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🍁 Q U I N C E 🍁

Desperté por los gritos angustiados de una chica.

Rápidamente, aun atontado por el sueño, me levanté al saber de quien era esos gritos.

Sin importar que me diera algún golpe, corrí por el inmenso pasillo de mi piso a oscuras y, al abrir la puerta de mi cuarto, me encontré con una Leire teniendo una horrible pesadilla, en la cual no dejaba de dar vueltas, moverse con violencia y llena de sudor.

Me acerqué corriendo, sentándome en la cama y la sacudí rápidamente por sus hombros, esperando que despertara.

No paraba de decir; "basta, basta". Y sus lágrimas caían mientras que yo intentaba llamarla para que despertase de aquella horrible pesadilla.

—¡Leire! —gritaba desesperado. —Leire, vamos... Despierta, cariño.

Entonces, los hermosos ojos marrones de Leire despertaron y me buscaron con las pupilas dilatadas.

Pude sentir como dejaba de respirar para luego volver a la realidad en la que vivía. Se levantó un poco, empapada en sudor y me dijo;

—Miles...

Y sin que ella me preguntase y sin yo preguntárselo, la abracé, dejando que ella llorase sobre mi hombro sin importarme nada más... Solo al arcángel que tenía frente a mí.

Verla así, verla tan rota, me partía el corazón. El deseo que tenía en ese momento era poder estar a su lado, que ella confiase en mí y poder ayudarla en todo lo que tuviese en mi mano. Quería que ella se reconstruyera, a pesar de lo vivido en su pasado. Podía ser una mujer independiente, como ya lo era, con sus bajones, pero que mirase siempre con la cabeza alta cada vez que entrara en algún lugar.

Eso era lo que yo quería ver, lo que deseaba para ella... Mas seguridad sobre sí misma y tenía la fe de que podría conseguirlo. Pero en ese momento, en la penumbra de mi cuarto, abrazándonos sobre aquella cama, solo le di amor. Un amor que ella necesitaba a más no poder y, ese consuelo, fue quizás lo suficiente para que Leire se relajase en ese instante que la tenía entre mis brazos.

La mimé.

Le retiré el pelo que le molestaba sobre su rostro.

Y seguí abrazándola.

—Ya pasó, Leire... —murmuré, mientras que pude sentir como sus hombros dejaban de temblar y como comenzaba a respirar con normalidad.

Y me relajé a su lado.

Me alejé un poco, para poder tomar el pequeño y dulce rostro de la joven que tenía frente a mí, conectando nuestras miradas y limpié sus lagrimas con mis pulgares.

Le sonreí y empecé a entender las pesadillas que ella tenía, como aquella vez que no fue a clase por una. Y ahora entendía porque repetía muchas veces que tenía muchas sombras... Era por lo que ocurrió.

Me acerqué a ella y coloqué mis labios en su frente, besándola con cariño. Luego cambié hacia un lado de su ojo derecho, besándola con dulzura. Más tarde bajé hacia una de sus mejillas, y la volvía a besar con amor, para luego acabar en el borde de sus labios, besándola con ternura.

No sabría decir por cuanto tiempo me quedé frente a ella, pero fue lo suficiente como para que ambos viviéramos aquella madrugada juntos, sin apenas hablarnos. Solo como 2 amantes que se daban cariño mutuamente.

Y entonces, la voz de Leire dijo;

—¿Puedes quedarte conmigo?

Ni siquiera me lo pensé.

—No me lo pidas 2 veces.

Y juntos, uno abrazado al otro, pasamos el resto de la noche en paz, después de todo lo que ella había contado, después de todo lo que habíamos vivido aquella noche.

Parecía que nuestros cuerpos necesitaban del uno al otro, tanto como nosotros necesitábamos el agua.

Y dormimos con el sonido de la lluvia de fondo.

🍁

Leire

Desperté por los rayos del sol que traspasaban la ventana.

