20.
—Tenés que ir a casa a dormir algo, Lily —susurra una voz. Levanto la cabeza rápidamente de la mesa, y puedo sentir la baba que se me ha quedado pegada en el antebrazo, me había quedado semi dormida en una posición incómoda con los brazos haciendo de cojines sobre la mesa.
Abro los ojos y busco a Leo, éste me mira con una sonrisa ladina, busco con la mirada a mi hermano, y lo encuentro durmiendo plácidamente sobre su camilla del hospital.
—Luego de la quimio quedó exhausto —murmura Leo, ambos estamos observando su respiración pausada haciéndose notar por el movimiento de su pecho.
Me he dado cuenta de lo relajante que encuentro escuchar su respiración, o el latido de su corazón, por el simple hecho de asegurarme de alguna forma que todavía sigue aquí conmigo.
Me levanto de la mesa y subo el edredón hasta taparle sobre los hombros. Observo a Elio antes de darle un beso de buenas noches en la frente.
—Va a estar bien —me asegura Leo, puedo sentir su presencia a mis espaldas. Asiento algo insegura.
—¿Qué hay de Álex y Eddie?
Apenas acabo de notar la ausencia de ambos en la habitación, tengo que levantar la cabeza para comprobar, en el reloj viejo colgado en la pared de la habitación, que ya casi son las 1 am.
—Fueron a tomar una ducha, pero van a volver para pasar la noche acá, me pidieron que te lleve a casa, Lily.
Asiento. Incluso mi estómago ruge del hambre pidiendo tomarme un descanso. Leo me abre la puerta antes de que yo pueda alcanzar a hacerlo, y le agradezco con un asentimiento de cabeza.
—¿Viniste en coche? —pregunto ya dentro del elevador.
—Traje el mío esta vez —sonríe.
Me toma un momento entender a lo que se refiere, hasta que recuerdo que la última vez tuvimos que subir en el coche de uno de sus amigos para que la oleada de fanáticos no lo reconocieran en la carretera. Inmediatamente recuerdo que Leo no es un chico convencional y el golpe de la realidad me envuelve. Me quito la chaqueta que llevaba encima desde esta mañana y le tapo la cara con desesperación.
—¡Eh! ¿Qué hacés? —Leo pregunta intentando deshacerse de mi chaqueta.
En ése mismo instante el elevador hace su habitual pitido antes de abrirse. Encontrándome con un par de caras que nos reciben apresurados por tomar nuestro lugar.
—Shh, no hables —murmuro, con violencia vuelvo a cubrir su rostro con mi chaqueta y lo empujo hacia la salida.
Leo se queja en el camino pero no se detiene, incluso tengo que darle un codazo para que no hable. Su voz era muy fácil de reconocer en cualquier sitio.
—Estás olvidando que no deben reconocerte, gilipollas —le digo, antes de que lleguemos a acceder al estacionamiento.
Ya allí se quita la chaqueta de la cabeza.
Leo comienza a reírse.
—Sos un poquito dramática ¿No te parece?
Pongo mi mejor cara de indignación llevándome la mano al pecho.
—¿Yo?
Leo muestra sus oyuelos al reírse.
—No me importaría que me vean con una chica tan atractiva.
Se me atraganta la risa transformándose en una pequeña tos. Leo observa atentamente cada uno de mis movimientos. Tengo que darle otro codazo para disimular mi nerviosismo.
—Eres un tonto, de verdad.
Se me escapa una risa falsa, totalmente evidente.
—Un poco tonto si estoy —Leo se encoge de hombros, siento que quiere añadir algo más, sin embargo, se detiene a sí mismo mirando hacia sus pies.
Alzo las cejas esperando que prosiga. Pero decide no hacerlo, y sigue su camino buscando su coche en el estacionamiento, pasando totalmente de mi mirada acusatoria.
—Ya olvidé dónde lo dejé —murmura mientras busca con nerviosismo el coche.
Voy detrás suyo pensando en sus movimientos torpes. ¿Qué iba decir? ¿Por qué se detuvo a sí mismo?
—Desbloquea el coche y lo sabrás.
Leo asiente y saca sus llaves del bolsillo. Al accionar el botón su coche hace el habitual sonido de desbloqueo.
—Eureka —murmuro con una sonrisa. Leo se gira a mirarme y prosigue con su trayecto hasta el coche.
—¿Querés que cenemos algo antes? —dice, con toda la normalidad del mundo.
