iii.Ballet.
—¡No veo limpieza en esa pierna, Otabek! Desde cero— se apoya sobre sus rodillas y limpia el sudor de su frente con el antebrazo.
Luego de aquella noche, su entrenador cumplió la promesa que les había hecho.
Las primeras competencias en las que participó eran locales y en otras ciudades de su país, eventos pequeños que le servían para ganar reconocimiento, o también participaba en actos de apertura o de cierre con otros niños de su edad que no llegaban a su nivel.
No era como si los cuentos de hadas existieran; lo que Anara podía pagar no alcanzaba ni para la mitad de lo que costear su carrera significaba. Ella se ofreció a hacerle cada traje y a ahorrar para sus patines. De momento debía usar los del club, que a pesar de no estar tan mal, no podía seguir ocupando. Son exclusivos para emergencias y por lo tanto no le permitirán llevarlos a sus próximas competencias.
Serik tuvo que hablar con auspiciantes y dueños del lugar para que le den la posibilidad de seguir entrenando allí, puesto que la carrera es demasiado costosa. El entrenamiento cardiovascular continuó en casa y en aquel establecimiento, bajo la estricta mirada del adulto.
Tienen demasiado en juego. Y ambos cargan con demasiada presión como para permitirse descansos.
En algún momento con el pasar de los meses, las vacaciones se terminan y el menor regresa a las clases con Tata mientras intenta no descuidar sus entrenamientos. El amable anciano pasaba mucho tiempo cuidando a Aruzhan cuando ellos no estaban, sintiéndose feliz de tener con quien convivir luego de tantos años de soledad.
Tata le contó que está solo hace quince años. Sus hijos no le visitan y su mujer ha fallecido, por lo cual adora pasar tiempo con la familia Altin. Y él no tiene abuelos, así que le había dado aquel titulo bien merecido, poniendo lo mejor de sí mismo en sus clases particulares.
Su madre tuvo un golpe de suerte y consiguió un mejor trabajo, con mejor paga que los otros dos anteriores y con horarios más flexibles que le permiten llegar a la casa al atardecer.
Las cosas comenzaron a marchar mejor y eso alivia bastante su carga, ya que significa un peso menos para sus espaldas.
Los años pasan, seis para ser exactos. Otabek ha crecido y ganado fuerza, permitiéndose saltos más complejos y algunas medallas de oro.
Su poder de observación le permite notar que Serik se sobre exige, dejando pasar el almuerzo para poder atenderle correctamente. El mayor tiene detalles muy significativos hacía él, que no puede dejar pasar de largo.
Se asegura siempre de que los patines estén bien atados, que desayune bien cada mañana, que su estado de ánimo se mantenga en la cima a pesar de cada fallo. Le explica las cosas todas las veces necesarias e intenta amoldarse a sus gustos y ritmos, generando una amistad muy particular.
Se siente enormemente cómodo a su lado y no tiene nada de que quejarse.
Pero si hay algo constante en su vida que parece no tener fin.
Su inmensa sensación de soledad.
A pesar de tener a su madre, a su hermana, a Tata y a su entrenador, no puede evitar preguntarse qué se sentiría tener un amigo de su edad.
Su madre le repite que intente llevarse mejor con los niños. Le promete que no será tan difícil para él esa vez ya que ahora tiene algo en común con ellos; el patinaje.
Le aconseja que cuando se sienta cómodo, inicie plática con ellos acerca de lo qué hacen, que la charla surgirá con naturalidad.
Eso hizo a las pocas semanas. Había observado a un grupo de tres niños, los únicos que parecían de su edad y se decidió a hablarles.
Es fácil pensarlo, pero no hacerlo. Tiene miedo de hacer el ridículo y no sabe tampoco por dónde empezar. Entre suspiros resignados y las palmas sudorosas de sus manos, sigue entrenando sus saltos, emocionándose cuando clava uno con perfecta rotación y aterrizaje impecable.