Estaba en una cómoda cama, en un cuarto completamente desconocido. Al principio, entre un dolor de cabeza y un malestar interno, tuve que acostumbrarme a la vista de aquel extraño lugar. Lujoso, higiénico y con olor a Miles.

Tragué saliva al ver mejor el cuarto, como si de alguien adinerado perteneciera y me extrañó al no percatarme anoche.

Ahí fue cuando varias imágenes de hacía unas horas me llenaron la cabeza y me tapé le rostro. Me sentí en una mezcla de avergonzada, triste y dudosa. Observé de nuevo la cama vacía en la cual, esa misma noche, Miles se había quedado conmigo tras la pesadilla y una pequeña nota estaba sobre la almohada, en la cual olía a él.

"Te espero en la cocina, dormilona"

Observé el reloj que había sobre la mesita de noche y vi que marcaban las 9 de la mañana.

Negué con la cabeza al ver lo tardé que me había despertado ese día y busqué mis zapatos y al verme con una prenda de Miles sobre mi cuerpo, me avergoncé aún más. Me tapaba todo lo necesario, pero mis piernas se veían por completo y busqué mi ropa, pero no estaba.

Quizás él la había colocado en algún punto estratégico de su cuarto, pero a pesar de buscarlo, no la encontré.

Apreté la mandíbula porque no deseaba salir así del cuarto.

Abrí la puerta con delicadeza, miré el inmenso pasillo el cual ni siquiera me había fijado la noche anterior, y caminé a hurtadillas, deseando que Miles hubiera salido un momento.

Y cuando no lo vi, me acerqué al salón esperando buscar mi ropa y la voz de Miles me alarmó de lleno.

—Buenos días, dormilona. —Él estaba sonriente, haciéndome el desayuno bien vestido, mientras que yo estaba con su ropa puesta. —Siéntate, que tu desayuno ya está listo.

Avergonzada a más no poder, e intentando estirar la camiseta de Miles para poder taparme un poco más las piernas, lo observé a los ojos tímida.

Juré que, en los ojos de él, que no dejaron de mirarme en ningún momento, había un brillo el cual ya me había acostumbrado. No sabía que estaba pensando, y tampoco quería saberlo porque solo deseaba vestirme y no sentirme desnuda frente a él en ese momento.

—¿Don...? ¿Donde está mi ropa? —pregunté con la voz muy pequeña y él sonrió con ternura.

—La tienes en el baño. Te la doblé sobre una mesa para que no se te arrugara. —Me señaló donde se encontraba el baño y concluyó. —Ve, te espero aquí.

Tan rápido como dijo aquello, salí pitando de allí hasta encerrarme en el baño. Coloqué mi mano sobre mi pecho y sonreí como una estúpida sin entender porque ese hombre me hacía sentir así.

Vi mi ropa sobre aquella mesa, pero me llamó tanto la atención de aquel cuarto de baño, tan amplio y grande como cuidado, que podría decirse que casi era más grande que el pequeño piso en el que vivía.

Me vestí con tranquilidad, me peiné como pude para arreglar el nido de pájaros que tenía en mi cabello y cuando, más o menos, lo tuve decente, salí de allí con timidez.

Nada más llegar al salón, lo vi esperándome en la barra de la cocina con un plato de tortitas esperándome.

Y su sonrisa fue lo que iluminó aquel lugar.

Sonreí, enamorada de ese hombre.

Me acerqué, sentándome frente a él y avergonzada, sin saber como mirarlo a los ojos después de todo lo que le había contado anoche. Después de exponer frente a él todas mis sombras y ver que no era la chica que él esperaba que fuera. Al menos, así me sentía y no quería sentirme así, pero mi mente viajaba a gran velocidad.

Pero en vez de él tener una forma distinta, me trató como si de una princesa fuera.

—¿Cómo estás?

Y ahí, cuando sentí su mano sobre la mía, lo miré y fui sincera.

—Como si tuviese resaca...

