🍁 O C H O 🍁
Y aquí estaba, encontrándome en los pasillos de la universidad mientras intentaba evitar a Miles. Simplemente porque me daba vergüenza tener que mirarle a la cara después de como lo había tratado el día anterior. Me sentía una estúpida, pero, a pesar del momento valiente que tuve ayer tarde, se me quitó rápidamente nada más pisar la universidad.
Me sentía extraña en un lugar lleno de gente, sola en un sitio abarrotado de estudiantes. Me abrazaba a mí misma con mi carpeta mientras me dirigía hacia mi próxima clase y no podía dejar de pensar en mis problemas.
Era una paciente difícil, porque no conseguía mejorar con el tiempo. Estaba bastante cerrada y no siempre hacía caso de mi psicóloga por la simple razón de que para mí no era fácil hacer ciertas cosas.
Como, por ejemplo, hacer un amigo.
Ya vieron como había tratado a ese «amigo», y los ojos de Miles volvieron a mi mente con mucha tristeza. No dejaban de perseguirme, incluso me costó conciliar el sueño la pasada noche.
Lo peor vino cuando, al llegar a mi aula, en el aula de enfrente, se encontraba Miles sonriente con sus compañeros, hablando con ellos con esa galantería que siempre llevaba, esos dientes relucientes y ese atractivo que tenía. Fue como caerme un barde de agua fría mientras me paraba en medio de la puerta de mi aula y lo observaba.
Quería acercarme y pedirle disculpas por haberme comportado así, pero las palabras no me salían y, cuando esos ojos marinos se conectaron con los míos, la palabra me salió completamente sola.
—Hola —saludé, y estuve a punto de darme la vuelta porque sabía que él no iba a responderme.
¿Por qué él iba a saludar a alguien que lo había tratado mal el día anterior? Sabía que no me iba a responder y, si lo hacía, no iba ni a mirarme.
Me sentía completamente una idiota por pensar que quizás podría tener un amigo... Y nuevamente me costaba, y demasiado. Y esto a veces creaba un conflicto entre yo y mi propia cabeza, por no hablar de otros problemas que ahora no quiero recordar.
Pero al girarme, noté una mano en mi antebrazo, una que me sujetaba con delicadeza sabiendo donde tenía el límite y, haciéndome girar, me topé con aquellos ojos marinos frente a frente. Tuve que tragar saliva sintiendo las mejillas sonrojadas por completo al tenerlo casi pegado a mí.
—Hola... —Me devolvió la palabra y, a pesar de ver cierto vacío en sus ojos por mi culpa, una pequeña sonrisa sincera se cruzó en sus increíbles labios como regalo.
No pude evitarlo, sonreí mirándolo a los ojos y sintiendo como mi corazón latía con demasiada fuerza. Y ahí, lejos de todo, sentí su cariño y quise pedirle perdón.
Y nuevamente, no lo hice.
🍁
Durante aquellos 2 días siguientes, estuve inmersa en los estudios. Necesitaba sacar algunos exámenes y apenas tenía tiempo para dejar pensar a mi mente, la peor prisionera del mundo.
Habíamos dejado de hablarlos Miles y yo, pero por mí, no por él. Ni siquiera habíamos coincidido en los pasillos de la universidad. Pero horas antes nos habíamos topado, esta vez siendo él el que comenzara el saludo, pero lo veía extraño, con una mirada distinta y apagada. Sabía que no era yo la culpable, pero no me gustó verlo así.
Quise hablar con él, pero fue justo ahí cuando un grupo de chicos se acercaron a él y no pude ni siquiera mirarlo. Y ahora me encontraba en mi clase, mirando hacia la profesora mientras escribía detenidamente las cosas.
—Leire —la voz de alguien proveniente a mis espaldas empezó a sonar y yo me giré, encontrándome con los ojos de Roberto pegados en mí, y nuevamente sentía esa ráfaga de incomodidad como hacía unos días. —¿Estás bien?
Su pregunta me pareció extraña, ya que no me conocía para decirme esas cosas. Así que asentí, echándome atrás un mechón que se había soltado de mi coleta.
—Si...
Pero él siguió hablándome mientras la profesora hablaba;
—Te veo distraída.
Yo sonreí fugazmente, solo para que él no siguiera haciéndome preguntas y dije;
—No es nada.
