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ii.Yurotchka.

Desde el momento en que abrió sus ojos por primera vez, la enfermera que monitoreaba su evolución a diario supo que no era un niño como cualquiera. Los ojos coloridos abundaban en Rusia, así que no era sorprendente que alguien naciera con ojos verdes.
Pero había algo distintivo en ellos y estaba segura de que no sería la única en notarlo.

Yurotchka Plisetsky había nacido prematuramente a los siete meses de gestación ya que su madre no había sido lo suficientemente cuidadosa durante el embarazo ni había asistido a sus consultas en el tiempo debido.

Luego de pasar demasiados meses en la sala de cuidado intensivo neonatal, al fin le quitaron los molestos cables, el respirador artificial y le vistieron con la ropa diminuta que aún le quedaba grande.

Yuri, por supuesto, no recuerda más de lo que le cuentan. Su primera risa fue cuando salieron del hospital y la nieve tocó la punta de su nariz. Se había movido entre los brazos de su madre con evidente júbilo, generándole a ella una risa tierna.

Y a pesar de no recordarlo, su amor por la nieve no cesó en ningún momento. Es siempre que nieva en Rusia que sus ojitos curiosos se pegan a la ventana mientras extiende sus pequeños brazos al cristal, queriendo tocarla.

Aprende a caminar más rápido de lo esperado teniendo en cuenta lo frágil que se veía al nacer, aprovechando aquella habilidad para pegarse a la ventana cuando comienza a nevar.

No se da siquiera cuenta de que aquel hombre que supuestamente es su padre un día no volvió a la casa. Por lo menos, no se queda más allí.

Se pasa algunas tardes a jugar con él y le trae juguetes, seguramente ropa y alguna que otra cosa que él no sabe qué son. No habla con su madre, solo sonríe al verle a él.

Un día simplemente no vuelve más. Y a él no es como si no le importara, es que al ser tan pequeño su atención se desvía con facilidad. Llora solo las primeras semanas por él y luego comienza a olvidarle, exigiéndole atención a su progenitora.

Ella es preciosa, como las princesas que sus compañeras del kínder idolatran. Todo el mundo le dice que es idéntico a ella y él asiente contento, abrazándola.

Solo son ellos dos, el resto del mundo no existe. Su madre pasa el día completo con él y a veces cose ropa en su máquina de coser que jamás le ve vestir. Es una artista que más de una vez le cosió pantalones para no tener que gastar dinero en comprarlos.

Unos años pasaron y ella se ve cada vez más cansada. Se nota desganada y sin ganas de jugar con él.

Él no entiende mucho.

Una tarde le lleva a la plaza para que juegue un poco, sin tener realmente ganas de hacerlo. Yuri es muy inquieto y suele gritar, haciéndole perder fácilmente la paciencia. A pesar de que le dijeron que podría llegar a desarrollar algún problema pulmonar por sus problemas al nacer, parece tener los pulmones más potentes de toda Rusia.

Allí, el pequeño comienza a arrastrarla a una pista al aire libre porque quiere ver a la gente deslizarse.
Ve niños allí y quiere entrar, tirando de su abrigo y señalándole todo lo que ve.

Cansada y con frío, le dice que no, llevándole al apartamento nuevamente y ocasionando un berrinche imparable por el resto del día.

Yuri no es como los niños que veía en publicidades cuando era mas joven, los cuales siempre están riendo y jugando con tranquilidad. Yuri es bruto y rompe fácilmente sus juguetes. Se ensucia cuando come y es caprichoso, cansándole cada vez con más facilidad.

Llega un punto que solo quiere dormir. No quiere escucharlo más, porque le está volviendo loca. Comienza a ignorarle cuando le agarran sus ataques de llanto descomunal, encerrándose en su habitación y poniendo música. Está segura de que si pudiera pasar unos días alejada de él, se sentiría mejor.

Así que una mañana se levanta temprano y arma una maleta, decidida a tomarse un respiro de aquella vida que no había buscado en primer lugar.
Ella quería ser actriz, desde pequeña. Quería ser reconocida en Rusia por su belleza y talento, y Yuri había entrado a su vida inesperadamente, tirando esos sueños a la basura.

Mira el apartamento desordenado y suspira. Luego de dejarle tendría que ordenar todo ello y realmente no tenía más ganas de hacerlo.

Despierta a Yuri de su profundo sueño, tomándolo en sus brazos y abrigándole bien, mientras acomoda su pequeño bolso echado al hombro. Tienen suerte de no vivir lejos suyo, porque hace terrible frío fuera.

