
🍁 D I E C I S É I S 🍁
Observaba las flores que habían cerca de la puerta, tan hermosas y relucientes que me enamoraron desde que entré hacía unos minutos a la tienda de Sara. Iba de camino a la universidad, cuando quise hacerle una visita a mi amiga y así saber si todo había salido bien para ella y para aquel chico la noche anterior.
Llevaba horas dándole vueltas a una cosa, por no decir que ya lo llevaba pensando desde hacía unas pocas semanas. Me sentía nerviosa de tan solo pensarlo, pero quizás ese pensamiento era más fuerte cuando le conté todo a Miles hacía pocos días.
Me mordí el labio mientras Sara se tomaba un sorbo de su zumo.
Y me atreví;
—Sara.
—Dime.
Seguía tomando un sorbo bastante largo de aquel zumo de naranja cuando le lancé la pregunta;
—¿Cómo sabes cuando estás preparada para el sexo?
Todo el zumo que tenía en la boca salió disparado hacia un ramo de flores que estaba preparando para una clienta. Hasta le salió un poco de zumo por la nariz de lo sorprendida que se quedó cuando le pregunté e hice un gesto al verla hacer aquello.
Ella me miró, con un brillo en los ojos que desconocía y me gritó;
—Ay, madre mía. ¡Por fin quieres follar!
Miré el establecimiento con rapidez, agradeciendo que no hubiese nadie en ese momento y luego volví a mirar a Sara con un rostro expresivo, lleno de enfado.
—Sara... —advertí.
Levantó las manos, como si no hubiese echo nada. Dejó el zumo sobre el mostrador y se acercó a mi para mirarme mejor los ojos, queriendo saber más.
—Vale, vale. Perdón —contestó—. ¿Qué pasa? ¿Quieres ir más allá con Miles? —Su tono de voz era dulce, nada comparado a lo que había echo hacía unos segundos atrás.
Miré nerviosa el lugar, y luego hacia el pobre ramo de flores lleno de zumo y asentí, tímida.
No sabía ni siquiera por donde empezar. Era algo que llevaba sintiendo desde hacía unas semanas, pero cada vez era más fuerte y por cada minuto que pasaba con Miles, más ganas quería hacerlo. Pero tenía miedo —mucho— de hacerlo mal.
—Si, pero no sé... ¿Cómo lo sabes? —La miré a los ojos, queriendo saber el consejo que podría darme.
Asintió lentamente, observó la puerta del establecimiento y luego volvió a dirigirme la atención completamente.
—Tu cuerpo. —Señaló. —Tu misma lo sabes en ese instante. Es cuando surge.
Tragué más saliva por la vergüenza de hablar estos temas con Sara, aunque a ella parecía no importarle ni darle reparo a la hora de contar esas cosas.
Quería preguntarle más cosas, pero me daba tanta vergüenza que ni siquiera era capaz de encontrar las palabras correctas. Tanto fue así, que le pregunté;
—¿Cómo fue tu... primera vez?
Ella contestó rápidamente.
—Horrible. Ambos éramos novatos, él no sabía ponerse un condón y... —La frené velozmente al percatarme que no le había echo bien la pregunta.
Tenía tanta vergüenza, que ni siquiera me salían las palabras idóneas.
—Te estoy preguntando que como lo supiste. No que me des detalles de eso. —Me apresuré en decir.
—¡Ah! Haberlo dicho mejor. —Salió del mostrador y fue recto hacia un cactus que había detrás mía. —Bueno, mi momento fue cuando estábamos estudiando. No lo supe, pero sentía algo que deseaba ir más allá, aunque no fue la mejor primera vez, no lo cambiaría por nada en el mundo —contestó con una sonrisa en su rostro.
—¿Por qué?
Sara movió los hombros y respondió;
—Porque lo hice cuando quise, con el chico que quería y ese chico me había dado espacio para cuando estuviésemos preparados. —Se quedó unos segundos callada antes de seguir—. Es complicado porque no es algo que sepas al instante o planifiques por semanas, es cuando tu misma dices... Es la hora.
Asentí mientras captaba todos esos consejos.
—Vale.
—Pero te diré una cosa —habló, me tomó las manos y me dijo—. Sea cuando sea, no te agobies. Háblalo con él si te sientes más cómoda.
Sonreí por su respuesta;
—Muchas gracias.
🍁
Miles
—¿Y como te fue con Sara? —cuestioné mientras caminábamos por los pasillos de la universidad.
La sonrisa de mi amigo no desapareció de su rostro en todo el trayecto.
