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🍁 C U A T R O 🍁


Desperté de forma violenta por culpa del fuerte ruido de una moto. Aproveché para observar el reloj y las manecillas daban las tres de la mañana. Puse mi mano sobre mi pecho y noté que estaba completamente sudada por el sueño.

Respiré hondo y me quedé por largos minutos sentada en medio de mi cama.

Esta pesadilla había sido real, demasiado real para mi gusto. Hacía meses que no tenía esa misma pesadilla, pero esta vez sentí que no estaba soñando, que no era producto de mi subconsciente y en ese momento mi mente no dejaba de darle vueltas y vueltas. Tres lágrimas se escaparon de mis ojos, cayendo por mis mejillas y un escalofrío recorrió mi espina dorsal.

Había vuelto a soñar con la sombra... Con aquella sombra que me ha estado persiguiendo desde los catorce años. Llevaba más de cuatro meses que no tenía esa pesadilla, que no estaba sola en aquella casa oscura lleno de charcos rojos con aquella sombra.

Lloré por un buen rato, mirando el reloj y negándome a volver a dormir. No deseaba hacerlo, no quería porque volvería a soñar con esa sombra. No... Ya había tenido problemas de sueño por eso, ya había tenido insomnio por miedo a soñar con esa cosa y no quería que me volviese a pasar. Me encontraba en mi cama, en mi piso, estaba sola pero protegida, siempre estaría lejos de aquella sombra, pero mi mente haría lo imposible por recordármelo. Y maldito el día que comencé a tener esos problemas.

Alejé mi mirada de aquel reloj que se movía lentamente para poder observar la ventana que tenía a dos metros. Me levanté temblando de mi cama y, con las piernas descalzas como en mi pesadilla, llegué hacia la ventana. La calle estaba vacía, con algún que otro coche que pasaba cada cierto momento, las farolas iluminaban lo que la luna ya no hacía y yo solo podía sollozar en voz baja. No sabía que había hecho mal en la otra vida para esto, para merecerme lo que me estaba pasando y lo que me seguiría pasando el resto de mi vida. Tenía miedo a girarme y de encontrarme con dicha sombra, no quería mirar hacia atrás y verlo, pero lo hice.

Debía seguir adelante como me había dicho la psicóloga, debía ser fuerte y dejar el pasado atrás, dando pequeños pasos hacia mi futuro y viviendo el presente. Me giré y tan solo vi mi piso vacío, viendo como las luces de las farolas iluminaban parte de él.

Respiré hondo y sentí como mi ansiedad se incrementó al ver mi cama y me negué a volver ahí, me negué volver a dormirme por esa noche, porque sabía que volvería a quedar con aquella sombra y no sería nada agradable.

🍁

Ese día, después de aquella pesadilla y de haberme quedado despierta tras dos simples horas de sueño, no quería ir a la universidad. No me sentía con ganas, no estaba de buen humor y estaba de bajón.

Siempre que tenía un recuerdo de este tipo, que algo malo se cruzara en mi mente, me ponía así. Por eso ir a un terapeuta me ayudaba, al menos, para poder contarle mis preocupaciones. Mi madre me lo había recomendado durante muchos años y hace unos meses, cuando me vine a vivir sola aquí, lo hice. Encontré una buena terapeuta que me explicaba las cosas y me escuchaba, quizás eso ayudaba, pero tenía que venir de mí, saber seguir adelante y ser feliz.

El pasado no se olvidaba, pero se podía dejar atrás. Eso era lo primordial para mí, dejarlo atrás y había momentos que lo conseguía, pero otros como un simple día, podría desanimarme completamente.

