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🍁 C A T O R C E 🍁

Miles

Le pasé un paquete de pañuelos que siempre guardaba en la guantera de mi antiguo coche a Leire, quien tenía los ojos rojos e hinchados de tanto llorar.

Se me partía el alma al verla así. Ni siquiera era capaz de encontrar las palabras adecuadas para poder consolarla, porque saber de antemano lo que le había ocurrido en el pasado era muy duro. Y la rabia que tenía por dentro de tan solo saber que una chica podía pasar por aquello...

Observé a Leire mientras conducía por las oscuras calles de Málaga. Ni siquiera sabía a donde podíamos ir, si a su casa o a la mía. Pero algo tenía claro y es que no iba a dejarla sola, ni me lo planteaba.

Ella no me miraba, observaba la ventana, las vistas, pero podía verla llorando todavía. Sus hombros temblaban y con una de sus manos se secaba las lágrimas con el pañuelo que le había entregado minutos antes. Y nuevamente, odiaba verla así y saber que un maldito cabrón asqueroso le había dejado una marca en ella.

Y entonces dije;

—Vamos a mi piso, no quiero que estés sola esta noche.

No dijo nada y la comprendía.

Me imaginaba que no podía hablar, solo escucharme, pero si estaba sí, seguro que estaría pensando en el pasado, en aquello que le había ocurrido y eso no era sano. Mi intención era pasar una noche agradable con la chica que me gustaba, conocerla, divertirme a su lado y que ella riera por mis chistes malos... Pero la noche cambió drásticamente y solo quería abrazarla y demostrarle que estaba a salvo, que ya nada iba a pasarle.

Aparqué en aquel edificio, me bajé del coche y me acerqué al lado de Leire, quien no se había percatado que habíamos llegado. Le abrí la puerta y con mi mano, la ayudé a bajarse de mi camioneta.

Deseaba abrazarla, darle cariño y lo iba a hacer, pero no sabía si era lo correcto después de recordar lo que le había echo un cabrón años atrás. Quería ser prudente y ayudarla en todo lo que podía. Ser su hombro en el que llorar.

Subimos por el ascensor y en ese trayecto de ahí hasta mi piso, ella no dijo nada. Estaba apagada y con la mirada perdida. En algún punto del trayecto le limpié alguna lágrima que caía por su mejilla despistada y la atrapé con dulzura.

La tomé de la mano y entremos en mi piso.

Me preocupaba que ella viera como era el lugar, un piso grande y elegante, algo completamente distinto a lo que era mi gusto personal. Y temía que supiese que yo tenía una familia muy adinerada. No me gustaba ni siquiera admitirlo, amaba tener pocas cosas, pero las que tenía las cuidaba con mucho amor, como la camioneta que me había regalado mi abuela, o el anillo que también me había dado para una futura chica.

Observé con amor a Leire.

—Voy a hacerte un té relajante. Puedes sentarte donde quieras, ¿vale?

Ahí fue donde ella me miró, algo más relajada, pero sabía que solo era la calma antes de la tormenta. Observé cada paso que daba y lo pequeña que era en ese momento. Empecé a entender muchas de sus aptitudes cuando la conocí, como me esquivaba, como intentaba evitarme, las pocas palabras que tenía conmigo y la poca confianza que tenía en mí.

Lo comprendí todo y no pude dejar de pensar en como alguien tan cabrón le destrozaba la vida a una chica. Me pregunté como había hombres así y que siguieran existiendo.

Leire se sentó en el inmenso sofá que mi padre me había comprado para decorar el piso y pude imaginarme que ella odiaba llorar delante de nadie.

Me adentré en la isla de la cocina e hice todo para hacerle un té relajante a la joven arcángel que tenía frente a mis ojos. A ese arcángel que le habían cortado las alas sin compasión. Apreté la mandíbula cabreado mientras me acercaba a esa dulce chica.

Puse el té sobre la mesa y me senté a su lado, teniendo prudencia.

—Cuidado; está quemando. Deja que se enfríe un poco —dije al ver que ella iba a tomárselo y me hizo caso.

Se quedó un rato callada mientras abrazaba un cojín que tenía ahí.

Quise quitarle un pequeño mechón de pelo que tenía frente a ella, entorpeciendo sus ojos y alargué la mano con tranquilidad para echárselo tras la oreja.

Le di todo el tiempo que ella necesitara y todos los pañuelos que pidiera.

—Perdóname por lo del cine, por gritarte y por montarte un número —me dijo mirándome por primera vez a los ojos desde que habíamos salido de allí.

Apreté la mandíbula al oír por segunda vez su disculpa, una disculpa que no era necesaria después de un momento como el de antes. Era entendible que estuviese así y que me hubiera gritado. Ninguno tenía la culpa de encontrarnos con aquella escena, pero hubiese deseado no haber ido al cine para no verla así de mal.

