iv.Sacrifice.
Los primeros meses fueron duros.
Yuri estaba visiblemente deprimido a pesar de los enormes esfuerzos de Nikolai por levantarle el ánimo ante la partida de su madre.
Había intentado todo por sacarle una sonrisa, llevándole con él a todos lados los fines de semana. A la sala donde se juntaba con sus viejos amigos a jugar a las cartas, al parque, e inclusive a algunos eventos de la ciudad.
Nada le distraía lo suficiente.
Una tarde fueron a una presentación en el conservatorio de la ciudad, gratis para cualquier interesado que quisiera ver los nuevos talentos.
Se sorprendió enormemente cuando su nieto reaccionó a la música.
Una joven muchacha rubia estaba de perfil, dejando caer sus ondas hasta la cintura. Había interpretado Moonlight Sonata de Beethoven, logrando generar lágrimas silenciosas al pequeño ruso que solo podía imaginar a su madre sentada en ese piano haciendo música para él.
El mayor se sintió altamente angustiado al ver caer sus lágrimas y el intento forzado por no dejar salir ni un sonido de sus labios, queriendo escuchar la mágica melodía aún sí le ponía triste.
Yuri tomó gran admiración por ese tipo de música desde esa temprana edad, sorprendiéndole, igual que siempre.
Y con respecto a Alina; a pesar de que ella llamó todos los días durante el primer mes, dejó de hacerlo eventualmente hasta volver a desaparecer. Siguió llamando dos veces por semana y luego una, para finalmente hacerlo cada un par de meses.
Ha conseguido lo que quería.
Su fama como modelo había aumentado gracias a su participación en una sesión de fotos, sin necesitar ser la atracción principal para ser reconocida.
Es una belleza andante y nadie puede decir lo contrario. Dicha fama la llevó casi a olvidar que tenía a un pequeño esperando por ella siempre arrimado a la fría ventana para verle regresar.
Él sigue con la esperanza en vilo de todas formas y le hace dibujos a diario, relatándole de esa forma sus aventuras en la escuela y las tardes que pasa con su abuelo.
Durante los siguientes años su madre volvía de vez en cuando, a veces sin aviso previo. Una sola vez volvió para uno de sus cumpleaños, trayéndole regalos y pasando el día entero en su compañía. Se ve más bonita y arreglada y aún mantiene su característico aroma maternal, llevándole a esconderse entre sus brazos durante tardes enteras.
Ya fuese por trabajo o por costumbre, siempre volvía a irse. Si bien eso le hacía sentir terriblemente desilusionado, no deja de recibirla con abrazos y lágrimas de felicidad.
Y el día anterior a ese, ella había vuelto a ausentarse, dejándole sumergido en una profunda tristeza que cada vez se le hace más insoportable.
Aún con seis años, siente que ha vivido demasiadas desilusiones juntas, siendo estas todas iguales y ocasionadas por la misma persona.
—Yurotchka, acompáñame a hacer las compras.
Se remueve desganado en el sofá donde está echado boca abajo y se sienta, yendo a calzarse sus zapatos y buscando su abrigo como el mayor le había enseñado.
Obedece la orden de su abuelo en silencio, sin dejar atrás la costumbre de ir de la mano con él. El mayor no objeta nada, mirando de reojo cómo mantiene la mitad de su rostro bajo la bufanda.
Su nieto llora ocasionalmente y suele tener pesadillas algunas pocas veces, llamando a su madre en sueños. Su dependencia emocional hacia ella es la que cualquier niño de su edad tendría, más si ella le vive ilusionando.
Suspira triste y le guía con paciencia por las calles nevadas, llevándole a jugueterías o lugares que sabe que le gustan, diciéndole que puede elegir algo para él.
Yuri solo quiere a su mamá, esa es su respuesta.
En un momento bastante gracioso, Yuri frena al ver algo en el escaparate de una tienda deportiva, señalando impresionado.
—¡Abuelito! ¡Esos zapatos tienen cuchillos!— ríe enternecido por aquella ocurrencia infantil.
—¿Cuchillos, eh? Esos no son cu...
—¡Vamos a ver!
Tira de él con toda su pequeña fuerza y le arrastra al local, sin lograr moverle un centímetro si el mayor no colaboraba. Se encuentra con una oferta especial en zapatillas, de esas que él usa a veces y ya están bastante gastadas.
—Están ahí, mira— le señala el lugar donde están mostrándose los objetos que llamaron la atención del menor—. Ve a mirar y no toques nada. Te quedas donde pueda verte, no te vayas con nadie más.
La mirada severa que le dirige le hace asentir. Siempre le hace caso.
Yuri va corriendo hasta llegar a esa partecita minúscula del local donde se exhiben los mejores zapatos del mundo.