Me quedé en mi casa y olvidé todo lo demás. Quería relajarme y el dibujo lo hacía. No solo dibujaba a lápiz, también pintaba cuadros al óleo y tenía uno sin terminar. Llevaba ya dos días esperando a que se secara una parte del cuadro para poder seguir con el dibujo. Era normal cuando trabajabas con óleo, por eso mismo me dirigí hacia mi silla, me senté y acerqué mi caballete hasta mí. Agarré con mi mano izquierda el pincel fino, tomé un poco de pintura y comencé a trazar líneas, para poder dejar el paisaje un poco más realista.

Podría quedarme horas y horas para esto, haciendo lo que me gustaba. Me relajaba y en días como hoy era el mejor remedio para mi ansiedad. Tenía mucho sueño, causa de no dormir suficiente esa misma noche, pero no me importó. No fue ni será la única vez que no pegue ojo en la noche.

Mi piso era pequeño, uno de esos donde veías todo nada más entrar. Por eso, cuando puse mi mirada sobre mi cama, los escalofríos volvieron y mi miedo volvió. Necesitaba centrarme en ello y aquel día no lo conseguiría.

Dejé después de una hora el cuadro y, después de vestirme, salí de mi casa. Caminé por todos los rincones de aquel barrio y el aire fresco me despejó por completo. Estaba mejor y cuando miré la hora ya eran más de las doce de la tarde.

Mi móvil sonó y lo saqué de mi bolsillo, sorprendiéndome de encontrar un mensaje de él.

Miles De Luca: Hola, ¿estás bien? No te he visto hoy por la universidad.

Era él... y me estaba escribiendo por messenger. No sabía que contestarle, nadie se preocupaba por mí, no tenía amigos en la universidad y dudaba que lo consiguiera. Pero él estaba ahí y, para cuando mi pantalla de bloqueo se apagó, decidí no contestarle y seguir con mi vida.

Estaba siendo mala con el ángel que quería ayudarme, pero no estaba de humor ni quería hablar. Por eso Miles no debería perder el tiempo conmigo, pero lo hacía y seguía sin comprenderlo.

Y al poco rato escuché otro sonido de mi móvil.

Bajé mi mirada y ahí estaba de nuevo su nombre, con otro mensaje nuevo. Mi corazón se había puesto a mil nada más leerlo y un miedo extraño recorrió mi cuerpo.

Miles De Luca: ¿Podemos quedar hoy? Por favor, Leire...

Era un simple mensaje, pero podía llegar a imaginarme que tras esas palabras se escondían angustia por parte de Miles. Pasarían años y seguiría sin comprender por qué él era tan amable conmigo o quizás no. Quizás en unos años no sabríamos como iba el otro, quizás seríamos grandes amigos o quizás algo más... Pero eso último era lo menos probable que podría pasar y yo, más que nadie, lo sabía.

Por eso guardé mi móvil y no le contesté, ni siquiera entré en la red de mensajería para dejarlo en visto, tan solo seguí mi camino y no hice caso de nada más. Tan solo quería olvidarme de aquella pesadilla, de no tener aquel mal sabor de boca y de seguir adelante poco a poco.

Y como si fuera un alma perdida, caminé por las calles llenas de luz con mi sombría soledad.

🍁

Mi móvil estaba sonando.

Era él.

No sabía qué hacer.

Alargué la mano mientras dejaba mi portátil sobre mi cama y miré su nombre. Era una llamada desde la red de mensajería de Facebook. Jamás había hecho tal cosa, no tenía amigos y mucho menos hablaba por el móvil con ellos.

Pero ahí estaba Miles, demostrándome que se preocupaba por mí y, a pesar de dejarme otros diez mensajes nuevos en messenger, yo seguía sin entrar ahí.

Ya era de noche, prácticamente las nueve de aquel jueves. No sabía que hacer porque, si le contestaba, tendría que darle una explicación de por qué no le había contestado a sus mensajes, pero, si no lo hacía sería peor aún.

Así que, tomando una bocanada de aire, tomé mi móvil y contesté.

—Ho...Hola —contesté como una gilipollas y me di un golpe con la mano abierta en mi frente.

