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Sin atreverse a mover, el príncipe contemplaba a través de la ventana su precioso jardín ahora blanco. No esperaba que nevara en su cumpleaños.
—Su alteza, ¿podría voltearse un poco hacia este lado? Solo queda ajustar algunos retoques.
Si tan solo pudiera meterse en la cama y desaparecer entre las sábanas. No entendía por qué tanto alboroto; después de todo, cumplía años todos los años. Su reflejo en el cristal mostraba a un joven delgado, de ojos apagados. Levantó una mano y dejó que la tela sedosa de la capa rojo intenso se deslizara entre sus dedos como un río de sangre. La suavidad y frialdad de la prenda lo maravillaron.
—Su alteza…
La voz de su criada lo arrancó de sus cavilaciones y con pesar obedeció. Solo quedaban pocas horas para la fiesta.
—¿Está emocionado por la fiesta, señor?
Los ojos pequeños y risueños de la muchacha lo miraron expectantes. Era una muchacha bonita, pero avejentada por la vida de amargura que le tocó en suerte. Asintió vagamente con la cabeza y fijó la mirada en las manos delgadas que se movían ágilmente sobre su chaqueta azul.
—Sus padres han encargado lo mejor de cada cosa, señor. Debería ver el salón, lo han decorado con miles de flores. Ni Monsieur de Orleans tuvo tan exquisito gusto…
Las palabras flotaban alrededor sin que pudiera asimilarlas todas. Flores, duque de Orleans… ¿El duque de Orleans no era aquel libertino que se acostaba con el caballero de Lorena?
Al menos el duque se divertía. ¿Qué podía saber él sobre eso? La diversión era algo tan ajeno a su vida como la pobreza. Sus pensamientos se desviaron hacia aquel palafrenero que hablaba con un acento afectado y sensual. No habían compartido más que algunos besos en los establos, pero fue una experiencia excitante y refrescante. Una sonrisa brotó de sus labios ante aquel recuerdo que ya había comenzado a olvidar.
—Ah, sabía que le gustaban las flores —dijo la muchacha poniéndose de pie y lo examinó como si estuviera a punto de comprar un caballo oriental—. ¡Se ve usted fantastique, señor!
Los aplausos de la criada no hicieron más que aumentar su ansiedad y sus ganas de desaparecer del mundo. Pero estaba atrapado en aquel palacio con miles de flores marchitándose bajo la luz de las velas y cuadros de ancestros con pieles amarillentas y ojos de roedor.
Sí, definitivamente envidiaba al duque de Orleans.
Se bajó de la tarima de madera donde había estado parado la última media hora y se echó sobre la cama, tomando un trozo de manzana que mordisqueó con deleite. La criada se llevó las manos a la cabeza al ver que el precioso traje para la fiesta se arrugaba por el peso del cuerpo del príncipe.
—Señor, por favor, arruinará el traje…
—¿No tienes a nadie más a quien torturar? Vete y déjame solo. O juro que me lanzaré por esa ventana y tú tendrás que darle la noticia a mis padres.
La muchacha abrió los ojos despavorida ante aquellas palabras tan descabelladas. Tomó su costurero y salió corriendo de la habitación.
—Apuesto a que podría saltar desde aquí… ¿Cuánto tardarían en darse cuenta que no estoy?
Las horas pasaron demasiado rápido y cuando estaba a punto de desvestir al palafrenero, alguien lo despertó cruelmente. Parpadeó confundido y para su desgracia, no eran aquellos ojos oscuros que en sus sueños estaban devorándolo con deseo. No, era su molesta criada que ahora tenía el rostro manchado de hollín y lo miraba con ojos de lechuza.
Hizo un mohín con la boca y se sentó.
—Dime que tienes una buena razón para interrumpir el delicioso sueño que estaba teniendo. ¿Y qué demonios le sucedió a tu rostro? ¿Es alguna moda extraña traída de la tierra donde vives?
—¡Qué dice, señor!. Yo nací aquí. Igual que usted.
—¡Santo Cristo! —exclamó sorprendido— Hubiera jurado que eras de algún lugar del norte. O gitana.
La muchacha sacudió la cabeza y tomó la capa para acomodarla sobre los hombros anchos de su joven amo.
—Ya es hora de que se prepare, señor. Sus padres quieren que se reúna con ellos en el salón.
Rodó los ojos y se alisó el traje con las manos. Luego se miró en el espejo y buscó la máscara en uno de los cajones.