Los hay de muchos tamaños y todos brillan, denotando que ninguno tiene uso previo.
—¿Estás perdido?
Se sobresalta en su lugar y mira a su costado. Una chica muy bonita con uniforme le habla dulce, intentando ver si necesita ayuda con algo. Él niega y le señala a su abuelo, el cual habla con un hombre con el mismo uniforme que ella, consultándole por un par de zapatillas.
—Ya veo...— murmura—; ¿quieres probarlos?
Se muerde la lengua y desvía la mirada— Mi abuelito me dijo que no toque nada...
—Yo trabajo aquí y te doy permiso... ¿quieres?
Eso basta para convencerle. Si le dan permiso está bien, ¿cierto?
Ella le trae un par de los más pequeños y les pone cordón, acomodándolos para él.
Él siente que le van perfectos, aún si el talle se ve más grande por fuera.
Intenta pararse con estos y se cae todas las veces, agradeciendo no lastimarse el tobillo, mientras la mujer le sostiene de los bracitos gruesos por sus pesados abrigos. Se siente enormemente desilusionado al no comprender qué sentido tiene usarlos si siquiera puede ponerse de pie.
—¿Te gustan?— pregunta ella cuando se vuelve a sentar decaído.
—No puedo caminar con eso. No sirven.
—¿Caminar?— la chica da una carcajada tierna—, son patines. Los patines no son para caminar, si no para patinar.
—No tiene ruedas, ¿Cómo patina esto?—murmura con los mofletes hinchados y los brazos cruzados en desacuerdo.
Su mente infantil no puede conceder que esas cosas que hacen daño, se deslicen por el cemento de las calles. Le parece absurda la manera en que su mente intenta dibujar aquello y cada idea le parece más tonta que la otra.
—Sobre hielo.
Parpadea confundido y la mira, mientras ella guarda los patines en la caja y se encarga de calzarle los zapatos de nuevo.
Su abuelo había pagado sus zapatillas ya, mirando en silencio como Yuri se dejaba atender por la paciente mujer.
No le regaña cuando le siente posicionarse a su lado y darle la mano, ya que sabe que la curiosidad de un niño es así de imprevista.
Le da las gracias a la muchacha y hace que su nieto haga lo mismo, enseñándole a ser educado.
—¿No te gustaron los zapatos con cuchillos?— pregunta al verle callado. Él niega con la cabeza y sigue encerrado en sus pensares.
Nikolai extraña al Yuri que gritaba y corría por toda la casa. También al que le contaba entusiasmado todo lo que hacía en clases y todos los dibujos que hacía para cuando su madre regresara.
Sin que se diera cuenta, su mirada entristecida choca con la plaza enorme que está en frente del mercado, donde venden globos llenos de colores.
A pesar de que pasaron por allí miles de veces y Yuri jamás había presentado curiosidad alguna por aquellas cosas flotantes, no pudo decirle que no.
Cruzan la calle y se sorprende al verle entusiasmado con un globo en particular. Si bien hay de muchos animales, el menor escoge, con una sonrisa, uno que muestra la cabeza de un tigre rugiendo.
Da saltitos mientras tira de su mano y lo señala a lo alto, sin dejarle más opción que cumplirle el pequeño capricho.
Le ata el globo en la muñeca para que no se le vuele y va a pagarle al hombre que había sido tan amable de escoger el que más helio contenía para que le dure más tiempo inflado.
Fueron dos segundos que le soltó la mano.
Cuando se dio vuelta, Yuri ya no estaba donde le había dejado. Agradece no sufrir problemas del corazón o ya habría sufrido un infarto. Busca con la mirada desesperado, preguntándole al señor de los globos si no había visto por dónde se fue.
Éste le asegura no saber nada, pero le sugiere que pregunte a las personas que están alrededor.
Aún así no tiene que hacerlo, porque divisa el globo y a su pequeño portador a unos metros alejado, mirando ensimismado lo que había encontrado.
Iba a regañarle, pero su mirada no se lo permitió.
—¡Abuelo! ¡Sí se puede patinar con los patines de cuchillo!
La pista al aire libre está llena de gente riendo y deslizándose. Algunas personas saben lo que hacen y otros se sostienen de su compañero, temerosos de caer. Las luces de colores que adornan el lugar se encienden, ya que ha caído el anochecer.
Yuri ríe cuando ve a alguien hacerlo y mira con total atención a los que patinan bien.
Nikolai le alza y le sienta en sus hombros para que vea mejor, disfrutando en su viejo corazón como la risa alegre de su nieto vuelve a brotar.
