
Capítulo Diez
NEGRITAS = Hablan en Maya.
NEGRITAS CURSIVA = Hablan en Náhuatl.
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Al llegar a la Ciudad de México, comencé a sentirme mareada y sofocada. Posiblemente era el cansancio del viaje y el no poder dormir correctamente durante estos días, pero no podía estar tranquila mientras Serena seguía sin aparecer. Okoye estaba cada vez más molesta, le preocupaba que Wakanda estuviera en manos de M'Baku y la entendía, yo seguía con el remordimiento por la decisión que había tomado.
Carlos nos esperaba en el museo, al llegar inmediatamente le pedí una explicación sobre la foto que me había mandado. Me explicó que la había encontrado en el despacho de su padre y que no sabía porque o cómo la obtuvo, pero cuando supo de la existencia de la foto, su padre le contó que era una foto que llevaba años en la familia y que desconocía quienes eran exactamente las personas de las fotos.
Nuevamente el misterio nos estaba llevando a un callejón sin salida, pero gracias a esto, podíamos pensar en una excusa perfecta para dirigirnos a Yucatán y hablar con Namor.
[...]
Narra Namor:
Me encontraba vagando por las calles de Talokan, la gente me saludaba y me invitaban a jugar o a comer en sus casas, a veces me negaba o les prometía que otro día lo haría con gusto. Por ahora, lo único que quería hacer era observar más detalladamente las actividades, la convivencia y las costumbres de las personas, puesto que mi curiosidad era aún mayor después de haber estado en Aztlán.
Encontré similitudes entre Talokan y Aztlán como el comercio, ese no había cambiando en siglos, se seguía manejando bajo en trueque; estaba el juego de la pelota que tanto niños y jóvenes adultos lo practicaban. Una de las similitudes que vivía en sus habitantes como en sus gobernantes, era el miedo. Ninguno de los dos pueblos olvidaba el daño, el dolor y el sufrimiento que los conquistadores españoles nos habían traído, y no quieren tener que pasar por lo mismo.
Me sentía feliz al saber que teníamos bastantes similitudes pero a la vez, tenía la necesidad de volver a Aztlán; no sabía que parte me había cautivado tanto que necesitaba volver a experimentar la misma sensación de paz que había en el aire durante mi visita.
Regrese al palacio para poder subir a la cueva donde estaba mi pequeña choza. Al poco tiempo, Namora se encontraba visitándome.
— ¿Qué te inquieta, mi niña? — pregunté al sentir su presencia.
— Llevo conociéndote toda mi vida y desdé tu regreso, te he notado diferente — dijo con voz severa.
— ¿Diferente? — pregunté confundido.
— Distante, distraído; cómo si olvidarás el lugar en el que éstas — mencionó esta vez con voz molesta — Llevas así desde que volviste de aquel lugar.
— No deberías preocuparte — insistí — Solo qué... me ronda una idea en la cabeza desde entonces.
— ¿Piensas aliarte con una desconocida? — mencionó con hostilidad — ¡¿No aprendiste de la "alianza" con Wakanda?! — gritó esta vez — ¡No sabemos en donde estuviste y mucho menos que fue lo que hablaste con aquella mujer. No apoyaré está estupidez!
— ¡Ya basta! — dije elevando la voz a tal grado que resonó por toda la cueva. Namora me miro fijamente con el semblante molesto. Mi pecho subía y bajaba al respirar por el enojo que sentía.
— Sólo te pido que pienses antes de actuar. La gente teme que haya de nuevo una guerra — suplicó con la voz apagada. Me acerque a ella y choque nuestras frentes.
— No hay porqué temer — mencioné y ella suspiro con desánimo. Se apartó y comenzó a caminar hacía la salida.
— No solo quiero evitar que lastimen a mí pueblo... — hizo una pausa antes de salir y volteó a verme — También quiero evitar que te lastimen — me miró con tristeza para después retirarse del lugar.
¿Lastimarme? El dolor que podría sentir era que hirieran a mi pueblo, verlo sufrir nuevamente y tener que irnos de éste lugar para evitar estar en riesgo en caso de ser expuestos a la superficie, pero algo muy en mi interior me decía que tener a Serena como aliada, era una idea muy ventajosa.
Tome la decisión de volver a Aztlán, pero está visita la haría después de un tiempo. Por ahora, debía encargarme de los asuntos en Talokan; podré tener un título pero éste tenía muchas responsabilidades con para mi pueblo.
