🍁 C I N C O 🍁
—Por favor, Leire... —murmuró tras el teléfono y yo me quedé congelada.
Estuve quieta durante muchos minutos, hasta que terminé por reaccionar. Me levanté de la cama, caminé hacia la puerta aun con el teléfono en la mano y abrí. Aquellos ojos tan perfectos estaban mirándome, podía sentir la preocupación en ellos y no sabía cómo ese hombre, sin conocerme al completo, se sentía de esa forma por mí.
Llevaba ropa deportiva, como si hubiese acabado de hacer deporte y llevaba dos bolsas de comida china en una mano, mientras que con la otra sujetaba su móvil de última generación. Ambos, por instinto, bajemos los teléfonos sin dejar de mirarnos y dejemos que el silencio lo dijera todo.
Cada vez que miraba sus ojos me sentía perdida por aquel azul, pero a la vez me sentía segura y protegida y no entendía el porqué. Éramos dos desconocidos que queríamos conocernos, dos desconocidos que necesitábamos algo más que palabras, pero yo era muy cerrada y no ayudaba que él fuese tan guapo.
No ayudaba absolutamente nada, pero menos ayudaba que Miles fuese completamente amable conmigo sin nada a cambio.
—Hola —dijo con nerviosismo en su voz y guardó su móvil en su bolsillo derecho, se colocó el cabello hacia un lado y sonrió a penas un poco para mí—. ¿Puedo pasar? —cuestionó.
Respiré hondo mientras miraba como ese chico, lleno de luz, esperaba pacientemente detrás de la línea donde separaba mi casa del rellano. Giré mi cabeza para poder ver mi casa, media ordenada y luego me hice a un lado para que él entrase en mi oscura casa.
Pude ver como caminaba, como sus hombros anchos se movían al compás, como sus piernas largas pisaban mi suelo. Tragué saliva cuando vi los músculos que se le marcaban de la camiseta negra deportiva que tan apretada le quedaba. Llevaba un nombre de un club de atletismo por el centro de la camiseta y apreté los labios al verlo de aquella forma tan espléndida.
—He comprado comida china. No sabía que te gustaba así que he comprado de todo un poco —murmuró, clavando sus ojos en cada rincón de mi piso—. No te preocupes si crees que sobrará comida, yo como demasiado por todo lo que quemo haciendo deporte.
Había dejado que el ángel pudiese verme desde dentro de mi alma. Había dejado que ese chico lleno de luz descubriese mi vida privada y la mejor forma era entrando en tu pequeño hogar.
No dijo nada, tan solo entró y miró por encima todo, hasta pararse donde tenía todo mi material de dibujo, incluso donde tenía mi cuadro sin acabar y se quedó un rato observándolo, como si le gustase ese hobbie que tenía.
Y, sin mirarme, dijo;
—Tienes una casa hermosa...
Yo, como pude, me coloqué el cabello oscuro en una coleta lo más rápido posible. Me coloqué mi asqueroso pijama de conejitos que llevaba puesto y deseé que la tierra me tráguese. De haber sabido que él iba a entrar aquí me hubiese vestido de una forma más adecuada.
Un jodido príncipe había entrado en mi pequeño hogar. El lugar donde me escondía de los demás, donde pasaba la mayor parte de mi tiempo sola; donde lloraba en silencio.
Y aun así no vi ningún ápice de risa, burla ni mucho menos asco por mi oscuro hogar.
—Es muy pequeña —susurré avergonzada de ello y él se giró para mirarme directamente a mis ojos castaños.
Levantó una ceja con extrañeza por mi respuesta y negó con la cabeza rápidamente, moviéndose algún que otro mechón rubio hacia sus ojos. Y las ganas de poder echárselo a un lado se hicieron enormes en ese momento.
—¿Estás de broma? —cuestionó. — Más quisieran todos tener una casa donde sentirse a gusto. —Me dijo, haciendo una seña sobre la pequeña mesa que había entre el sofá y el televisor, como queriendo preguntarme si podría dejar las bolsas de comida ahí y yo asentí. Se acercó a mí tras eso y, con el rostro lleno de preocupación, preguntó. — ¿Estás bien?