Eso no la detiene. Se encarga de taparle por completo y pegarlo a su pecho, sin retroceder a la decisión que había tomado la noche anterior.
Aún así, entre la fría nieve que les golpea el cuerpo, las manitas pequeñas de su hijo se aferran a sus costados generándole cierta sensación culpa en el pecho que casi la hace pensárselo nuevamente.

El caso es que le ama. Pero no está lista para él y jamás lo había estado.

Al llegar a la casa de su padre se aguanta la mirada dura que puso sobre ella, sabiendo que era una de las consecuencias que debía afrontar por su egoísmo.

—¿Estas segura de lo que estás haciendo?

—Sí... es lo mejor para él.

La estufa está encendida y los muebles en el mismo lugar que siempre. Todo huele a infancia para ella haciendo que, a pesar del semblante de su padre, se sienta ligeramente reconfortada.

—No, es lo mejor para ti— le regaña—, ¿has pensado en cómo se lo dirás?

—No— se apresura, dejando su café a un lado—. No puedo seguir así. Esto fue un error...

Nikolai golpea duramente la mesa haciéndole callar, como lo hacía cuando era una niña y se comportaba mal.

—¡Mi nieto no es ningún error!— endurece la voz e intenta mantenerse lo más calmado posible, ya que no quiere que el pequeño que juega en la sala de al lado se preocupe—. No te he pasado dinero para nada, Alina. La única razón ha sido Yurotchka; si te vas, te valdrás por ti misma.

—Es la idea. Te devolveré cada centavo—él niega secamente ante aquella frivolidad.

—No quiero el dinero. Quiero a mi nieto feliz.

—Lo será contigo— vuelve a apresurarse, sabiendo que si le convencía, su vida estaría solucionada—. Es una decisión tomada.

—Entonces, buena suerte. Ve a decírselo tú.

Ella le mira algo intimidada y juega un poco con su taza aún caliente, queriendo aplazar un poco más el momento antes de que Yuri comience a gritar y llorar otra vez.
Toma una gran bocanada de aire y no se atreve a mirar a su padre cuando se levanta, sabiendo que se echará atrás si le mira con tal decepción otra vez.

Se asoma a la puerta y le encuentra sentado tranquilo en la alfombra, con el gato horrible de su padre que siempre odió por ser tan arisco. Al parecer se llevan bien, porque su hijo le acaricia paciente mientras termina de pintar un dibujo con las crayolas que empacó en su mochila.

Se acerca y le hace un gesto de desagrado al animal que se aleja al verla a ella; hincándose al lado del pequeño para llamar su atención.

—Yuri— le llama—. ¿Estás divirtiéndote?

Él no despega la vista de su hoja colorida y sonríe, tomando la manga de su suéter y tirando de esta para que viera lo mismo que él.

—¡Sí! Mira, mamá...

—Muy lindo— le echa una vaga mirada y mira el reloj, sabiendo que si no se apresura, corría el riesgo de perder los pocos trenes que quedan debido a la tormenta—. Escucha, cielo... mamá debe hacer un viaje.

—¿A dónde?

—Lejos...— murmura, ganando completamente su atención—. Te quedarás con tu abuelo.

—¿Lejos?

—¿Te agrada el abuelo?— le distrae ella, lo cual le es respondido con un asentimiento confuso—. Entonces estarás bien.

—¿No puedo ir?

—No, es... un viaje muy largo que me tomar muchos días. Si vienes te puedes enfermar.

—¡No me enfermo! ¡Soy muy fuerte!— ella le sonríe tenuemente y comienza a sentir la culpa pesándole en la garganta.

—Te quedarás igual, ¿sí? Tienes que prometer portarte bien— él asiente agachando la cabeza y quedándose quieto largas segundos, meditando en silencio.

Alina se abriga bien sin cruzar palabra con su padre y manteniendo los ojos en sus propias maletas. La sensación de ahogo la está matando y necesita salir de allí lo antes posible. Las manos le tiemblan en tanto acomoda su bufanda, pero se detiene repentinamente cuando siente a su hijo aferrarse a la punta de su largo abrigo.

—¿Puedo ir?

—¿Me quieres ver subir al tren?— intenta sonar lo más tranquila posible para no alterarle. Éste asiente, decidido a pasar todo el tiempo posible con ella—. Vamos, entonces.