Habían pasado un tiempo fuera y luego volvieron a la calidez del hogar para preparar la cena. Toca sopa ese día y Yuri había jugado con la comida todo el rato, en silencio.
Nikolai decide encender el televisor por esa vez, para por lo menos sentir algo de ruido en la casa. Las competencias habían iniciado y mostraban la tribuna plagada de banderas de distintos países, animando a los patinadores que estaban calentando.
—Mira pequeño, ellos también patinan— le llama, ganando su atención—. Son grandes representantes de Rusia muchos que están allí... trabajan mucho para ser los mejores.
—¿Los mejores?— entrecierra la mirada y estudia con inocencia todo lo que ocurre en la pantalla—; ¿si trabajan les dan dinero?
—Supongo que sí. Los mejores ganan mucho dinero... y luego trabajan de otras cosas.
—¿Cómo de otra cosa?
—Bueno... salen en televisión o en comerciales. Son deportistas importantes en Rusia— le explica brevemente, llamando su atención hacia el televisor una vez más—. Ese de ahí, míralo bien.
Él le hade caso, siendo sorprendido por una figura que inicia su presentación en el hielo con fluidez, dejándole hipnotizado. Su cabello plateado flota en el aire atado en una coleta y su traje se adhiere perfectamente a su cuerpo.
Parece un ángel. Tiene los ojos celestes y salta muy alto, haciéndole reír. Lo que hace se ve divertido y alucinante, generándole picor en sus pies.
Mira como la gente aplaude al finalizar su programa y le tiran cosas. Peluches, flores y banderas.
Le emociona ver la cantidad de juguetes que recibe, pensando que él sería muy feliz de recibir todos ellos.
—Quiero patinar.
Su abuelo le mira de reojo, notando que no lo dice con su voz emocionada y risueña, si no que con calma y concentración en el aparato en frente suyo.
—¿Patinar?—pregunta, asombrado por su nuevo interés—. ¿Y eso por qué?
Él le mira con aquel destello divino y una determinación muy poco común en un ser tan pequeño.
—Quiero ayudar a mi abuelito trabajando y que mamá me vea... si hago eso, no tendrá que trabajar y se quedará conmigo para siempre.
—Yurotchka— un murmullo cargado de pena abandona sus labios, mientras el niño sigue esperando su aprobación—. Patinar es muy difícil, pequeño... ¿seguro que es lo que quieres?
Él recuerda las risas de la gente en la pista y la sensación mágica de los patines en sus pies. Las piruetas del Ángel de hielo y todos los juguetes que caían, asintiendo sonriente al saber que su abuelo no le negaría nada.
Al día siguiente, el niño se levanta emocionado ya que su abuelo le prometió ir a la pista de la plaza para que comenzara a practicar. Le dijo que no quería ir a las pistas grandes porque le daba vergüenza no saber ponerse de pie con los cuchillos.
El caminó fue como semanas anteriores, donde Yuri hablaba hasta por los codos y alzaba la voz en medio de la calle para expresarse, contentando a su abuelo.
La sensación de calzar sus preciados cuchillos y tocar el hielo con ellos, le hace latir fuerte el corazón de emoción, llevándole a tambalearse y caer al hielo sentado con un puchero en los labios.
Se levanta cada vez que cae ese día, con un puchero caprichoso y los ojitos con lágrimas, hasta que pudo dejar de temblar un poco mientras se sostenía de los bordes.
Y para ser la primera vez, no lo hizo tan mal.
A Nikolai le cuesta mucho sacarle de allí, teniendo que regañarle por ponerse caprichoso en plena vía pública. Un par de palabras severas le calmaron el berrinche, pero la promesa de traerle el día siguiente fue lo que elimina su llanto.
Los días pasan lentos para el hombre que es despertado con saltitos en la cama los fines de semana, cansado de trabajar.
Cuando quiere darse cuenta, Yuri ya puede ponerse de pie solo y deslizarse sin soltarse de los bordes, ya que él no puede meterse a la pista porque tampoco sabe patinar.
No pudo quedarse de brazos cruzados al ver su creciente alegría, así que comenzó a buscarle un entrenador, para que de paso, no tuviese que dejarle en la zona de guardería de su escuela toda la tarde. No tiene nadie de confianza que le cuide y él quiere trabajar todo lo posible antes de tener que jubilarse, para lo cual no faltan muchos años.
Logra conseguirle clases en una pista cercana a su casa, donde Yuri pasa gran parte de sus tardes. Siempre que va por él le encuentra entusiasmado por todo lo que le enseñan y le promete que se esforzará mucho.
Él le cree. Los patines son del club, pero a pesar de no tener que gastar en estos, las clases le salen muy caras. Trabajar no es algo que pudiese dejar de hacer en esos momentos, mientras intenta racionar parte de lo que su hija le envía por mes, que no es demasiado.