Su entrenador le grita una felicitación seguido de un alegre aplauso, concediéndole unos minutos libres para repasar aquel giro mágico en su mente y recordar cómo había hecho para que saliera así de bien.
—¡Eso fue súper! ¿Cómo te llamas?
Casi da un respingo al escuchar una voz desconocida tan cerca suyo. Aquellos niños se le acercaron con admiración sin que él tuviese que hacer nada.
—Otabek.
Esa fue su seca respuesta. Entró en completo pánico y siquiera tuvo la cortesía de preguntar sus nombres ni agradecer aquel reconocimiento. Se regaña a sí mismo mil veces en su mente y espera impaciente algún silencio incómodo que jamás llega.
Ellos continúan hablando e integrándole a la charla mientras él asiente cohibido y con el rostro serio.
Se siente desganado. Si bien le habían puesto atención y le habían felicitado por su habilidad con las piernas, no se siente nada cómodo estando con ellos. Y cuando se siente incómodo, solo opta por dar la espalda y salir de allí para continuar su entrenamientos sin distracciones.
—Así nunca tendré amigos.
Su murmullo se pierde entre el sonido de su deslizamiento, pero hace eco en su mente durante el resto de la tarde.
No tiene ganas de ir a su hogar y tener que contarle a su madre aquel fracaso. Le da vergüenza.
Pero realmente no tiene de otra. Serik es quien le lleva a su hogar en auto y hasta se queda a cenar muchas veces, ya que a su madre le parece una forma de retribuirle un pequeño pedacito de todo lo que hace por ellos.
Él realmente quiere tener a alguien con quien compartir gustos, charlas y miradas nocturnas a las estrellas. A alguien a quien contarle como se siente y con quien poder estar en silencio y sentirse a gusto. ¿Por qué es tan difícil?
Tal vez es él quien está dañado. Por ahí su padre le rompió tanto el corazón que había quedado defectuoso. ¿Acaso es eso posible? Podría preguntarle a su madre cuando llegue a casa.
Y aunque las preguntas curiosas son normales en los niños, Anara deja caer un silencio de espanto durante la cena al escuchar tal pregunta —¿Por qué dices eso? Tú corazón no está defectuoso, cielo...
—Nadie es para mí y yo no soy para nadie— inclusive su pequeña hermana había dejado de balbucear al escucharle tan triste—. Tal vez papá se llevó parte de mí cuando se fue y por eso no puedo encontrar a nadie que me entienda.
Esos arranques de tristeza se hicieron bastante comunes en el pequeño kazajo, generando gran preocupación en los adultos.
A pesar de que los niños no son malos con él, le cuesta enormemente abrirse a ellos o fingir interés. Son como grises, dice. Ese es el color que todo tiene cuando se trata de gente de su edad o más pequeña; le aburren o irritan por razones que no puede comprender, generando que se aleje de ellos cuando tiene oportunidad.
Ofuscado por aquellos problemas sin sentido, enfoca su mente completamente en su deber, el cual es cumplir con las expectativas de la federación.
Su régimen de entrenamiento se volvió más exhaustivo, agregando ejercicios aeróbicos durante al menos veinte a treinta minutos; entrenamientos a intervalos de unos quince a veinte minutos, intercalando periodos de actividad aeróbica con intervalos de actividad anaerobica.
Aquel entrenamiento sirve para disminuir la acumulación de ácido láctico en los músculos y acelerar el periodo de recuperación tras la actividad de alta intensidad; Serik se lo repite cada vez que le ve quejarse por tener que hacerlo.
"—O lo haces, o te terminarás lesionando o desgarrando un músculo." Solo con eso logra convencerle de callarse quejas y continuar.
Y luego está lo que más odia; los ejercicios de flexibilidad. Debe realizarlos antes y después de patinar sin excepción. Su entrenador le recomienda hacerlo también en casa e intentar acostumbrarse lo más posible.
Y también está aquel pequeño asunto que de tanto mal humor le tiene. Le exigen obligatoriamente sesiones de pilates o ballet.