Nikolai se abriga en silencio y se encarga de llevar la maleta hasta su viejo auto, mientras su hija le arropa bien y con paciencia.
Se toma aquel momento para repasar su rostro pálido, antes de que los diversos abrigos terminaran de taparle por completo.

Yuri está en completo silencio, jugando con una hilacha rebelde en sus guantes de lana y sin ponerle atención. Eso le duele, pero no reclama en absoluto, terminando su labor y llevándole al auto.

El viaje no dura demasiado y el ruido que hace el auto se encarga de tapar el incómodo silencio entre los adultos. Yuri no hace más que ver la nieve que cae por la ventana, aferrándose al abrigo de su progenitora.
En su mente infantil intenta comprender lo que esta ocurriendo, pero por alguna razón, no puede decir ni una palabra. No grita ni patalea siquiera cuando, parado en el andén del tren, la ve partir sin darse vuelta a saludarle una última vez.

El camino de vuelta se hace en silencio. Han estacionado el auto un par de cuadras atrás porque no había suficiente lugar por allí cerca, así que toma la mano de su abuelo y se deja guiar sin preguntas, escondiendo sus ojos irritados bajo la bufanda que su padre le había regalado.

Alina prometió que volvería, que no tenía realmente pensado abandonar a su hijo del todo.

No llama todos los días, si no una vez por semana, donde el menor le cuenta todo lo que aprende en sus clases durante horas, preguntándole al final de todo cuando volvería. Ella insiste en que aún le queda mucho por hacer y cuelga, generando suspiros que ningún niño debería tener.

Por otro lado, su abuelo es amable y divertido, siempre intentando jugar con él cuando no tiene que ir a trabajar. Cuando él mayor no está, Yuri es cuidado por sus maestras de la escuela en la zona de guardería.

Aquellas separaciones momentáneas le dan pánico. Teme que su abuelo se vaya para siempre y no volviera, igual que su madre. Porque han pasado muchos días y ella no regresa.
Por eso llora cada vez que su abuelo se va a trabajar y corre a sus brazos cuando regresa.

Debe encontrar siempre nuevas formas de entretenerle para mantenerle distraído. Yuri es hiperactivo, pero no se porta mal. Ordena todo como le dice al terminar de jugar y pide las cosas con "por favor" y "gracias". Come todos sus vegetales y le quiere ayudar en absolutamente todo.

No sabe si es porque aún no se siente en casa y se ve a obligado a portarse bien, o tal vez, teme que él le abandone por no saber comportarse.

Inclusive considera la idea de que si Alina le hubiese dado la atención requerida, Yuri jamás se hubiese portado mal con ella.

Se ahorra un suspiro y continúa vigilando la sartén al fuego repleta de carne y cebolla, mientras de reojo, nota con diversión a su nieto cubierto de harina intentando amasar unos piroshki con sus pequeñas manos. Hunde los dedos en la masa fascinado por aquella textura y entretenido al ver cómo sus manos desaparecen entre aquella cosa suave y pegajosa.

—Abuelito, ¿lo hago bien?

—Lo haces muy bien, Yurotchka— le felicita—; ahora lo envuelves así.

—¡Los tuyos son más grandes!— sus manos pequeñas no pueden abarcar tanta cantidad y eso le frustra.

—Eso es porque he practicado mucho, algún día te saldrán iguales a tu también— Yuri es brillante. A pesar de que Alina le calificó como caprichoso, él solo pede ver a un niño común y corriente reaccionando a las cosas con su manera simple y transparente.

Prepararon los que faltaban con mucho esmero y los acomodaron en una bandeja, metiéndolos al horno.
El menor ve todo con fascinación, ya que a pesar que ha visto a su madre cocinar, jamás le había dejado participar en el proceso, diciéndole que era muy pequeño.

Ahora es un niño grande y por eso su abuelo le ha dejado ayudar.

—¿Cuánto hay que esperar?— se hinca frente al electrodoméstico caliente y mira a través de la pequeña ventanilla sus amados piroshki.

—Un rato— Nikolai comienza a limpiar el lío de harina que han dejado en la mesa—. ¿Vigilarás que se estén cociendo?

—¡Sí!

No se mueve de allí, mirando cada partecita con atención, queriendo serle de utilidad. El adulto aprovecha para lavar los utensilios que han utilizado, sabiendo que luego no tendrá ganas de hacerlo.

Los minutos pasan largos para su nieto, que aún no se mueve de donde le había dejado.

— ¿Ya están?

Sonríe mientras ingresa a la cocina con unas carpetas en sus manos, sentándose y llamando su atención.