Me giré y volví a lo mío, a mis apuntes, a mi mundo. Pero nuevamente, seguía sintiendo en mi nuca su mirada, algo bastante incómodo. No quería girarme, tampoco sabía si era algo de mi mente o es que realmente me estaba mirando. Pero era una sensación bastante concordia que me hizo sentir escalofríos nada más recordarlo.
En cuanto la clase acabó, tan rápido como la luz, el rostro de Roberto se topó con el mío mientras terminaba de recoger mis pertenencias,
—Oye, unos amigos y yo vamos a hacer una fiesta en mi casa. —Se apoyó en mi mesa sin avisarme, con algo de chulería que no me gustó, robando mi espacio personal. No como Miles, que me daba todo el espacio que necesitaba. —Estás más que invitada.
Fiestas... Vaya, las fiestas y yo no éramos las mejores amigas, prefería mil veces ir al cine que a un sitio lleno de gente. Tampoco es que me agradara la idea de estar con personas que ni conocía y es que, era tan desconfiada por temas obvios y eso, Roberto, debía entenderlo.
—Oh... Gracias, pero no soy de fiestas —concluí mientras me colocaba la mochila y abrazaba mi carpeta para luego girarme.
Pero la mano de Roberto se posó sobre mi cintura y, tan rápido como lo noté me alejé de él, haciendo que retirase esa mano de ahí. Lo observé cabreada, con los puños cerrados mientras seguía abrazando mi carpeta y una sonrisa chulesca salió de sus labios, una sonrisa que me recordó a esa sombra que aparecía en mis pesadillas.
Él levantó las manos en señal de paz y me pasó un papelito donde había un número escrito. Lo observé y, lentamente, lo tomé, pero con la intención de tirarlo a la papelera más cercana.
—Bueno, si cambias de opinión; este es mi número.
Me guiñó un ojo, con la intención de parecer divertido, pero solo me asqueó. Lo supe, ese no era el tipo de chico con el que quería hablar. Se veía de lejos las intenciones, porque me recordaba a la perfección las intenciones de otra persona en mi pasado.
Arrugué el papelito y, cuando vi que él ya se había ido, lo tiré en la papelera para luego salir de la universidad sola.
***
Caminé por el barrio como hacía siempre al llegar el arrebol, que en inglés la palabra sería «afterglow». Una palabra preciosa que creo que muy pocos conocen. Amaba mirar el cielo y disfrutar de todas esas maravillas naturales que apenas nos parábamos a mirar.
Era un momento del día que me ayudaba a disuadir problemas o a pensarlos detenidamente. Y ahora no podía dejar de pensar en que había metido la pata y hasta el fondo con Miles. Quería hablar con él, sacar mi valentía y decirle que es lo que realmente quería... Pero seguramente le parecería una loca si hiciera aquello.
Y, como una señal divina, mis pies me guiaron hasta la cancha donde el otro día puse punto y final a algo que ni siquiera había comenzado. Y para colmo, había un chico ahí, corriendo por la pista solitariamente. Quizás como una forma para olvidarse también de sus propios problemas y sabía muy bien quien era ese chico.
E hice algo que jamás estaba acostumbrada a hacer, a tomar la iniciativa. Fue un acto valiente de mi parte, porque conociéndome lo cerrada que era, hacer aquello era como dar un paso adelante para comenzar a mejorarme a mí misma.
Bajé las gradas y me quedé fuera de la pista mientras miraba a ese chico rubio corriendo por el campo con la mirada perdida. No sabía que pensaba, pero me imaginaba que sería algo no muy bueno, recordando como tenía su mirada aquel día.
Y cuando quise percatarme, se encontraba sin camisa, solo con sus pantalones de atletismo y con esas zapatillas deportivas que se veían bastante caras a simple vista. Tragué saliva al ver lo bien tonificado que estaba, como con la lejanía podía ver sus pectorales, sus brazos, su pecho duro y esos abdominales que me dejaron más que seca de garganta.
Me quedé parada ahí, admirando las vistas y viendo como ese chico seguía moviéndose por el campo, viendo como sus músculos se contraían y a la vez brillaban por el sudor. Negué con la cabeza para dejar de centrarme en su belleza y poder tomar la iniciativa a algo que realmente necesitaba hablar.
