🍁 O N C E 🍁
Observé como una idiota el dibujo que estaba haciendo de él, mientras el sol empezaba a esconderse atardeciendo en ese precioso lugar.
No podía evitar pensar en el recuerdo que tuve ayer por la noche con él, sobre todo, cuando bailamos juntos con aquella canción que jamás olvidaría y en ese restaurante. Era de idiota decir que para mí fue la mejor noche que tuve, pero no podía evitar pensarlo que era así. Que había sido así con él.
Su recuerdo cuando su mano viajaba por mi espalda y ese roce me fascinó. Cuando me dijo de bailar, me asusté por muchas razones y una de ellas porque sabía que debíamos tocarnos. Entre que estaba nerviosa y luego ese miedo a que me tocase... Pero no fue así e, incluso, quise más. Me estaba sorprendiendo lo que estaba descubriendo de mí misma, de lo que creía que le tendría miedo y que quizás no todo era así.
Observé la hora, faltaba poco para las 8 de la tarde y el cielo se notaba. Dejé el dibujo sobre mi regazo y apoyé mi frente en la ventana. Tenía un cojín largo para poder sentarme frente a la ventana y disfrutar de ese pequeño momento que me regalaba la vida. Y hoy, en esa tarde, me encontraba con una sonrisa de idiota que apenas se me quitaba.
Si, supe que fui demasiado arreglada ayer para quedar con Miles, pero fue cosa de Sara, quien me obligó a ponerme ese vestido porque decía que me hacía parecer a una princesa. Y lo cierto, es que gracias a ese vestido y a que ella me peinó como si fuese mi hada madrina, así fue como me sentí. Por no hablar de lo guapo que estaba Miles al esperarme delante de aquel restaurante.
Sonreí más al verle el rostro de sorprendido que puso y no pude sentirme más feliz en mucho tiempo. Quizás era una felicidad disfrazada, una fugaz que se quitaría en pocas horas o cuando Miles se aburriese de mí, pero quería aprovechar cada momento a su lado. Sentía que debía hacerlo de esa forma y olvidar todo lo demás.
Hacía años que no me sentía de esta forma... Muchos años.
El sonido de una pequeña piedra estampándose en mi ventana me asustó, tanto que se me cayó la libreta al suelo y tuve que recogerla. Me asomé a la ventana, pero frente no había nadie, exceptuando una persona que conocía de hacía unas semanas.
Sonreí como una colegiala y luego abrí la ventana.
Al asomarme, una suave brisa me cruzó el rostro, esparciendo mi cabello al instante. Bajé la mirada y me encontré con ese chico rubio, analizando cada vestimenta de él, tan increíble como siempre. Con una camiseta blanca que se pegaba a su cuerpo musculado, unos pantalones vaqueros y una sudadera roja desabrochada.
Volví a sonreír.
—Pero... ¿No te es más fácil llamarme? —cuestioné.
Él soltó las pequeñas piedras que tenía en la mano a un lado del suelo y, sin quitarme la vista de encima, contestó;
—Quería hacerlo como en las películas.
Negué con la cabeza mientras ese rubio se encontraba debajo esperándome.
—¿Por qué no bajas? Quiero llevarte a un sitio —cuestionó y yo miré mi barrio antes de volver a mirarlo a los ojos a ese chico.
—¿Se puede saber a dónde?
A lo que él me respondió;
—Confía en mí y te sorprenderás. —Me observaba como la otra noche, cuando quedamos en ese restaurante. —Créeme cuando te digo que te va a encantar.
🍁
No sabía que fuerza extraordinaria me había poseído para aceptar a la invitación de Miles. Yo era de las personas que tenía el día controlado desde que me levantaba. Odiaba las sorpresas y los planes imprevistos, era así. Pero no podía negarme ante la invitación de ese muchacho que intentaba todo para acercarse a mí.
Aún seguía sin saber con qué propósito, pero estos últimos días ya ni pensaba con que propósito lo hacía.
Quizás me estaba alarmando yo sola por boberías, quizás no debía pensar en todas estas cosas y dejar que el tiempo pasara. Solo dejar que el momento me llevara, y eso estaba haciendo ahora, en la camioneta antigua de Miles mientras él conducía hacia un lugar que ni siquiera sabía.
En su camioneta solo podíamos entrar 2 personas, 3 eran demasiados, eran de esas que en algún momento fueron rojas y el tiempo las fue dejando de color naranja oscuro. No podía evitar sentirme algo ilusionada por dentro, a la vez que nerviosa.