Por un par de días estuvimos vigilando a los de la superficie para evitar que buscarán vibranium; limpiando arrecifes y salvar a la fauna de la basura que había en el mar, era triste y me llenaba de coraje al ver como los desperdicios de la superficie nos afectaban cada vez más.
Pasado el tiempo, volví a pedirles a Namora y a Attuma que cuidaran de Talokan, era momento de visitar a Serena.
Salí a la superficie y pasé a hacer una pequeña parada a la pequeña aldea donde estaba María, pasaría a verificar si necesitaban ayuda pero lo que me encontré fue con una Shuri muy molesta y a un Carlos aterrado.
— ¿Qué hacen aquí? — pregunté sin una pizca de delicadeza.
— ¿En dónde está Serena? — se acercó a mí.
— No lo sé, la carta que ella dejó fue explícita. No quiere que la busquemos y eso es justamente lo que he hecho — levanté los hombros desinteresado.
— ¡Deja de mentir! — su tono de voz estaba lleno de irá, la gente a nuestro alrededor voltearon a vernos — ¡Carlos me contó todo. Así que, llevame con ella! — Carlos y aquella mujer llamada Okoye, la tomaron por los hombros para calmarla.
— ¿Qué fue lo que te contó? — crucé los brazos, fulminando a Carlos con la mirada.
— Le conté sobre el mapa y el como no me dejaste verlo — habló Carlos con voz temblorosa.
— Te pedí que no contarás nada hasta saber de ella — suspire decepcionado.
— ¡Pero ya sabes en donde está, ese mapa te lo pudo mostrar! — volvió a acercarse y vi como sus manos temblaban mientras se volvían un puño.
— ¡Era una carta, no un mapa! — contesté. Si era un mapa, pero no podía contar nada porque se lo prometí a Serena — Creí que era un mapa, pero no fue así. Lo que vimos dibujado, solo era un simple dibujo de un águila y al otro lado del pergamino estaba una carta; pedía que en caso de desaparecer... — hice una pausa y suspire — Que no la buscáramos.
Sus miradas expresaron tristeza y poco a poco se inundaban de lágrimas. Carlos camino para sentarse en un tronco que había cerca y Shuri terminó por echarse a correr, Okoye fue tras de ella para poder alcanzarla. María se acercó a mí y posó una mano sobre mi hombro.
— Ellos lo entenderán, hijo — dijo mientras daba un pequeño apretón a mi hombro — Ella deberá explicarse en su momento — me dio un par de golpecitos y después se retiró.
Volteé a ver a Carlos y éste tenía su rostro entre sus manos, podía escuchar sus sollozos y su respiración agitada; volteé a ver el camino por donde las dos mujeres habían desaparecido y no había señal de ellas, supongo que también estarían llorando.
Me fui elevando poco a poco y después comencé a volar en dirección a Aztlán. Gracias a que iba sumido en mis pensamientos, el recorrido se me hizo corto; descendí y volví a hacer aquellos pasos para entrar a Aztlán. Cuando salí hacía el pueblo y baje por las escaleras, un par de niños que estaban cerca me reconocieron e inmediatamente se echaron a correr hacía a mí, riendo, aplaudiendo y haciendo un sin fin de preguntas.
— ¿Viniste a ver a la Tlatoani? — preguntó una pequeña niña y todos los demás empezaron a reír.
— ¿Acaso me leíste la mente? — fingí sorpresa.
— Entonces... ¿le pedirás que sea tu esposa? — dijo otra niña mientras giraba levemente su tórax de un lado a otro. Sentí como un calor recorría todo mi cuerpo para después concentrarse en mis mejillas.
— No le pregunten eso — dijo un niño, defendiéndome — Lo van a asustar y ya no se va a querer casar con la Tlatoani — sentí de nuevo como mis mejillas se sonrojaban. El niño estiró su pequeña mano hacía a mí esperando a que la tomará. Aún muerto de vergüenza, terminé por tomar su mano y comenzó a caminar para guiarme.
Mientras caminábamos por el pueblo, las personas me saludaban y algunos reían por la tierna escena. Algunos niños se aburrían y se iban a jugar u otros se unían al pequeño gran desfilé.
Me llevaron hasta la entrada del palacio, se despidieron de mí y salieron corriendo; pase saludando a los guardias y crucé una parte del jardín. Me detuve en el lugar y ella se encontraba sentada con las piernas cruzadas y sus manos sobre sus rodillas meditando en el suelo; se veía tan tranquila y llena de paz que podia contagiar a cualquiera que pasará por ahí; me acerqué y me senté a su lado.