Es en una tarde de trabajo que su jefe le interrumpe la labor para avisarle que alguien precisa comunicarse con él. Va algo confundido a atender, ya que aún es temprano para retirar a Yuri de su clase.
—¿Hablo con Nikolai Plisetsky?— la voz de un hombre le recibe del otro lado del teléfono.
—Él habla; ¿Quién es?
—Soy el profesor de patinaje de su nieto— intenta mantener la calma y no alterarse antes de tiempo; pero no puede evitar imaginar que Yuri se ha lastimado.
—¿Ocurrió algo?
—¡No! Ningún problema— le avisa, generándole un pequeño alivio—. Quería comunicarle algunas cosas... ¿tiene tiempo?
Sale más temprano del trabajo, yendo a comprar ingredientes para la cena especial de esa noche.
Hace mucho tiempo que no se encuentra tan animado, caminando con una sonrisa enorme por la calle sin importarle que la gente le mire.
Cuando retira a Yuri de su clase de patinaje, le recibe con un abrazo orgulloso y le da vueltas por el aire, como hace mucho no hacía.
—¡¿Comeremos piroshki?!— el camino a casa es animado, con la siempre tintineante voz del más pequeño contándole sus aventuras del día.
Al llegar, deja los ingredientes en la cocina y Yuri sabe de inmediato lo que cenaran.
—Así es, pequeño— responde con la sonrisa que no se le había podido borrar—. Tenemos que celebrar.
—¿Celebrar? ¿Vuelve mamá?— no deja que su vocecita ilusionada le baje los ánimos, así que comienza a desembolsar las cosas y a tomar los utensilios.
—No aún— continua, mirándole de reojo—. Hoy me llamó tu profesor mientras trabajaba... ¿sabes por qué?— él niega, formando un puchero al pensar que había hecho algo mal—. Porque me quería decir que mi pequeño Yurotchka tiene mucho talento.
El niño retoma su alegría y da un saltito orgulloso.
—¡Te dije que era el mejor!
—Mi nieto es el número uno— le apremia, revolviéndole el cabello —. Y por eso, entrenarás con Yakov Feltsman.
Le da gracia su rostro, porque es muy pequeño como para entender lo importante que es lo que acababa de decirle.
—¿Quién es ese? ¿Es importante?
—Es el entrenador de Viktor Nikiforov, el actual campeón de Rusia, pequeño— allí le ve retomar aquel júbilo adorable que se complementa con sus piecitos tocando el piso en repetidos saltos.
—¡¿En serio?! ¿Me va a entrenar? ¿A mí?
—¡Así es!— ríe, sonriendo orgulloso—. ¿Estás contento?
—¡Voy a ser el mejor del mundo, abuelito!
El resto de la celebración pasa cocinando juntos, con los piroshki pequeños de Yuri y su ansiedad cuando estos tardaban mucho en cocinarse.
Pero una semana después, su entusiasmo comenzó a decrecer al ver cómo metían todas sus pertenencias en cajas y los muebles desaparecían tras la puerta, siendo transportados por hombres desconocidos.
—¿Eso queda muy lejos? No quiero irme...
Le había dicho eso durante toda la semana. Nikolai se pidió unos días en el trabajo, para poder acompañar a Yuri al que sería su nuevo hogar.
—Está a cuatro horas de distancia, pequeño... si no hacemos este pequeño sacrificio, no vas a poder ir— le explica paciente. Cualquier persona hubiese pensado que es una barbaridad dejar a un niño tan pequeño a despegarse de su familia, arriesgándose a despilfarrar tanto dinero por algo que quizás sólo fuese un capricho infantil.
Pero él conoce a Yuri.
Sabe que no lo dejará y también, que puede soportarlo. Cambiar de aires y empezar de nuevo suena bien para él, ya que su nieto había vivido muchas tristezas en esa casa, especialmente cuando su gato viejo falleció un par de semanas atrás.
—¿Y cómo me va a encontrar mi mamá?
Esa fue su mayor preocupación cuando el apartamento de su madre fue vendido para poder pagar el suyo y su abuelo se lo comunicó. Y con la misma paciencia, vuelve a explicárselo.
—Yo le avisaré, así que cuando vuelva irá a visitarte al lugar nuevo, ¿Sí? — él asiente y le da un último vistazo a su lugar favorito, llevando en sus manos su peluche de gatito, el último que su madre le había regalado.
El esperado día llega un par de noches después, donde su abuelo había dormido junto a él en una habitación de hotel, ya que la persona con la cual viviría estaba llegando de un largo viaje.
Llevaba solo un par de días, pero extraña patinar.