—Aún les falta; ven aquí a ver álbumes conmigo.

—¿Qué es eso?— se pone de pie y le mira curioso, ladeando su cabecita al costado. Nikolai reprime una risa ante aquel gesto, ya que a Yuri se le pegaron aquellas manías de su irritable gato.

—Son fotografías, ¿quieres ver?— él asiente contento y se acerca corriendo, sentándose en su regazo para ver con atención.

—¿Quién es ese?

—Soy yo cuando era joven— Yuri hace un sonido gracioso de asombro y ríe—, me veía bien, ¿cierto?

—¡Ahora me gustas más! Tienes barbita— acaricia la zona rasposa de su rostro y le sonríe, generándole infinita ternura—; ¿y quién es ella?

—Tu abuela. Era muy bonita, ¿cierto?

—Sí... se parece a mamá— acaricia la fotografía y la mira por largos segundos en silencio.

—Creo que ya están esos piroshki— eso le devuelve el semblante alegre y jovial de siempre, haciendo que se bajara con entusiasmo de sus piernas y corriera junto al horno.

—¡Están dorados!— él asiente y le advierte que se hiciera a un lado, para poder sacarlos de allí. El aroma inunda la cocina al abrir la pequeña puerta y el estómago de Yuri ruge.

Nikolai los quita de la fuente con cuidado y se siente enternecido al ver sus enormes piroshki y los de su nieto más pequeños mezclados entre ellos.

—Están muy calientes aún— le advierte—, debemos esperar a que se enfríen un poco o te dañará el estómago.

Se queja internamente pero no hace más que asentir, observando fijamente el platillo mientras su abuelo prepara la mesa y le hace sentarse correctamente.
Cuando verifica que están en la temperatura correcta y le da el permiso para iniciar, Yuri toma el piroshki que más grande y dorado le había parecido y se lo ofreció a él.

—El mejor es para mi abuelito.

El mayor le revuelve el cabello y le acepta aquel inocente regalo, pidiéndole que comiera despacio cuando ve como se terminaba un solo piroshki casi de tres mordiscos.

Al finalizar la animada cena, el menor insiste en ayudarle a levantar la mesa, llevando su plato con cuidado hacia donde debía, siendo ayudado por su abuelo para no romper nada.

Cuando siente que ha ayudado mucho, se va al sofá a mirar televisión con el estómago lleno.

Y a pesar de pasar la mejor tarde de su vida y tener a su abuelo cuidándole, no puede evitar llamar a su madre en sueños, deseando con todo su corazón que vuelva y probara los piroshki que preparó pensando en ella.

A los cuatro meses de vivir con su abuelo, Alina volvió, siendo recibida con lágrimas de parte de su hijo. Él gritó que le había extrañado y que la quería mucho y ella le respondió lo mismo con emoción.

Nikolai la recibió y dejó que su nieto la disfrutara, contándole muchas cosas que había hecho y aprendido desde que ella se había ido.

Al final del día, ella le dio algo de dinero a su padre, agradeciéndole la ayuda para que no le quitaran el apartamento mientras ella estuvo ausente.
Yuri y ella volvieron a su hogar, haciéndole sentir algo triste al menor ya que extrañaría mucho a su abuelo; prometió visitarle y mirar televisión junto a él.

Una vez en el viejo apartamento, su madre comienza a limpiar y le ordena hacer lo mismo en su habitación. Él no sabe mucho de eso, así que solo guarda sus juguetes e intenta portarse lo mejor posible para que ella no se vuelva a ir.

Y funciona, al menos la primera semana, en la que todo fue miel sobre hojuelas. Yuri va al kínder con entusiasmo, volviéndose más comunicativo y dibujando todo lo que le gusta, dejando felices a sus maestras.

Esa semana no visita a su abuelo porque su madre acapara toda su atención, jugando con él y dándole todo el amor que ha estado soñado.
Dos semanas después, los juegos cesan un poco y su progenitora pasa largo tiempo al teléfono, prestándole menos atención que antes.

No se desanima, demasiado feliz al tenerla de nuevo en el hogar e intentando dar lo mejor de sí mismo, limitándose y restringiéndose demasiadas reacciones y emociones para no molestar.

Una de esas tantas tardes, ella le avisa que irán a visitar a su abuelo, a lo cual no puede evitar reaccionar con júbilo, saltando y guardando cosas en su mochila para poder jugar con él. No duda en tirarse a sus brazos con alegría cuando al fin llegan, haciendo reír al mayor que le da vueltas en el aire.

