🍁 D I E C I N U E V E 🍁
Observé a mi novio mientras se vestía con aquel traje que tan bien le quedaba.
Su camisa blanca y reluciente pasaba por su torso desnudo, quedándole como un guante, pegada a su piel y tragaba saliva mientras lo miraba como una pervertida desde el espejo. Me toqué el pelo, enamorada por ese hombre y empecé a contar los botones que se abrochaba para colocarse la camisa dentro de sus pantalones oscuros.
Sonreí como una colegiala y no pude evitar sonrojarme por recordar todo lo que habíamos hecho las anteriores noches.
Esta era nuestro primer día en esto pueblo y solo podía pensar en lo mucho que disfrutaba de la compañía de Miles y lo que lo quería.
Cuando él se giró y me pilló observándolo, por primera vez, no retiré la mirada asustada, seguí mirándolo. Y a él le fascinó ese cambio.
Volví para seguir arreglando mi cabello tras ponerme el vestido rojo que tenía guardado desde hacía tiempo en el ropero y que traje para este viaje. Miles seguía mirándome y ahora era él quien había tomado mi relevo.
Lo vi sentarse en la cama, a la vez que yo seguía arreglándome frente al espejo de la habitación de hotel. Entonces, el recordar que ese era el día de su cumpleaños y que yo no le había regalado nada, me ponía triste. No sabía que era su cumpleaños y quería regalarle algo, aunque fuera un detalle mínimo que para él no serviría de nada, pero que para mí sería algo hermoso que darle.
—Si hubiese sabido cuando era tu cumpleaños, te hubiese preparado algo antes —murmuré con una voz muy bajita, mirándome en el espejo mientras terminaba de arreglarme.
Miles cambió su rostro a uno de duda. Tenía la corbata sobre la cama, una roja de mismo color que mi vestido. Yo no le había dicho nada, pero él quería tener el mismo color que mi ropa y parecía que le encantaba este vestido. Negué mientras miraba hacia mis zapatos, que no eran los mejores del mundo.
—Creo que no sabes que la mayor alegría que tengo es tenerte a mi lado —contestó con esa sonrisa que llevaba teniendo desde que habíamos tenido relaciones.
Aunque esa sonrisa la tenía desde mucho antes que todo eso. Esa sonrisa de enamorado podría decir, aunque temía que no me amase. A veces, mi negatividad y mi baja autoestima lo pensaba.
Lo miré desde el espejo divertida.
—No seas tan romántico.
Él elevó una ceja y se apoyó en sus rodillas con sus brazos.
—¿Quieres que sea más salvaje?
Mis mejillas se tiñeron de rojo y juraría que comenzaba a arderme ciertas zonas íntimas. Las cuales ya él había tocado a su antojo, con todo mi permiso.
—Bueno... —Estaba tímida en ese momento y no lo entendía, pero quise ser más lanzada, por lo que fui sincera—. Solo en la cama.
Esa sonrisa que amaba seguía allí, mostrando sus perfectos dientes y mirándome como si fuese la única gota en todo el océano. Y eso, exactamente esa mirada, era la que no comprendía. Con todas las mujeres que había, quería estar conmigo. Quise darme un golpe mental cada vez que mis sombras salían a la superficie.
Y era en estos momentos que pensaba que él se merecía algo mucho mejor que yo.
—Creo que te lo he demostrado últimamente —indicó sin retirar su mirada de la mía.
Cambié de tema al ver que comenzaba a arderme más ciertas zonas y no quería terminar sin ropa en la cama y destruyendo lo que me había costado maquillarme. Aunque, por él, no me importaría. Y esa mirada de hambre era la que estaba viendo en sus ojos.
Una vez acabé, me giré y todo mi cabello suelto se movió, haciendo que él se quedase embobado mirándome con la boca media abierta.
—¿Crees que le gustaré a tus padres? A tu madre no le he dado buena impresión, pero tu padre...
Él negó al ver que comenzaba a hablar por los codos del nerviosismo.
—Olvídate de ellos. Es una fiesta estúpida y los únicos que realmente merecen la pena son los invitados. De impresionar a alguien, quiero que te impresiones a ti misma, porque a mí ya me impresionas —respondió con esos ojos que me ponía.