Ya puede deslizarse sin ayuda y sabe hacer algunas cosas más que no le había contado a su abuelo porque quería sorprenderlo. Tuvo que morderse la lengua muchas veces antes de soltarle el chisme, queriendo mejor ver su expresión cuando le mostrara en persona lo que sabe hacer.
Se transportan en el viejo auto de su abuelo donde aún se mantiene aquel aroma familiar que tanto alivio le genera. No es fácil para él pensar que estará en un lugar nuevo, con otras paredes y otros colores. Y con otra persona.
Empezar en otra escuela y tener que aprenderse el nombre de sus maestras y compañeros otra vez. Pero la mirada orgullosa de su abuelo al comentarle lo importante que es ese entrenador, le había dado un calor especial en el corazón que no quiere perder.
Aparcan fuera con toda esa nieve y él se apresura a vestir el gorrito precioso de tigre que su abuelo consigue para él en Moscú.
Se extiende por sus costados y pasa de sus hombros, proyectando las patitas de un felino en sus puntas. Tiene orejitas y el rostro de un tigre aniñado que le había encantado. Lleva un pantalón marrón y un suéter mostaza, un color que le encanta.
Va con su cabello bien peinado y con su mano aferrada a la de su abuelo, caminando hasta un hombre que les espera en la puerta.
—Usted debe ser Nikolai. Un gusto— el desconocido le da la mano al mayor en forma de saludo y éste le corresponde.
—El gusto es mío, señor Feltsman—mira hacia abajo y le presenta al menor que le mira en silencio —. Éste es Yuri. Hijo, saluda a tu entrenador.
Yakov se inclina hacia él y le mira fijamente, y Yuri, preso de nervios, saca a relucir su brillante armadura en frente a situaciones que le ponen tímido.
—Usted es viejo.
Nikolai suelta una carcajada involuntaria y le despeina el cabello, haciéndole sonrojar de vergüenza por ser grosero.
—Es muy sincero.
El mayor asiente y le sigue escudriñando con la mirada—Y tú eres muy pequeño—le responde, haciéndole formar un puchero —. ¿Quieren conocer la pista?
Eso parece animarle, por que inmediatamente sonríe.
—¡Sí, sí!— exclama, tirando da la mano de su familiar —. ¡Abuelito, vamos!
—Bueno, bueno.
Ingresan dentro y todo Yuri se emociona; era el lugar que mostraban en la televisión, donde aquel ángel patina.
—¡Wow!— exclama, admirando lo enorme que es aquel lugar con sus paredes aguamarina y los detalles en dorado. De repente, su mirada de infante se clava en una de las personas que patina, ejecutando un salto que no recuerda cuál es—. Abuelo, ¡yo quiero ser así!
—Serás así y mejor, pero debes esforzarte, ¿sí?—él asiente y forja su mirada decidida hacia el hielo.
—¿Tiene patines?— pregunta el entrenador, a lo que Nikolai niega. Yakov se dirige al niño con paciencia—. Ella te dará unos... puedes pedírselos— le avisa señalándole a una muchacha que está a unos metros. Yuri asiente tímido y va a hacer lo que le piden—. Así tomará más confianza, pasará mucho tiempo aquí.
Nikolai asiente.
—No he tenido el honor de preguntarle qué le hizo interesarse en mi nieto.
—Lo sabrá en unos minutos— responde con una ligera sonrisa—; ¿sufre alguna enfermedad de la que deba saber?
—Nació prematuro... pero jamás a presentado problemas de respiración o algo parecido. Si llegase a pasar...
—Lo contactaré de inmediato. Tenemos el mejor equipo médico al alcance de la mano; no podemos permitirnos perder atletas o retrasar sus entrenamientos.
—Ya veo...—se queda más tranquilo. Allí entrenan los mejores de los mejores y puede estar seguro de que Yuri no correrá real peligro.
Le ve volver haciendo perfecto equilibrio con sus pequeños patines y sonríe. Se ve adorable. Está comenzando a extrañarle desde temprano.
—¿Estás listo?— pregunta Yakov, con el menor respondiéndole afirmativamente—. Bueno, da unas vueltas por la pista así comienzas a calentar— él obedece en silencio, haciendo lo que le dicen—. ¿Hace algún deporte más?
—Ninguno; no puedo pagar más clases con mi sueldo, además de su educación.
—Con el pasar del tiempo necesitará clases de baile— a Nikolai le corre la gota horda por la frente y Yakov se apresura a tranquilizarle, sabiendo que tal vez es demasiado para él—. Pero lo veremos más adelante, no se preocupe.
Él menor regresa y realiza un par de ejercicios de calentamiento más antes de iniciar.
