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14.

Pov: Lily.

—Deja de beber, ya, te harás daño —insisto apartando la sexta botella de la boca de Eddie, el hermano de Alejandro.

Cuando pensé en la idea de despejar mi mente de todos los problemas que involucrarme con Pedri habían traído a mi vida, y de todo el mal rato que paso en mi departamento junto a la amiga que estoy perdiendo, nunca pensé que acabaría la noche cuidando de un amigo borracho, estando completamente sobria.

¿Por qué no le arrebataba la botella y me la bebía en lugar de acomodarla de vuelta a su sitio?

Simple, no confiaba en absolutamente nadie que estuviera en esta misma fiesta.

De hecho no, lo hacía, existía alguien en quien sí podía confiar al cien por ciento, pero estando sobrio. Y ése alguien ahora mismo está forcejeando conmigo para arrebatarme la botella de cerveza que tan hábilmente estoy consiguiendo apartar de su alcance.

—¡Dame eso! ¡Zorra! —me insulta, acto seguido le da un hipo y se queda estático asimilando lo que acaba de sucederle—. Oh, perdón, no quise llamarte zorra, no eres tan zorra como tu amiga ¿Verdad?

Eddie no tenía idea de lo que estaba diciendo, si supiera aunque sea un poco del contexto...

—No llames a Clara así —insisto, por tercera vez en lo que va de la noche.

Podría ser peor, ¿no es así? Podría estar ahora mismo sola en medio de un montón de gente desconocida con ansiedad social, o podría estar perdida en un lugar que no conocía en absoluto. O abandonada por los chicos, acosada por algún borracho extraño. No sé, muerta en una zanja. Cualquier escenario podría ser peor, no tenía que estar tan pesimista esta noche.

—¿Clara? ¿Quién es Clara? —balbucea Eddie, vuelve a su sitio lentamente y se desploma en el puf.

Bendito puf que a Alejandro se le ocurrió comprar para el balcón de su apartamento en uno de sus días más lúcidos. Esa cosa era tan cómoda y gigantesca como para albergar nuestros traseros borrachos toda una noche.

—Mi amig... Bueno, ya no sé ni siquiera qué somos, si roomies o sólo compañeras de la universidad —contesto, pero hablar con Eddie equivale a hablar sola, lo cual es menos refrescante de lo que parece, pero no tengo a nadie más—. ¿Sabes qué? Que se joda, que os jodan a todos vosotros.

—Estás comenzando a hablar sola, eso es grave —murmura Eddie tapándose los ojos.

—Estoy cansada de guardarme toda la mierda adentro —continúo hablando.

Observo la gran ciudad de Barcelona que se extiende a mis ojos desde la altura de este balcón.  Las luces se ven relativamente lejos, como si me ubicara en una esquina a observar la ciudad, lo podia ver absolutamente todo. Y era bellísimo, e incluso me sentía en paz, sentía la tranquilidad suficiente para comenzar a hablar como una tonta.

—Todo comenzó ese puñetero día en que pensé que fue buena idea ir a una discoteca con Clara y con tu hermano cabeza hueca —sigo hablando, dejo escapar un suspiro lleno de frustración—. Si tan sólo Clara no se hubiera quedado pillada por Pedri, todo ésto no estaría sucediendome a mí.

》Sólo quería verla feliz, quería ayudarla a conquistarlo, pero ése estúpido, estúpido, estúpido y atractivo canario decide rechazarla y luego pedirme una cita a mí. ¿Qué cojones? Digo, ¿a quién cojones se le ocurre romper así el autoestima de una chica? Y lo peor es que me ha echado toda la culpa a mí. Yo ni siquiera he pedido ésto.

Inhalo aire por la nariz, y caigo en cuenta de que mi pecho está subiendo y bajando aceleradamente. Y mis mejillas están mojadas por unas gotas de lágrimas que se me escapan. Me limpio con el dorso de la manga de mi chaqueta de jeans.

—¿No has pedido nacer bonita y atractiva? —habla Eddie, su voz está amortiguada por un cojin en el cual entierra su rostro borracho.