No le hace mucha gracia el ballet, realmente no lo ve como algo en lo que pudiera desarrollarse con facilidad.
Le discutió varios meses al mayor que no quería saber nada acerca del asunto, que habían otras variables; pero este insistía que el ballet iba a añadirle mas gracia a sus movimientos y le daría mejor control en la secuencia de pasos debido al estricto entrenamiento que requería.
No tenía pensado cambiar de opinión hasta que comenzó a ver vídeos de competencia en parejas o en solitario. Él no puede estirarse así ni tampoco doblarse de esa manera tan exagerada. Acepta con mucha resignación que necesita aprender eso y mucho mas si quiere llegar al podio y comenzar a saldar su deuda.
No ve mas salida que aceptar, preguntándose al mismo tiempo, ¿Cómo harán en casa para pagar una clase más?
Para su mala y buena suerte, encuentran la forma en que puede iniciar con clases de ballet.
Le dicen que su estiramiento es deficiente, así que tiene que iniciarlo todo de cero.
Las clases con aquella mujer le ponen de mal humor, porque realmente no se halla cómodo bailando eso. No es como si no le gustara, al contrario.
Otabek tiene gran respeto por aquellas personas que logran dominar aquella danza tan compleja; pero no espera ser uno de ellos.
Aún así se esmera por hacer todo lo posible y mejorar, frustrando a su profesora que no comprende porqué le cuesta tanto.
Se cambia de lugar cuatro veces y nadie tiene la paciencia suficiente para enseñarle, sin encontrarle ni talento ni gracia.
Serik comenzó a exasperarse al no encontrar ningún estudio decente (pero no tan costoso) donde llevarle. No quiere gastar dinero en algo que no valdrá la pena y estaba despilfarrando demasiado en sus intentos. Su pupilo comienza a frustrarse y a perder el interés por el baile; por lo cual debió comenzar a investigar más allá.
La solución le llegó vía mail una mañana cuando ordenaba algunos permisos para las próximas competencias de algunos de sus alumnos. Después de todo, Otabek no es su único estudiante.
Luego de consultar por la computadora algunas dudas, requisitos, precios y horarios, sonríe conforme, esperando que Anara no pegara el grito en el cielo por la decisión que había tomado sin avisarle nada.
—¡¿San Petersburgo?!—Hiperventila la señora Altin, casi saltando de la silla. La fémina menor mira todo sin entender, jugando con su comida. —¡eso ni siquiera queda en este país!—continúa casi haciendo un escándalo.
—Bueno, no esperaba que te lo tomaras con paz y amor—ríe el entrenador, que ya tiene confianza suficiente con la mujer después de esos años viéndose todos los días—. Pero no será por mucho tiempo; solo un par de semanas que dura el curso de verano, es el mejor qué hay.
— Pero... Yo no podré acompañarlo, no puedo dejar mi trabajo tanto tiempo y no puedo darme el lujo de perderlo—dice preocupada, calmándose y sirviéndole otra porción de comida a su hija, que está sentada a su lado.
—Yo iré con él— ella suspira en desacuerdo—; no lo perderé de vista. Otabek necesita esas clases. No será el único estudiante que llevaré.
A todo eso, el pequeño kazajo no decía ni una palabra y se quedó mirando el plato de comida sin tocar. Su madre lo nota luego de unos minutos discutiéndole al aire.
—Otabek, cariño, ¿ocurre algo?—le pregunta arrimándose un poco a la mesa para levantar suavemente la cara de su hijo y mirarlo a los ojos. Se sorprende al verlos decaídos—. Cariño no tienes que ir si no quieres — dice ella rápidamente, increpando a Serik—. Es muy lejos y él es muy pequeño... jamás nos separamos durante tanto tiempo.
—Si quiere llegar a la cima va a pasar por esto muchas veces. Viajará mucho y será por meses; será mejor que se acostumbre al ritmo— le recuerda—. Tú sabías esto cuando decidí entrenarlo.