—¿Ya llegó alguien? —preguntó con cierto derrotismo. Ya no había nada que pudiera hacer o decir.
—Por supuesto, señor. Debería ver lo maravilloso de los trajes. ¡Y las máscaras! Todo parece un cuento de hadas —dijo risueñamente.
—Lávate el rostro y quédate quieta un segundo —dijo corriendo hacia su vestidor—. ¡No te muevas!
Volvió a los pocos minutos con un bulto escarlata entre sus manos.
—Veamos —dijo el príncipe mirando a la muchacha en detalle—, tu cintura es demasiado pequeña y tus pechos son más grandes que los de mi prima…
La muchacha cruzó ambos brazos sobre sus pechos y lo miró ofendida.
—¡Señor! Usted no debería decir cosas tan vulgares y mucho menos estar mirando el pecho de las criadas.
El príncipe rodó los ojos y se acercó a ella.
—Deja de cacarear y ve a vestirte. No tenemos mucho tiempo —dijo, y se dirigió hacia el espejo para ponerse la máscara.
—¿Vestirme, señor? —preguntó confundida.
—¿Hablo en chino yo? Vamos, apresúrate y ponte el vestido. Tendremos que hacer algo con ese cabello…
Terminó de sujetarse la máscara que cubría casi todo su rostro y encerró a su criada en el vestidor. La muchacha salió a los pocos minutos, despeinada y sujetándose el corsé con ambas manos. El príncipe la miró con pena.
—Llevas años vistiendo a las damas de mi madre y no puedes ponerte un simple corsé… Ven aquí.
Terminó de ayudarla a vestirse y luego le limpió el rostro con una crema que le había robado a su madre. La muchacha estaba estupefacta y soportó todo con pavor y estoicismo. Su príncipe debía haber perdido la cabeza.
—Oh, así te ves como un ser humano presentable —dijo orgulloso—, ahora veamos… Tengo una máscara oscura por algún lado….
Mientras bajaba las escaleras que conducían al gran salón, con su criada vestida de dama pisándole los talones, no pudo evitar soltar una exclamación al ver la decoración. Su criada no había mentido cuando dijo que sus padres habían elegido lo mejor. De las arañas de cristal colgaban flores en cascada haciendo que los techos abovedados lucieran románticos y elegantes. Flores blancas y rojas cubrían casi todas las paredes y habían reemplazado los cortinajes verde musgo por otros en color champagne. Su mirada escrutadora revoloteó por todo el lugar perdiéndose en aquella postal colorida y brillante.
—Señor —su criada susurró y le tiró de la capa—, ¿puedo retirarme? Sus padres se enojarán si me ven aquí. Yo no debería estar en la fiesta.
—Tú eres mi criada. Y ordeno que tú te quedes a mi lado.
La muchacha comenzó a farfullar algo, pero el príncipe no la escuchó. Su mirada había sido seducida por una figura que claramente no pertenecía allí. No por la elegancia de su atuendo, que era exquisito, sino por la presencia dominante que irradiaba. El sujeto vestía negro de pies a cabeza, pero el color oscuro no podía ocultar la formas titánicas de aquel cuerpo.
¿Quién era aquel hombre? ¿Sería algún forastero? ¿A qué familia pertenecería?
—Wonnie, querido —una mano fría se posó sobre la suya que sujetaba la lustrosa baranda. Dio un respingo y apartó la mirada de aquel misterioso invitado. Su madre le sonrió y luego miró a la muchachita a sus espaldas—. ¿Quién es ella?
—Es mi acompañante esta noche —dijo palmeando la mano huesuda y helada—. Todo se ve magnífico, madre. Gracias.
La reina miró alrededor orgullosa por el cumplido del agasajado.
—Tú mereces solo lo mejor, querido. Ahora ven que los invitados quieren saludarte.
Haciendo gala de sus modales reales, el príncipe se movió con gracia entre el gentío que lo saludaba como si él regresara de alguna guerra y hubiera cubierto de honores al mundo. Afortunadamente, su máscara sólo dejaba ver sus ojos y nadie podía apreciar los gestos que hacía tras ella.
Poco después, su madre lo guió hacia dónde estaban los tres tronos. Se quedó de pie esperando que su padre hiciera los honores y saludara a sus invitados.