Observé en la oscuridad de la noche a Miles, mientras él tenía su vista pegada a la carretera. Y aprovechando que él no podía mirarme, lo observé por unos segundos fugaces y tan rápido como lo hice, empecé a sentir algo desconocido en mi estómago, como nerviosismo, pero era una sensación agradable. Y para cuando él fue a mirarme, yo cambié rápidamente de mirada para observar las vistas que me proporcionaba la ventana.
Me sonrojé tanto, que tuve que tocarme las mejillas con delicadeza mientras sentía como ardía por dentro. Y no volví a mirar a Miles, aunque podía notar su mirada y sonreí nuevamente como una estúpida.
Cuando quise darme de cuenta, vi cómo nos adentrábamos en una carretera solitaria alrededor de árboles y más árboles, toda naturaleza. Llevaba viviendo en Málaga desde hacía unos meses, pero no había ido más allá que de la ciudad misma y eso que este lugar era precioso... Más que bello.
Solo nos iluminaba la luz del coche del chico que tenía a mi lado y, por vergüenza, no lo volví a mirar por si acaso él me descubriera. Volví a tocarme el estómago, sintiendo ese nerviosismo, ese cosquilleo que empecé a sentir en ese momento a su lado.
Y entonces, Miles cambió de dirección para ir hacia uno de los lugares más altos y aparcar en una pequeña colina para ver aquellas vistas increíbles que jamás había visto desde lejos.
Se podía ver casi toda la ciudad con esas luces encendidas, como las luces de los coches se movían. La playa se podía ver desde aquí por completo, los barcos que estaban parados... Todo. Incluso las estrellas se podían ver en esta oscuridad.
Me quedé como una idiota observándolo todo mientras que seguramente Miles me miraba como la gilipollas que era.
Y cuando lo miré, lo pillé mirándome con una sonrisa como yo antes, con la diferencia de que no apartó la mirada como lo hice minutos atrás.
—Vaya... Este lugar es precioso —susurré y dejé de mirarlo para admirar las vistas. —¡Se puede ver toda la ciudad desde aquí!
Una pequeña risa de Miles se escuchó en el coche y, oyendo como se desabrochaba el cinturón dijo;
—Sabía que te iba a encantar. Por no hablar de lo precioso que se ve el mar desde esta distancia. —Abrió la puerta y me volvió a mirar. —Sígueme.
Hice lo que él me pidió. Me desabroché el cinturón, bajé del coche y lo seguí mientras él me esperaba desde el capó del coche. Y luego, señalándome ahí, esperó a que yo me sentara sobre el capó y luego él me siguió.
Nos acostamos mientras mirábamos las estrellas y disfrutábamos de todo. Y fue ahí cuando lo observé, porque por una mínima cosa, ahora estaba sonriendo.
Si la felicidad existía, estaba en las pequeñas cosas de la vida, como esta; se trataba de vivir el momento.
No me sentía incómoda a su lado, todo lo contrario, y me gustaba lo respetuoso que era conmigo. Todo lo contrario, a otras personas de mi vida. Tragué saliva al recordarlo e hice lo posible por disuadir esos pensamientos, tanto que empecé a temblar a pesar de llevar un suave jersey que me tapaba mis brazos y me abracé a mí misma y la voz dulce de Miles me sacó de mi ensoñación.
—¿Tienes frío? —cuestionó mientras se acercaba un poco a mí.
Asentí ante su respuesta.
Él se sentó por un pequeño momento para poder quitarse su chaqueta deportiva roja y luego volvió a acostarse a mi lado mientras me la entregaba.
—Ponte esto —susurró y yo, mientras lo miraba, sonreía y me lo puse, viendo lo grande que me quedaba, pero lo mejor de todo es que esa chaqueta olía a él, solo a él y me abracé a ella. —Puedes quedártela si quieres. Ya tengo muchas sudaderas en mi casa —murmuró sin abandonar mi rostro en ningún momento.
Le agradecía con la mirada mientras nos mirábamos en aquella oscuridad, con las luces de las estrellas y aquellas vistas preciosas que nos daba la vida. Nos olvidamos por unos minutos aquellas vistas y nos quedamos por un largo rato mirándonos como 2 adolescentes, sobre aquel capó de su camioneta.
Sonreímos y no dijimos nada, sobraban las palabras. Sonreía mientras volví a notar aquel cosquilleo en el estómago mientras lo veía sonreírme y mis mejillas no pudieron sentirse más sonrojadas que nunca.
2 almas diferentes, quizás destinadas a separarse, pero ahora, por razones desconocidas de la vida, nos encontrábamos juntos.
Podía ver como brillaba al mirarme y no me podía gustar más de lo que ya lo hacía.