—Muy bien, Yuri. Ahora yo te diré que hacer y tú obedecerás, ¿de acuerdo? Me mostrarás que en serio quieres estar aquí.
Cuando termina de calentar, le exige un par de ejercicios de equilibrio, el cual pasa con bastante eficacia a pesar de tener sólo seis años. Le hace patinar hacia adelante, agachado y hacía atrás, sorprendiendo a Nikolai al ver la belleza propia que produce al moverse.
—Ahora muéstrame un salto. El que te salga— Yuri sonríe confiado, como Nikolai jamás había visto y comienza deslizarse, tomando el impulso necesario para girar en el aire y aterrizar sin caerse, aunque tambaleándose. Sonríe feliz al lograrlo sin caerse y desvía su mirada inmediatamente a su abuelo, que le observa fascinado—. Bien, puedes descansar— hace un puchero al no recibir ni una felicitación y se desliza hacia afuera—. Sus clases inician mañana; lo registraré y le daré un permiso para que la escuela le asigne un buen tutor. Yuri pasará mucho tiempo aquí y no tendrá tiempo para la escuela... a menos que prefiera esperar un par de años para dejarla. Aún es muy pequeño.
—No quiero quitarle eso tan pronto...
—Entonces le reduciré horas de práctica... pero debe practicar algunas cosas en casa para proteger su cuerpo de ahora en más— le avisa, mirando al niño que les escucha contento—. Tendrás citas con el médico y nutricionistas para que tu cuerpo se forme fuerte y pueda soportar lo que se viene. Yo me encargo.
—¡¿Entonces me quedo?!— exclama, ganándose un asentimiento de su nuevo entrenador. No resiste el impulso y le abraza, dejándole pasmado—. ¡Me esforzaré!
—Eso espero. Vivirás conmigo de ahora en adelante; espero que podamos llevarnos bien— murmura, acariciando su cabello—. Mocoso insolente...— Nikolai le mira extrañado, hasta darse cuenta de que no se lo dice a su nieto, si no al adolescente que acaba de ingresar—. ¡Vitya! ¡¿Qué son esas horas de llegar?! ¡Hasta el nuevo alumno es más aplicado que tú!
—Bueno, bueno, ya llegué — su risa melodiosa le da escalofríos a Yuri, que se queda de piedra al ver quien es—. ¡Oh! ¿Quién eres tú?
—¡...!—su boquita forma una perfecta "O" y sus pómulos enrojecen. Balbucea un par de cosas sin sentido mientras mira su largo cabello adornarse a su costado.
—¡Que lindo!— le felicita dándole la mano para presentarse ante él—, ¿y cómo te llamas?
Esta frente al ángel, Viktor Nikiforov. Se ve tan bonito como en la televisión. Recupera la voz en el fondo de su garganta, decidido a no pasar vergüenza.
—¡Soy Yuri Plisetsky!— se presenta fuerte y claro con la mirada en alto—. Seré el mejor patinador del mundo, ¡seré mejor que tú!
Viktor se emociona ante eso y le sonríe —¡Wow!... esperaré ansioso a competir contra ti, entonces.
—A ver si así te lo tomas en serio— masculla su entrenador, haciendo que Viktor se queje por verse regañado frente a su pequeño fan.
Yuri comienza a entrenar con Yakov luego de que su abuelo los presentara.
Yakov se decide a entrenarle y a pulirle, estando seguro de que el niño tiene un talento natural para el patinaje. Él siempre apunta alto; jamás arriesgaría su título de mejor entrenador del mundo por alguien sin talento.
Pero no es nada fácil.
Yuri había llorado como jamás vio llorar a un infante cuando luego de mostrarle el apartamento donde vivirían y su abuelo anunciara que debía retirarse.
No debe ser sencillo dejarlo todo a esa edad, estando verdaderamente lejos de su familia.
Tiene entendido que la participación de sus padres en su vida es casi nula, así que al pequeño debe partirle el corazón dejar a su abuelo atrás.
No acostumbra a entrenar niños tan pequeños, mucho menos a vivir con ellos.
Yurotchka tiene siete años; y él ha entrenado a Nikiforov, pero no de tan chico. Son otros los entrenadores que se encargan de los niños, ya que no suele tenerles mucha paciencia. Si alguno llama su atención, promete entrenarles cuando lleguen al menos a los trece años; hizo una extraña excepción con el rubio.
Yuri genera esa sensación en él, que le grita que no le pierda de vista. A sus ojos, es un diamante en bruto que no quiere ceder a nadie; tal como le ocurría con Viktor.
A pesar de extrañar a su abuelo; se acostumbra rápidamente al apartamento y a su presencia, el cual inclusive tiene una cama de más para cuando su madre fuese a visitarle o cuando su abuelo lo hiciera.