— Hola, Serena — susurré para evitar alterar su paz pero fue en vano, justamente se sobresalto asustada.
— ¿Cómo...? — me miró confundida — ¡¿Qué haces aquí?! — gritó alegré y se abalanzó sobre mí para abrazarme, segundos después, se aparto bruscamente y pude notar un pequeño sonrojo sobre sus mejillas.
— Yo también te extrañé — bromeé, Serena de inmediato cubrió su rostro avergonzada. Comencé a reírme por su reacción y ella término por unirse.
— ¿Qué haces aquí? — preguntó mientras levantaba una ceja.
— No estoy seguro, pero algo me dijo que debía estar aquí — expliqué mientras me rascaba mi nuca.
— Con que... algo — me miró entre cerrando los ojos. Levanté mis hombros y ladeaba mi cabeza a un lado.
Serena sugirió que diéramos un paseo por el pueblo y acepté. Salimos del palacio y caminamos lentamente, pasando por cada rincón del pueblo. Algunos saludaban y otros miraban curiosos detrás de sus puestos. Paramos frente a un puesto de fruta donde se encontraban cuatro mujeres que no pasaban de los 30 años; Serena tomó un durazno e inhaló profundamente mientras disfrutaba el olor del fruto, tomó otro durazno, me lo entrego y le pago a una de las mujeres.
— Adelante, pruébalo — me sonrió. Miré el fruto y luego la miré a ella, vi como mordía el durazno para después soltar un pequeño suspiro de satisfacción.
Quedé embelesado por cada uno de sus movimientos, lo cuál provocó unas sonrisas por parte del público femenino que nos observaba al otro lado de la mesa del puesto. Serena me volteó a ver y movió sus cejas invitándome a probar el fruto, le sonreí y sin dejar de observarla lo mordí; no coordiné mis movimientos puesto que, quise hablar al mismo tiempo que masticaba y terminé por ahogarme con el jugo del durazno. Comencé a toser y las jóvenes mujeres que nos observaban soltaron una gran carcajada, Serena se les unió para después ayudarme a respirar lentamente y lograr recuperar el aliento.
— No comas ansias — bromeó.
— Tranquila, era para ver si estabas alerta — dije a duras penas, tratando de controlar la tos.
— Si, por supuesto — continuó riendo.
Las mujeres que nos veían comenzaron a murmurar, no entendí que era lo que decían pero no nos quitaban la mirada de encima. Serena les agradeció y continuamos caminado por el pueblo. La gente era más amistosa y amable de lo que habían sido al inició de mi llegada; los entendía, no iban a ser hospitalarios con un posible atacante.
Durante un tramo del recorrido, había gente decorando los puestos y el camino; con forme ibamos avanzando, cada puesto estaba más y más decorado; toda la decoración combinaba hasta con los colores del cielo durante el atardecer. Al llegar al centro del pueblo, pude ver a algunos guardias, hombres y mujeres, que colocaban una silla grande, lo que parecía ser un trono; también, algunas mesas y madera al centro para hacer una hoguera.
— ¿Para qué es todo eso? — le pregunté curioso a Serena.
— Mañana se llevará a cabo un tipo de festival — respondió mientras hacía señas hacía los guardias.
— ¿Qué clase de festival? — volví a preguntarle.
— Fertilidad — hizo una pausa larga antes de continuar — Es decir... No es solo para las parejas, también para las cosechas... — volvió a hacer una pausa — También... — suspiró — Es un ritual de emparejamiento.
— ¿Emparejamiento? — levanté una ceja mostrando aún más curiosidad.
— Si... Ehh... — desvío la mirada hacía el trono — Se le pide a la Diosa Cihuacóatl por la fertilidad y... — volteó a verme — A las Diosas Xochiquétzal y Tlazoltéotl por el amor y... — inconscientemente, nos habíamos acercado el uno al otro, lo suficientemente cerca como para sentir nuestras respiraciones — La pasión... — sus ojos mostraban un brillo indescriptible y me atraían hacía ellos, era cómo estar hipnotizado por la profundidad con la que me miraban y mi corazón comenzó a latir tan rápido, que podría salirse de mi pecho.
Una mujer con armadura apareció aclarándose la garganta y rompió el aura del momento, provocando que Serena y yo nos separáramos bruscamente y evitáramos vernos a la cara por cualquier motivó. Serena se acerco a la mujer y está le susurro, se alejaron de nuevo y hubo un silenció incómodo.