Caminé 5 pasos hasta llegar a una distancia prudente y, en cuanto él se giró mientras miraba al suelo, mi voz lo hizo parar.
—Miles.
Pude ver la mirada de sorpresa y confusión en verme a mí ahí. Y lo entendía, porque hasta yo me encontraba confundida de cómo había tomado el valor de llegar hasta ahí.
Estábamos a más de 10 metros de distancia y mi voz había salido con bastante fuerza como para que él me mirase. Hasta yo me sorprendí.
Y el ángel de ojos azules también.
—¿Leire? ¿Qué haces aquí? —cuestionó, jurando como sus ojos empezaban a brillar por algo desconocido que no comprendía.
Mi lógica decía que era yo la que le había dejado los ojos así de brillantes, pero mi negatividad era otro tema bastante complejo. No hice caso de ninguna de las 2.
—Lo siento... Siento lo que te dije el otro día —me apresuré en decir antes de que me acobardara de nuevo y lo miré a los ojos, sin retirarlos en ningún momento.
Él no dijo nada, solo me miró esperando escuchar lo que le tenía que decir.
Se acercó a mí hasta llegar a una distancia considerable, pero sin acercarse demasiado, dejando mi espacio personal.
—Nunca he tenido amigos, hasta donde yo recuerde... —susurré, temerosa de que me mirase como si fuese el mismo diablo por no haber hecho las cosas que otras personas ya estaban acostumbradas a hacer. —He vivido cosas... que no se las desearía jamás a nadie. —Sus ojos se agrandaron en su atractivo rostro y pude ver como arrugaba su frente, como si en su mente también hubiese un gran debate como en el mío. —Me cuesta tanto entablar una conversación con una persona que es que apenas sé decir una frase entera... Sé que lo haces con buenas intenciones, pero me cuesta comprender que alguien quiera ser mi amigo y más cuando yo me he comportado como una idiota con esa persona... Contigo, Miles.
—Leire... —se apresuró en decir, pero yo no lo dejé.
Quería seguir, explicarle algo más y casi abrirme un poco a ese chico.
—Solo, solo... Déjame acabar, Miles yo... —traté de decir para luego acercarme un poco a él y continuar—. Lo siento, quiero ser tu amiga de verdad, pero no se hacerlo. No sé hacer algo que todos saben y dudo que eso se enseñe. Ojalá pudiera hacer algo para...
Ahora fue él el que me paró, cortando todas las distancias que había entre nosotros y tomando mis manos que empezaban a sudar por mi tonto acto de valentía. Y ese simple gesto, me dio vida y ojalá él lo pudiera comprender algún día.
—Leire, no tienes que decirme nada más, ni compensarme por lo del otro día... —Su voz, grave y a la vez delicada con la que me estaba hablando, hizo estremecer los ladrillos de mi muralla y esos ojos azules no me abandonaron en ningún momento. —Lo comprendo. Pero tienes algo que me encantaría seguir conociendo y sé que no te fías de cualquiera, mucho menos de mí. Pero, Leire... Realmente quiero ser tu amigo, déjame demostrártelo —pidió, demostrándome con palabras que no iba a abandonar ese barco en ningún momento.
Solo lo decía con palabras, y yo quería ver actos. Pero a veces había que tener fe en las personas y yo, en ese momento, lo pensé.
—Pero no seré una buena amistad para ti —continué en mis trece.
Y él negó con la cabeza mientras su seriedad comenzaba a apagarse para aparecer una pequeña sonrisa que me hacía sonreír a mí también.
—Déjame decidirlo por mí mismo si lo eres o no —susurró.
Y no sé cómo, mi mirada volvió a su pecho desnudo que me puse nerviosa y tuve que volver a clavar mi mirada en los ojos de él, a pesar de que me ponía cada vez más y más nerviosa.
Pero no dejé de pensar en lo que él me estaba diciendo. Si no le daba la oportunidad a alguien de ser amigo mío, ¿cómo iba a tener amigos alguna vez? ¿Cómo iba a saber que no me iba a hacer daño si ni siquiera le daba la oportunidad de demostrarme que no iba a hacerlo?
Ya iba siendo hora de cambiar, de cambiar para mejor y de poder dejar de ser esa sombra oscura que camina por las calles como un alma solitaria.