—Puede tomar clases aquí; no quiero que vaya. Es solo un niño.
—Ya tiene trece años y yo estaré con él todo el rato...
Mientras los mayores discuten sobre quien tiene la razón, Otabek enfoca la vista en su hermana.
Había crecido mucho; con sus ahora siete años, es una niña hermosa. Está sentada diagonalmente a él, mirando la discusión con sus enormes ojos color chocolate.
Para tener esa edad, también es una niña muy callada, justo igual que él. Tuvo suerte de poder asistir a la escuela como una niña normal, pero también tiene las mismas dificultades que él a la hora de socializar.
Al parecer Aruzhan siente su mirada, porque de inmediato voltea a verlo para regalarle una sonrisa con una mirada llena de determinación. Tienen un vínculo tan profundo que ella sabe las preguntas que rondan a su alrededor, como si estuvieran escritas en el aire y solo ella pudiera leerlas; así como él puede leer la respuesta a las mismas a través de sus miradas, sonrisas y otros gestos.
—Iré. Definitivamente iré— dice ante la mirada aterrada de su madre y la victoria en el rostro de su entrenador, que siempre se sale con la suya. Mientras el hombre lo felicita y su madre está al borde de las lágrimas preguntándole si está seguro, se permite dudar.
No es hasta que ve como la sonrisa orgullosa de su hermana se ensanchaba y sus ojos brillan, que sabe que ha tomado la decisión correcta.
Su entrenador había conseguido cupo para poder ingresar al curso; ni bien las inscripciones estaban abiertas, la página colapsó.
Empieza en una semana y eso le da sentido a porqué la gente está tan desesperada por formar parte. Es verano.
La intensidad del entrenamiento y la cantidad de tiempo dedicado a la práctica en la pista de hielo y fuera de ella, depende de la época del año, además de la edad, el nivel y objetivos del patinador.
El final del invierno y la primavera se dedican al descanso y al aprendizaje de elementos y programas nuevos, mientras que el periodo de entrenamiento y preparación mas intenso es en verano.
Durante esa semana, entrena todos los días, cuatro horas en la mañana y otras cuatro más en la tarde, increíblemente, por voluntad propia. Tiene exámenes en la escuela, así que cuando no entrena, se la pasa estudiando con Tata.
No ha vuelto a la escuela porque había comenzado a viajar cada vez más, quedándose sin nada de tiempo para asistir.
Para su mala fortuna, su entrenador le prohíbe tocar el hielo durante dos días antes de viajar, para que descanse, ya que el entrenamiento que le espera es intensivo y de muchas horas. Aún así le recomienda realizar los estiramientos correspondientes, consejo que Otabek sigue sin reprochar.
El problema no es no patinar, si no que su cabeza no logra estarse quieta. No puede dormir porque lleva todo el día pensando en ese viaje. Está nervioso.
Es decir, no quiere sonar como un bebé, pero jamás se había alejado tanto de su familia. Puede ser maduro, pero no deja de ser un niño.
Ha viajado un par de veces para alguna que otra competencia; pero aquello duraba solo un par de días. Ahora, serían dos semanas y muy lejos de su casa.
Teme que algo pase en su ausencia o no resistir la distancia y volver corriendo a los brazos de su familia. También teme no acostumbrarse a los estrictos rusos durante las clases, generándose estrés en base a aquellas inseguridades.
La noche anterior al viaje luego de cenar, Otabek se dispone a preparar su equipaje en lo que su madre lava los platos. Aruzhan está sentada a su lado, mirando las cosas que su hermano mayor empaca.
Ellos se parecen en muchas cosas; como en el ojo de águila que tienen.
Pueden descifrar muchas cosas con solo una mirada; ella misma puede notar lo nervioso que su hermano mayor se encuentra.
Cuando termina de empacar y se dispone a cerrar la maleta, la mano de su hermana lo detiene antes de que mueva el cierre.