Entonces, él dijo;
—¿Sabes? Adoro las leyendas. —Cambió su mirada hacia el cielo, pero yo no dejé de mirarlo. —De pequeño mi abuelo siempre me contaba leyendas, pero hubo una que me fascinó. Fue el año que viajamos a las Islas Canarias. —Volvió a mirarme para preguntarme—. ¿Has ido allí?
Negué con la cabeza.
Nuevamente, cambió su mirada para observar una estrella, expresamente una estrella, pero no sabía cuál. Había muchas en el cielo y mis ojos solo podían mirarlo a él.
—Deberías ir un día. Son preciosas —calló unos segundos antes de preguntarme—. ¿Quieres que te la cuente? Normalmente aburro a la gente cuando cuento estas cosas.
Negué con la cabeza, haciendo que él sonriese más que antes.
—A mí no me aburres. —Juré que, nada más confesarle aquello, sus ojos se iluminaron. —¿Cuál es esa leyenda?
Su voz comenzó a sonar entre nosotros y mientras me lo contaba, me miraba de vez en cuando. Lo escuché atentamente, como me decía una leyenda romántica pero que presentía que acabaría mal, como todas las leyendas. No pude evitar sonreír cuando sus ojos se clavaban en los míos al decirme algo romántico de aquella leyenda.
No sabía a donde íbamos a ir con esto, si todo esto sería una fantasía al final del camino o si él realmente quería quedarse junto a mí, como amigo. No sabía nada, no tenía los planes del destino en mis manos. Hacía poco que lo conocía y parecía que habían pasado muchas semanas desde que nos vimos por primera vez en aquella escalera de entrada en la universidad.
Sonreí, pero no podía evitar negar en mi mente cuando ella quería darme ilusiones sobre Miles. No podía evitar llevarle la contraria cada vez que pensaba que algo entre nosotros podría ocurrir. Nuevamente, mi negatividad estaba a flor de piel y mis murallas seguían tan intactas como la última vez que las comprobé.
Y cuando acabó de contarme la leyenda, arrugué mi frente y negué con la cabeza mientras Miles intentaba aguantar la risa por la mirada que le estaba dedicando.
—Qué final más dramático —contesté.
Y sus dientes blancos salieron a relucir. Tan increíbles como su dueño.
—¿Qué leyenda no tiene un final dramático? —cuestionó, haciendo que yo asintiera y sonriera un poco mientras miraba hacia las estrellas, disfrutando de las vistas y relajando mi mente de todo. Cuando la voz de Miles, apagada y temerosa, sonó en un susurro—. Leire, quiero hacerte miles de preguntas, pero sé que te prometí que no te haría ninguna privada. Pero, ¿me puedes ofrecer una? —Lo observé tan rápido como me lo pidió y mis alarmas saltaron.
Me lo pensé muy bien, porque para mí era dar un paso demasiado grande y temía que me mirase mal, que me etiquetase como hacían todos. Como lo hicieron en aquel juicio que viví con aquella temprana edad como víctima.
No quería pensar en ello, pero a la vez quería contárselo por fin a alguien, alguien que no fuera de mi familia o mi psicóloga. Pero alguien en quien confiara... Un diamante en bruto escondido en algún rincón desconocido de mundo.
Miré aquellos ojos azules marinos que no dejaron de mirarme y pude ver que se preocupaban por mí. Su sonrisa de ángel ya no estaba en su precioso rostro y podía ver que las pequeñas arrugas de su frente empezaban a salir por ¿angustia quizás? No lo supe describir, no sabía que pensaba, pero yo si sabía mi respuesta.
Y tras un rato largo callada, asentí sin saber si iba arrepentirme después o iba a ser terapia para mí.
—Solo tienes que asentir, no tienes ni que responderme —dijo, apretando su mandíbula y viendo como un músculo se le formaba al tragar saliva y lo sabía muy bien porque ese gesto lo hizo varias veces en el restaurante. —¿Alguien te hizo daño en un pasado, pero... físicamente?
Apreté mis dientes y no aparté la mirada en ningún momento. Algún día iba a pasar, pero no creí que sería tan pronto. Era una pregunta difícil de responder y eso que no tenía ni que hablar, solo hacer un gesto.
Y, mientras Miles no apartaba su mirada sobre mí, tragué saliva y asentí levemente, consiguiendo ver que el rostro de Miles se angustió por completo al descubrir mi respuesta.
No dijo nada, quizás porque sabía que no me sentiría preparada para hablarlo, pero me dolió ver aquella mirada, más de lo que jamás creería. No me miraba mal, ni me juzgaba por algo que ni siquiera le había contado, pero su mirada era de dolor... Como si él fuera el que había sufrido lo que yo sufrí y pude ver que no le gustó que hubiese vivido algo como aquello.