—Nobles y distinguidos, les doy la bienvenida a esta celebración en honor al príncipe heredero. Hoy, en el umbral de su mayoría de edad, nos reunimos para festejar su nacimiento y su futuro como líder de nuestro reino. En este salón, esta noche, el pasado y el porvenir convergen aquí y es nuestro deseo que esta noche quede grabada en la memoria de todos nosotros. Nuestro amado hijo —el rey miró al príncipe que hizo una leve inclinación con la cabeza— representa la continuidad de nuestra dinastía. Que su reinado sea justo, de espada firme y alma compasiva. Que todos los dioses lo guíen en su camino. Brindemos por su salud y su destino. Que su vida esté tejida con hilos de honor y que su corona sea más ligera que el peso de nuestras expectativas. ¡Salud!
Todos alzaron sus copas y pronto la música reanudó sus compases. El príncipe tomó asiento y suspiró tras la máscara. Su padre sí que sabía expresarse. Incluso hasta él había creído que podría llegar a ser todo lo que su padre anhelaba. ¿Justo y compasivo? Quiso echarse a reír al escuchar esas palabras ligadas a su persona. Todos sabían, o al menos en el palacio, que él distaba de tener todas las virtudes que su padre le adjudicaba. Era petulante, de modales afectados y una lengua demasiado ponzoñosa para su propio bien. Distaba mucho de ser aquel retoño adornado de virtudes celestiales que describía su padre. Llamó a su criada para que le alcanzara un copa de algo con lo que empezar a olvidar aquella noche. Veintiún años era demasiado poco como para sostener el peso de las expectativas de la corte, donde todos nadaban en oro y se entregaban a los excesos. Aunque esa parte de la corte era algo que le llamaba por demás la atención. Entonces recordó a aquel hombre oscuro que había visto minutos antes. Quizás su noche aún podía salvarse.
Se puso de pie y le informó a su madre que buscaría a sus amigos. Bajó los tres escalones y comenzó a dar vueltas entre los invitados que se deshacían en elogios a cada paso. Para su fortuna, su altura resultaba ventajosa en una situación tal porque no tardó en ubicar a su objetivo. Lo observó desde cierta distancia, deleitándose con la imponente figura de aquel desconocido. El hombre era enorme, sus hombros eran tan anchos como los de un titán. Podía fácilmente hacerlo pedazos con esos brazos macizos. Ni siquiera su fornido palafrenero de los establos podía compararse con él.
Se acercó al hombre que estaba parado con los brazos cruzados y, a juzgar por el gesto de aquella jugosa boca, también estaba aburrido a morir. Al menos tenían algo en común.
—Cielos, es increíble lo agotador que pueden ser estos eventos —dijo tomando al azar una copa de un espeso vino oscuro. El hombre lo miró y sonrió de costado.
—Su majestad —saludó, enderezándose y haciendo una reverencia. Su voz ronca y fuerte capturó rápidamente el interés del príncipe—. No puede decirme que todo esto no lo halaga. Todos están aquí por usted.
El príncipe lo miró de arriba abajo, deleitándose en la forma de aquellas piernas fuertes y musculosas que estaban enfundadas en un chausse de cuero negro que se le ajustaba espléndidamente a los muslos. Podía imaginar sin problemas sus manos reptando por aquellas partes.
—¿Tú también estás aquí por mí? —preguntó con picardía, la voz baja y sugerente.
El hombre se inclinó hacia adelante, pidiéndole al príncipe que se acercara con un movimiento de los dedos. El príncipe, hirviendo de excitación por el desliz del desconocido, se acercó quedando a pocos centímetros del rostro contrario.
—Especialmente yo —susurró el hombre—. He cruzado el infierno para estar aquí esta noche.
El príncipe mordió sus labios por debajo de la máscara que parecía estar asfixiándolo.
—¿Y cómo es ?—preguntó riendo divertido ante aquellas palabras.
—Caliente y húmedo —respondió el sujeto oscuro, su voz muy cerca del oído del príncipe—. Y lleno de pecadores.
Un calor repentino invadió el cuerpo del príncipe y quiso arrancarse el traje que de repente le pareció sofocante. La voz ronca y sensual estaba metiéndose en su cabeza lentamente.
—También lo es este lugar —respondió mirando alrededor con una sonrisa—. Y estoy seguro de que allí hay menos pecadores que en este salón.
El hombre oscuro soltó una risita baja y seductora que hizo sonreír al príncipe.
—De eso no me cabe ninguna duda, majestad.