Su sonrisa se ladeó y no supo que decirme. Podía ver en sus ojos como se preocupaba por mí, por la desconocida que le había contado algo de su pasado, alguien de quien debía desconfiar y, aun así, él me trataba más que bien.

—Espero que te gusten las tortitas.

Tragué saliva y, sin aguantar más, le dije;

—Muchas gracias, Miles. Gracias por todo.

Negó con la cabeza.

—Ni me las des. —Sus ojos me analizaron, buscando algo que no entendí, quizás por algo que desconocía o es que simplemente me estaba imaginando cosas que no debía imaginarme. —Espero que te hayas sentido cómoda en mi casa, aunque no sea el lugar más hogareño del mundo —susurró, ahora escuchando su voz algo avergonzada por el echo de vivir en un lugar lujoso.

Ni siquiera iba a preguntarle por eso. Me imaginaba que no querría hablar de ciertas cosas y que, posiblemente, por las cosas que me imaginaba, sus padres podrían ser personas adineradas, pero eso era cosa de él si deseaba contármelo alguna vez.

Él me dio todo el espacio posible para que le contase mi pasado, ahora era yo la que le daría todo ese espacio para que si, algún día, él estuviera preparado para hablarlo.

Y supuse que, por esa voz de avergonzado, estaba esperando alguna pregunta mí sobre ese tema que, bien podría ser estúpido para todos, pero para Miles no. Y si para él era un tema complicado, yo no era quien para contradecirlo y solo quería que ese chico estuviese cómodo conmigo.

—Es un lugar precioso y he estado cómoda porque tu lo has hecho posible —murmuré y, siendo precisa, vi como sus hombros se relajaron por ello.

Podría decirse que tendría miles de preguntas, cosas que él aún no me había contado, pero era pronto y quería que fuera él, a su debido tiempo, quien me las contara.

De pronto, los ladridos de un perro sonaron por el piso, asustándome mientras que Miles giró su cabeza para observar a dicho sonido.

Miré por el sitio donde provenían aquellos ladridos y pegado a mi taburete, se encontraba un perro precioso mirándome, con la lengua hacia fuera deseando que lo acariciara.

—Vaya... No sabía que tuvieses un perro —dije, levantándome del taburete y agachándome para acariciarlo.

Miles, observó desde su lugar como su perro me lamía la mano mientras que yo lo acariciaba con cariño.

Era un Pastor Alemán de color negro azabache el cuál parecía muy cariñoso.

—Es una perrita. Se llama Niki —me dijo sonriendo y con ese amor que parecía tenerle a su perra. —Normalmente, cuando salgo, mi vecina la cuida.

Entonces comprendí porque anoche no la había visto en la casa de Miles. Pero también es cierto que anoche ni siquiera me había fijado en la casa de Miles por el estado anímico en el que me encontraba.

—Vaya... Es la primera vez que hace eso —murmuró un impresionado Miles.

Lo observé mientras que Niki se acercaba a mí, colocando sus patas sobre mis muslos y lamiéndome la mejilla.

—¿No se acerca a nadie?

Me levanté para acariciarla y luego volver a mi taburete para terminarme el desayuno y la perrita se acercó a su dueño, quien le había puesto su comida en un tarro.

—Normalmente ladra a los desconocidos, y a los conocidos también —murmuró, debatiéndose si contármelo o no. Se decantó por lo primero. —La encontré hace 3 años abandonada en la calle. Estaba dentro de una caja de cartón, completamente sucia y llena de sangre seca, apenas llegaría a los 2 meses y estaba muerta de miedo. —Apretó la mandíbula, recordando todo aquello y yo observé a Niki quien parecía feliz y no pude evitar sentirme mal al imaginarme como una persona era capaz de hacerle eso a un animal. —No me quiero ni imaginar la de cosas que le llegó a hacer su anterior dueño... Eso no es de humano.

Apreté la mandíbula y seguí observando a Niki. Ni siquiera yo quería imaginarme la de cosas que tuvo que haberle echo aquella persona a Niki. Es que ni siquiera debería llamarle persona a alguien que le hace eso.