Me río, pero puedo oír mis mocos en el proceso.

—Joder, eres tonto.

—Odias a Pedri por tener el beneficio de su atractivo, pero tal vez lo odias porque ves lo que odias en ti, también en él.

Resoplo con burla, eso suena jodidamente estúpido. Pero al mismo tiempo tiene demasiado sentido para que un borracho lo esté diciendo.

—¿Eddie? ¿Qué estás diciendo? —Arrugo la frente.

Eddie mueve su cuerpo hasta lograr mostrar su rostro hacia mí cuando habla.

—Creo que a Clara no le gusta Pedri, creo que quien le gusta es Álex.

Me echo a reír muy fuerte, cuando me doy cuenta de lo fuerte que me estoy riendo, me tapo la boca.

—Uy —murmuro aguantando la risa—. No he tomado nada y parezco yo la borracha.

—Alejandro jamás podría corresponderle como ella se lo merece, él todavía es un crío —sigue hablando Eddie.

No estoy segura de si es la noche, o el ambiente pesimista que se sentía allí abajo en la fiesta de los del Barça desde el momento en que pisé este sitio, o si fuera simplemente el alcohol que generó melancolía en Eddie y acaba de contagiarme, pero me muevo del puf y me recuesto sobre su rodilla apoyada en la baldosa fría, ambos mirando a cualquier otro sitio.

—¿Por eso estás así? —pregunto, pero no consigo respuesta alguna.

Examino en silencio el panorama, creo que Eddie está confundido, a Clara jamás podría gustarle Alejandro. Sí que lo admira en secreto, pero más allá de eso... No lo sé, menos después de lo ofendida que se sintió de sólo imaginar que Pedri y yo pudiéramos tener contacto, era obvio que le seguía gustando ese idiota.

Después era yo la del mal gusto en hombres.

—Da igual, el día que Pedri me besó frente a ella fue el día de mi funeral, sé lo que se siente ser traicionada, me han puesto los cuernos más veces de las que puedo contar... Pero que una amiga te lo haga debe doler el doble. Y yo ni siquiera quise hacerle eso a Clara.

—Ella lo sabe, sólo no puede superarlo.

—Eddie, te lo juro que yo no quise que me besara, te juro que ése día lo aparté y...

Otras lágrimas amenazando con salir.

—Ella lo sabe —murmura Eddie nuevamente.

Me aferro a su jogger, ocultando el rostro en su pierna cubierta por la tela suave del material, sé que esta noche debería estar bailando y bebiendo alcohol en lugar de estar triste por lo mismo por lo que intenté salir de casa. Pero estaba evadiendo mis problemas como siempre lo había hecho, y eso desencadenada en noches catastróficas como éstas.

—Soy una cobarde y una mentirosa, debí haberle contado todo, pero nuestra amistad nunca funcionó así por mi culpa. Porque soy una mala amiga de apego evitativo que nunca comparte nada con la gente que quiere.

—Tengo ganas de...

—Y no sé por qué, tío, no sé si es que me cuesta abrirme del todo, o me cuesta confiar en los demás, o si me han criado con tan poco amor que rechazo la idea de expresarle lo que siento a los demás... Compartir cuando algo bueno o malo me está sucediendo.

—...Vomitar —finaliza Eddie, pero para ése momento no soy tan rápida como para ver venir el vómito caer en la cubeta.

Cubeta que había preparado especialmente para este momento.

—Joder, qué puto asco —gruño, alejándome de su pierna—. Tienes que ir al baño a limpiarte.

—Gracias, Lilita —balbucea Eddie mientras se levanta con mucho pesar a dirigirse al baño.

Me quedo sola nuevamente en el balcón. Y ante el silencio, aprovecho para quitarme de encima la chaqueta de jeans, la cual era tan blanca que ya estaba algo manchada con cerveza.

—No importa cuánto me esfuerce, ¿huh? —le hablo a la nada, mis ojos no se apartan de las luces encendidas en toda la ciudad que se impone enfrente mío—. Siempre terminaré decepcionando a los demás.

