🍁 V E I N T I D Ó S 🍁
El ansiado enero llegó y ya habían pasado 3 semanas desde que Miles me había dicho que me amaba. Yo ni siquiera había sido capaz de decírselo, sentía que me avergonzaba hacerlo, pero la de ocasiones que tuve para hacerlo no eran pocas.
Era la noche de un lunes y yo había estado extraña con él desde hacía varios días. Ni siquiera sabía como poder expresarle mis sentimientos y me mordía la lengua cada vez que lo veía. Me entraba el pánico poder hacer, decirle lo que sentía por él y, desde que él me había dicho aquellas palabras mágicas, ya no me atrevía a ser abierta con él, después de todo lo que me había costado llegar hasta aquí.
No entendía porqué, necesitaba despejarme, irme lejos sola durante unos días y pasar aquellos momentos con mi familia. Lo necesitaba, necesitaba estar con ellos y pasar ese tiempo con mi padre. Deseaba abrazarlo, estar a su lado y dejar de lado todo lo demás. Me sentía angustiada aquí y no sabía el motivo, pero todo había empezado cuando conocí a los padres de Miles.
¿Cómo podía ser alguien como Miles tan perfecto y tener unos padres que ni le miraban a los ojos cuando hablaban con él? Es que, en mi cabeza no cabía tales cosas.
Me era inevitable pensar en mis problemas del pasado y seguir pensando que, hasta que yo no me amase, no podría amar a Miles con libertad.
Así de cruel sonaba y así de sanguinaria era la vida.
Esa misma noche, Miles había salido a las afueras de Málaga para una carrera de atletismo. Me hubiese gustado acompañarlo, pero tenía mucho trabajo con Sara y en la universidad y en ese instante, estaba estudiando en la solitaria cama que tenía sola para mí.
No me gustaba lo que estaba estudiando y deseaba poder dejar aquella carrera para centrarme en mis cuadros, dedicarme a ello solamente. Pero habían sueños imposibles de cumplir y ese, ser artista, jamás podría cumplirlo.
Me quedé un rato mirando hacia la libreta llena de palabras, las cuales cada vez más absurdas sobre las cosas que estudiaba. No me llamaba la atención y quería dejarlo, pero o era esto o trabajar toda la vida en algo que no me daría ni para pagar las facturas.
El sonido del móvil sonó y la pantalla se encendió, apareciendo el nombre de mi querido Miles con una foto adjunta. Como si yo fuese atleta, corrí, abriendo el mensaje y olvidándome de los estudios.
Era una foto de él, haciendo pucheros y con un mensaje debajo que ponía;
Miles; "Te echo de menos, mi pequeño arrebol".
Miles; "Ojalá pudieras estar a mi lado".
Sonreí como una estúpida y, tan rápido como lo leí, respondí;
Yo; "El lunes nos volveremos a ver".
Miles empezó a escribir con rapidez al leer mi mensaje.
Miles; "¿Me lo prometes?"
Yo; "Te lo prometo, mi ángel".
Sonreí más y dejé el móvil sobre mi cama, me acosté boca arriba y era, en momentos como esos, que no paraba de sonreír al pensar en él. Al ver el efecto que Miles tenía en mí.
El timbre de mi puerta sonó y me levanté, extrañada por las horas que eran y dudé que fuese Sara quien me fuese a visitar, después de un día horrible en el trabajo.
Me levanté y llegué a la puerta con tranquilidad, a la vez sin saber muy bien quien sería.
Abrí y me sorprendí ver al padre de Miles frente a mí, tan elegante como siempre y con esa mirada tan fría que le resaltaba.
Sin yo dejarle paso y sin saludarme siquiera, caminó al lado de mí y entró en mi piso, como si él fuera el que viviese ahí. Miré hacia el rellano, luego a Flavio y negué con la cabeza.
—Adelante, está en su casa —ironicé, cerrando la puerta y quedándome muy lejos de él, con el ceño fruncido, sin saber muy bien que quería ese señor de mí.
Desconfié tanto, que guardé mi móvil en mi bolsillo trasero del pijama y preparé para llamar a emergencias por si ese hombre quisiera hacerme algo.
—No tardaré mucho —susurró sin dejar de mirar mi casa. Y por la forma en la que lo hacía, parecía darle absoluto asco, de tal forma que deseé echarlo con una patada en el culo—. Vaya porquería de lugar... Y encima artista...
Aquello último me asqueó tanto, que di 3 pasos hacia adelante y, sin dejar de mirarlo con un rostro completamente distinto al que solía tener, dije;
—¿Disculpe?
Y, sin decirme ninguna disculpa, se giró y sus ojos se clavaron en los míos.
—¿Cuánto quiere?
Arrugué tanto la frente, que sentí como se me formaban varias arrugas nuevas en mi piel.
¿De verdad me estaba preguntando todo aquello? ¿Acaso era lo que estaba pensando y me estaba ofreciendo dinero por dejar a su hijo? Pero.... ¿Ese hombre de verdad se lo estaba planteando siquiera?
Negó con la cabeza mientras miraba como firmaba un cheque frente a ella.
—¿Qué? ¿Cómo que cuanto quiero?
Volvió a mirarla, como si fuese una ingenua y contestó;
—Mire, le seré sincero. No quiero que se acerque a mi hijo —respondió tajante—. Desde hace años le tenemos una boda prevista con una chica. —Mi rostro fue tan diferente que el padre de Miles comenzó a sonreír como si se alegrase de que descubriera aquello por él y no por Miles—. ¿No lo sabía? ¿No te lo ha dicho?
Preferí no entrar en el trapo con él.
