Él festeja y le cuenta de las mil veces que cortó el cabello a familiares y amigos, intentando hacerle sentir más confianza.

El problema es que sentado sin un espejo en frente, confiando inútilmente en su palabrería, no pudo ver lo que le estaba haciendo.
Siente la vibración de la máquina pasar por su nuca y la tijera recortar mechones superiores, haciendo sentir su cabeza más ligera y el viento pasarle sin problema por el cuello.

Para cuando se ve a sí mismo en el baño, ahoga el grito menos femenino de la historia en la garganta y se dedica a tomar aire —¿Qué me hiciste?

—Tú no me detuviste; te queda genial— se autofelicita, pasándose una mano por su propio peinado.

Otabek realmente no puede creerlo, así que hace lo mismo, mirándose pasmado aún.

—Jean... me hiciste el mismo corte que tú. ¿Qué va a decir la gente?—No quiere llegar al día siguiente a las prácticas con la cabeza así. Se siente terrible al saber que ahora sólo le queda dejarlo crecer.

—¿Que somos hermanos?— le codea bromista.

—No es gracioso—se vuelve a mirar al espejo y repasa la parte rapada, sabiendo que debería soportarlo.

—¡Oh vamos! ¿Qué tiene de malo?

—¡Todo!

Y a pesar de que debió ir así a cada entrenamiento quitándose la capucha lo menos posible, escuchar rumores de sus demás compañeros y cuchicheos en los pasillos, no se arrepiente del todo.

Está seguro que como esa, se llevará muchas más anécdotas para contarle a su familia cuando vuelva a Kazajistán.

¿Me tardé mucho? Llego ocho minutos antes de que sean las doce acá en Argentina, así que voy bien.

¿Qué les pareció?

Decidí hacer un pancito de Dios a Jean. Sorry, lo amo mucho como para ponerle de malo. Así que seguro y notaron que esta historia cambiará muchísimo por ello. También puse a Leo y fui más explicativa con muchas cosas.

Otro dibujito de Otayuriangel♥

En fin, hasta acá las actualizaciones de hoy. Espero que les haya gustado, burbujitas

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