—¿Por qué no me contestaste los mensajes? —preguntó directamente, con voz dramática.

Sin un «hola, ¿cómo estás, Leire?».

—Yo... bueno. —Intenté empezar, pero no me salía nada.

Podía escuchar su respiración irregular al otro lado de la llamada y mi mano comenzó a temblar de nerviosismo. Incluso su voz era perfecta en un jodido teléfono y yo era nada, absolutamente nada.

—¿Estás bien? —Me formuló otra pregunta y asentí mientras hablaba.

¿Qué si estaba bien? No lo estaba, pero sabía sonreírle a la vida con falsedad cuando estaba así. Porque no quería llamar a mi madre y preocuparla desde la distancia, porque no quería que nadie se preocupase por mí. Pero, por alguna extraña razón, quería que el desconocido si lo hiciera y me sentía conectada a él sin entenderlo.

—Si —mentí con voz bajita.

Hoy tenía el peor día de todos, pero nadie tenía porqué saberlo y él mucho menos. No quería preocuparle a nadie y mucho menos quería que la gente supiera por los malos baches que pasaba.

—Mientes —respondió y yo me mordí el labio inferior.

¿Cómo lo sabía? ¿Acaso ya me estaba conociendo? ¿Acaso yo era fácil de leer para él o era otra extraña razón inexplicable?

Me volví a dar otra bofetada en mi frente y esperé que el ángel de los ojos azules y de alas perfectas me contestara.

No sabía que decir, era de noche y me sentía perdida. Me gustaba estar sola y siempre lo había estado, pero desde que había llegado ese chico a mi vida todo había cambiado. Absolutamente todo.

Y creo que él también lo sabía.

—Lo supe en cuanto te envié el primer mensaje. No... No sé cómo, pero sentí que estabas mal y necesitabas a alguien con quien hablar, aunque en tu mente dijeras que solo querías estar sola —dijo con algo de terror, como si temiera que pensara que estaba loco por sentir algo.

Pero de nuevo no dije nada y me quedé quieta en mi cama, escuchando su respiración y me imaginaba como se vería al otro lado del teléfono. Como sería su rostro, sus gestos... Su todo.

—¿Tienes algo que hacer hoy? —Me preguntó y de nuevo el miedo entro por mi estómago.

—Hoy estoy algo ocupada en casa con un trabajo.

—¿Trabajo? —cuestionó y yo apreté mis labios con fuerza.

¿Qué más le podía decir? Mentía de pena, no quería verlo no porque no me gustase, si era todo lo contrario. Pero sabía que desde que me viese la cara entendería como me había sentido por el día de hoy y no quería darle explicaciones a nadie y menos a alguien que todavía no conocía en absoluto.

Era un simple chico de universidad, un chico que le encantaba el perfume de Christian Dior, un chico que no era cualquiera. Guapo, alto... perfecto. Un ángel que se había equivocado de camino, alguien quien no debía seguir el mío porque no quería cortarle sus alas con mi oscuridad.

Pero no dije nada, me callé de nuevo como una idiota y no supe que más decirle a ese joven que estaba esperando una respuesta mía detrás del teléfono. Tenía miedo, mucho miedo y lo peor de todo es que no sabía de qué.

—Trabajo... —murmuró con derrota, como si estuviese enfadado y no comprendí su tono. Tan solo dejó escapar aire de su nariz, escuchándolo en mi oreja y luego escuché algo que no sabría explicar—. Leire, si no puedes quedar conmigo porque tienes trabajo, al menos... —Se quedó callado tres segundos y escuché dos golpes en mi puerta—. ¿Puedes abrirme la puerta?

Y en ese mismo momento, juré que todo lo que tenía miedo se desvaneció con aquellos dos golpes y con la voz de Miles en mi oreja.

El ángel quería entrar a mi oscura casa sin importar las consecuencias... y tonta de mí que dejé que lo hiciera.


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