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Inaudible

Año 2100

Catalina mece a su bebé en sus brazos mientras su hija cae en un profundo sueño. La deja en la cuna mientras la observan con ternura y alegría.

—Es tan hermosa nuestra pequeña Sofía —dice Catalina acariciando la mejilla de su hija mientras Luis, su padre, la mira con orgullo.

Ambos se van a dormir pronto para aprovechar el momento de tranquilidad en que pueden descansar.

En medio de la noche, la bebé comienza a llorar con fuerza.

—Te toca a ti —susurra Luis dándose la vuelta en la cama.

Catalina se levanta de mala gana a la habitación del bebé. Le sirve un biberón y la mece en sus brazos mientras bebe la leche, pero cuando termina el biberón, vuelve a llorar con fuerza, haciendo un grito tan agudo que a Catalina le llegan a arder los oídos. Se tapa las orejas tratando de soportar, pero pronto le comienzan a sangrar.

Sale corriendo de la habitación hacia la que comparte con Luis para buscar ayuda. A pesar de estar a una distancia mayor de su hija, el dolor de oídos continúa, así como el ruido insoportable.

Luis despierta y se impacta al verla así.

—¿Qué pasa? Solo está llorando, no es para tanto —señala Luis cuando la ve tapándose las orejas y mostrando dolor.

—No sé, pero me duele —dice Catalina, sintiendo un gran alivio cuando el grito de la bebé se vuelve normal.

Luis va a la habitación de la bebé y la mece hasta que duerme. Catalina vuelve a dormir esperando que ese hecho no se repita.

A la mañana siguiente, despierta escuchando un zumbido en sus oídos y ve que aún hay sangre en sus orejas. Le cuenta a Luis lo sucedido y él le contesta que tal vez sus oídos no soportan los gritos fuertes de un bebé. Sin embargo, Catalina está preocupada por lo ocurrido.

Aprovecha ir al otorrino después del trabajo para descartar cualquier patología.

En la consulta, el médico nota el daño evidente que sufrió su oído, lo que lo preocupa bastante.

—¿Usted se ha hecho algún cambio genético? —le pregunta primero ya que podría tener una modificación en la capacidad que tiene su oído.

—No, de ningún tipo —responde Catalina, extrañada por la pregunta.

Ella y Luis nunca han estado de acuerdo con la modificación genética que en la sociedad está de moda para alcanzar objetivos que el cuerpo no permite en un principio. Desconfía en esa tecnología y le asusta porque es muy desconocida para ella.

—Se lo pregunto porque es evidente que sufrió un daño en el oído por escuchar un sonido muy agudo, más fuerte y con más Hertz de lo que su oído está acostumbrado a oír. Como usted no se ha hecho una modificación genética, queda descartado una mutación en su oído por lo que, me queda preguntar qué ruido agudo ha escuchado en el último tiempo

—Ayer en la noche, cuando escuché el llanto de mi bebé, sentí mucho dolor en los oídos, pero mi marido no parecía afectado —responde Catalina, extrañada por lo que está pasando.

—¿Él se ha hecho alguna modificación genética? —pregunta el doctor a lo que Catalina niega con la cabeza.

Ninguno de los dos está de acuerdo con la modificación genética y ambos se han confesado no haberse realizado una modificación genética en algún momento.

El doctor permanece pensativo por varios segundos, tratando de pensar en lo mejor para su paciente.

—Le recomiendo que lleve a su bebé a un pediatra para que revise sus cuerdas vocales. Sospecho que está en su bebé el problema —señala el doctor mientras saca una hoja y le escribe indicaciones—. Aquí tiene lo que debe usar por ahora, pero trate de volver lo más pronto posible con una grabación de voz del sonido que le provoca las molestias. Con un instrumento mediré su frecuencia

Catalina le agradece al médico y sale de la consulta. Compra los tapones que le recomendó y vuelve con rapidez a su casa.