Voltea a mirarla, para ver como ella le extiende un oso de peluche de un marrón suave, con un lindo moño celeste en el cuello. Él sonríe y lo toma para mirarlo con más detalle. Recuerda el día en que lo obtuvieron.
Fue la primera vez que la familia pisaba un centro comercial. Su entrenador les había llevado a dar un paseo para festejar la primera medalla de oro de su pupilo favorito.
Nunca había pisado un lugar tan limpio y lujoso en su vida y se sentía pequeño allí. Recorrieron varias tiendas, curioseando las prendas y pensando en la película que acababan de ver en el cine.
En un momento, su madre pasó a los baños, confiándole su bebé a Serik.
Al no sentirse cómoda en aquel lugar con tanta luz y ruido, había comenzado a llorar.
Serik no tenía hijos y no sabia como calmar a la pequeña, así que miró desesperadamente al niño que tenía al lado, suplicando por ayuda con los ojos. Lejos de de enojarse, Otabek sonrió un poco, causándole gracia que un adulto no pudiera con una bebe tan pequeña.
—No te burles de mí, ¡contigo se porta bien!
Él se alzó de hombros, negándose a cargarla. Llevaba un helado en su mano y Aruzhan no dudaría en poner sus manos en ese, no solo arruinando su postre, si no también ensuciándose toda.
Ignorando las quejas del adulto, pudo divisar una máquina de peluche a lo lejos, donde un niño se enojaba al no poder tomar el peluche que quería y se ponía a llorar, siendo alejado de la máquina por mano de su madre.
Antes de que el mayor tuviera oportunidad de preguntar nada, ya estaba frente a esta, mirando cuál de todos podría intentar sacar. El oso de peluche era el que se veía menos atascado, así que iría por ese.
Tomó las fichas de juegos que le habían sobrado de hace unas horas y comenzó a jugar, calmando a su hermana que miraba entretenida las luces de colores y la cantidad de juguetes, aún en brazos de Serik.
Le tomó siete fichas, pero al fin pudo obtenerlo. Sonrió genuinamente por su logro, notando que su madre ya estaba con ellos de nuevo y la más pequeña reía, extendiendo sus manos hacia el juguete.
Luego de dárselo, lo apretó con sus pequeñas manos y metió la oreja en su boca, babeándolo un poco. Nunca pudieron quitárselo de encima desde ese entonces. Ese fue el primer regalo que Otabek pudo hacerle a su hermana."
Sonríe ante el recuerdo, pasando su mano por el aún suave pelaje artificial. Su hermana suele cuidar mucho sus cosas, tal como le había enseñado.
La mira y ella asiente con una sonrisa para luego darle un apretado y largo abrazo. En su idioma eso significa que va a extrañarlo mucho y que cada vez que se sienta solo, debe abrazar el peluche para recordar que lo esperan en casa.
Desde el marco de la puerta, su madre mira todo con una sonrisa.
La despedida fue larga y emocionalmente cansadora para el kazajo, que ni bien se sentó en el avión se quedó profundamente dormido.
Despierta cuando ya han llegado, ya que después de todo sólo estaba a cuatro horas de viaje en avión.
Al salir del aeropuerto se dirigen directamente al hotel a ordenar las cosas y a organizar bien la agenda. Para su lamento, no tocaría la pista hasta volver a su país, cosa que lo tiene bastante angustiado. Serik quiere que enfoque todo su rendimiento en el ballet y definitivamente hará su mejor esfuerzo.
No quiso hacer turismo ni salir a comer. Miró televisión todo el día además de hacer sus respectivas elongaciones. El mayor ya está acostumbrado a ese comportamiento así que simplemente se dedica a encargarse de los otros dos estudiantes que habían viajado con ellos, los cuales parecen llevarse muy bien entre sí y no pierden la oportunidad de salir a recorrer todo lo que pueden.
Al día siguiente, luego del desayuno, emprenden al lugar por el cual fueron hasta Rusia. Hay más niñas que niños y todos mayores que él, o al menos, son más altos. Serik lo había anotado en el grupo donde hay más niños de su edad.