—Puedes llamarme HyungWon. Su majestad suena un poco… distante.
—Mi nombre es Hoseok —dijo el hombre con una inclinación de cabeza—. A su servicio, HyungWon.
El príncipe se estremeció al escuchar su nombre pronunciado con aquella voz cavernosa.
—Entonces, Hoseok… Dime, ¿por qué cruzaste el infierno por mí? ¿Acaso buscas algo que solo yo puedo darte? —preguntó con abierta picardía.
—Puede ser…
—Eso me halaga. Y me intriga en partes iguales. Es obvio que no eres de aquí.
—No lo soy. He venido por un encargo.
HyungWon ladeó la cabeza y se desprendió la máscara. Hoseok se lamió los labios con impaciencia, anticipando el momento. Y cuando finalmente el príncipe descubrió su rostro, quedó sorprendido una vez más ante la belleza irreal de aquel muchacho. Su rostro era de una perfección casi sobrenatural, con facciones que parecían esculpidas por algún artista divino. Los ojos grandes y almendrados brillaban con intensidad, los pómulos apenas perceptibles bajo la piel dorada y luminosa, la nariz alta y elegante que denotaba su nobleza, y los labios, plenos y sensuales, que parecían haber sido creados para ser adorados.
—¿Un encargo? —El príncipe bebió un sorbo de vino y luego lamió sus labios con un deleite casi lascivo, disfrutando del sabor. Hoseok se removió inquieto, sorprendido por la reacción de su cuerpo. Hacía siglos que su carne no respondía a ningún estímulo, pero la belleza del joven príncipe desató un calor inesperado en su bajo vientre, un contrapunto irónico a la misión mortal que debía cumplir. —Ahora tienes toda mi atención. Cuéntame más de ese misterioso encargo que hizo que cruzaras el reino de Hades para estar aquí esta noche.
Hoseok se llevó un dedo a los labios.
—Es un secreto —dijo y le guiñó un ojo.
—Me encantan los secretos. Sé guardarlos muy bien. ¿Quieres probarme?
Hoseok entrecerró los ojos. El pequeño principito era todo un desafío. No podía negar que también era muy divertido. Y por supuesto que quería probarlo. Iba a ser una pena tener que acabar con su vida.
—¿Por qué mejor no damos un paseo? —sugirió señalando hacia la entrada del salón—. Aquí hay demasiados oídos y personas indiscretas. He oído que sus jardines son maravillosos.
El príncipe sacudió la cabeza y se mordisqueó una uña.
—Afuera está nevando, pero si lo que quieres es dar un paseo, puedo enseñarte la mansión…
Hoseok aceptó y juntos comenzaron a caminar hacia la salida del salón.
—He visto muchos retratos de tu familia —comentó señalando hacia los oscuros pasillos. HyungWon rodó los ojos.
—Ni que lo digas. De pequeño les tenía terror. Afortunadamente están todos muertos.
Hoseok alzó las cejas.
—¿No le temes a sus espíritus? Podrían estar deambulando por el salón.
El príncipe rio animadamente.
—Pues que se diviertan. No hay nada que interese en ese salón.
—¿Y acaso yo soy de tu interés? —le preguntó con una media sonrisa seductora.
—Estoy aquí contigo, ¿no es así?
Hoseok suspiró. El muchacho era astuto y coqueto. Y él estaba disfrutando de ese pequeño juego del gato y el ratón. ¿Debería cazarlo o dejarse cazar?
—Tu hogar es muy hermoso —dijo mirándolo a los ojos. El príncipe frunció los labios y finalmente sonrió con los enormes ojos brillando.
—Entonces deberías ver mi habitación.
Era una clara invitación a la perdición. La sombra había vagado por el mundo con la soledad como su única compañera. Jamás había sucumbido a los impulsos por los que los humanos perdían la cabeza. Su cuerpo había estado dormido por mucho tiempo. Entonces, ¿qué era ese sentimiento que estaba quemándolo por dentro? Las emociones solo eran un recuerdo lejano.
La puerta alta se cerró tras su espalda y la mano dorada se apoyó en su hombro. Se giró para encontrarse con esos ojos hechiceros. No podía negar la sensación caliente que se agolpaba bajo su piel cuando esos ojos grandes lo miraban.
¿Qué diablos tenía ese pequeño rufián que lo excitaba tanto? Jamás había sentido tal urgencia por poseer a alguien. Mucho menos a una víctima.