Va directo a jugar con el gato arisco, el cual no reacciona negativamente a sus caricias e inclusive ronronea ante sus delicados mimos. Los mayores se internaron en la cocina, igual que la última vez.

—¿Cómo que vuelves a irte?— retiene el enojo y la mira aún con más dureza que la primera vez que le comunicó aquello—. ¿A qué estas jugando?

—No estoy jugando. Yo tenía sueños, una carrera...— se apresura ella—. No puedo hacerlo con Yuri. No presenta una buena imagen ser joven y madre soltera.

Quiere ser actriz. Es el sueño de su vida y no quiere desperdiciar su juventud y belleza cuidando a alguien, cuando bien podría estar teniendo éxito. Ama a Yuri, pero renunciar a todo lo demás no es siquiera una opción para ella.

—Yo no te he criado así. —Nikolai no está para más juegos. En primer lugar, jamás había estado de acuerdo con aquel novio que resultó ser el padre de su nieto, porque sabía que no era el indicado para ella. Resulta que la relación no funcionó entre ellos y siguió apareciendo un tiempo para ver a su hijo, para finalmente desaparecer.

—Papá, éste es mi sueño...— él niega en su dirección. Esa historia la había escuchado demasiadas veces.

—¿Y Yuri?

—Estará bien contigo, te quiere mucho— le tiemblan las manos y el corazón. Le parte el alma tener que dejarle, pero realmente cree que esa es su gran oportunidad y llevarle solo le complicaría las cosas.

—Él necesita a su mamá. Llora por ti porque cree qué hay algo malo en él— Alina se encoge en su asiento y entrecierra la mirada, sin querer imaginar todo lo ocurrido en su larga ausencia —; ¿Cómo puedes ser así?

—Mi lugar no es aquí, papá. Tú sabes cuanto he querido esto...

Antes de que pudiera volver a darle el discurso de siempre, una vocecita neutra les eriza los cabellos, haciéndoles voltear hacia la puerta que daba a la sala principal.

—¿Te vas de nuevo?

—Yuri...— ve de reojo como su padre frunce el rostro decepcionado y su estómago se hace un nudo —. Sí, tengo que hacer unas cosas... pero volveré, ¿de acuerdo? Podré traerte regalos esta vez si me va mejor.

—Tengo hambre— el menor corta su monólogo de repente sin variar la expresión de su rostro. Su abuelo es el primero en reaccionar, queriendo amortiguar un poco el impacto en su pequeña mente.

—Ven aquí, te daré las galletas de avena que te gustan.

Alina se queda sola, con las manos temblando y el corazón tirado a un costado. Es una decisión complicada y probablemente egoísta. Pero insiste; ella no había planeado tener a Yuri.

Estudiaba y audicionaba en teatros para participar en alguna obra lo suficientemente buena como para llamar la atención en el mundo del espectáculo, teniendo que dejarlo todo de lado al enterarse de su embarazo.
Al principio quiso tirarlo todo por la borda de inmediato, importándole muy poco consumir alcohol o no hacerse los chequeos que debía. Su padre le había obligado a tomar consciencia, llevándola casi a rastras a la clínica.

Cuando vio su forma difusa en la pequeña pantalla, supo que no podía seguir ignorando lo que ocurría. Tendría un hijo y no podía dar marcha atrás ni aunque eso quisiera.
Intentó mantener una relación estable con el padre del niño y todo parecía ir realmente bien; hasta que con el pasar del tiempo, las cosas decayeron al punto en que no podían seguir en la misma habitación.

Ella es de fuerte carácter y hace notar las cosas cuando no le agradan. Es orgullosa y obstinada, al igual que aquel hombre con el cual pasaba horas discutiendo.

A pesar de que por momentos pensaba que debió cederle a su hijo cuando se lo pidió, luego se recriminaba a sí misma, sabiendo que a pesar de todo, no podría vivir sin saber si él estaba a salvo.

—Está mirando televisión— Nikolai vuelve a tomar asiento a su lado—. ¿Piensas volver?

—Siempre volveré. Amo a Yuri... pero no puedo seguir dependiendo de ti y pasarme la vida encerrada con él hasta que tenga dieciocho años. No quiero desperdiciar todo por lo que trabajé tanto solo por...— corrige las palabras en su mente y decide que ha hablado demasiado—. No espero que estés de acuerdo, es algo que haré aunque no me apoyes. Llevar a Yuri conmigo sólo me dificultaría las cosas y terminaría llegando a nada.