Habían pasado tan solo unas horas desde que había visto por última vez a Leire y de la cual tan solo deseaba estar a su lado. Decirle todas aquellas cosas que le había dicho no habían estado de más, y deseaba poder conocerla mucho más de lo que ya lo hacía. Pero una parte de mí temía que me conociera al completo. Algo que sabía que, el día que lo conociera, le harían la vida imposible.
Y no quería eso.
—Increíble. ¿Sabes que tiene una floristería? Tan joven y maneja una empresa —respondió Daniel. —Es carismática, divertida y muy lanzada.
Mi risa no se hizo de rogar cuando me contó eso último.
Apenas la conocía, pero parecía describir a Sara a la perfección.
—Veo que te ha encantado Sara.
—Hemos vuelto a quedar esta noche. ¿Algún consejo?
Nos paramos en medio del pasillo, miré todo el lugar y luego me dirigí a él para decirle;
—Sé tu mismo.
La sonrisa de él se hizo presente y supe que, lejos de todos los consejos que podía darle, ese era uno de los mejores. Y era cierto. El ser uno mismo hacía que las personas que realmente desearan conocerte, se acercasen más a ti.
La mano de Daniel sacudió mi hombro, desesperado y me extrañó aquel repentino cambio de parecer.
Lo miré cuando me dijo;
—Miles, mira.
Cambié de dirección para poder observar que es lo que le había llamado la atención, cuando vi a Leire acorralada por ese compañero suyo que me presentó el otro día.
El rostro de esa chica de la cual me encontraba locamente enamorado, era de todo menos feliz. Intentaba zafarse del agarre de él y nadie en su alrededor parecía darse de cuenta, solo nosotros. Y nada más verlo, una furia emergió de mi interior y caminé con pasos rápidos hasta aquel cabrón que no paraba de decirle cosas a Leire.
Lo tomé de la camiseta por la parte de atrás y, sin saber de donde saqué la fuerza, lo arrastré hasta la pared, estampándolo y lo tomé del cuello con un enfado descomunal.
Mi rabia no me hacía ver nada más, solo a mi objetivo que tenía frente a mis ojos y deseaba sellar su rostro con mis puños.
—¿Qué coño te crees que estás haciendo? —pregunté con la mandíbula demasiado apretada y estaba tan fuera de sí, que no escuché nada más.
Roberto me miraba sorprendido de verme, sin esperarme ni tan siquiera que estuviese cerca, ni que mucho menos sacase todo ese valor de hacer lo que me encontraba haciendo. Y por Leire haría cualquier cosa.
Negó con la cabeza, sujetándome la mano para que intentase soltarlo.
—Nada tío. Solo hablábamos —mintió.
Recordé el rostro de angustia de Leire, seguramente haciéndola recordar cosas del pasado que odiaba tan siquiera que alguien pasara por tal situación. Apreté más mi puño en su camiseta y lo atraje más a mí.
—No parecía que hablaseis. —Mis dientes estaban tan apretados, que dudaba que Roberto me escuchase lo que acababa de decirle.
Entonces, cuando aflojé un poco el agarre, él se soltó y comenzó a burlarse de mí, haciéndome cabrear aún más.
—¿Qué eres? ¿Su novio celoso? —cuestionó, consiguiendo su objetivo de enojarme—. ¿O es que aún no te la has follado?
Nada más escuchar esa última pregunta, mi puño se estampó en su rostro, sellando lo que llevaba tiempo deseando hacerle y Roberto cayó al suelo. No duró ni cuatro segundos cuando volvió a levantarse rápidamente, mirándose la boca llena de sangre de lo que le había hecho mi puño y, sin esperármelo, él corrió hacia mí para pegarme y partirme la ceja.
Ni un segundo más duró cuando ambos empezamos a pegarnos en el suelo de la universidad, hasta que, en seguida, un profesor nos separó. Y al ver que yo le había hecho más daño, sonreí como un estúpido.
—¿Qué cojones estáis haciendo? Ya son mayorcitos para estas tonterías.
Negué sin dejar de mirar a Roberto.
—Deberías revisar a su alumno. No querrá que su universidad termine con varias denuncias por acoso —avisé, haciendo sorprender al profesor.
Roberto se acercó a mí, con una pequeña protección del profesor para que no volviéramos a pegarnos.
El dedo señalador de Roberto se pegó a mi pecho, dándome toquecitos incómodos.
—Tu... Ambos sabemos que Leire es mucha chica para ti. Y tarde o temprano ella verá que no eres suficiente para su vida —contestó y luego se marchó, dejándome sorprendido por ello.