Podía sentir angustia en su voz. Sabía que mi rostro hoy dejaba mucho que desear. Tenía ojeras de no dormir, de llorar y estaba cansada, muy cansada ¿para qué mentir? Pero no quería que él entrase en debate conmigo sobre mi bienestar, no quería que ese chico entrase demasiado en mi vida... Y aun así lo estaba dejando entrar a pasos gigantes.
—Si...
Sus labios se entreabrieron cuando contesté y luego, sin dejar de mirarme, me contestó;
—¿Por qué me mientes?
Y con esa pregunta no iba a volver a mentirle otra vez. Por lo que le dije la verdad con la mirada más oscura que podría tener yo misma.
—Porque no te conozco. —Solté, con los ojos clavados en él, intentando ver su expresión y no me sorprendió que él se quedase absorto por mi respuesta.
Asintió, con la mandíbula apretada y se acercó un poco más a mí, de mi lejanía con él. Y no se rindió en ningún momento, porque sabía que quería conocerme igualmente.
—Lo comprendo.
—¿Cómo sabías donde vivo? —pregunté, abrazándome a mí misma mientras el chico que me estaba empezando a gustar estaba a unos pasos de mí.
—Te vi el otro día entrando en este edificio cuando nos encontramos en el banco que hay justo fuera de tu casa —contestó y yo me quedé callada. Estaba muy nerviosa, no sabía tratar con hombres y mi timidez era el muro que nos separaba. Era así con todo el mundo, hasta que no me diera un porqué para sentirme cómoda. Hasta que él lo hizo a su forma —. Leire, no sé qué te pasa, pero quiero que sepas que si alguna vez necesitas a alguien para hablar, ya sabes que me tienes a mí... Sé que no me conoces y que no confías en mí, pero dame una oportunidad y te demostraré que merezco la pena.
No supe que más decir, estaba callada y con las mejillas sonrojadas. Estaba más nerviosa que cuando iba al dentista, pero de una forma diferente.
—¿Por qué haces eso? —cuestioné y él se quedó sin aliento, con las manos algo apretadas, viendo que también estaba nervioso a su forma.
—¿El que?
Lo observé como si fuese lo más lógico del mundo y señalé con una mano el espacio entre nosotros sin saber que más hacer.
—Ser amable conmigo. Nadie es amable con nadie sin nada a cambio. ¿Qué es lo que quieres?
—Conocerte. —Me dijo con obviedad y yo negué con la cabeza.
—No me lo creo.
Pero en el fondo si me lo creía. ¿Por qué? Porque su mirada me lo estaba diciendo todo. Con los años había aprendido quien mentía y quien no, y los ojos de él decían que no mentían, pero mi mente no quería verlo.
—Joder... —susurró con la mandíbula apretada y yo tan solo me quedé quieta, en el mismo sitio en el que estaba —. ¿Quién te ha hecho tanto daño para que no confíes en nadie?
Me había pillado. Ese hombre que tenía a escasos metros de mí había descubierto algo que escondía y que empezaba a pensar que no era tan secreto. Podía ver como ese hombre llegaba a ver algo más de mí que desconocía, como si de un vidente se tratase... Y tuve miedo de que con una simple mirada supiera más de mí que yo misma.
—Mucha gente... Muchas sombras... —dije eso último recordando lo que me había quitado el sueño, lo que me había hecho tener miedo de cerrar los ojos y encontrarme dicha sombra ahí otra vez.
Y no quería.
No quería que esa sombra volviese y temía que la hora de dormir volviera.
—¿Tanto te cuesta creer que soy un simple chico que quiere conocer a una chica? —preguntó, quitándome todas las preocupaciones que se me cruzaban por mi cabeza.