Me pregunto en qué momento comencé a familiarizarme con su voz. Como si no fuera de Lionel Messi de quién estuviéramos hablando.
Joder, iba costarme un montón asimilarlo.
—Yo...
Otro rugido de mi estómago.
—Sí —completo. Ambos subimos a su coche y vuelve a bloquear las puertas.
Me siento bastante incomoda al subir al asiento del copiloto, normalmente subía a los asientos de atrás cuando íbamos en el coche de Alejandro, sobre todo teniendo en cuenta que nunca estábamos solos, y cualquiera era mejor copiloto que yo.
Sin embargo, Leo incluso me abría la puerta antes de que yo pudiera decidir a dónde subir. Tengo que concentrarme en la comida que me esperaba en la cena para que la presencia de Leo tan cerca de mi burbuja personal no me pusiera aún más nerviosa.
Todo el estacionamiento estaba convenientemente vacío, y sus ventanillas subidas hasta arriba no dejaban ver absolutamente nada de lo que estuviera dentro de su coche. Hasta aquel momento nadie estaba corriendo detrás de nosotros a tomarnos fotos, y de alguna manera eso me hacía sentir más tranquila. Aunque mi ansiedad me causara voltear a ver a los lados a cada cinco segundos.
—¿Preferís comida rápida o ir a cenar a algún restaurante? —pregunta, sin despegar la vista del camino.
Estoy pensando en una respuesta, pero verlo tan concentrado mientras maneja me distrae un poco. El primer día que nos conocimos ya había estado en esta misma situación, pero estaba tan nerviosa y en shock como para fijarme en algo así.
Los músculos de sus brazos —que hasta ése momento jamás había sido consiente de que existían debajo de sus camisetas de fútbol—, se tensaban cuando giraba el volante. Estoy tan distraída que Leo tiene que girarse a mirarme para que le dé una respuesta.
—Eh ¡Sí! —asiento rápidamente desviando la mirada.
Leo suelta una risa relajada.
—¿Sí? ¿Sí qué? —pregunta totalmente divertido al verme.
Trago saliva pensando en qué decir.
—Comida, sólo dame comida.
Leo hace un sonido con la garganta que refleja su confusión. Pero no protesta. Sigue observando su camino y girando gloriosamente el volante del coche.
Me exijo a mí misma a dejar de verlo de esa forma y me concentro en la cena.
Otro rugido de mi estómago se ve camuflado por el ruido del tráfico. Seguidamente mi teléfono emite una vibración larga. Y el sonido de una notificación de WhatsApp interrumpe mis pensamientos.
—Es mamá —aclaro para Leo abriendo el mensaje—. Dice que Alejandro y Eddie llegaron y se quedarán a dormir en el sofá junto a Elio.
Sonrió al leer los últimos mensajes que mamá me manda.
Dile a ese guapo futbolista que si intenta hacerte algo conocerá la furia de mamá.
Niego con la cabeza. Debe ser Alejandro quien está metiendo ideas en la cabeza de mi madre. Ya puedo imaginar la cantidad de barbaridades que se está inventando sobre mí y sobre Leo.
—¿Qué? —pregunta Leo con curiosidad.
Dejo de sonreír y niego levemente.
—Dale, decime —insiste, alternando la vista de mi rostro a la carretera.
—Sólo es mamá, amenazando con arruinarte la vida si no me tratas como lo merezco.
Leo deja ver sus oyuelos.
—Entonces que no se preocupe, estás con Lionel Andrés Messi Cuccittini.
Suelto una risa ligera, se tiene muy alta estima. Aunque a decir verdad, yo también lo tendría de estar en su posición.
Sospecho que sus palabras tienen cierta intención.
—¿Por qué estamos girando aquí? —pregunto observando el barrio cerrado al que estamos ingresando.
Por un momento siento miedo, e imagino a Leo siendo un completo extraño tratando de engañarme para robar mis órganos y traficarlos por toda Europa y Latinoamerica, pero en cuanto volteo a ver su expresión llena de emoción, lo olvido por completo.
—Porque decidí que quiero invitarte a cenar a mi casa.
Una risa corta llena de incredulidad se me escapa. Pero me quedo helada cuando noto su determinación.
—¿Estás...? ¿Estás hablando enserio?
Abro la boca sin poder creerlo.
Leo asiente convencido.
—Sí, muy enserio. Que no te engañe la fachada, este barrio es muy argentino. Y mis vecinos son todos amigos míos.