—¿Quién es usted para obligarme a hacerlo?
Dejó de escribir en el talón y siguió caminando hasta quedarse a una distancia prudente de mí.
—El padre de Miles. Así que, si no lo hace, me veré en la obligación de hacer ciertas cosas que no le agradarán conocer. Le ofreceré todo el dinero que quiera, lo dejará y se largará lejos de aquí. Sin que él lo sepa. —Volvió con su talón y firmó, antes de arrancarlo y dármelo a mí. Ni miré el cheque—. Tome; Cincuenta mil euros.
Me quedé callada, observando los ojos de aquel hombre que se parecía por completo a Miles y dije;
—Márchese de mi casa.
Elevó la ceja y preguntó;
—¿Le parecen pocos? —De nuevo, no respondí. —Vale. Cien mil. —Volvió a escribir y me lo entregó—. Tome. Podrá cobrarlo en...
Lo agarré, sin dejar que él acabase, y lo rompí en varios trozos antes de tirárselo en la cara y darle la espalda, para caminar hacia la puerta.
Pero una risa amarga se escuchó en la garganta de aquel hombre que me estaba obligando a hacer algo que yo no deseaba.
—Vaya... Así que lo quieres de verdad para no aceptar ese dinero. Podrías darle todos los cuidados que tu padre necesita para su enfermedad. O pagarle las facturas a tu madre —contestó, cabreándome más por ello—. No quería llegar a esto, pero no tengo más remedio.
Se guardó el talón en su bolsillo interior de su americana y se acercó a mí, de nuevo.
—Le contaré una historia.
—Me aburren si son contada por tipos como usted —rebatí con desdén.
Pero él me ignoró, sin mirarme.
—Un hombre, adinerado, se casó con una mujer pobre. Una artista como usted. Hubiese dado todo por ella y lo hizo. Dejó toda su fortuna de lado por ella y vivieron una historia inolvidable. Pero... apenas llegaban a fin de mes. Esa fortuna la amasó su hijo y gracias a ello, cuando ella enfermó, pudo pagarle todos los tratamientos.
Negué, evitando demostrar mi asco por ese señor que estaba frente a mí y no demostrárselo demasiado.
—¿A dónde quiere ir a parar?
Sus ojos, tan azules como los de Miles, me observaron de una forma fría y sin sentimientos. Todo por algo que Miles no me había dicho, como que le iban a casar con alguien que conocía de hacía tiempo. Pero eso no me importaba, porque sabía que él no quería casarse por obligación, nadie en su sano juicio querría.
Esperé a que Flavio me contestase.
—Que ese hombre fue el abuelo de Miles y estoy viendo que va a acabar como su abuelo.
Apreté mi mandíbula, escuchando mis dientes rechinar.
—¿Y le parece mal que sea feliz?
Me parecía tan desagradecido por su parte, por un padre que solo deseaba amasar más fortuna. Me parecía lo más feo que había, que un padre no apoyase a su hijo por cualquier decisión que tomase, aunque fuera la más errónea.
—La felicidad no es para siempre.
No respondí. Le di la espalda, nuevamente, y caminé hacia la puerta, abriéndola de par en par para que, aquel señor llamado Flavio, la abandonase. Pero se quedó ahí, sacó unos papeles y me los entregó en mano.
—Te he investigado. Todo, tu familia, tu pasado... —susurró con una sonrisa pícara—. Miles no se merece a alguien como tu, con una vida tan oscura como su dueña. ¿De verdad pensabas tener ese final feliz? —cuestionó, recordándome mi pasado, lo que me pasó y las lágrimas comenzaron a aparecer por hacerme recordar aquellas imágenes que jamás se me olvidarían de mi mente—. ¿No aceptas el dinero? Vale... Pero ten por seguro que tú nunca serás suficiente para él y, si no acabas ya con eso, le harás daño. Lo sabes, ¿verdad?
¿Qué si lo sabía? Lo sabía muy bien. Y muchas veces se me había pasado ese pensamiento por mi cabeza y no deseaba que él acabase mal por mí. Quería que fuera feliz, pero dudaba que lo fuese junto a sus padres... Y tampoco lo encontraría a mi lado.
Seguí mirando aquellos papeles que, no entendía bien que era y él me dijo;
—Si... Esa es la cara de la verdad, Leire. Ambos sabemos que tu solo te quedarás encerrada en el pasado y Miles no va a aguantar tus problemas siempre. Algún día él se dará de cuenta y tu terminarás peor que ahora. Vete antes de que sea tarde. —Su voz sonaba más suave que antes.
Y comencé a leer lo que ponía en aquellos papeles.
Apreté la mandíbula mientras seguía leyendo y tapé mi boca, notando como mis lágrimas caían por mis mejillas, destruyéndome por dentro descubrirlo de esa manera.
No era posible... ¿Cómo es que no me lo habían dicho antes? ¿Cómo era posible todo aquello?
—Ahora que lo has descubierto... Tendrás muchas cosas que solucionar en ti misma.
Giré la hoja y seguí leyendo todo lo que había escrito y aquello me destruyó, descubrir una verdad que jamás creí que fuera a pasar por mi mente.
No... Aquello no podía ser cierto.
Y cuando miré a Flavio, supe que aún no había acabado de destruirme emocionalmente.
Todo lo que había mejorado, había sido derribado en cuestión de segundos.
Todo
Flavio no me amenazó, pero supo como encontrar las barreras de mi mente y acabar con ellas en muy poco tiempo. Lo consiguió a la perfección, solo con palabras.
Pero lo que pasó aquella noche, fue lo que hizo que tomase mi peor decisión... O eso creí en ese instante.
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