Esas preocupaciones eran las que hacían que mi ansiedad se incrementase y con ello que tuviese la sensación más incómoda en mi cuerpo. Sufrir ansiedad no era fácil, para nadie lo era con cualquier trastorno mental, pero buscar ayuda era importante... Para mí lo fue.
—Pues... si —hablé con poca fuerza, dudaba incluso de mi respuesta y era la única que servía en este momento.
Pero de nuevo él volvió a explicarme que no debía tener miedo. No porque él estaba ahí o, al menos, esa fue la sensación que me dio.
—Entonces, tienes que conocerme de verdad. Dame una oportunidad.
—No es tan fácil. —Mi voz interior hablaba en voz alta, sabía que no era fácil, para mí no me era fácil seguir adelante y tener un amigo era dar un paso demasiado largo... Pero haría caso de lo que decía mi terapeuta y subiría un escalón para seguir con mi vida.
—Bueno, empecemos comiendo comida china y ya lo irás viendo. —Me dijo con una sonrisa calurosa, amable y me atrevería a decir que incluso superaba algo más de lo que creía —. Si un día te cansas de mí, crees que no soy sincero contigo, envíame a tomar por culo. Si no, hazme un hueco en tu vida.
Sonreí como una estúpida, como una gilipollas por lo que me acababa de decir ese hombre. Estaba ante una completa joya, un chico que era capaz de sacarte de la más mínima mierda y hacerte pensar que eras mucho mejor que un diamante. Miles me daba esa sensación y eso que tan solo lo conocía de pocas semanas.
¿Qué pasaría si lo conociera de más tiempo?
—¿Eres así con todas las mujeres? —dije con duda a la vez que con diversión y él negó con la cabeza rápidamente.
—Créeme que no; solo contigo. —Se colocó frente a mi pequeño sofá de pie y me ofreció que me sentase con él para luego decirme. —Leire, por favor... Tan solo dame una oportunidad. Sé que no querrás nada de mí, pero... Joder, nunca me había pasado algo así por nadie, no en años. Y desde la primera vez que te vi noté que estabas llena de energía, pero esa energía estaba oculta en alguna parte por alguna razón. Y ahora puedo decir abiertamente que es así, que no me había equivocado.
—No... no me ocurre nada. —Intenté responderle, pero mi voz de nuevo, no me dejaba ser una buena mentirosa frente a Miles.
—No... Tan solo te escabulles de las personas en cuanto tienes oportunidad —dijo con toda la franqueza posible y apreté la mandíbula mientras miraba sus ojos, sus perfectos ojos hipnotizantes.
—¿No soy libre de hacerlo?
Ante mi pregunta, él asintió, moviendo los hombros y viendo como aquella ropa le quedaba perfectamente apretada viendo sus músculos contraerse por cada movimiento que hacía.
—Sí, pero mientras esté yo para hacer que seamos amigos, podrás ser libre en todo menos en esto. Vamos, que la comida se enfría.
Se acercó a mí, me agarró de mi pequeña mano y me arrastró hasta el sofá, sintiendo aquella calidez de su piel contra la mía. Sentí de verdad la calidez humana en mucho tiempo, como ese chico me agarraba de la mano con delicadeza y sentía ese sentimiento tan único que me era imposible explicar.
—Estás loco —hablé con diversión y él me sonrió, una vez nos sentamos en mi sofá sin dejar mucho espacio entre nosotros.
—No sabes cuánto. —Comenzó a sacar cajas de comida para ponerlas sobre la mesa y luego me ofreció algunas de ellas para empezar a comer—. Cuéntame, ¿qué ha pasado? ¿Por qué no fuiste a clase hoy?
—¿En serio tengo que decírtelo? —pregunté mirándolo con cara de pocos amigos, casi enfadándome con él y Miles movió las manos en señal de derrota.
—Perdona... —susurró, disculpándose, pero sabía que él no iba a dejarlo ahí quieto—. ¿Quieres que te haga cosquillas para que me lo chives?
Se acercó a mí, con esa intención de hacerme cosquillas y, como yo sabía que era una persona que cualquier caricia se reía, me rendí fácilmente.