Usa los tapones mientras se encuentra allí, sintiendo un gran alivio. Cuando su bebé llora con mucha fuerza nuevamente, no siente el gran dolor de antes. Aprovecha el momento para grabar el llanto de su bebé.

Al día siguiente, después del trabajo, lleva a su bebé con un pediatra tal como le recomendó el otorrino. Va acompañada por Luis, quien luce completamente desinteresado.

—Creo que estás siendo exagerada. Nuestra bebé no tiene nada malo —señala Luis mientras se sientan en la sala de espera.

—Lo recomendó un médico. No perdemos nada llevándola al pediatra —responde Catalina, a lo que Luis no le responde.

Pronto les llama el doctor. Entran a la consulta y Catalina le cuenta lo sucedido mientras Luis muestra evidente desinterés.

—¿Tienen alguna grabación de su llanto? —pregunta el pediatra. Catalina desenrolla su celular y pone la grabación. El médico se sorprende al escuchar un ruido tan agudo—. Es un llanto demasiado agudo para un bebé y para cualquier humano normal, si el sonido fuera más fuerte de lo que puede ser desde un parlante de celular, sufriría daños al oído

—Eso tengo. Cuando hizo ese sonido por primera vez, me sangraron los oídos y empecé a escuchar un zumbido —señala Catalina, lo que deja pensativo al pediatra.

—La única forma de que esto sea posible es que le hayan realizado una modificación genética o que un ascendente lo haya hecho —señala el pediatra, mirándolos fijamente—. Solo ustedes podrían haber sido los que se hicieron una modificación genética porque no se realiza hace más de 10 años a la gente común

Catalina comprende a lo que se refiere por lo que niega esa posibilidad rotundamente.

—Ninguno de los dos lo ha hecho, de hecho, estamos en contra de esa práctica —dice Catalina mientras Luis se mantiene en silencio.

—Bien, entonces les pediré un examen del ADN de su hija. Basta con que lleven un cabello o un poco de saliva al laboratorio —dice el pediatra mientras da la orden—. Les sugiero que vayan ahora mismo

Se dirigen al laboratorio del centro médico y dan las muestras de ADN con un poco de resistencia de Luis que no considera necesarias las pruebas.

***

El tiempo pasa con rapidez. Catalina siente un gran alivio gracias a los tapones, pero pronto eso cambia. Los gritos de Sofía comienzan a ser cada vez más agudos, lo que deteriora su audición.

Para su mala suerte, los exámenes demuestran que tiene una mutación genética nunca vista por lo que los doctores no pueden hacer mucho.

Investiga si existió una mutación en las cuerdas vocales antes y encuentra una noticia de hace 15 años, cuando la mutación genética aún no estaba muy extendida.

ESTUDIANTES ESCUENTRAN A UN HOMBRE QUE EMITE EXTRAÑOS SONIDOS

14 de diciembre de 2084

Los estudiantes de la escuela del Sur se encontraban en su gira de estudios cuando encontraron a un hombre que emitía sonidos muy agudos que molestaban a las personas a su alrededor varios kilómetros a la redonda. Algunos de los alumnos dieron avisos a las autoridades debido al molesto ruido que afectó al oído de las personas cercanas al lugar, quienes perdieron gran parte de su audición. "Apenas soportábamos el ruido. Cada vez que le preguntábamos qué le pasaba, emitía ruidos muy agudos, pero no se le entendía una palabra", declaró una estudiante de los que se encontraban en la gira de estudios.

La policía encontró al hombre al día siguiente del aviso y fue llevado con las autoridades, quienes le hicieron revisiones médicas de sus cuerdas vocales y de su oído, encontrándose con una modificación genética que le permite emitir y soportar sonido más agudos de lo normal. La policía arrestó a un grupo de científicos que se identificó como los autores del experimento en el hombre que no obtuvo los resultados esperados pues el sujeto acudió a ellos esperando agravar su voz.