Y así sin más, comienzan. Les hacen elongar apropiadamente y ponerse en posición en la barra para comenzar la clase.
Comienzan con plies en primera posición. Segunda. Tercera. Cuarta. Quinta.
Cuando lo habían repetido las veces suficientes, la profesora pone la música y cuando ella aplaude, cambian de posición.
Así continúa la clase, con nombres que Otabek jamás había escuchado ya que encima estan en francés; a pesar de que había tenido clases antes, no sabe mucho de ballet.
Después de escuchar infinidad de veces la palabra plié, piqué y relevé y no sabe que demonios mas, la profesora se acerca a él para saber qué ocurre que no puede seguir la secuencia de pasos básica al ritmo de los demás. Descubriendo así que su entrenador, brillante como él solo, lo había anotado en clases avanzadas con unos niños que hacían ballet desde que tenían pañales.
Fue así como lo trasladaron a la clase de novatos del otro salón.
El grupo de inexpertos en el que está Otabek ahora... no es inexperto en absoluto. Sí hay algunos niños que no pueden seguir el ritmo al igual que él, pero son menores por dos años y tiene más sentido que no les salga. Él tiene trece y no logra mantener una posición por más de dos segundos sin perder el equilibrio.
La rapidez y concentración que requiere el ballet, sumada la música, le está dando dolor de cabeza. Agradece a los cielos estar en el fondo del salón esa vez, así nadie ve como hace el ridículo.
Así fue la primer semana. Practicaba en el hotel cuando volvía de las clases; se esforzó al máximo para tratar al menos llegar al nivel inicial. Tiene una elongación básica, aun así más que la de un niño promedio, pero no la suficiente. La clase de novatos la dirige una mujer muy estricta y que el mismo Yakov Felstman, mejor entrenador de Rusia, vigila cada clase.
Tiene entendido por las dos compañeras que susurran adelante de él, que el entrenador está allí por un alumno especial que está a su cargo, teniendo que arreglársela para también seguir apoyando al resto de sus pupilos. Eso le genera una chispa de curiosidad, pero no la suficiente como para preguntarles. Además estando al final de la barra no logra ver quienes están adelante, ni tampoco le importa lo suficiente.
Hasta que llega el maldito y a la vez bendito día en el que Otabek llega mas temprano. La posición en la barra depende siempre del horario de llegada y él acostumbra a llegar un par de minutos tarde para no tener que ir adelante. Ese día su entrenador le comenta que no podría quedarse a ver la clase porque tiene una reunión de urgencia no muy lejos de ahí; dejando a Otabek en la academia mas temprano que de costumbre junto con sus otros dos compañeros.
Una vez que Serik se va, piensa hasta en esconderse en el baño con tal de no ir adelante. Yakov le intimida y no se siente seguro de sus movimientos: pero también sabe que él no es ningún cobarde y que una clase adelante no le matará. Así que se viste y se posiciona en la parte delantera de la barra izquierda, esperando a que lleguen los demás. Diez minutos después, ya casi todos están en la sala y la clase está próxima a comenzar.
Al ser una persona introvertida, ni siquiera se gasta en echar una ojeada a los demás alumnos. Cuando Yakov y la profesora llegan, todos toman posición y comienzan. Al llevar semana y media entrenando inclusive fuera de la clase, logra hacer las posiciones básicas y seguir el ritmo lo suficiente para que no le corrijan la postura. El problema comienza cuando comenzaron a variar los pasos y agregaron cosas nuevas que nunca había hecho antes.
Puede sostenerse unos segundos con algunas y lo corregían. "El brazo más elevado", "la pierna mas alta".
El arabesque es la posición del infierno. Se apoya sobre sus rodillas y mira hacia atrás como el 85% de la clase no logra sostenerse, al igual que él.
Es normal, es la primer clase que realizan esa posición que a pesar de ser básica y parecer fácil, requiere concentración, más aún cuando debes intentar soltarte de la barra y sostenerte por ti mismo.