— Te veo... mañana — dijo mirando en mi dirección pero sin cruzar nuestras miradas.
— Claro... — dije casi en un suspiró. Ambas mujeres desaparecieron, llevé una mano a mi frente golpeándola, después la pasé por mi cabello mientras bufaba.
¿Qué había sido eso? Era cómo si no pudiera controlar mis movimientos, como si estuviera siendo controlado por algo o alguien. Me sentía tonto al recordar la situación; me venía a la mente la imagen de sus hermosos ojos, tan brillantes y tan llenos de luz, de solo recordarlos mi corazón comenzaba nuevamente a latir tan rápido.
Frote mi rostro con mis manos para salir del trance, mire a los lados y afortunadamente, no había nadie que haya disfrutado tal espectáculo. Continúe caminando por el pueblo y ayudaba a las personas moviendo y cargando las cosas que necesitaban llevar al centro del pueblo, el mismo lugar donde aquella pequeña escena se había llevado a cabo.
Al anochecer, ya todo estaba listo y en su lugar para el festival de mañana. Las personas se despidieron de mí y me quede solo en la gran plaza; posé mis manos sobre mi cintura mientras daba una vuelta observando todo el trabajo terminado, suspire satisfecho.
Me elevé y comencé a volar en dirección al palacio, donde me esperaba la habitación que ya me habían asignado. Decidí evitar todo el recorrido de las escaleras y el pasillo que me conducían a la habitación, así que entré directamente por el balcón. Miré al rededor y me llamó la atención algo que se encontraba en la cama, me acerqué y en ella había una carta y un Tilmatl más elaborado a comparación del que me habían obsequiado. La tela era de color blanco y en las orillas había rosas, lilas y azahares pintados a mano, también había pequeñas flores de lavanda bordadas a mano; en la parte superior de la tela había un tipo de "broche" que unía ambas esquinas de la tela. Tome el Tilmalt y me lo probé, el broche lo hacía más estético y así evitar hacer un nudo para asegurarlo sobre el hombro, me acerque al espejo que había en la habitación y me gustó el resultado; me quité la capa y la deje cuidadosamente sobre la cama, después tome la carta y al abrirla pude ver que era de Serena.
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Namor,
Espero puedas acompañarnos al festival que te conté, creó que podrías disfrutarlo y aprender más de mi pueblo.
El Tilmatl es un regaló y pido que lo uses durante la celebración; cómo te comenté en tu última vista, está prenda es vestida por la realeza.
El festival comienza a las 11:00 a.m., pero en la tarde-noche se llevará a cabo un ritual para las Diosas, el cuál no debes perderte.
Deseo que tengas una pacífica noche.
Serena.
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Leer "Namor" en la carta me parecía raro, por un momento había olvidado que usaba ese nombre para mis enemigos. Me sabía mal que ella estuviera usando ese nombre aún después de nuestra cercanía, aún que, haciendo memoria, jamás nos hemos presentado directamente y por lo tanto, es posible que Serena tenga otro nombre.
[...]
Al día siguiente por la tarde, me encontraba frente al espejo peinando mi cabello y arreglando la capa que debía llevar puesta, mis manos temblaban y en dos ocasiones, me pellizqué con el broche.
Cuando por fin creía que estaba listo, me encontraba con otro dilema, ¿salir por la puerta o por el balcón?. Lo medité un para de segundos y decidí salir por el balcón; no creía encontrarme con alguien durante el camino a las escaleras. Descendí lentamente y me acomodé el Tilmatl, di un par de pasos antes de escuchar la voz de Serena tras de mí. Volteé a verla y quedé sorprendido por cómo se veía, estaba anonadado; llevaba puesto un vestido largo de color blanco, con una tela transparente como capa, su cabello lo llevaba suelto, adornado con una corona de rosas pequeñas y con pequeñas cadenas de perlas pequeñas simulando gotas de lluvia, sus manos negras la hacían parecer que llevaba guantes consigo, se veía espectacular.
— Te ves... — hice una pausa aún mirándola detalladamente.
— No digas nada — sonrió y desvió la mirada. Pude notar un pequeño sonrojo sobre sus mejillas, acompañado de una sonrisa; instantáneamente sonreí pero no pude articular ni una sola palabra — ¿Vamos? — dijo nerviosa, asentí con la cabeza, me acerque a ella y le ofrecí mi brazo para poder caminar juntos; miró mi brazo durante unos segundos y después accedió a abrazarse de mí.