—¿Nunca te enseñaron que no debes invitar extraños a tu habitación? —la pregunta salió en un tono burlón y el príncipe se mordió el labio haciendo que la sangre se agolpara allí dándole un precioso color carmesí. Definitivamente, podría hacer una pequeña tregua. Al menos por unas horas.
—¿Acaso no te gusta?
Hoseok se acercó, encerrándolo con su cuerpo contra la puerta. El príncipe exhaló, pero no se movió ni apartó la mirada incendiaria.
—Es muy, muy hermoso —contestó moviendo la pierna y rozando la parte alta del muslo en la entrepierna del precioso principito. Este jadeó y cerró los ojos. Sus largas pestañas aletearon dibujando suaves sombras sobre la piel. —Pero podría ser peligroso para ti. Deberías tener más cuidado con quién dejas entrar a tu espacio.
—¿E-eres peligroso? —La voz salió inestable, teñida de una vergüenza palpable. No quería parecer un chiquillo inexperto frente a aquel hombre escultural.
—Puedo serlo. Dígame, su alteza, ¿quiere que lo sea?
El príncipe asintió rápidamente, hipnotizado por el tono sugestivo de Hoseok y la manera en que movía su enorme cuerpo sobre el suyo. El peligro era lo último en lo que podía pensar.
Hoseok sonrió, acercando sus labios a los del príncipe. Con una provocadora lentitud, pasó su lengua a lo largo de la boca voluptuosa.
—Eres un pequeño curioso, ¿no es así?
—No soy pequeño —protestó HyungWon lamiendo los rastros húmedos de la saliva de Hoseok en su boca.
Con una sonrisa juguetona, Hoseok apartó la larga trenza negra de HyungWon con la punta de los dedos, comenzando a dejar suaves besos sobre su cuello mientras se deleitaba con los pequeños jadeos que escapaban de la boca de su víctima.
—Claro que no, su alteza —replicó lamiendo la piel vibrante. Sentía cómo el cuerpo del príncipe respondía, endureciéndose contra el suyo, y eso por alguna razón, despertó su propia excitación. Gimió, sorprendido por la intensidad de su deseo recientemente despierto. —Está temblando…
El príncipe tragó saliva. Su pulso acelerado le estaba dificultando respirar con normalidad. No tenía experiencia en el plano romántico o sexual. Apenas había compartido besos y caricias con su palafrenero. Sin saber muy bien qué hacer en una situación así, apoyó las manos en la cintura firme del hombre oscuro y apretó la carne entre sus dedos. Lo sintió moverse un poco más cerca, creando más de aquella deliciosa fricción que le hacía dar vueltas la cabeza.
—Bésame, por favor —rogó, su cordura pendiendo de un hilo.
Hoseok apartó el rostro de su cuello y lo miró a los ojos antes de sellar su boca con un beso intenso, ardiente. Un beso que robó el poco aliento que le quedaba. Las manos grandes y expertas de Hoseok empezaron a deshacerse de su ropa. La capa cayó al piso con un ruido seco. La lengua caliente buscaba la suya, impetuosa y demandante, ahogándolo en una oleada de deseo tan intenso que casi lo hace desvanecer.
Jamás había experimentado algo parecido a lo que ese desconocido estaba haciéndole sentir. Su piel se crispó cuando el aire golpeó su desnudez y por pudor se llevó ambas manos al pecho. Hoseok se las apartó con delicadeza y bajó besando cada parte de su piel descubierta.
—Su majestad es como una obra de arte —susurró Hoseok contra su piel—, una exquisita e irreproducible. Siento que estoy cometiendo un crimen al tocarlo.
—Pu‐puedes tocar-me… —un gemido brotó de los labios hinchados del príncipe cuando Hoseok pasó la lengua por su línea pélvica y su cabeza golpeó la madera—. Por favor, no te detengas…
No se detuvo. No hubiera podido de todas maneras. Su deseo se había despertado, cruel y desbocado.
—Oh, créame, su majestad, no hay poder humano que me haga retroceder ya.
Casi sin esfuerzo, tomó al príncipe por la cintura y lo ancló a su cadera, sin dejar de besarlo. La cama apenas se estremeció cuando ambos aterrizaron enredados de brazos y piernas. Hoseok terminó de desvestirlo y dejó escapar un suspiro contenido. Jamás en sus muchos siglos de vida había visto cosa más bella que aquel muchachito ruborizado que lo miraba con los ojos desenfocados y los labios voluptuosos maltratados.