Mientras tanto, el hombre fue llevado a un grupo de científicos autorizado por el gobierno que prometieron arreglar su problema y que anticipa que en poco tiempo se podrá realizar la modificación genética de forma segura a todas las personas que lo deseen por una suma de dinero alcanzable.

Catalina investiga más sobre el caso, tratando de averiguar quién fue ese hombre para tratar de contactar con él o con los científicos que solucionaron su problema. Encuentra el número de la agencia de investigadores autorizados por el gobierno, al que llama de inmediato.

—Agencia de científicos por la modificación genética, ¿en qué le puedo ayudar? —escucha que contesta una mujer.

—Hola, quisiera saber quién fue el hombre que en 2084 sufrió una modificación genética por el que emitía sonidos extraños. Leí en varias noticias que ustedes arreglaron su problema —resume Catalina, esperando obtener su ayuda.

—Eso es información confidencial. Solo podemos dársela a pacientes con problemas parecidos —le contesta la operadora.

—Mi hija tiene el mismo problema, por eso quería saberlo —señala Catalina, feliz por la respuesta que le dieron. Eso significa que puede ayudar a su bebé.

—Necesitamos que la lleve para hacerle algunos exámenes...

—Ya le hicimos uno en que aparece que tiene una mutación —señala Catalina, lo que deja absolutamente asombrada a la operadora.

—Espere un momento —dice la operadora. Catalina espera en el teléfono varios minutos en silencio. No corta la llamada a pesar del tiempo que demora porque tiene la esperanza de que ellos pueden ayudarla.

Pronto vuelve la operadora con mucha alegría.

—Llévela lo antes posible junto a un poco de ADN de usted y del padre para hacer una pruebas. Estaremos esperándola aquí

Catalina habla del tema con Luis y le sugiere que vayan juntos. Él se niega rotundamente, lo que desencadena una pelea entre ambos en que Luis no cambia de parecer por nada en el mundo, asegurando que pueden vivir con la anomalía de su hija. Catalina finge aceptar su respuesta para no seguir peleando, pero, mientras duermen, le saca un cabello que guarda como si fuera el mayor tesoro.

Al día siguiente lleva a su bebé mientras Luis sigue en el trabajo. La bebé no deja de llorar mientras se dirige a la agencia. La gente a su alrededor se aleja con disgusto e incluso la echan de varios lugares por el ruido molesto. Se siente cómoda al fin cuando llega a la agencia y la reciben con una amplia sonrisa.

—¿El padre no quiso venir? —pregunta la mujer, mostrándose decepcionada.

—No, pero tengo una muestra de ADN —responde Catalina mostrando la pequeña bolsa transparente en que lleva un pelo de Luis. La cara de la mujer se ilumina cuando lo ve.

Sacan un poco de saliva de la bebé y de Catalina para realizar la muestra. Por suerte en ese laboratorio los resultados salen en unas horas, sobre todo al ser un caso extraño que les interesa.

Catalina se queda el resto del día cuidando a su bebé después de pedir el día libre ya que no la aceptaron en ninguna guardería por el llanto de su hija que molestaba a todos los niños y a los parvularios. Vuelve cuando pasan las horas estimadas para recibir los resultados, con ansias de saber cómo solucionar el problema de su hija.

La reciben con una amplia sonrisa. Se queda sentada en la sala de espera mientras unos científicos se acercan a ella.

—Usted quiere saber quién es el hombre de la noticia, ¿cierto? —le pregunta una científica a Catalina. Ella asiente, extrañada por la pregunta—. Bueno, usted nos trajo el ADN de ese hombre: es el padre de la niña

Catalina no cree lo que le dicen. Es imposible que eso sea posible porque Luis siempre se opuso a la modificación genética por lo que él no es ese hombre en el que experimentaron. Si fuera así, ella lo sabría.

—Es imposible. Él no se ha hecho ninguna modificación genética —responde Catalina, tratando de no tartamudear por los nervios.

—Claro que sí. El hombre se llama Luis García, está casado con una mujer llamada Catalina Fuentes: usted —señala el científico, lo que no convence para nada a Catalina.