Me quedé un rato callada, mirándolo desde la distancia, cuando su mano se alargó para decirme;
—Acércate.
Le hice caso y él abrió sus piernas para colocarme entre ellas. Miré hacia abajo para verle bien y Miles tuvo que elevar la cabeza para observarme, a la vez que sus manos se colocaban sobre mis caderas.
Varios minutos pasaron antes de decirnos algo, antes de que alguno de los 2 abriera la boca. No fue nada incómodo, fue un momento perfecto entre nosotros, donde nos observábamos con cariño y parecía que nos leíamos la mente con un solo gesto. Este gesto... Nuestro gesto.
Solo nuestro.
—Eres tan bella.
Su respuesta me sorprendió y me sonrojé, aunque cada vez que me decía algo bonito, por mucho que me encantara, no terminaba de creérmelo. No me consideraba una mujer hermosa, ni bella, ni guapa... No, no lo pensaba. Por eso cambié de tema, nuevamente.
—¿Te vas a poner corbata? Nunca te he visto con una —confesé, elevando una ceja.
Él miró la corbata roja y luego pegó su cabeza en mi estómago,
—Las odio. Si puedo evitarlas, las evito.
Reí al ver el tono de niño que había puesto.
Le acaricié el cabello con ternura.
—No te pongas ninguna esta noche. Estás increíble así. —Él me miró. Analicé su camisa, con ese botón desabrochado y dije. —Quizás con otro botón desabrochado.
Él elevó la ceja, divertido y miró su camisa blanca e hizo lo que le insinué. Se desabrochó otro botón y le quedaba como un guante. Miles sin corbata y con camisa blanca, parecía que pertenecía al cielo y se había perdido en la tierra para encontrar almas oscuras, como la mía.
—A mis padres no les va a gustar verme así.
Yo moví los hombros.
—¿Y eso te importa?
Juré que podía ver felicidad en sus hermosos ojos y me contestó;
—Eres perfecta.
Se levantó y me besó antes de comenzar aquella fiesta que desconocía y solo vería gente extraña.
🍁
Al llegar, no dejé de mirar embobada aquella increíble casa en la que Miles vivió parte de su adolescencia. Tenía hasta su propio jardín. Ni siquiera sabía cuantas habitaciones tendría porque, nada más pisar el lugar, me quedé embelesada con la cantidad de personas bien vestidas que se encontraban en esa fiesta.
Observé nuevamente mis zapatos y luego la de la mayoría de las mujeres que estaban en esa fiesta y deseé tener un vestido que me tapase aquellos horribles pares.
La mano de Miles no se separó la mía y me guio hacia un grupo de personas que parecían tener nuestra edad, para presentármelos. Eran tan simpáticos como Miles cuando lo conocí y podría decir que hasta me sacaban conversación, cuando yo era todo lo contrario a ellos.
Estuvimos así durante gran parte de la fiesta, charlando con personas desconocidas y Miles conseguía que yo terminase entrando en el grupo, relacionándome con ellos. Algo que para mi, toda mi vida me había costado pero que, junto a Miles, las cosas no eran así. Me sentía una persona con una vida social más activa, menos reservada y más alegre. Me extrañaba que, el simple hecho de hacer amigos, podía mejorar tu vida. Bien era cierto que yo había vivido sin ellos muchos años y no era un drama, pero hablar con personas desconocidas y conocerlas había creado una felicidad que antes no poseía.
La felicidad no era eterna y nunca la tendríamos todos los días, pero había aprendido a disfrutarla cuando la sentía y ahora estaba sintiéndola en su máximo esplendor.
Me presentó a casi todos los de la fiesta como su novia, y a los otros porque ni los conocía. Estaba como en una nube y no podía evitar pensar en la de veces que traté de no hablar con él cuando nos conocimos. Y ver ahora en lo que nos habíamos convertido, era algo especial. Mágico.
Llegados a cierto punto, Miles me llevó hacia un hombre con una cabellera larga, peinado hacia atrás y ciertas canas que comenzaban a verse en su cabello rubio. Aquellos ojos azules eran clavados a los de su hijo y era muy atractivo.