—Tuve una mala noche; una pesadilla... pero no te pienso contar nada más.
—Vale, no preguntaré nada más. —Concluyó, entendiéndome y dejando el tema, comprendiendo que no quisiera hablar más—. Pero contéstame a esta, ¿estás bien?
Y su pregunta me dejó fuera de juego.
Era increíble que, siendo tan cerrada, ese chico se preocupase por mí. Normalmente la gente no era así, no le gustaban las complicaciones y eso era entendible, quizás por eso no tuve nunca amigos.
Pero ahí estaba Miles...
—No, hoy no he estado bien.
Y por primera vez en mucho tiempo, me sentí cómoda. Él no había querido profundizar más, aceptando mi puerta cerrada. Me entendía a su manera y se lo agradecí. Me sentía bien que alguien me preguntase si estaba bien aun sabiendo que no lo estaba y tras eso, dejó su comida a un lado, se acercó a mí y me abrazó.
Me dejó estupefacta. Era un abrazo cálido, tranquilo y acogedor. Él me estaba abrazando y me sentía completa por ello... Me sentía bien.
—Pues vamos a hacer que saques una sonrisa de tu precioso rostro. ¿Qué te gustaría ver en la tele? —preguntó, aun abrazado a mí y yo respondí lo primero que se me cruzó en la mente, teniendo entre mis brazos al chico más guapo que podría conocer.
—Pues me gusta mucho la serie Big Bang. —Le dije tímidamente, tiñéndose mis mejillas de rojo y noté como sonreía.
Se separó un poco de mí, notando la soledad de nuevo y sus ojos se clavaron en los míos, perdiéndome en ese mar azul tan perfecto.
—¿La de los científicos? —Yo asentí en respuesta y él sonrió como un niño—. Pues, ¿a que esperamos?
Accedió a verla conmigo mientras cenábamos la comida que él había traído. Hablamos más que ver la televisión, mientras que mi serie favorita se transmitía en la pantalla. Miles me contaba que había hecho en el día de hoy. Acababa de llegar de atletismo y al ver que no tenía respuestas mías decidió venir hacia donde yo vivía. Me habló cosas de su pasado como su gusto por el deporte y por España. Yo solo escuchaba porque no conseguía abrirme demasiado, aunque algunas risas consiguieron sacarme Miles y se lo agradecí enormemente.
Pero después de la cena no acabó como yo me imaginaba. Él decidió recoger todo lo que quedaba en la mesa y yo me sorprendí por toda la comida que era capaz de comer ese hombre tan guapo. Estaba siendo estúpida por querer a alguien en quien apenas conocía, pero en ese momento no pensé en nada, tan solo disfrutaba de la compañía de alguien, de la calidez que desprendía y la energía tan contagiosa que poseía. Era un chico increíble.
Y cuando miramos la hora ya eran más de las dos de la madrugada y aun así, seguimos hablando y hablando. Hasta que me quedé dormida en mi sofá, con la televisión encendida y sintiendo la compañía de Miles.
🍁
Desperté aquel día descansada, como si hubiese dormido toda la noche sin despertarme ni un solo segundo, y lo cierto es que así fue. Miré el reloj que había en mi mesita de noche y observé que aún quedaba veinte minutos antes de que mi despertador sonara. Me extrañé al ver la casa recogida de los restos de comida, la televisión apagada y el perfume de Miles en el ambiente.
¿Miles?
Miré por todos lados de mi casa, intentando encontrarlo para saber si seguía aquí. Me había quedado dormida a su lado en el sofá y no recordaba más nada. Estaba en mi cama y lo más probable es que él fuera el culpable de mudarme de sitio. Las mejillas al pensar en ello se me sonrojaron y, por el rabillo del ojo, una nota encontré sobre mi cama.
«Espero que descanses bien esta noche. No he querido despertarte, pero no quería que te quedases en aquel sofá, así que te llevé a tu cama sin molestarte demasiado. Me he ido de tu casa nada más al poco rato de que te quedases dormida y sé que si me hubiera quedado te habría incomodado. Sé cuándo hay que dar espacio a las personas, así que espero y deseo verte mañana en clases.