Caminamos juntos y en silencio durante el recorrido antes de llegar a los primeros puestos, la gente nuevamente nos observaban con curiosidad y asombro; me habría gustado saber como nos veíamos juntos y más porque mi compañía venía tomada de mi brazo.
Serena hablaba con la gente de los puestos, hacía bromas, comentarios halagadores y daba motivaciones para su gente, se desenvolvía tan bien que podría entender que la hayan elegido como Tlatoani.
El atardecer iba desapareciendo poco a poco y el cielo se iba iluminando por las estrellas y la majestuosa luna.
Las personas que estaban vendiendo en los puestos como las que estaban comprando, poco a poco iban caminando hacía la explanada acomodándose alrededor de la hoguera; Serena y yo hicimos lo mismo, al poco tiempo se solto de mi brazo y camino hasta la silla que habían puesto el día anterior, está se encontraba adornada con plumas, rosas, azahares, lilas y lavandas; Serena subió a la tarima donde estaba posicionado el trono, yo me acerque posicionándome a la derecha y a una corta distancia de donde ella se encontraba.
— ¡Hermanos, hermanas! — dijo en voz alta mientras levantaba levemente sus brazos — ¡Hoy estamos aquí para celebrar la fertilidad de nuestras tierras que nuestras Diosas nos han brindado! — continuó hablando y yo me dedique a escucharla como todos los presentes — ¡También...! — se detuvo abruptamente, como si le costará hablar; segundos después aclaro la garganta — ¡También, estamos celebrando los emparejamientos. Por lo tanto, doy comienzo al ritual del baile para que las Diosas nos bendigan! — la gente comenzó levantar sus manos haciendo la señal que habia visto en mi llegada, con sus manos y sobre el pecho, formaron un águila — ¡Ximeua, Aztlán! — gritó Serena, con fuerza.
— ¡Ximeua, Aztlán! — gritaron todos al unísono.
Un par de mujeres jovenes pasaron al centro y formaron un círculo al rededor de la hoguera, Serena bajo de la tarima y se unió a las mujeres. En un costado de la hoguera, se encontraban un par de músicos y comenzaron a tocar una melodía que parecía tener tanta magia y poder. Las mujeres comenzaron a bailar al compás de la música, iban girando al rededor de la hoguera. Sin darme cuenta, un par de mujeres se habían puesto a mi lado y detrás de mí un par de hombres.
— ¡Es hermosa la danza, ¿no le parece?! — dijo una mujer en voz alta a mi derecha, para ser escuchada por mí.
— ¡Por supuesto. ¿El baile es para sus Diosas, cierto?! — pregunté con curiosidad, inclinándome levemente hacía la derecha y así poder escucharla mejor.
— ¡Sí, pero también es para que las mujeres puedan sacar a bailar a sus parejas! — sentí un cosquilleo en el abdomen y en el pecho al escuchar lo que aquella mujer decía.
— ¿Entonces su Tlatoani...? — iba a continuar mi pregunta pero una mujer a mi izquierda me interrumpió.
— ¡No! — me sonrió — ¡La Tlatoani siempre ha bailado para iniciar el ritual, pero jamás ha sacado a bailar a un hombre o a una mujer! — volví a sentir aquel cosquilleo en las mismas zonas, me límite a quedarme en silencio.
La danza era maravillosa, literalmente parecía que era un momento mágico. Luego, como si todo estuviese en camara lenta, me concentré en cada movimiento de Serena; su sonrisa plasmada en su rostro la hacía ver tan iluminada y llena de vida, la hacía lucir simplemente maravillosa; sentía que mi corazón latía tan rápido que podría salirse de mi pecho, pero a la vez tan lento que podía sentir los latidos de mi corazón. En ese momento, sentí que las miradas de las mujeres y hombres que me rodeaban, se hacía cada vez más pesada; evité voltear a verlos, pues me sentiría aún más observando de lo que ya estaba.
Después, las mujeres pararon y dieron media vuelta hacía el público, se acercaron a sus parejas y las tomaron de las manos para que bailaran con ellas; en ese momento, las mujeres a mi alrededor me tomaron de los brazos y comenzaron a jalarme hacía la hoguera, mientras los hombres detrás mío me empujaban para ayudar. ¿Acaso estaba siendo elegido por más de una persona para ser su pareja?; esa era la cuestión, pero me estaba equivocando puesto qué, me pusieron frente a Serena y regresaron a su lugar dejándonos completamente solos a ambos.