Miles se puso frente a él y trató de hablar, a la vez que su padre seguía charlando con un hombre muy bien vestido.
—Padre. —Miles me observó con una pequeña sonrisa y luego volvió a hablar con él—. Padre. —Él le hizo caso y lo miró—. Quiero presentarte a mi novia. Leire.
Los ojos de él se posaron sobre los míos y yo sonreí, sin saber que hacer en ese instante.
—Oh... Donna me habló de ti. —Pero tan rápido como me dijo aquello, pareció que algo en su hijo le llamó la atención—. ¿Era lo mejor que tenías, hijo? ¿Qué es esa forma de aparecer sin corbata?
Miles y sus ojos se movieron con cansancio y negó repetidas veces con la cabeza.
—Te estoy presentando a mi novia. —El tono de voz era brusco, lo cual me sorprendió en él y se veía que no tenía nada de cariño con sus padres.
De nuevo, el hombre me miró de una forma distinta a Donna, pero la cual tampoco me hacía parecer que me estuviese dando la bienvenida. Y eso que Miles ya me lo había advertido.
—Si, si. Encantado, Leire. —Me miró, parándose en mis zapatos y pude ver sorpresa en ellos, pero no me dijo nada—. Soy Flavio. —Volvió a dirigirse a su hijo y le dijo. —Miles, ve a tu cuarto y ponte algo que sirva.
—No —contestó rotundamente el chico que estaba a mi lado—. Me gusta estar así.
Un duelo de miradas se lucho frente a mis ojos, haciéndome ver que ninguno de ellos se llevaba bien y empezaba a entender porque Miles prefería a sus abuelos antes que a sus padres. Parecían personas que solo se centraban en su trabajo y no en las personas. Que antes te miraban por encima del hombro que decirte si te encontrabas bien. Se veía que eran ese tipo de personas.
El sonido de unos tacones se hizo notar en el piso que, al girarme, vi a la madre de Miles dirigiéndose a su hijo sin mirarme.
No... En definitiva, no les caía bien.
—Cariño, mira te voy a presentar a unas chicas que quieren conocerte. —La mujer se enganchó al brazo de su hijo, haciendo que me separase de él.
Miles negó, mirándome a los ojos para contestar;
—Estoy con Leire, madre.
Me acerqué a él y le dije;
—Ve, no te preocupes por mí.
Miles asintió, no muy seguro y luego ella se lo llevó lejos de mi lado, hacia un grupo de chicas jóvenes de mi edad que querían conocerlo. Todas tenían pinta de ser hijas de personas adineradas y, cuando me giré, me pregunté que es lo que estaba haciendo aquí metida.
Este no era mi mundo y mi familia vivía a las afueras de un pueblo, en una pequeña casa que le hacía falta reformar y en el cual nos costaba llegar a fin de mes.
Miles siempre me había dado la impresión del típico chico elegante y simpático, pero jamás pensé que su vida fuera esta, aunque él la odiara. Verme aquí, sola en un lugar lleno de gente... Era difícil de explicar, pero así me sentía, sola frente a muchos desconocidos. Y era en momentos como estos en los que pensaba que, sin Miles, yo no avanzaba, que nunca avanzaría.
Miré a mi alrededor y vi todas esas personas que habían hecho su vida, que la disfrutaban con otras personas de su edad y que vivían la vida de su época. Y yo, un alma oscura, la viviría sola el resto de mi vida. Porque Miles, cuando abriera los ojos y viera toda la oscuridad de mi interior, mis miedos, mi pasado como ya lo conocía... Si o si algún día se cansaría de mí.
Eso lo sabía y el que no... Es que era un idiota que creía en los finales felices.
Levanté la mirada y me quedé mirando hacia una pareja de ancianos que adoré desde el primer momento ver. Como iban juntos y se cuidaban mutuamente. Juré ver a mis padres ahí, en esa pareja de ancianos, pero ellos eran mucho más jóvenes y los envidié. Porque, aunque ahora estuviese con Miles, yo no tendría una relación como esa que durase años y años.