Pareciera que el rugido del viento me estuviera respondiendo mágicamente. Dejo salir las últimas gotas de lágrimas que me quedaban esta noche. Siento una presión fea en el pecho, de esas que uno siente acompañada de un nudo inexplicable en la garganta, una punzada, dirían los demás, pero una que no duele sino que me transmite ganas de sollozar muy fuerte.

No me permito llorar, solo cierro los ojos un minuto.

—Es nuestro destino, al parecer.

Escucho esa voz, una que me cuesta reconocer, pero me causa un susto tremendo. Doy un respingo buscando en la oscuridad del balcón al propietario. Se mueve de forma torpe hacia mí, incluso me parece notar que trastabillea. Estoy tan avergonzada de que me haya escuchado hablar sola algún invitado de esta dichosa y aburrida fiesta, que no puedo imaginarme que quien se acerca sea él.

—Tú —murmuro boquiabierta.

Se me sale una sonrisa, lo digo con una familiaridad que no puedo explicarme de dónde proviene, porque él no me conoce, y yo tampoco lo conozco, y sin embargo nos miramos como si fuéramos amigos.

—Yo —responde Leo.

Puedo ver gracias a la luz de la ciudad, un atisbo de su sonrisa. Y no sé qué decir.
Leo se acerca hasta mí con mucho esfuerzo, me fijo en su rodilla inflamada, y recuerdo la lesión del partido de ésta mañana.

—Parece que no soy el único destinado a decepcionar a todos los que me rodean —dice, cuando por fin me alcanza, y toma asiento en el lugar que Eddie había dejado vacío.

Me reacomodo con nerviosismo.

—Lo siento, pero me cuesta creer que el mejor jugador del mundo, en teoría, pueda decepcionar a alguien —digo, sin borrar la sonrisa de mi rostro.

De entre todas las personas que pudieron haberme escuchado en este balcón, y avergonzarme, el que menos me molestaba que lo hiciera, era Leo.

—Te sorprendería la presión con la que se vive siendo un futbolista profesional —responde él.

Me mira de una forma extraña, de una forma que aún no puedo descifrar, pero que no me molesta.

—¿Qué has escuchado exactamente? —pregunto algo temerosa.

Leo sonríe por fin.

—Todo, no pensaba interrumpir hasta que Eddie se fue.

Siento el calor subir desde mi cuello a mis mejillas. Y me sudan las manos. ¿Todo? ¿A qué se refería con todo exactamente? No puede ser. Ahora me siento como una tonta. Acabo de contarle todas mis inseguridades de forma indirecta.

—¿Q-qué?

—No soy tan chismoso como parezco, es que por alguna extraña razón siempre me meto en tus cosas.

Parpadeo completamente desconcertada.
Si fui yo la que se metió en sus cosas, para comenzar, yendo a verlo jugar un partido.

—¿De qué hablas?

—De que tu vida es... ¿Cómo te digo? La gente problemática te rodea.

—¿Enserio has escuchado mi ridícula confesión?

A éstas alturas no sé si el mundo me quería ver muerta o si yo tenía la culpa de que mi vida fuera una comedia triste.

—Todo, lo de Pedri, lo de Eddie y Clara, siento que ustedes tienen más drama en sus vidas que una novela de esas turcas.

No sé exactamente si debería reírme, pero lo hago sin ganas.

—¿Cuando llegaste?

—¿Acá o a la fiesta?

—A casa de los Balde.

—Hace más de media hora —responde, gira la cabeza y observa el panorama del balcón igual como yo lo había hecho minutos atrás.

—¿Estuve aquí desvariando con Eddie tanto tiempo?

Joder, ahora pensaba en voz alta al lado de Leo Messi.

Él me mira nuevamente y se echa a reír.

—Me parece que sí, chica de la pizza.

Le sonrío de una forma íntima. Era nuestro único vínculo, y escucharle decir eso me recordó sobre la nota que me había dejado en la libreta de compras del supermercado.

—¿Me reconociste aún cuando me oculté detrás de un muro?

—¿Le diste a Gavi tu libreta de compras para que te lo firmara? —contraataca, pero ésta vez su risa es más marcada, incluso puedo ver sus bonitos oyuelos aparecer en sus mejillas.

Toda mi cara arde otra vez, y seguramente si existiera un foco de luz encendido en el balcón, me vería roja.

—Y-yo...

—¿No olvidaste comprar el papel de baño, verdad?

Abro los ojos en grande, porque, aunque sea solo una broma que incluso me avergüenza, acabo de recordar que tenía que hacerlo después del partido.

Leo cambia su cara, me está estudiando y parece leerme la mente. Porque puedo ver que abre los ojos igual que yo.

—No, no puede ser que se te haya olvidado.

Leo se estaba riendo, pero yo tenía la cabeza hecha un lío. Se me pasó por completo ir de compras después de todo ese viaje lleno de tensión y la discusión con Clara. Mi cabeza no podía pensar con claridad si me sentía así de triste.

—Es que todo... Pasó tan rápido.

—Sos tan...

Antes de que pueda formular una frase, cierra la boca y niega con la cabeza apretando los labios.
Juraría que me pareció verlo reprimir una sonrisa.

—Clara estaba enfadada conmigo después del partido, Dios, si supieras la que he liado en un microsegundo.

—Me imagino que te metes en problemas todo el tiempo.

—Y ahora estoy metida en otro. No hay desayuno para Clara en mi departamento.

—Y lo recordás recién ahora, cuando yo te lo digo.

Leo no da crédito a lo que estoy diciendo.
La sensación de haberlo arruinado todo vuelve y con un peso más fuerte, ya me sentía triste y deprimida desde que pisé este balcón y vi a Eddie emborracharse, pero si se podía estar peor, yo lo estaba.
Miro hacia el piso, y me limpio cualquier resto de lagrimas que podría haber quedado fresca en mi mejilla cuando Leo me interrumpió.

—Perdón, no quería hacerte sentir...

—No te preocupes —digo rápidamente. Entonces, desvío la mirada hacia otra parte.

—No sé el contexto —dice Leo de repente, ni siquiera puedo creer que siga sentado a mi lado con ganas de seguir hablándome después de oírme llorar con Eddie—. Pero sé que una amiga de mierda no sos.

Le devuelvo la mirada para encontrarme con que, realmente cree lo que me está diciendo, sus ojos brillan con un destello diferente, que quizá el balcón y las luces de Barcelona en su lejanía le sientan muy bien. O tal vez es ese jersey que lleva puesto que se ajusta a su pecho perfectamente a la medida, y que el color celeste que escogió puede llegar a darle un aire más limpio y sincero, o su piel tan blanca y su olor a jabón y a perfume caro... Joder, pero algo tenía que me hacía creer que todo lo que decía estaba bien.

Que todo lo que me decía era verdad.

—No puedes pensar así de mi sin haberme visto antes, traicionando a mi mejor amiga.

Se hace el silencio que esperaba que se hiciera, que no me molesta pero me clava en el pecho.

—Te miré demasiado rato como para ver lo que hacés por las personas que te importan —dice con seguridad, arrugo la frente porque no entiendo a qué se refiere—. Y nadie que rechace a un futbolista millonario, y ponga una cubeta de vómito, sólo por dos amigos, podría ser una mala persona.

Me quedo mirándolo a los ojos, analizo la idea de que haya visto más de mi de lo que yo realmente pensaba o quería, incluso siento algo de miedo con la idea de que Leo Messi sepa algo tan importante acerca de mí, porque aunque fuera una persona normal como cualquier otra, yo ya comencé a admirarlo demasiado como para evitar sentirme así.

Atrapada en sus ojos, firmemente segura de que todo lo que me decía era así, por el simple hecho de que él lo estaba diciendo.

Así sin más, con ese jersey celeste y su rodilla inflamada, sus dos huecos en las mejillas y su pelo peinado de una forma que consigue hacerlo ver más informal.

—No lo sé...

—Yo sí. —responde.

Y le creo.

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