—Es imposible: él no me ocultaría algo así —responde Catalina, subiendo el volumen de la voz.

—Mire, le aconsejamos que cuando vuelva a casa, hable con su marido. Respecto a su hija, tiene una mutación nunca vista antes por lo que no podemos asegurarle que su problema se agrave o disminuya. Lo único que podemos hacer es variar su ADN para que sea normal pero no podemos garantizarle que no vuelva a presentar el problema —señala el científico, lo que deja absolutamente frustrada a Catalina. Si su hija continúa así, nunca podrá hacer una vida normal: eso es lo que más le duele.

Sin embargo, deja a su bebé con los científicos para que varíen su ADN.

—Debe llevarla aquí una vez a la semana para que hagamos la modificación —contesta el científico cuando ya le inyectaron el ADN combinado para eliminar su mutación.

Catalina les agradece y sale del lugar, esforzándose por evitar el llanto de su hija. En cuanto llega a casa, se encuentra con Luis esperándola, furioso.

—¿Qué has hecho con nuestra hija? — le pregunta con rabia.

Ella se asusta por un momento al ser descubierta pero luego se enfurece al recordar lo que le dijeron los científicos.

—¡Te hiciste una modificación genética hace años y nunca me lo dijiste a pesar de saber el problema que tiene nuestra hija! —grita Catalina con rabia.

—¡Eso no es cierto! ¡Lo que sea que te hayan dicho, no es verdad! —grita Luis, aunque luego no soporta seguir con su mentira.

Se lleva las manos a la cara y llora, pidiéndole perdón a su esposa.

—Lo siento, pero si me mentiste con algo así, no puedo esperar sinceridad de ti —responde Catalina. Deja a su hija en la cuna y saca una maleta—. Vete de aquí

Luis le sigue pidiendo perdón varias veces, pero ella no acepta sus disculpas. Finalmente, Luis se va, arrepentido por haberse hecho la modificación genética hace tantos años.

El tiempo pasa, la niña crece, pero su problema se agrava. A pesar de las visitas semanales a la agencia de científicos, la niña no parece mejorar. Pronto recibe quejas de los vecinos cercanos y después de todo el barrio. Cada vez que saca a su hija a jugar, los niños en los parques se alejan con rapidez de ella, llevándose las manos a sus oídos, lo que provoca que el llanto de Sofía aumente.

Catalina trata de ignorar este hecho y ayuda a su hija a controlar la agudez de su voz, pero la niña empeora y ni siquiera pareciera poder decir una palabra. Solo emite sonidos.

Catalina debe empezar a usar tapones y audífonos especiales para seguir cuidando a su hija, pero pronto la situación se le sale de control cuando debe comenzar a usar audífonos en su trabajo para escuchar una conversación normal.

Un día, llega la policía a la puerta de su casa.

—Tenemos una orden para llevarnos a su hija por las constantes denuncias que han hecho los vecinos —le dicen los policías, pasando al lado suyo, entrando a la casa.

—¿Qué hacen? ¡No se lleven a mi hija! —grita Catalina con desesperación.

La niña comienza a llorar cuando ve a un policía entrando a su habitación llena de juguetes, lo que provoca que todos los policías deban taparse los oídos.

Catalina aprovecha el momento para intentar esconderla, pero varios policías la inmovilizan hasta que finalmente se la llevan.

Los policías dejan a la niña en la agencia de científicos, quienes experimentarán con ella.

—Fue tan fácil engañar a esa mujer inyectándole suero a su hija. Ahora podremos investigar el ADN de esta niña con facilidad —dice una científica mientras celebran.

20 años después

Sofía baja de la silla en que la ponen todos los días. Ya no le duele que le entierren una aguja para sacarle sangre, es algo tan natural como respirar. Ha fantaseado varias veces en su mente con su huida de ese lugar en que todos la tratan como un matraz del que sacan o agregan cosas. Siente que su ilusión nunca se cumplirá.