—Sé que me costó mucho tiempo para que confiara en mí —continuó Miles y yo lo observé, vi el amor que le tenía a su perra y yo sonreí mientras que él le acariciaba un poco la espalda y luego seguía con su desayuno. —Y ahora apenas se separa y la vecina, una entrañable anciana que se siente sola porque sus hijos ni la visitan, le hace compañía y yo también.

No evité dejar de mirar a Miles, quien me estaba sorprendiendo por el chico tan dulce que se estaba mostrando, nada comparado al Miles que yo me imaginé que podría llegar a ser la primera vez que lo vi. Pero esos pensamientos fueron disminuyendo a medida que iba conociéndolo y, aunque supe desde el primer día que parecía un ángel, a día de hoy era uno de esos ángeles con unas hermosas alas que podrían abrazarme sin miedo ninguno.

Dejé de sonreír al pensar que yo no era digna de él. Que él era el ángel y yo una sombra, de la cual él no debía acercarse y yo no merecía nada, ni una sonrisa de ese ángel... Y esa negatividad me afectó en ese momento. Y más ahora que el ángel conocía mi más oscuro secreto.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

Los ojos azules y tan profundos de Miles me observaron.

—Claro.

Tragué saliva, intentando dejar de lado esos pensamientos negativos y le comenté;

—Si dices que no, no pasa nada... —inicié—. Una amiga quiere conocerte en persona y también quiere que le presentes algún amigo tuyo... ¿Te gustaría?

La sonrisa de ese ángel no tardó en llegar y a mí me robó otra sonrisa.

—Leire, por supuesto. No me lo tienes que preguntar como si eso fuera un delito —contestó como si me conociera y me sonrojé de pensarlo. —Creo que tengo al chico perfecto para tu amiga.

🍁

—¿No estás ilusionada? Porque yo estoy deseando hincarle el diente a ese muchacho. —La voz de Sara sonaba ilusionada, refiriéndose al amigo que Miles le iba a presentar.

Habían pasado 3 días después de contarle todo a Miles. Y ahora Sara y yo nos encontrábamos esperando en el parque de atracciones a Miles y su amigo.

A pesar de conocer a Miles y Sara, me encontraba nerviosa. No solía quedar con muchas personas, prácticamente con nadie, y en apenas 2 meses ya me encontraba en un parque de atracciones con una amiga, un chico el cual me traía loca y un amigo de él.

—Pero ni lo conoces —dije mientras observaba como la pequeña montaña rusa estaba ahí, con algunas personas disfrutando de aquella atracción. El cual yo, jamás, subiría.

—¿Y? Los hombres son hombres. —Se acercó a mi oído y dijo—. Si sabes domarlos, lo demás no importa.

Negué con la cabeza mientras observaba el lugar.

La última vez que había venido a un parque de estos, fue hace 2 años con mi hermano pequeño. Y echaba de menos aquella época con ese renacuajo.

Prácticamente, echaba de menos a mi familia y eso que solo llevaba poco tiempo en Málaga.

—Hacía tiempo que no iba a un parque de atracciones —confesé.

Sara caminó mientras miraba el sitio como yo.

—Este es increíble. Deberías probar la noria.

—Yo y las alturas no nos llevamos muy bien —me apresuré en decir.

Pero la sonrisa de ella me hizo pensar que algo estaba tramando o a punto de decir;

—Tu chico rubio hará que te olvides de ellas.

Hice caso omiso de lo que ella me estaba diciendo y, cuando me giré, observé a Miles llegando con un amigo, el cual su cabello era llamativo por el color rosa que tenía teñido.

—Mira, son ellos —dije.

Miles y su amigo se acercaron a nosotras.

—Buenas noches, jovencitas —dijo Miles, haciendo que ambas riéramos divertidas. —Les presento a mi amigo Daniel. Ellas son Leire y Sara. —Miles le dijo a Sara. —Un placer conocerte al fin.