No puedo despegar la vista del barrio de clase alta al que estamos accediendo. Ni el restaurante más elegante y caro de España me podría hacer sentir más fuera de lugar que este sitio. Es tan... limpio y privado.
No sabría describirlo en alguna otra combinación de palabras.
—Se parece mucho a mi apartamento en Barcelona —bromeo, mientras dejo salir una risa incómoda.
—Te dije que no te dejes llevar mucho, la pinta que tiene es sólo por seguridad.
Asiento hasta que llegamos a la cochera de una de las tantas casas modernas, y privadas del barrio cerrado. Su fachada inspira dinero, por los materiales escogidos concretamente para la estética, rodeado de vegetación, con una gamma cromática cálida y luminosa, y con un estilo minimalista que no había visto yo en mi barrio jamás. Todo el costo de esta casa era tan obvia. Que incluso me sentía incómoda.
—Por seguridad... —murmuro algo escéptica.
Leo me mira con curiosidad antes de relamerse los labios, y abre la puerta del coche para bajarse. Trato de bajarme antes de que pegue la vuelta del mundo para abrirme la puerta del coche.
—Yo iba...
—Sí, sé hacerlo sola —me burlo de su rostro.
Abre la boca para decir algo pero la vuelve a cerrar y se encoge de hombros.
—Por acá —me señala la entrada, saca sus llaves e intenta abrir la puerta principal—, puede que pidamos pizza si mi plan no sale como lo estoy imaginando.
Asiento efusivamente. La pizza estaba comenzando a tomar un significado muy importante en nuestra relación, y estaba comenzando a convertirse en mi comida favorita. No me molestaría pedirlo ahora mismo, aunque con el hambre que me estaba carcomiendo el estómago podría ser capaz de comerme hasta la baldosa de gran tamaño de la sala de estar o sus techos con lama de madera. Incluso esas plantas en la maceta del patio.
—Bienvenida a mi casa —dice, cierra la puerta y lanza su abrigo en el sofá.
Me aferro a mi chaqueta mientras avanzo más adentro de su enorme sala.
—Te daría un tour... pero tengo hambre, así que seguime. —sonríe mientras me enseña el camino hacia la cocina.
A través del salón se llega a la cocina, en donde una isla central se extiende a lo largo del espacio para transformarse en una zona de office con taburetes. Pienso en la combinación de materiales de sus muebles, todos revestidos de listones de madera para verse más acorde al ambiente.
Es todo tan... armónico, que me quita las ganas de regresar a mi apartamento de metros cuadrados compartido con Clara.
—Clara —murmuro en voz alta.
—¿Qué pasa con Clara? —Leo me mira.
Niego con la cabeza y lo sigo hasta alcanzarlo. Está sacando materiales de cocina de la alacena.
—Es que... todavía no he hablado con ella.
—Escuché la última conversación que tuvieron —responde, se mueve de manera automática hasta la nevera y saca unos embutidos acompañados de aderezos.
—Sí, fue un poco... intensa. —Suspiro.
Leo está sacando la sartén y un poco de aceite. Puedo adivinar lo que intenta hacer, así que decido ayudarlo a poner a freír los embutidos.
—Bueno, mi abu decía... Siempre es mejor cenar un choripan argentino hecho por un argentino desde la cuna, que ir a cenar un par de discusiones en tu apartamento.
Suelto una risa genuina, que lo contagia.
—Tu abuela no pudo haber dicho eso —me quejo. Un poco de aceite salta del sartén hasta mí antebrazo y pego un salto—. ¡Joder! La madre que me parió...
—Esa fue mi abu, por dudar de ella.
Leo se está riendo a carcajadas. Tengo que sobar la zona que me arde para calmar el dolor. Leo se acerca al lavavajillas y recoge mi antebrazo para ponerlo debajo del grifo. Cuando lo abre y el agua cae sobre la zona, dejo salir un suspiro de alivio.
—Siempre he sido un desastre en la cocina —confieso, algo avergonzada—. Parece que lo mío no es ser ayudante del argentino desde la cuna.
Leo niega restándole importancia.
—Mi nutricionista me ha enseñado lo suficiente para que conmigo no te mueras de hambre —dice, tan calmado que no puedo evitar hacer silencio para apreciar su rostro.
Está fijando la vista en la zona donde la gota de aceite caliente me ha alcanzado, intenta echarle el agua suficiente, y palpar con mucha suavidad para restarme el ardor. Lo hace con sumo cuidado, está tan metido en la tarea, que no se da cuenta de que lo estoy mirando.