El silencio se corta por el sonido lejano de la televisión y algún que otro sonido del exterior. Ella espera ansiosa su respuesta, fuese esta una lo suficientemente dura para terminar de quebrar su espíritu o una comprensiva.

—Jamás he dejado de apoyarte en tus decisiones, aún si no me parecieran las correctas— carraspea él, dejando de lado el regaño y poniéndose realmente serio—. Eres una mujer poderosa, Alina. Puedes tener lo que tú quieras. —le recuerda, haciéndole sonreír con tristeza —. Pero el día que regreses y Yuri ya no quiera hablarte, ¿Qué harás? Es un niño aún, pero no lo será siempre.

Las ganas de llorar le atan un nudo en la garganta. Eso es lo que más teme, su peor pesadilla.

Sabe que llegará un punto en su vida, en que su hijo ya adolescente, no querrá jugar con ella ni escuchar como fue su viaje. Que sus regalos ya no significarían nada y que le tendría rencor en los años venideros. Pero, ¿Qué puede hacer? Ese apartamento la hace sentir miserable, la vida que actualmente lleva la sofoca; no ha llegado a pasar ni dos semanas allí que ya necesita moverse, seguir buscando. Y no puede llevarle con ella.

—Entonces lo soportaré y él también lo hará. Somos Plisetsky... nosotros podemos con todo, papá.

Yuri le vuelve a pedir acompañarla a la estación junto a su abuelo. En el transcurso permaneció callado, rompiéndole el corazón por cada paso sin su risa ni sus ocurrencias inocentes.

El viento parece más helado y el día más gris, y eso pareció empeorar cuando estuvo de pie frente a le estación y debía despedirse nuevamente. Abraza a su padre que no pudo negarle la muestra de cariño y luego se hinca para despedirse del más chico.

—Yuri...— le acaricia los brazos e intenta encontrar su mirada entre tantas capas de abrigo—. No me voy para siempre, solo serán unas semanas y volveré a jugar contigo, ¿si? Pórtate bien con el abuelo...

Él ni siquiera asiente; agacha la mirada y sigue escuchando todo lo que le dice, guardándose las angustias en el corazón.

—Cielo, ¿me abrazas? Ya debo irme— para su pesar, no recibe más que indiferencia. Nikolai no insiste ni interrumpe, ya que sabe la pequeña tormenta que debe de estar desencadenándose dentro suyo. No puede pedirle que le abrace si él no quiere hacerlo—. Está bien... te amo, ¿sí? Te llamaré cuando pueda.

Su intento por marchar se ve detenido por sus pequeños puños afirmados en la punta de su abrigo beige.

—No gritaré nunca más— descubre sus pequeños ojos verdes cubiertos en lágrimas y siente una daga en el corazón—. ¡No gritaré nunca más! ¡No hablaré más! No te vayas...

—Yuri... cielo, no me voy por eso— le abraza fuerte y toma todo el aire posible para mantener sus sentimientos a raya—. Te amo, mucho. Mamá tiene que trabajar y por eso se va, pero siempre volveré, ¿de acuerdo?

—¡Quiero ir contigo! Mamá... me portaré bien.

Sus súplicas estan complicando todo . A pesar de eso, se recuerda las razones por las cuales hace todo eso y toma algo de fuerzas para separarse de él.

—Lo siento mucho... no puedo llevarte, cielo.

—¿No me quieres?

—No es así, claro que te quiero— continua, limpiándole las lágrimas y sonriéndole como puede —. Pero...

—Me portaré bien...

Sus insistencias continuaron e inclusive hizo un berrinche que llamó la atención de gente que pasaba por allí, seguramente juzgándola por tener un niño tan maleducado. Concentra sus últimos minutos allí repitiéndole que le ama, que volverá y que fuera un niño fuerte. Le promete que todo mejoraría y que cuando eso suceda, le llevará con ella a todos lados.

Le cuesta, pero finalmente Yuri la suelta y la despide con besos dulces que sabe que no merece.

¡Hey! Nuevo capítulo. Como verán , le di un enfoque más realista esta vez y estoy muy feliz de haberlo hecho.
En esta nueva versión tendrán el honor y desgracia de conocer a Alina, la madre de Yurita. Sé que deben odiarla ahora mismo, y les doy permiso.

No tengo demasiado para decir ya que los cambios son evidentes, así que hasta aquí mis notitas.

Pd: otro dibujito de Otayuriangel muy bonito❤️

¡Nos leemos la semana que viene!

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