No faltes porque te estaré esperando en la puerta de la universidad.
Miles ;) »
No pude evitar mirar la nota con una sonrisa tonta en el rostro. Ni siquiera sabía cómo quitármela de encima y aun así me encantaba como era la letra de ese chico rubio y perfecto.
No desee tirarlo a la basura que tenía cerca, ni mucho menos olvidarme de su letra, por lo que lo guardé en el último cajón de mi mesita de noche y luego me levanté con los ánimos bastante altos.
Hoy iría a la universidad y seguiría estudiando con normalidad, aunque no era fácil con Miles cerca y las ganas que tenía de volver a verlo. Me gustaba, me gustaba mucho y lo que había ocurrido la noche anterior fue más increíble de lo que llegase a pensar. Me sentía bien con él, hablaba con algo más de soltura, aunque no lo pareciera y todo gracias a que ese chico me estaba dando una oportunidad.
Sabía que estos ánimos se esfumarían a lo largo del día, que ese sentimiento de pensar que alguien quería ser alguien en mi vida porque así lo deseaba, también dejaría de estar en mi pecho. Pero mientras solo pensaba en él y sonreía por ello.
Tras darme una pequeña ducha, cambiarme de ropa y desayunar unas tostadas, me dirigí a la universidad como siempre, como un día cualquiera, como un día mejorado para mí.
Sabía que dicho ángel había entrado en lo más oscuro de mi ser, y aun así estaba ahí. Ni siquiera sabía lo peor de mi vida, la peor época, lo que más mal me tuvo durante tantos años... Pero estaba ahí y eso era mucho pedir.
Cuando llegué a la universidad, sus palabras cobraron sentido y ahí lo encontré, esperándome en aquella puerta, tan guapo como siempre. Llevaba el pelo peinado hacia un lado, pero con un toque rebelde que le daba él. Una camisa a cuadros de color rojo y negro, con las mangas remangadas hasta sus codos que me dejaron seca nada más verlo con esos músculos perfectamente esculpidos. Un pantalón negro que se le pegaba a las caderas y se soltaba a partir de sus rodillas. Era un ángel quien me esperaba en aquella puerta donde nos conocimos y casi me derrito al verlo.
Sus ojos llamativos me encontraron y tan rápido como lo hizo, sonrió. Había sonreído de verdad, con los ojos y no como lo hacía la mayoría de las personas. Me sonreía a mí... A mí y aun así no me lo llegué a creer.
¿Acaso esto me estaba pasando realmente a mí o era un simple sueño del que no despertaba?
—Hola, pequeño arrebol —saludó con simpatía, como si él también hubiese dormido perfectamente.
—Hola. —Devolví el saludo con una sonrisa.
Y sin esperármelo, Miles se acerca a mí y sus labios se estampan en mi mejilla con delicadeza, dejándome un casto beso que casi me hace desmayarme en aquel mismo lugar.
Tragué saliva y lo miré a los ojos tras su acto cariñoso y sé que es un simple beso de amigos, como hacen muchos al ver a alguien y se saludan, pero que ese chico me lo hiciera a mí era como ascender a los cielos y que te abrieran las puertas.
—Te veo de mejor humor... Te siente muy bien —habla con la voz algo ronca y feliz, haciéndome sonreír como una colegiala y ahora sí que no puedo evitarlo.
Pongo mis manos en las mejillas, sintiendo el calor que desprendo de ellas y puedo imaginarme que estoy demasiado roja frente a él ahora mismo. Y creo que él también lo ve porque ríe de una forma cariñosa, como si le gustase que me sonrojase por él y solo por él.
—¿Entramos? —pregunta y yo solo consigo asentir tras ello.
🍁
Tras sentirme como en una nube con ese hombre, me encontraba en clase en una de las clases más importantes para el primer año de carrera. Tan solo apuntaba lo que el profesor decía y trataba de estar lo más atenta posible para seguir al pie de la letra todo.