Fijarme tanto tiempo en él, me causa un cosquilleo nuevo en el estómago, uno que incluso se entiende hacia mi pecho.
La sensación me asusta, tanto, que alejo mi brazo del grifo y de su toque de forma brusca.
—Ya estoy bien —murmuro.
Leo se ve desconcertado, pero no dice nada.
Me giro para no verlo a la cara, y me enfoco en los chorizos, ya casi están listos.
Quiero ayudar, pero Leo no me lo permite, se ve tan concentrado en la tarea, que no puedo interrumpirlo. Cada cierto momento me mira, y suelta un suspiro que no puedo interpretar porque vuelve a la tarea rápidamente, estoy pensando en decir algo ocurrente, en dar un tema de conversación interesante, pero estoy muy distraída.
No puedo dejar de pensar en lo que acabo de sentir.
—Parece que no disfrutás mucho de la cocina —habla luego de un momento.
—Bueno...
—Porque no estás diciendo nada.
Bajo la mirada a mis zapatos, esta mañana escogí el par más cómodo que tenía, se sentía extraño verlos sobre las baldosas de la casa de Leo. El simple hecho de estar aquí, no se sentía normal.
—No soy muy buena compañía para un chef —bromeo—. Pareces disfrutar mucho cocinar.
Leo me mira y se encoge de hombros.
—Es... algo diferente, cuando no estoy entrenando, lo que suele ocupar mucho de mi tiempo, estoy cocinando algo saludable con mi nutricionista. Es diferente, y lo diferente me gusta.
Sonrío. ¿Seré yo algo diferente para él? O es recurrente que invite a chicas tan ordinarias como yo a su casa. A esta casa tan enorme.
—¿Vives solo? Es mucho espacio para estar sin compañía —pregunto.
Una sonrisa extraña aparece en su expresión.
—Cierto, me falta una compañía.
Trago saliva, él no me mira, sigue enfocando la mirada en la comida. Se mueve mecánicamente al otro extremo para luego sacar el pan y los platos.
—¿Entonces vives sólo?
Leo me dedica otra sonrisa.
—No siempre, mis papás vuelven a España frecuentemente, de Argentina, incluso mis hermanos. Pero mayormente traigo a casa a Sergio. Eso cuando el city no lo tiene ocupado. Traigo a muchos amigos a mi casa.
—Y a chicas, eso seguro —bromeo. Pero me tapo la boca rápidamente en cuanto me doy cuenta de lo que acabo de decir—. Perdón, eh, e-era una broma.
Leo no se inmuta.
—Bueno, no estás mintiendo mucho, hoy traje a la primera.
Esa sensación de antes vuelve a hacerse presente, me aterra, pero es aún más intensa cuando Leo fija la mirada en mí. Y no tengo respuesta. Se está acercando, lo hace porque debe apagar el fuego que utiliza para la sartén, pero siento la tensión que nos envuelve cuando no muevo un sólo músculo para darle paso. Y tiene que apagarlo estando a escasos centímetros de mí.
Soy tan consciente de su cercanía que su olor me envuelve, y es la primera vez que no me siento nerviosa, que lo único que siento es el maldito cosquilleo del que había estado aterrada segundos antes.
—¿La primera? —murmuro muy bajito.
Leo observa mis labios cuando hablo, pero tan solo lo hace fugazmente.
—La primera —asiente, se ve algo nervioso.
Su olor es tan embriagador, que mi cuerpo se acerca aún más a él por inercia. Cuando me doy cuenta de lo que está causando en mí, trago saliva y me detengo.
Tengo que obligarme a detenerme. Él tiene que detenerse.
Finalmente la tensión se rompe, y me alejo hacia los platos.
—Ya claro, no hace falta que me mientas, no necesito saberlo de todas formas. ¿Cenamos? Tengo mucha hambre.
Trago saliva mientras me muevo nerviosamente juntando los platos.
Leo sigue en el mismo lugar en donde lo dejé, pero no responde. Ambos estamos igual de afectados por la sensación que acaba de atraparnos, finalmente se gira y asiente. Pero ya no nos estamos mirando.
El resto de la cena es completamente silenciosa.
Notita:
Lo siento mucho por tardar más de una semana en darles este capítulo, lo bueno es que estoy muy bien, y ahora más motivada para seguir escribiendo. Espero que me sigan leyendo♡ Buenas noches.
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