Entonces, volvió a preguntarme otra cosa que no dejaba de dar vueltas en su mente.
—¿Te molestó que te tocase ayer?
Escuché que su voz temblaba, sabiendo que temía que me hubiese hecho daño mentalmente, pero no fue así y mi respuesta la hallé rápidamente.
—No... —susurré, avergonzándome porque le iba a decir algo que me daba vergüenza admitir frente a él. —Me... Me gustó. Y es raro porque normalmente no me gusta que me toquen.
Su sonrisa volvió a aparecer, pero no llegó a sus ojos.
—¿Tienes algún límite?
Negué con la cabeza ante su pregunta, algo extrañada.
—Que yo sepa; no.
—Quiero probar algo —susurró, acercando su cuerpo al mío y yo me puse rígida por los nervios y, al verme, contestó—. Si te sientes incómoda, dime que pare y lo haré.
No supe encontrar respuesta, pero simplemente asentí y mis mejillas se sonrojaron por completo.
Él levantó su mano, aquella mano que me tocó la otra noche con esa sensualidad que me dejó caliente y me la enseñó antes de llegar a mi piel. Esperó mi aceptación y, cuando le di acceso a mi cuerpo, su mano se posó a un lado de mi pecho, sin tocarme esa zona siquiera, solo colocó su mano debajo de mi axila y, suavemente, su dedo pulgar comenzó a moverse con su mano inmóvil y rozó con lentitud un poco mi pecho mientras su mirada estaba sobre mí. Tragué saliva sin dejar de mirarlo y él siguió bajando con suavidad, haciendo el más mínimo movimiento para que lo notara. Era sensual, lento y caliente.
Fue bajando poco a poco hasta llegar a mi cintura y pararse ahí. Esperó a que yo le diese alguna negativa, pero, al no dársela, prosiguió con su labor mientras que yo no podía sonrojarme más.
Miles, con maestría, metió esa mano debajo de mi jersey, subiendo poco a poco por mi vientre, haciendo que respirase entrecortadamente por el sentimiento que estaba sintiendo. Bajo las estrellas y sobre el capó de su coche, Miles me tocaba con suavidad y, antes de seguir subiendo, dudó un poco para saber que iba a hacer. Y cuando yo creía que seguiría hacia mis pechos, para mi inocencia bajó y lo que sentí fue una explosión de sentimientos cuando su mano se metió dentro de mi pantalón y rozó con la yema de sus dedos mis bragas, haciéndose a un lado y metiendo su mano debajo de mi prenda, tocando mi cadera.
Y tan rápido como llegó ahí, tuve que carraspear para que parase y no porque me sintiese incómoda, sino porque su mano era mágica para mi piel. Y Miles, tan rápido como le pedí parar, retiró su mano como si quemase y vi como su pecho bajaba y subía por esa camisa blanca y apretada que tenía.
No dijimos nada, pero nuestros cuerpos lo pedían todo.
Miles se fue acercando a mí suavemente hasta llegar a mi rostro y pararse detenidamente por mis labios. ¿Para qué mentir cuando realmente deseaba besarlo en ese momento? Y es que lo besaría en ese momento si no fuese tan cerrada, si tuviese más valor.
Lo deseaba, y juraría que Miles también deseaba besarme. Su rostro se fue acercando al mío, mientras se colocaba sobre mí y nuestros pechos se pegaron como la otra noche, sintiéndolo duro y sonrojándome por ello.
Y cuando creí que nuestros labios se iban a tocar, el sonido de fuegos artificiales sonó en ese momento, asustándonos. Tanto fue así que Miles y yo nos apartamos como medio metro mientras veíamos como desde la playa tiraban fuegos artificiales, por las fiestas de ese fin de semana.
Nos miramos y reímos, viendo como Miles tenía el rostro rojo como yo.
—Vaya, que oportunos —dijo él mientras seguía riendo y se acostaba en la furgoneta mientras me miraba con una sonrisa en su rostro.
Y dije lo que deseaba decirle;
—Miles; gracias.
Su ceja se movió y no entendió por qué le di las gracias.
—¿Por qué?
Moví mis hombros y, sin saber exactamente porque dije aquello, contesté;
—No sé por qué, pero siento que debo dártelas.
Y, mientras disfrutábamos de las vistas, nos quedamos por horas así, charlando y conociéndonos un poco más, mientras los fuegos artificiales decoraban el lugar frente a nosotros.
***
¿Como se encuentran? Espero que muy bien o si no, les doy todo el ánimo que exista para que todo mejore :3
¿Les ha gustado el capítulo? Estoy amando esta historia y espero que los próximos capítulos los amen tanto como a mí.
Nos leemos ;)
Patri García
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