Cree conocer el odio a la vez número veintidós que intenta hacerlo y parece ser la primera. Hasta que por puro instinto, sostenido sobre sus rodillas por el cansancio, mira hacia la barra contigua a la suya.
Jura que la música se detiene y que los aplausos secos de la profesora se han congelado en el tiempo.
A su costado hay un niño rubio y blanco como la nieve, haciendo un tercer arabesque como si fuese lanzar una carcajada luego de un buen chiste. Lo hace como si hubiese nacido sabiendo; teniendo un don.
Elongación envidiable y postura perfecta.
Y no solo eso; puede jurar y reafirmar que ese niño tiene los mas hermosos ojos que ha visto en su corta vida.
No sabe cuanto tiempo pasó mirándole; se sintieron como segundos y horas al mismo tiempo. Tan ensimismado estaba que le llamaron la atención para que continúe enfocado en la clase. Así se pasaron las horas, mirando al niño de vez en cuando, hasta que la clase finaliza y tiene que volver al hotel con los demás.
Las siguientes clases se encarga de llegar mas temprano que cualquiera, para seguir admirando los movimientos de aquel niño en primera fila, intentando imitarle y tomarle de ejemplo.
Sus movimientos dejan en ridículo al resto de sus compañeros, e inclusive le hace ver a si mismo como un muñeco de madera con articulaciones mal fabricadas.
Y si bien su apariencia es la de un angelito, sus ojos no lo son en absoluto. Puede compararlos tranquilamente como los de un soldado; fuerte, determinado y salvaje.
Decide que a pesar de no cruzar palabras y tener edades diferentes, la fuerte convicción silenciosa de aquel niño le agrada.
Cuando la semana se cumple, vuelve a Almaty con regalos para su pequeña familia, come la comida de su madre con entusiasmo y cuenta un poco como fue su estadía allí.
Cuando termina de acomodar las cosas de la maleta, encuentra el peluche de su hermana. Lo deja en su habitación donde ella ya duerme plácidamente y vuelve a su habitación.
Comienza a pensar en las clases que había recibido, sabiendo que Serik pegaría el grito en el cielo cuando le dijera que no piensa seguir con ello.
El patinaje no puede ser igual siempre ¿cierto? No pueden pretender que sea una copia barata de todo lo que había visto en televisión.
Casi sin quererlo, recuerda la mirada verde determinada y aquella particular manera que tenía de destacar en algo tan difícil. El chico parecía haber tomado aquello, moldearlo hasta el cansancio y volverlo completamente suyo.
Él quiere eso. Quiere algo suyo, algo que nadie más tenga. Destacar a su manera, sintiéndose cómodo y haciendo lo que más ama sin sentir que debe encajar en ningún estereotipo.
Así que esa misma noche lo decide. Forjará su propio camino. Encontrará su estilo, su esencia y lo perfeccionará hasta que nadie tenga que volver a pedirle hacer cosas que no quiere.
Es una promesa.
Perdón si los capítulos no son tan interesantes al principio; apegarse al canon es muy difícil teniendo en cuenta la poca información que hay sobre ellos dos. Prometo que cuando pase el cap de WTTM todo tomara una forma aun mas preciosa. De momento tengo que hacerlas leer las partecitas aburridas u.u
En fin, ignorando mis disculpas; ¿Qué les pareció? Al fin Otabek vio a Yurita. Quise darle otra perspectiva, porque en la edición anterior parecía que Otabek se había enamorado de Yuri a primera vista. Quise hacer algo diferente, haciendo que en realidad le vea como Yuuri ve a Viktor; como una gran inspiración. Mas adelante tendrán mas detalles de porque Otabek se siente tan apegado al estilo de Yurita.
En fin, no las molesto mas y le dejo otro dibujito de @Otayuriangel que se esta tomando las molestias de hacernos un dibujo por capitulo. Es un angelito ♥
Hasta la semana que viene, burbujitas ♥
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