Yuri continua la escuela sin tanto entusiasmo como hace un par de años atrás, pero sigue dando lo mejor de sí, ya que es la promesa que le hizo a su abuelo; le deja patinar si mantiene sus calificaciones en alto.
Pero a pesar de que parece el niño más brillante a la vista del resto; el afortunado que tiene un gran futuro, Yuri se siente muy solo.
Tiene a su abuelo y a Yakov. A veces a Viktor, cuando éste le saluda y le aplaude los progresos.
No tiene ni un amigo de verdad.
Llega a casa y le cuenta su día a su actual tutor; pero se guarda las angustias y lágrimas para su tigre de peluche.
Yakov descubre eso al poco tiempo, sintiéndose realmente angustiado por él. No es un secreto que, lejos de lo que había sido dos años atrás, Yuri no pudiese llevarse bien con gente de su edad.
Le molestan los niños porque le contradicen o se burlan de él cada vez que les afirma que conoce a Viktor Nikiforov; también cuando les dice que será mejor que él.
Su peor conducta la tiene con las mujeres. Y no tiene ni que preguntarle porqué aquella vez tomó el cabello rubio de una de sus compañeras y lo mojó en pintura.
Tiene una gran bronca con ellas.
La maestra le contó que ella había cometido el "pequeño error" de decirle que sus padres no le querían porque jamás le buscaban en la escuela, y Yuri reaccionó violentamente a ello, dejándole el cabello un desastre al igual que su ropa.
Y así era cada vez que le decían algo que le lastimaba. Golpeaba, gritaba y pateaba las sillas y las mesas, para luego llorar en la soledad de su habitación.
Le sacó de la escuela cuando no dejó de pedírselo en lágrimas por toda una noche luego que se burlaran de la forma que estaba tomando su cuerpo a medida que crecía.
Y él no lo entiende porque alguien le trataría mal, si a pesar de su temperamento, es un niño dulce y lleno de ideas para compartir.
Pero la envidia se las cobra de manera dolorosa y él no puede hacer más que cumplirle el pedido.
Alina llama de vez en cuando, generándole cierta congoja. El menor atiende el teléfono todo ilusionado y habla sin parar, diciéndole todo lo que hace en sus días y como se lleva con su nuevo tutor.
Ella había estado relativamente de acuerdo con cederle cierto derecho sobre Yuri, firmando los papeles que le autorizaban a sacarle del país con fines profesionales y tenerle viviendo bajo su techo.
Un fin de semana largo, Nikolai decide pasar de visita, asegurándose de ir a la pista para ver si progreso. En un momento de receso, su corazón se apretujó al verle deslizándose solo, concentrado en no fallar.
La imagen le entristece porque a su alrededor, los niños están en grupo, riéndose y jugando entre ellos.
—No quiere hablar con los niños... dice que no le agradan—comienza el entrenador.
Su soledad es dolorosa, pero le da la ventaja de ser el mejor entre las personas de su categoría. Él sabe contar una historia con cada movimiento.
—Una persona creativa precisa estar en soledad la mayoría del tiempo. Necesita estar con él mismo y conocerse... pero no en exceso.
Asiente a su lado y se siente levemente más tranquilo al ver cómo el joven Viktor va a hablarle, robándole chasqueó molestos y sonrisas escondidas en un ceño fruncido.
—Pensándolo bien... ya es hora de iniciar con clases de baile.
Ha pasado un tiempo; tres años exactamente.
Su madre había vuelto cuatro veces, llevándole regalos y contándole de sus viajes y audiciones. Aún así, no duraba más de un mes a su lado, rompiéndole un poco más el corazón.
Se había sentido realizado cuando ella llegó la primera vez a visitarle luego de comenzar a vivir con Yakov y pegó el grito en el cielo al enterarse de todo lo que ocurrió en su ausencia.
Le felicitó y le dio muchos besos, alzándole entre sus brazos como cuando era un bebé. Y él se aferró a ella, otra vez.
Eso no pareció ser suficiente, porque desapareció cuando fue convocada por aúna audición, haciendo que su tutor se tragara las opiniones y Yuri la amargura. Solo podía desearle suerte y hacerle prometer cosas que no cumpliría.
Se perdió su cumpleaños número nueve. También el número diez.
Mientras tanto, su entrenamiento era riguroso y como si fuese poco, también tomaba clases de ballet por exigencia suya. No le molestaba del todo bailar, pero a veces no tenía ganas de hacerlo.
Habían llegado nuevos compañeros y otros se habían ido ya que había oído decir, que algunas personas no soportaban el duro ritmo de ese lugar. Y otros, no encontraban lo que buscaban.