—Tú también debes desnudarte —HyungWon se incorporó lentamente y lo acercó por la cintura—. No es justo que solo tú estés vestido.
Hoseok sonrió y comenzó a desatar las cuerdas del chausse, pero el príncipe negó con la cabeza y le apartó las manos.
—¿Puedo hacerlo yo? —preguntó. La trenza se había desatado y ahora el cabello oscuro caía por sus hombros.
Hoseok alzó las manos, en señal de rendición, y asintió. Sentía su cuerpo arder en deseo y el bulto en su pantalón era una prueba de lo mucho que deseaba el contacto. El príncipe, en un arrebato de valentía propio de su edad, pasó un dedo por la erección vestida y Hoseok siseó entre dientes para terminar echando la cabeza hacia atrás.
—Eres grande —dijo el príncipe. Hoseok lo miró, orgulloso de su virilidad—. Me lastimarás…
Apenas aquellas palabras salieron de sus labios, se tapó la boca con una mano y lo miró.
—¿Tiene miedo, su majestad?
—Yo… no lo sé. Jamás he estado íntimamente con nadie…
Era obvio que el príncipe no mentía. Se notaba en el temblor de sus manos y en los toqueteos torpes que intentaba controlar. Y por un instante sintió algo parecido a la pena. El príncipe no vería el siguiente amanecer. Él debía acabar con su corta vida. Aquellos ojos preciosos se cerrarían para nunca volver a abrirse.
Con dulzura, se sentó a su lado y le apartó el cabello del rostro.
—No se preocupe. Vamos a vestirnos y a bajar al salón. Estoy seguro que los invitados ya notaron su ausencia —dijo intentando recobrar la compostura.
Cumpliría con el encargo más tarde. Se puso de pie y buscó su capa.
—¡No! —gritó el príncipe aún sentado en medio de la cama—. No puedes irte. Yo no quise… lo siento.
—Su majestad…
—Por favor, Hoseok. No sientas pena de mí. Quiero estar contigo. Lo juro… yo no tengo miedo…
Hoseok apoyó un dedo en su barbilla y alzó su rostro.
—¿Está seguro de que esto es lo que desea?
HyungWon se apresuró a asentir y lamió sus labios hinchados. ¿Debería ceder a sus impulsos y poseerlo? Ni siquiera debería estar dudando. El muchacho iba a morir de todas formas. Si estaba en sus manos el poder hacerle experimentar un poco de placer antes de acabar con su vida, ¿por qué no hacerlo?
Sin pensarlo dos veces, se abalanzó sobre el príncipe que gimió cuando Hoseok mordió sus labios. Estaba dispuesto y decidido a darle al príncipe la mejor última noche de su vida.
—Intente relajarse, su majestad —sugirió antes de bajar el rostro y lamer la piel rosada, mordisqueando suavemente el pezón. El príncipe suspiró y su cuerpo tembló suavemente bajo sus manos. El olor almizclado de la piel, los suaves jadeos entrecortados, las manos tibias acariciando sus hombros.
Todo se sentía nuevo y perfecto. Cuando su boca llegó a la pelvis dorada, el príncipe enterró los dedos en su espalda y sus muslos cremosos temblaron débilmente cuando su lengua caliente se enterró en la hendidura húmeda.
—Oh, Santo Cristo —jadeó el príncipe con un hilo de voz.
¿Qué estaba haciendo aquel hombre con su cuerpo? ¿Qué tenía su toque que lo ponía a temblar como una hoja al viento? Era una locura cómo su cuerpo se estremecía bajo aquella boca. Preso de una impaciencia ansiosa, empujó la cadera hacia arriba. Sintió la saliva de Hoseok escurrir por su entrada y eso le pareció tan sucio y a la vez tan excitante que quiso llorar. Entonces las manos grandes lo giraron casi con brusquedad y él hundió el rostro en el colchón. Hoseok besó sus hombros y luego su espalda. Cada beso le arrancaba un gemido.
—Así es, majestad, gima con esa bonita boca que tiene. Diga mi nombre…
—Ho-Hoseok…
—Esto dolerá un poco, respire hondo y con calma.
HyungWon asintió y apretó los ojos. Y entonces sucedió. Hoseok lo penetró apenas y un dolor lacerante le cruzó el cuerpo. Apretó la manta en sus manos y boqueó buscando aire.