Daniel me saludó a mí y luego a Sara, con algo más de timidez.

Y juré que algo, entre ellos, se hizo notar a lo lejos.

—El placer es mío. —Sara me observó, guiñando un ojo como si tuviera la mejor suerte del mundo por conocer a semejante hombre. Y entonces fue ahí cuando Sara miró a Daniel, quien se le veía nervioso frente a mi amiga. —Mm... Me gusta tu cabello rosa.

Él se peinó aquel cabello cortado que tenía, pero muy bien cuidado y contestó;

—Oh, gracias. Pues tu... Eres guapísima.

Miles colocó su brazo en el hombro de Daniel y dijo;

—No vayas tan a saco desde el principio, Daniel.

Él, agobiado, miró a Sara que parecía que cupido le había tirado una flecha a él al ver a Sara y se apresuró en decir;

—Oh, perdóname.

—No importa. Me encanta que me entren a saco —dijo una Sara seductora y guiñándole un ojo. Ella se acercó a mí y me susurró al oído. —Leire, me encanta. Se ve tan tierno e inocente... No sabes lo que deseo corromperlo.

—Sara...

Ella, sin pena ni gloria, se colocó mejor la camiseta que se había puesto y se acercó a aquel joven para decirle;

—Bueno, Daniel. ¿Damos una vuelta tu y yo solos?

Él asintió tímido y con las mejillas sonrojadas.

Ambos se marcharon por unos minutos para conocerse un poco, mientras que el chico rubio que tenía frente a mí se acercó hasta que noté sus labios sobre mis mejillas.

En seguida me sonrojé al notarlo.

Colocó su mano en mi espalda, por la parte baja de ella y un sentimiento extraño fue lo que empecé a sentir entre mis piernas. Por ello las apreté entre ellas para calmarme.

—Se ve que se van a llevar muy bien. Daniel no suele tener mucha suerte con las chicas. Le viene bien que Sara sea extrovertida —añadió y ahora podía notar sus ojos azules pegados en mi rostro.

Yo no pude evitar sentirme nerviosa, y más después de haberle contado mi pasado a Miles. No sabía ni siquiera como mirarle a los ojos, por miedo a ver pena en su mirada. No quería eso, quería que me mirase como cualquier chica.

Y cuando lo miré, juré que no me miraba como cualquier chica, sino como la única.

Mis mejillas ya no podían estar más rojas y creo que a él le encantaba verme así.

—Yo pienso lo mismo. Sara es... Simplemente Sara —susurré, sonriente de ver que tenía una amiga en mi vida, la primera después de tantos años sola en ese ámbito.

Entonces el rostro de Miles se colocó frente a mí, tomando mis manos y acariciándolas como solo él sabía hacer. Haciendo círculos sombre mi dorso con sus pulgares y ese simple gesto, me llenaba de vida.

—¿Cómo estás? —Se veía preocupado.

Preocupado por alguien que no valía la pena, o así es como yo me sentía la mayor parte del tiempo. Y no pude evitar pensar que quizás debía darle vía libre para que no malgastase su tiempo conmigo, aunque una parte de mi cerebro decía que eso no era así... Que yo no le hacía malgastar su tiempo, sino que se lo completaba.

Parecía que tenía el ángel y el diablo en cada lado de mis hombros. Y mi cabeza solía hacerle más caso al diablo que al ángel. Y esos pensamientos inútiles, eran a los que más caso le solía dar.

No podía dejar de recordar aquella vez que él me dijo que realmente quería ser mi amigo, cuando me alejé de él al ver mis cicatrices. De algo de lo cual no estaba orgullosa de mí misma.

Observé como mis manos estaban sobre las suyas y la gran diferencia de tamaño que había entre ellas. Tan reconfortante que adoraba sentir el roce de su piel con la mía.

—Mejor... Aunque, no se como mirarte después de que supieses lo que me pasó —confesé, siendo sincera.

Entonces, él se acercó más a mí.

—Leire...