Algunos precisaban cambiar de entrenador cuando no se sentían complementados por éste, cosa que a él no le pasa.
Se entiende bien con Yakov... las veces que no se sacan de quicio el uno al otro.
Al mayor le enoja que el ruso no escuche sus indicaciones y a Yuri le molesta que le den ordenes si no vienen de su abuelo. Tienen un temperamento agresivo y viven a los gritos, más aún al verse las caras durante todo el día.
En resumen, nada ha cambiado lo suficiente en esos tres años; sigue sin hablar con nadie mas que los dos mayores y a veces, con Viktor.
Se niega a estar en grupo si no es necesario; hasta el momento no hubo necesidad de integrarlo.
Claro que eso fue hasta que Yakov decidió que era hora de que Yuri aprendiera a soportar las multitudes y se empeñara a trabajar en equipo. Lo maldijo mil veces en su cabeza.
Lo obligó a meterse en las clases de ballet del curso de verano, en el de novatos para ser más exactos, prohibiéndole volver al hielo hasta que no lo finalizara.
—No me meterás en ese estúpido curso de verano, ¡quiero vacaciones!—gruñe el menor.
— ¡Yurotchka cuida el vocabulario hacia tus mayores! ¡Te meterás en ese curso quieras o no!
— ¡¿Y eso por qué?!— grita enojado.
—¡Pues porque yo lo digo, obedece a tu entrenador crío insolente!
Esas discusiones son el pan de cada día, generándole estrés al pobre hombre que ya no sabe como hablar con el tornado ruso que tiene como pupilo. Al demonio, que Nikolai se hiciera cargo de eso. Si bien con los años Yuri había dejado su desconfianza hacia él, sigue sin conseguir que acate ciertas ordenes. Sin embargo, si su abuelo le pide que camine descalzo sobre carbón caliente con una boina rosa en la cabeza, lo hace sin discutir.
Al día siguiente, el menor se disculpa y acepta el curso a regañadientes. Ríe internamente al saberse salido con la suya y agradece que Nikolai hablara con el niño aunque fuese por teléfono.
Cuando la hora de tomar el curso llega, Yuri se para adelante de todo, importándole muy poco si alguien quería estar en su lugar. Que se jodieran, si alguien se le acercaba le daría una patada o probablemente le empujaría. Cuando la sala se comienza a llenar, trata de hacer oídos sordos a los murmullos que siempre le ponen de mal humor.
Es imposible, llega a no comprender porque le cuesta tanto soportar al resto, en especial a las mujeres.
No soporta escucharlas hablar, ni tampoco ser comparada con una.
Él es un chico y nada más. Nadie dirá lo contrario.
Las posiciones le salen casi por instinto y con una gracia envidiable, también se queda mas tiempo que los demás bailando para no cruzarlos por los pasillos a la salida. No los soporta, no quiere cruzar ni una palabra.
Mientras ejecuta los pasos y cambia de posición, tiene la mente enfocada en sus metas. Si se intenta concentrar demasiado en los pasos que ejecuta, se termina equivocando; Yuri no es una persona que pudiese hacer las cosas por automatismo, necesita siempre pensar más allá.
Por ejemplo, en la sonrisa orgullosa de su abuelo y el plato de piroshki que le esperaría en casa si terminaba el curso a la perfección.
Así transcurre el mes, sintiendo una pequeña victoria en su interior, no solo por haber mejorado, si no por poder estar en la misma habitación con otras personas sin pelearse con nadie. Se anota dos puntos mentales y se alegra pensando lo orgulloso que su abuelo estará de él.
Al pasar el curso, obtiene sus prometidos piroshki y la sonrisa orgullosa de Nikolai. Está tan feliz que podría llorar; más aún cuando su abuelo le tendió una bolsa con un moño de regalo, regalándole una chaqueta de edición limitada que había visto en televisión y de la que se había enamorado por completo. Salta a sus brazos agradecido y deja muchos besos en su mejilla.
No solo por esa chaqueta, si no por todo lo demás.
Se promete a sí mismo que trabajará duro para poder darle a su abuelo la comodidad que tanto merece y ser muy famoso, así su madre no necesitará trabajar más tampoco y se quedará junto a él para siempre.
Feliz Halloween burbujitas y Feliz Bekacumpleaños también.
¿Qué les pareció el capítulo?
Yo sé que odian a Alina. Lo sé. Yo también la odiaba mientras la escribía, pero tenía muchas ganas de escribir la relación complicada que tienen. Y más adelante se pondrá mucho mejor u.u
Otro dibujito de Otayuriangel ♥:
En fin, en unas horas subiré el próximo capítulo de este día por el cumpleaños de Bekita, así que espero les agrade❤️
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