De pronto, el científico de turno se distrae con su celular, momento que ella aprovecha. Se asegura de no emitir ningún ruido para caminar por las baldosas blancas hasta llegar al armario del conserje. Allí se pone la ropa que utilizan los asesores del aseo y sale por la puerta transparente de entrada sin ser perseguida.

Observa el lugar con curiosidad sin entender nada del nuevo mundo que es para ella el exterior. No tiene recuerdos de otro mundo fuera del laboratorio por lo que todo es nuevo para ella.

Camina varias veces por la ciudad, dando vueltas por las cuadras que le parecen más pequeñas y menos extrañas.

—Disculpe, señorita, ¿necesita ayuda? —le pregunta el dueño de una tienda, extrañado de verla tantas veces dar vueltas frente a su negocio.

Ella piensa en responderle, pero luego recuerda que en el exterior no es bueno que hable. Asiente con la cabeza, a lo que el hombre le pregunta qué necesita. Ella duda en si hablar, por lo que permanece varios segundos en silencio. El hombre la mira extrañado.

—¿Es muda o algo así? —le pregunta el hombre, a lo que Sofía asiente de inmediato.

El hombre la deja entrar en la tienda y le pasa un papel con un lápiz. Al menos en el laboratorio le enseñaron a leer y a escribir con la esperanza de que así pudiera emitir una palabras entendibles para el oído humano común.

Escribe en el papel el nombre de su madre, lo único que sabe de ella además de su propio nombre por su ficha personal en que aparece el nombre de sus padres.

—No la conozco, pero te puedo prestar un celular para que busques su dirección con su nombre completo —le dice el hombre.

Desenrolla su celular y entra a la página del gobierno en que permiten buscar esos datos. Le entrega el celular a Sofía, quien escribe el nombre completo de su madre, encontrando pronto la dirección de su casa.

Sofía le muestra al hombre la dirección de la mujer porque no sabe cómo encontrarla. No es suficiente con el nombre de la calle.

—Ya tienes su dirección. ¿Sabes cómo llegar hasta allá? —pregunta el hombre. Ella niega con la cabeza, lo que él hombre suponía. Pone en su celular el mapa y activa la función para ver la ruta hacia esa dirección—. Está bastante cerca: debes seguir en línea recta por la calle estándares en dirección a borde y doblar a la izquierda. Vive justo a una cuadra a la izquierda, en calle borde —le indica el vendedor, lo que Sofía no comprende mucho.

Sale de la tienda, despidiéndose con la mano, y camina por el lugar, dando vueltas otra vez. El vendedor vuelve a salir de la tienda y le paga un taxi al que le indica la dirección que ella le mostró.

Pronto llega frente a la casa de su madre. Le llegan recuerdos lejanos de ese lugar que apenas le parece conocido. Sale del taxi con timidez y camina nerviosa hasta la puerta. No sabe qué hacer para que salga alguien a recibirla así que decide gritar para que le hablan.

Un ruido agudo y fuerte suena, el que rompe algunas ventanas de las casas del barrio. Varios vecinos se asoman, asombrándose al ver a una mujer parecida a la niña que se llevaron hace tantos años. Una vecina sale de su casa y toca la puerta frente a la que está Sofía, con la esperanza de que se la lleven para no volver a escuchar ese ruido.

Una mujer con grandes arrugas y varias canas en su cabello le abre la puerta. Reconoce de inmediato a su hija, en quien siempre pensó en todos esos años. La abraza con fuerza sin emitir una palabra por su sordera, y su hija también la abraza, reconociéndola. La deja pasar a la casa, con el fastidio de la vecina, y la deja en su habitación que aún se encuentra intacta, con todos los juguetes que dejó el día en que se la llevaron.

Se comunican mediante la escritura, donde Catalina le sugiere que finja que es muda para que no la encuentren. Sofía acepta todo con tal de vivir una vida más o menos normal. Catalina es absolutamente feliz por tenerla de vuelta.

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