¿Acaso me conocía?
Negué con la cabeza con aquella duda en la cabeza y ese temor en mi cabeza. Comencé a darle vueltas a algo que ya lo llevaba haciendo un tiempo, pero que no esperaba que fuese tan fuerte como ahora.
La mano de Leire se puso sobre la mía cubierta de sangre, acariciándome y, con la otra mano, tomó mi rostro para que la mirase a los ojos. El miedo había dejado su rostro para ver la preocupación en ella.
Tragué saliva al percatarme que había cometido el mayor error de mi vida al pegarme con alguien delante de la persona de la que estaba enamorado por completo.
Apreté la mandíbula, avergonzado.
—¿Por qué...? —Intentó acabarlo, pero no lo hizo—. ¿Quieres matarte?
Negué con la cabeza, mirando hacia el suelo.
—No iba a dejar que ese gilipollas te tocase.
Ella tomó mi mentón y volví a mirarla a los ojos. Aquellos ojos tan hermosos como siempre y tan bella como acostumbraba. Me avergoncé en seguida y juraría que mis mejillas, lejos de lo destrozado que tenía el rostro, las tenía sonrojadas.
—Vamos, necesitas atención médica.
Leire empezó a caminar, pero yo me quedé quieto y ahí fue cuando me di de cuenta de toda la gente que se había quedado a mirar el espectáculo que yo y Roberto habíamos creado.
—Estoy bien, puedo curarme solo.
—¿Por qué los hombres siempre son así? —cuestionó, más para sí misma que para mí. Sonreí por ello—. Entonces vamos a mi casa para así curarte esas heridas.
No dejé de mirarla a los ojos y, por una vez, quise ser egoísta con ella y tenerla en mi casa para mí solo. Y que ella me tuviese para ella sola.
—Vamos a mi casa... Quiero tenerte allí para mí solo...
Parecía que se lo iba a pensar más tiempo, pero en pocos segundos me contestó a mi propuesta.
—Vale.
🍁
Nos encontrábamos en mi piso, yo sentado en una de las sillas que tenía en la cocina, con Leire frente a mí y curándome las heridas que tenía en el rostro.
Estaba tan cerca de mí, que podía sentir sus pechos en mi barbilla. Sonreí porque me gustaba esa sensación. Y Leire, al ver que estaba sonriendo, apretó el algodón a propósito y me quejé en voz alta. Lo separó y sopló con amor para que no me siguiese doliendo.
—Sigo sin comprender porque son tan simios los hombres —murmuró.
Yo volví a sonreír por ello.
—Bueno, nos gana la adrenalina —contesté.
Y creo que a ella no le gustó esa respuesta.
Volvió a apretarme el algodón en la herida más fea.
—¡Ay! —Me separé de ella y la miré a los ojos—. Eso ha dolido.
Ahora Leire era la que estaba sonriendo.
—Lo siento, se me fue la mano —ironizó.
Y lejos de todo eso, reí enamorado por su forma de ser.
Coloqué mis manos sobre sus caderas, quizás despistándola un poco de su labor, pero quería que se pegase más a mí y así sentir más sus pechos en mi barbilla.
—Gracias... —susurró, haciendo que abriera los ojos para mirarla—. Me estaba empezando a sentir agobiada por Roberto. Ya llevaba haciendo eso desde hacía semanas.
Arrugué al frente nada más escucharla y la preocupación de saber que ya le estaba haciendo la vida imposible, me hizo desear haberle pegado más fuerte. No dejé de mirarla, preocupado por saber esa información.
—¿Por qué no me lo dijiste? —cuestioné con mucho cariño mientras que ella negaba con la cabeza.
Movió sus hombros, tímida y no quería que conmigo fuera así. Quería que fuera ella.
—No lo sé...
Apreté la mandíbula al recordar lo que hice hacía media hora atrás en la universidad y me avergoncé todavía más de lo que ya me sentía. Aunque volvería a hacerlo si a ella le ocurriera algo, no eran las formas de un caballero pelearse con alguien. No quería que Leire tuviese una imagen de mí así.
Por eso quise pedirle disculpas.
—Perdóname por comportarme como un idiota antes... —Y dije algo que no venía a cuento y me mordí la lengua después de soltarlo—. Si te traté mal...
Las arrugas de la frente de ella aparecieron y me sentí un idiota por decirlo en voz alta. Ni siquiera yo supe porqué lo dije. Y la frase de Roberto apareció en mi mente, en mis pensamientos oscuros.