Y por primera vez, en los últimos meses, deseé marcharme de un sitio, marcharme de la fiesta de cumpleaños de mi novio. Miles me hacía sentir cómoda, pero en ese momento no lo sentía y quise irme al hotel, tomar todas mis cosas e irme en el primer taxi que encontrara.
Desee irme a la casa de mis padres y estar con ellos.
Los labios de un chico que conocía muy bien me hicieron cambiar de idea y me giré para mirarlo a los ojos.
—Perdona. Mi madre no quiere soltarme.
Sonreí, pero no de verdad.
—No pasa nada...
Miré hacia todos lados menos a los ojos azules de él.
—Si, pasa algo. —Lo miré y apreté la mandíbula y deseé pegarme por ver lo bien que me estaba conociendo ese hombre que tenía frente a mí—. Dímelo, Leire. ¿Hice algo mal?
Abrí los labios para hablar, pero era difícil hacerlo. Era difícil tratar de hablar con él y expresarte como te sentías. No era fácil decir en voz alta como te sentías.
—No... No es eso.
Él siguió mirándome, angustiado, como si hubiese hecho algo malo.
—Pero es algo.
Me quedé pensativa, mirando todo el lugar, todas las personas y me paré en los padres de él. No supe porqué, pero sentía algo negativo en ellos y que, cuanto antes huyese, mejor. Pero no le hice caso.
Y le dije, con toda la sinceridad del mundo, que es lo que estaba pensando.
—Tu eres el príncipe azul. El ángel con alas blancas, mientras que yo soy un ángel sin alas. Alguien con un alma oscura y destrozada.
Sus arrugas se hicieron evidentes al conocer mi respuesta y supe que había metido la pata y que tenía que haberlo seguido ocultado.
—No sabes nada de lo que estás hablando —contestó bruscamente, por segunda vez en esa noche.
«Si, Miles... Sabía lo que estaba hablando y siempre sería así. Siempre sería esta chica dañada y siempre tendría estos temores... Por eso lo mejor para ti es que te vayas sin mirar atrás». Me dije a mí misma.
Pero arrugué la frente y le pregunté;
—¿Por qué crees eso?
Él no se guardó ni una pizca para él solo y me lo dijo todo.
—Porque lo que ven mis ojos es perfecto —inició. — Tengo frente a mí a la chica perfecta que todo hombre quisiera tener en sus brazos. La chica que me saca una sonrisa con tan solo mirarme. También veo una chica que lo ha pasado mal en su vida y aun así le ha dado una oportunidad y ha seguido adelante... —Se quedó callado antes se seguir, dejándome asombrada— Te admiro, Leire. Pero no vas a estar sola el resto de tu vida, no porque estaré yo para ti.
Apreté mi mandíbula y quise creer en sus palabras. Realmente deseé hacerlo, pero no pude... Mi mente no pudo hacerlo.
Y los brazos de él me envolvieron y me pidió al oído si bailaba con él. Acepté, como no podía ser de otra manera, lo hice.
Dejé esos pensamientos negativos de lado y coloqué mis manos sobre él, para bailar bajo aquella música hermosa que había en la fiesta. Me centré en él y su sonrisa hizo todo lo contrario a lo que mi mente pensaba.
Y sonreí, esta vez sinceramente. Sonreí y deseé soltar una lágrima que guardaba para mí sola.
Y ahí estaba él.
Lo olvidé todo y nuevamente, sonreí enamorada de ese hombre. No sabía por cuanto tiempo sería mi novio, pero quise disfrutar de esos pequeños instantes con él.
Bailé con ese chico no porque me lo pidiera el corazón, que también, sino porque me lo pidió él mismo y no me pude resistirme.
***
Leire está volviendo a sus inseguridades y es entendible. Tiene miedo al futuro y cree que no merece a Miles.
¿Ustedes que creen?
Ahora si, ¿que les ha parecido el capítulo?
¿Les cae bien los padres de Miles?
¿Quieren más?
La semana que viene estaré subiendo varios capítulos, como esta semana. Así que espero que les guste y la disfruten :3
Nos leemos.
Patri García
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro