🍁 V E I N T I T R É S 🍁
Miles
Comencé a desesperarme.
Había ido a su casa nada más llegar después de la competición y quería verla, necesitaba llegar y abrazarla, como llevaba haciendo las noches anteriores. Pero ella ya no estaba, no me respondía las llamadas, no contestaba mis mensajes, ni siquiera los leía. Había ido hasta allí, pero nadie me abrió.
Empecé a pensar que le había pasado algo, porque dudaba que ella se hubiese ido sin decirme nada. Habíamos pasado muchas cosas juntos como para pensar en ello.
Fui hasta la universidad, pero tampoco la encontré allí. Cuando pregunté a sus compañeros, algunos me dijeron que se había dado de baja y ahí empecé a temer por las ideas que se me estaban cruzando.
No...
Cuando me fui de allí, fui directo hacia la floristería de Sara. Ella tenía que tener las respuestas. Quizás estaba allí con ella y estaba quedándose en la casa de su amiga. Si, debía ser eso... Hablábamos de Leire, sabía que ella jamás haría tal cosa. ¿Por qué lo iba a hacer? Ella no me abandonaría de aquella manera sin sentarnos a hablarlo antes.
Pero cuando aparqué mi vieja camioneta, la tienda de Sara estaba cerrada, con un cartel que ponía; "se traspasa".
Mi mundo cayó en ese instante cuando vi todo aquello. Cuando vi que no estaba, que ella ya no estaría en Málaga.
La volví a llamar, dentro de mi camioneta, pero Leire no respondía y mi corazón estuvo en un puño cuando llamé a Sara. Pensé que correría la misma suerte, pero no fue así y cuando escuché su voz, me alegré enormemente.
—Sara, joder... Gracias... —susurré, tapándome el rostro y mirando hacia la floristería cerrada—. Estoy buscando a Leire, pero... No... No la encuentro. ¿Sabes donde está? ¿Le ha pasado algo? ¿Estás con ella?
Solo se escuchaba ella y podía notar que no quería responder mis preguntas. Esa Sara feliz no estaba y parecía una más seria la que estaba de fondo.
—Miles, será mejor que dejes de buscar. Ella se ha marchado.
Aquellas últimas palabras me dolieron más de lo que jamás pensé que me dolerían. ¿Porqué iba a dejarme? ¿Porqué no me diría nada de lo que la ha asustado? Empecé a sospechar de miles de personas, entre ellas, mis padres, pero caí en la cuenta que Leire llevaba extraña desde que le había dicho que la amaba. Desde aquella noche, algo pasaba por su cabeza y tuve miedo a que ella se percatase que no me quería y no tuviese el más mínimo valor de decirme que me dejaba a la cara.
Me enfadé con ello... Tanto que quise arrancarme los pelos por ello.
—No... ¿Por qué iba a marcharse sin decirme nada?
Parecía que no solo estaba hablando conmigo, sino que había alguien más con ella. Y supe quien era.
—Fue su decisión, lo siento.
—Ella está contigo, ¿verdad? —Me apresuré en decir, pero de nuevo, ella no me diría nada.
—No te puedo decir más nada... Lo siento, Miles.
Y colgó.
Me desesperé y arranqué el coche para dirigirme, de nuevo, hacia la casa de Leire.
Corrí todo lo que pude con mi antigua camioneta, pero de nada sirvió al llegar a su piso y que siguiera vacío. Sabía que allí no había nadie y pegué mi frente en la puerta de ella.
No me podía creer lo que estaba viviendo. No podía creerme que Leire me hiciera tal cosa y el enfado que tenía en el fondo era por esa traición de la persona que amaba. Apreté tanto mis puños por ello que clavé mis uñas en la piel y me hice daño. Pero ni esa herida calmaba la que tenía dentro de mí por la marcha de ella tan repentina.
—¿A quien buscas, joven?
Moví mi cabeza y encontré a un hombre mayor acercándose a mí con su bastón.
Sabía que ya no podía hacer nada, pero quise preguntarle.
—A Leire. Busco a la chica que vive aquí —cuestioné.
—Oh, ayer recogió todas sus cosas con rapidez y se marchó. Dijo que iba a irse lejos a vivir. Me extrañó verla de esa manera.
—¿De que manera?
—Su expresión... Parecía que había visto un fantasma. Tenía los ojos llorosos, pero no le pregunté que le pasaba.
Arrugué mi frente al ver la respuesta del señor y me pregunté que le había pasado para llorar. Quise escribirle miles de mensajes, llamarla miles de veces y seguir todavía buscando alguna respuesta de que es lo que le había hecho tomar esa decisión por ambos.
Moví mi cabeza de un lado al otro e insistí;
—¿Sabes a donde fue?
El hombre negó.
—Lo siento, joven.
El hombre se marchó por su camino y yo me senté en el suelo, frente a aquel piso de ella. Me quedé por mucho rato sentado allí, mirando hacia la pared que tenía frente a mí y sin comprender nada de lo que estaba pasando.
Y, cuando quise percatarme, ya estaba llorando por su marcha. Estaba llorando porque sabía que no la volvería a ver más. Quería hacer algo más y algo me decía que ella se iba a ir a la casa de sus padres, pero no sabía donde vivían, no sabía de estaba...
Y me derrumbé, frente a aquella puerta donde vivimos muchas juntos en tan poco tiempo.
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