—No me has tratado mal, Miles. ¿A que viene eso? —Me regañó y no era para menos.
Negué con la cabeza para contestar;
—Por nada.
Leire terminó de curarme, ese arcángel que tenía frente a mí y disfrutaba de tener a mi lado. Ese arcángel que estaba con un alma oscura y no quería que fuera así. Quería que ella lo tuviera todo... Todo lo bueno de ese mundo y yo, hasta que no me alejase de algunas personas de mi vida, las cosas no iban a ser así de fáciles.
Tuve una pizca de esperanza por pensar que quizás esas personas cambiasen y con ello, yo poder tener esa vida que ansiaba.
Las manos de Leire parecían mágicas, ya que parecía que mis heridas en el rostro apenas me dolían. Posiblemente terminaría doliéndome más tarde, es que ahora mismo me daba igual, teniéndola a ella a mi lado... Lo demás me daba igual.
Entonces, cuando ella acabó, recogió sus cosas del suelo y mis alarmas se encendieron.
Me levanté de la silla al verla así.
—¿Ya te vas? —me apresuré en preguntar.
Mi nerviosismo porque ella se quedase esta noche conmigo era evidente y los ojos de Leire se cruzaron los míos, como si su respuesta fuera obvia.
—Si, tienes que descansar.
Negué con la cabeza, me acerqué a ella y le quité la mochila para volver a ponerla en el suelo con cuidado.
—Quédate conmigo. Podríamos pasar la tarde juntos, ver una película, cenar algo como la pizza o lo que quieras... —susurré, nervioso y esperé a su respuesta ansiosamente.
Tragué saliva al ver que iba a tomar mi mochila e irse. Pero nuevamente me sorprendió.
—Vale.
Sonreí como nunca y me sentí como aquella vez que le pedí una cita y la vi aquella noche con aquel hermoso vestido blanco, como un ángel caído del cielo.
Durante esa tarde, hicimos todo eso y más. Pasamos la tarde juntos, vimos una de seas películas románticas y acabamos cenando una pizza que pedimos a domicilio.
Y ahora, nos encontrábamos bailando, sin comprender como acabamos haciendo esto, por todo el salón. Habíamos charlado un buen rato, conociéndonos y disfrutando mucho más, mientras que mi perra se sentaba en una esquina tomando su cena.
Reímos al ver que un paso de baile no nos salía, cuando todo paró.
Nos miramos a los ojos y sentí que todo había dejado de moverse, para que nuestros mundos estuviesen sincronizados para vivir una historia única. Nuestra historia. Y, sin esperar ni un solo segundo más, nuestros labios se juntaron, danzando en un baile que solo nosotros 2 conocíamos.
Quería más de ella, mucho más. Lo quería todo de Leire, sin dejarme ni un solo milímetro de su piel y la levanté del suelo para apoyarla en la pared mientras seguíamos besándonos y, en ningún momento, ella me frenó y temí porque no lo hiciera. Quería ir mucho más allá con ella, hacerle el amor una y otra vez, hacer que ella pudiera tocar el cielo mil veces y traerla de vuelta para que volviera a ascender. Quería todo eso y más y mi cuerpo se lo estaba pidiendo a gritos. Pero temía que estuviera yendo más de lo que ella pudiera soportar.
—Miles —gimió mi nombre y eso hizo emerger mi lado salvaje, apretando mi miembro entre las piernas de ella, dejando que ella supiera como me estaba poniendo.
Y entonces tuve que parar. No quería agobiarla con ir más allá y separé nuestros labios para contestar;
—Estoy yendo muy deprisa, ¿verdad? —pregunté, más para mí que para ella y me disculpé—. Perdóname...
Ella tomó con cuidado mi rostro de no hacerme daño en las zonas más sensibles, en mis heridas y la miré a los ojos.
—No —se apresuró en decir. —Estoy preparada.
Esas palabras me impactaron más de lo que creía.
Me quedé quieto, mirándola asombrado por ello y tragué saliva. Y Leire volvió a decirlo;
—Quiero hacerlo, Miles.
***
Espero y les haya gustado.
¿Esperaban ese final?
¿Están deseando leer el siguiente capítulo? Porque todos sabemos lo que ocurrirá ;)
¿Que piensan de Miles?
Nos leemos el próximo domingo.
Patri García
Pd; sé que he estado semanas sin subir esta novela, pero he estado más atenta a otra. Pero he vuelto con ganas con esta historia y ya estamos llegando al punto más importante de la historia.
Ya va quedando menos para que acabe «In The Afterglow» :(
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