—Tranquilo. Su cuerpo debe acostumbrarse a la intrusión, su majestad —dijo Hoseok, sin dejar de repartir besos por su espalda. Se sentía bien y el dolor iba desapareciendo de a poco—. Usted dígame cuándo puedo moverme.
—Hazlo. Será mejor si lo haces de una vez.
Hoseok sacudió la cabeza, sorprendido por las palabras, pero el deseo de moverse era más fuerte que la prudencia y en un arrebato impensado, se hundió hasta el tronco. El príncipe gimió y lo sintió tensarse.
—Lo siento —dijo sin aire. Volvió a moverse, esta vez más despacio. HyungWon gimió por lo bajo y esa fue la señal que necesitaba para seguir moviéndose. El interior del príncipe era caliente y apretado. Y perfecto.
Hicieron el amor hasta el amanecer, hasta que el príncipe se quedó dormido en sus brazos. Hoseok contempló el hermoso rostro dormido y pensó en la noche que habían compartido.
—Debes traerme su corazón —le había dicho el hombre que lo contrató—. Su corazón a cambio de tu libertad.
Libertad. Apenas si recordaba el significado de aquella palabra. ¿Había sido libre alguna vez? Y si lo había sido, ya no lo recordaba.
—Ese bastardo no puede seguir con vida. No basta solo con matarlo, necesito una prueba irrefutable de su muerte. Tráeme su corazón. Sólo entonces, el reino será mío. Una vez que me traigas lo que deseo, esa libertad que tanto anhelas será tuya por fín.
El hombre que le había prometido su libertad ahora quería el corazón de su sobrino. HyungWon era el único obstáculo para que el hermano del rey se alzara con la corona.
Sintió pasos en el pasillo y se escondió tras los cortinajes que llegaban hasta el piso. La puerta de la habitación se abrió y la muchacha que acompañaba al príncipe en el salón, asomó la cabeza.
—¡Con que se había quedado dormido! —exclamó en voz baja y sacudiendo la cabeza, cerró la puerta regresándole el silencio a la habitación.
Hoseok rebuscó en su capa y sacó la daga dorada. La luz de las velas iluminaba el cuerpo largo que dormía plácidamente y deseó abrazarse a él y dormir mil años enroscado a su cuerpo, perdiéndose en el dulce aroma de su piel dorada. Se acercó a la cama y acarició la mejilla del príncipe dormido.
—¿Cuánta sangre más debo derramar? ¿Por qué tenías que ser tú la llave de mi descanso? —preguntó sin poder apartar la mirada del rostro dormido—. ¿Podrá tu alma perdonarme alguna vez? Si me encuentras en otra vida, ¿me reconocerás? Eres tan hermoso…
HyungWon se removió entre sueños y suspiró, sonriendo apenas.
—Solo soy un alma que murió hace mucho tiempo. El tiempo borrará todo rastro de mí, pero tú perdurarás en la memoria de tu pueblo, pequeño príncipe. Ahora debo regresar al panteón oscuro de los condenados. Y debo llevarme tu corazón.
La mano de dedos finos se movió y atrapó la suya y el príncipe se acercó buscando el calor de su cuerpo. Hoseok contuvo el aliento. El aliento tibio del príncipe golpeó su piel y su interior se retorció ansioso, deseando tocar y besar aquel cuerpo que horas antes le había entregado tanto placer.
No deseaba apagar su vida. Pero tampoco quería renunciar a su tan esperada libertad.
—No te vayas, Hoseok. Abrázame.
Aquellas palabras terminaron de sellar su destino. No podía hacerlo. Había comprendido que matar al príncipe significaría destruir la última conexión que tenía con su humanidad perdida. Ya no le importaba tener que vivir tomando la vida de otros hasta el fin de los tiempos. No si con eso podía seguir cuidando de aquel jovencito que ahora suspiraba dormido en sus brazos. Ya no existía pasado, presente ni futuro porque toda su inmortalidad se había reducido a aquel momento perfecto. ¿Qué había sido su vida sino una tragedia eterna condenada a repetirse una y otra vez? Ahora sacrificaría su libertad a cambio de la vida del príncipe.
He vivido por siglos olvidando quién era y por qué sigo matando. Por tí me convierto en diablo y le doy la espalda al cielo. Solo por un beso tuyo.
Fin♥︎
In the darkness
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