Serena al igual que yo, se había quedado congelada en su lugar; podía ver como su pecho subía y bajaba con gran dificultad para respirar, y justamente me sucedía lo mismo a mí. Sentía como mis mejillas ardían y quería salir huyendo del lugar pero solo podía mirar fijamente a los ojos de Serena; lentamente fue levantando sus manos para ofrecerme sus palmas y así posar las mías sobre ellas, y fue lo que hice. Comenzó a hacer los pasos lento para que yo pudiera coordinar con los suyos y agarrar el ritmo de la música, y así poco a poco ibamos aumentando la velocidad y nos movíamos al rededor de la hoguera al mismo tiempo que todos. Serena comenzó a reír y me uní a ella, sentía que al fin estabamos conectando de una forma en la que jamás lo había hecho con alguien, era cómo si la conociera de siempre, era como si... me estuviera enamorando de ella.
La música para para dar final a la danza, todos mirábamos a nuestras respectivas parejas y la gente a nuestro al rededor comenzó a aplaudir, silbar y a gritar emocionados por el gran espectáculo que habían presenciado.
Serena y yo nos mirábamos a los ojos fijamente, podíamos escuchar nuestros jadeos por el cansancio aún con todo el bullicio; le sonreí y me correspondió con una sonrisa tan hermosa, lentamente me fui acercando a su rostro pero nos vimos interrumpidos por una visita inesperada.
— ¡Eres un maldito mentiroso! — Serena y yo volteamos al origen de aquella voz, y frente a nosotros se encontraban Shuri, Okoye y Carlos. Podíamos ver irá y decepción en sus rostros.
— ¡Serena, ¿estás bien?! — gritó Okoye apuntando con su lanza en estado de alerta por si alguien quisiera atacarlos.
— ¡Cobarde! — gritó Carlos. Éste nos apuntaba también con una lanza — ¡Maldito traidor! — gritó Carlos de nuevo mientras se abalanzaba hacía nosotros. Por instinto me puse frente a Serena para evitar que le hicieran daño, pero las cosas pasaron tan rápido que uno de los guardias atacó a Carlos atravesándole una lanza en uno de sus costados.
— ¡No! — gritó Serena tras de mí, empujándome a un lado para correr hacía Carlos y brindarle atención.
La gente gritó y comenzó a correr despavorida para ponerse a salvó; era un completo caos. Las mujeres y hombres con armaduras nos rodearon, apuntaron a Shuri y a Okoye para evitar que se movieran, quise acercarme pero Serena me detuvo. Sis ojos se encontraban inundados por las lágrimas que salían sin su consentimiento, podía ver el miedo, el dolor y el enojo en su mirada, aquella mirada que hace unos minutos estaba llena de paz, ilusión y amor.
Estabamos en completo silencio, lo único que se apreciaba a escuchar eran las llamas del fuego bailando con el viento.
No había ni una sola alma en la explanada, a excepción del círculo de armaduras que nos rodeaban en este instante.
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¡Hola!
Cómo lo comenté en las "Aclaraciones", habrá momentos en el que voy a meter mi propia mitología para hacer un poco más entretenida la historia.
P.D. No olviden dejar su voto si les esta gustando la historia, se los agradecería bastante.
Glosario:
Cihuacóatl = Madre de los Dioses y creadora de los humanos. La relacionaban con la fertilidad de la tierra, haciéndola parte de las deidades mas importantes, ya que daba a nuestros ancestros la comida que disfrutaban todos los días. También fue la primera en dar a luz, por lo que la consideraban patrona y protectora de las mujeres que fallecían al dar a luz y de los partos.
Xochiquétzal = Diosa de la belleza, las flores, del amor, el placer amoroso y las artes. Madre de Quetzalcoatl. También era la patrona y protectora de las mujeres, gracias a ella a aquel hombre que abusaba de la mujer o que le era infiel a su esposa, era castigado de una forma que jamás volviera intentarlo; la mujer afectada era cuidada y recibía el apoyo total de la comunidad, no se le juzgaba ni se le criticaba.
Tlazoltéotl = Diosa de la pasión y del amor lujurioso, de la fertilidad, de la sexualidad y del placer. También era diosa de las enfermedades y de sus curas. Al ser la Diosa de la pasión, del amor lujurioso y del placer, también era la encargada de quitar los deseos carnales; la adoraban y le temían. Podía quitar los pecados y perdonarlos, así también como no retirarlos y castigar a quienes cometían adulterio.
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