Miré a Miles, que esperaba expectante a mi respuesta, dándome todo el tiempo que necesitara y lo pensé. No sabía si él iba a hacerme daño, si iba a ser el mejor amigo que nunca tuve... O si podía enamorarse de mí. No sabía que me deparaba el futuro, pero sabía que yo no podía controlarlo todo para que nada me hiciera daño.
La vida era así y si no te atrevías a vivirla, no la vivirías jamás.
Y yo era de esas que no la vivían. Ya era hora de cambiar esas cosas y Miles me estaba dando esa llave para empezar a hacerlo.
Solo me había encerrado en mi pasado, en las personas que me hicieron daño... Pero no todas las personas eran así, no todas me iban a hacer daño.
Entonces, sin saber que nos deparaba el futuro, contesté abiertamente y sin dudarlo;
—Vale.
El rostro de Miles, que se quedó patidifuso al escuchar la respuesta, tuvo que volver a preguntármelo;
—¿Qué?
Sonreí al ver la sonrisa de felicidad de Miles y lo repetí gustosamente.
—Que si... Pero no quiero que me hagas preguntas personales, ni preguntes por mi pasado, ni mucho menos por la cicatriz —murmuré, siendo sincera y no queriendo que me hiciera ese tipo de preguntas.
Al menos, de momento.
Y en su mirada, que podía ver como luchaba por dentro, su mandíbula se apretó y asintió a regañadientes. Porque sabía que quería hacerme miles de preguntas, pero no quizás ahora, sino más adelante.
Ahora no quería abrirme ante nadie, pero si Miles me daba la receta para poder confiar en él... Quizás terminase hablando de mi pasado.
—Vale... —susurró. —Pero quiero que me dejes hacer algo. Déjame enseñarte lo bonita que es la vida.
Ante su proposición, me quedé callada mientras lo miraba. ¿Acaso sabía que no la había vivido o es que no hacía falta ser muy inteligente para ver que ni siquiera la había empezado a vivir?
No sabía que sorpresas me tenía preparado, pero, algo dentro de mí, se adueñó de mi cuerpo y dije lo que jamás me hubiese imaginado que diría;
—Si.
Juré que jamás lo había visto de esa manera los días que nos habíamos conocido y como su mano hizo un gesto de historia en el aire mientras sonreía como un niño pequeño. Negué con la cabeza lo infantil que podía llegar a hacer y, sin pedirme permiso, me robó un abrazo, abrazándome con fuerza y dejándome sin aire al sentir su piel desnuda sobre mí.
Tragué saliva por nerviosismo y dudé si abrazarlo o no, por lo que decidí aceptar ese abrazo mientras mis manos se colocaban en su espalda ancha y musculada. Las manos de él no bajaron a mi espalda baja, ni siquiera lo hizo, solo se quedó en mitad de mi espalda sin cruzar ningún límite, cosa que agradecí.
Y entonces me separé de él, a pesar de lo a gusto que me encontraba y susurré;
—Pero, antes de seguir... ¿Te encuentras bien? —cuestioné y juré ver sorpresa en sus ojos, como si nunca nadie le hubiese echo esa pregunta y noté como se relajaba frente a mí.
Él no me dejó separarme de él y pude disfrutar de abrazarlo un poco más mientras nos mirábamos y nuestras manos estaban a cada lado de nuestras espaldas.
—Si... Bueno... —trató de hablar. —He tenido un día algo complicado por personas de mi vida, pero ahora estoy muy bien —respondió mirándome con esa sonrisa, esa luz que emanaba de dentro y sonreí como una pequeña, aunque sabía que él escondía algo más en el fondo.
Pero al igual que él, yo era una desconocida y no se iba a abrir así, sin más.
Y nos quedamos ahí por largos minutos mientras hablábamos sobre cosas sin sentido, empezando una amistad que quizás podría ser bonita y deseé conocerlo más, mucho más que cualquier otra persona.
***
¿Echaban de menos a Leire y Miles?
Estoy súper ilusionada con la vuelta de esta historia. Me esta quedando preciosa y estoy deseando que puedan llegar a ciertas partes que amarán.
Por cierto, debido a que «Prohibida» la empezaré a subir el viernes que viene, por lo que voy a cambiar el día de publicación de esta novela. Así que a partir de la próxima semana serán los domingos días de actualización. ¿Les parece bien?
Cuéntenme, ¿que les ha parecido el capítulo?
Patri García
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