—Es que... —Me apresuré en decir, pero las palabras no salían como deseaba. —No sé, soy una persona llena de oscuridad y tu...

Miles no me dejó acabar en cuanto noté su mano bajo mi barbilla, haciendo que lo mirase a los ojos. Y ahí pude ver un brillo increíble en su mirada, un brillo que me hizo atraer como un imán y deseé no dejar de mirarlos nunca. Por mucho que pasaran los años.

—¿Yo? —cuestionó—. ¿Te crees que soy perfecto? —Volvió a preguntarme y yo mojé mis labios de lo nerviosa que estaba en ese momento. —No lo soy, Leire. Nadie lo es... —Se quedó unos segundos callado para luego decirme algo que me dejaría sobre una nube. —Pero si tuviese que describir con una imagen lo que significa "perfección", tu rostro saldría en todos los diccionarios.

No sé porqué sonreí en ese instante. Me fue inevitable hacerlo, tanto que miré hacia otro lado, pero las manos de Miles se colocaron sobre mis mejillas, amoldándolas en mi rostro y ahí no tuve escapatoria.

—¿Pero que dices?

Y él se sinceró;

—La verdad. Simple y llanamente la verdad. —Paró unos segundos antes de continuar. Parecía que yo lo distraía. —Lo que ven mis ojos es mucho más que una chica... Mucho más.

Entonces, dije;

—¿Y mis sombras?

Si, aquellas sombras que siempre tendría alrededor.

Pero la negación de él me hizo dudar.

—No son sombras. Así las has llamado tu —dijo, haciéndome reflexionar. —Son cosas del pasado... Duras, eso si, pero no eres oscuridad, Leire.

Su frente se pegó a la mía, mientras que nos sumergíamos en aquella burbuja que solo nosotros creábamos cuando estábamos juntos.

La tarde empezaba a caer y el cielo a oscurecerse, viéndose aquella imagen tan hermosa que amaba ver y dibujar. De como las nubes se teñían de rosa frente al poderoso sol, quien siempre estaba ahí, aunque el día estuviese nublado. El azul del cielo oscureció, haciendo un hermoso atardecer en aquel parque de atracciones en el cual, ambos, nos sentíamos muy bien juntos.

—¿Y que soy, según tu? —Temí la respuesta.

Y Miles no se lo pensó ni un solo segundo.

—El afterglow.

Me quedé callada mientras que nos mirábamos a los ojos, separándonos un poco para vernos mejor y su sonrisa iluminó mi rostro.

Puse mis manos sobre sus caderas y me sentí bien al sentirlo tan cerca.

—Para mí eres como esas nubes hermosas, iluminadas por los rayos del sol... Como si del mayor ángel que hubiera existido jamás... —murmuró, sin dejar espacio al espacio y continuó—. El ángel más hermoso, dulce, amoroso y único. Y esa eres tú. Para mí eres el afterglow.

Y sus labios sellaron cualquier duda que tuviese en ese momento, o en cualquier momento.

Solo sentí ese beso como si fuera el último, y así hasta que pudiéramos aguantar.

Nos dejamos llevar por la llama de la pasión, sin terminar ninguna historia. Solo sintiéndonos mutuamente. Siendo nosotros mismos.

Y por fin, después de tanto tiempo, me sentí liberada y no lo supe porqué... Si por contarle mi pasado a Miles, por conocer personas nuevas o rehacer mi vida después de tanto sufrimiento.

No lo sé como surgió, solo supe que en ese momento pude sentirme que flotaba, que bien no se olvidaban esas cosas, pero si se podían llegar a superar por mucho que costase. Y a mí me costó y me seguiría costando, pero cada día le daba menos espacio a ese sentimiento negativo, a esos pensamientos dañinos y a dejar pasar el tiempo.

Y ese era mi momento.




***

Y aquí un nuevo capítulo. Lo que se viene va a ser muy interesante.

¿Que les está pareciendo?

¿Quieren que salgan más Sara y Daniel?

Nos leemos :3

Patri García

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