No era sencillo lo que estudiaba, tampoco es que fuera lo más difícil de todas las carreras que existían, pero no podía bajar la guardia.
Tenía en mente sacarlo, sacar esta asignatura a la primera, si fuera posible y mientras el profesor miraba unos apuntes que tenía en su libreta, noté como alguien tocaba mi hombro con un dedo, sorprendiéndome por ello.
Me giré y vi a un chico que se sentaba detrás de mí. Mentiría si había estado atenta y sabía quién era, pero lo cierto es que ni lo recordaba. Siempre estaba metida en mis cosas, en mis problemas que ni siquiera conocía a todas las personas que estaban conmigo en clase.
Tan solo lo miré, como ese chico tenía el pelo corto, de color negro y algo largo por la zona del flequillo, el típico peinado que utilizaban la mayoría de chicos a día de hoy. Sus ojos oscuros me miraban con duda y luego, en voz baja, me habló.
—Perdóname, ¿pero en que página estamos? —cuestionó, algo perdido mientras pasaba las páginas y el profesor volvía hablar.
—La 45 —respondí y él, nada más buscar la página, sus ojos se iluminaron y se relajó al instante.
—Muchísimas gracias.
Sonreí y luego volví a mi mundo, escuchando al profesor, en mi propia burbuja y tan solo siguiendo con los deberes que me había puesto.
Y durante toda esa hora, solo notaba la mirada de ese chico en mi nuca. No era como cuando Miles me miraba y me gustaba, era todo lo contrario y me hacía sentir un poco incómoda por ello.
A la hora de salir, me lo volví a encontrar y esta vez fue distinto. Me miraba con una simpatía distinta, pero ya no era tan incómoda. Pero aun así no fui nada abierta con él, nunca lo era con nadie y con Miles iba moviendo piezas poco a poco, trabajando en ello.
—Hola de nuevo —respondió él con una sonrisa en el rostro y pudiendo ver la delicada barba que poseía en su mentón.
Era mucho más alto que yo, me sacaba casi una cabeza, pero nada comparado con aquel príncipe.
—Me llamo Roberto. Tú eres Leire, ¿verdad? —cuestionó y yo solo asentí, mientras me sentía incómoda por hablar con alguien desconocido para mí.
Era así, siempre que conocía a alguien me mostraba más callada de lo normal. Como cuando conocí a Miles. Era una persona muy cerrada y reservada, y eso me ayudaba a no tener que conocer constantemente a personas, pero a la vez era un problema para mí.
Solo le sonreí y me aclaré la garganta mientras las personas de clase iban saliendo, siguiendo con sus vidas. Ambos estábamos cerca de la puerta, en el pasillo con cientos de estudiantes caminando de un lado al otro para moverse a distintas clases.
—He oído tu nombre en clase varias veces. Espero que podamos hablar más a partir de ahora —dijo el chico mientras yo lo miraba y lo escuchaba.
—Claro —respondí con pasividad, deseando acabar de hablar con él por no sentirme demasiado cómoda hablando con él.
Quizás era solo al principio y si daba todo de mí, acabaría algún día aprendiendo a hablar con personas nuevas, con rostros nuevos.
Solo si yo lo intentaba.
—Nos vemos pronto, Leire. Que pases buen día. —Se despidió, alejándose, no sin antes regalarme una sonrisa y no pudiendo evitar comparar a ese chico con Miles.
Ni siquiera supe por qué el rostro de ese chico me vino a la mente, porque cuando levanté la vista lo vi. Vi a Miles mirando a Roberto con un rostro serio, como si estuviese... celoso. Tan solo no le di importancia y cuando él dejó de mirar a Roberto y me miró a mí, su sonrisa apareció. Esa sonrisa que tanto me gustaba y que tan única parecía.
Me saludó desde la distancia mientras ignoraba a los compañeros que hablaban con él para atenderme a mí.
Y era como si el mundo parase cuando nos mirábamos.
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