—¿Qué? Ni siquiera te lo plantees —contesté con la voz suave, con cariño, pero con una mezcla de enfado que no conseguía quitarme de encima, de no poder hacer nada. —Lo de gritarme no pasa nada y no has montado ningún número —susurré, partiéndome el corazón en millones de pedazos al verla así. —No te trates así. Por favor, Leire —supliqué.

Entonces, mientras seguía abrazándose al cojín, ella volvió a mirarme con los ojos hinchados y el rostro rojo. Vi como desde la ventana que estaba tras ella empezaba a caer lluvia y el sonido de la misma sonaba de fondo tras el silencio de nosotros mismos.

Y la voz de Leire apagó aquel sonido.

—Sé que quieres saberlo.

¿Qué si quería? La verdad es que ni lo sabía. Solo quería verla bien, porque yo ya sabía que es lo que le había pasado y si no me lo había contado es porque no tenía la suficiente confianza conmigo como para hacerlo. Y lo último que quería era hacerla recordar lo que un hombre le había echo en el pasado.

¿Quería? En parte si, pero a la vez no para no hacerla sufrir más. Lo que había pasado, ya estaba por muy duro que fuera y por muy traumático que así fue. Ayudabas más a una persona a intentar dejar eso atrás, aunque jamás lo olvidaría. Porque Leire no lo iba a olvidar nunca, por desgracia... Pero obligarla a contarlo, eso era un infierno y eso era lo que no quería.

—Solo quiero saberlo si quieres hablar de ello y no pienso dejar que vuelvas a recordar todo eso —aclaré, siendo sincero con ella.

Pero Leire negó repetidas veces hasta que volvió su vista al televisor que tenía frente a ella.

—Pero... Creo que lo necesito para poder estar contigo, para que entiendas porque...

—Leire, solo cuéntamelo si lo deseas. —Me acerqué a ella, acariciándole la mano y pude ver en su mirada como me agradecía por hacerle ese pequeño gesto. —Ya sabes que puedo esperar todo el tiempo del mundo a que me des permiso —dije, refiriéndome a las relaciones, sin importar cuanto tiempo nos tomaría, no tenía prisa.

Con ella jamás lo tendría.

Paramos de hablar y ella tomó un pequeño sorbo del té que le preparé hacía varios minutos. Sabía que estaba quemando por el humo que salía de la taza, pero ella soplaba con tranquilidad y algo más relajada viendo que sus manos ya no temblaban tanto como hacía media hora.

—Me violaron hace unos años.

Sentí como alguien me tiraba un jarro de agua fría sobre mi cabeza, helándome primero el rostro para luego seguir por mi cuerpo y llegar hasta la punta de los pies. Noté como mi piel se tensó y no pude evitar quedarme quieto, como un fantasma al lado de esa chica.

Apreté la mandíbula cuando empecé a reaccionar.

No dije nada. Mis palabras no servían de nada en ese momento, pero ella fue la que siguió hablando con la voz pequeña.

—Mis padres siempre fueron muy buenas personas. Y ayudaban a todos sus amigos siempre que podían. —Su mirada seguía sobre la televisión, donde podíamos ver nuestros reflejos. —Mi padre tenía un amigo que estaba pasando por un apuro. Lo habían echado del trabajo y no tenía donde vivir.

Empecé a ver por donde iban las cosas y solo podía mirarla a ella, mientras que Leire dejaba la taza sobre la mesa para luego abrazarse sobre el cojín nuevamente, como si fuera su modo de defensa.

—Un día le ofreció una habitación en casa. —Varios segundos de silencio se escucharon en mi piso, mientras que de fondo la lluvia seguía cayendo. —Siempre era simpático conmigo, ayudaba en casa y todo. Pero había cosas que no me encajaban de él y no me gustaban, como acompañarme a todos lados, mirarme o decir mucho mi nombre...

Juraría que alguien podría escuchar como rechinaba los dientes de tan fuertes que los estaba apretando. Escuchar todo eso me estaba poniendo enfermo, deseando poder encontrar a dicha persona y hacerle todo lo posible por devolverle las cosas que le había echo a la dulce Leire... Y seguramente me iría al infierno después de todo eso.

Por Leire no me importaría bajar al mismo inframundo, pero la venganza no era la solución a nada.

—Una noche, llegué de hacer alguna compra y mis padres se habían ido a cenar. Me quedé en casa y él estaba allí —dijo sin mirarme en ningún solo momento. —Tocó varias veces en mi cuarto y yo le abrí y ahí empezó a hacerme cosas que no me gustaron. Empezó a quitarme... y... —Ahí no aguantó más cuando sus lágrimas volvieron a sus ojos y yo no soporté verla así. Me acerqué a ella y la abracé con amor mientras Leire pegaba su cabeza en el hueco de mi cuello. —Todo. —Rompió a llorar y yo no supe ni siquiera como pude aguantar las lágrimas que también amenazaban por salirse de mis ojos.

La abracé con amor, demostrándole que estaba ahí, pero también para poder consolarla cuando más lo necesitaba.

Lo último que quería era que siguiera hablando de todo aquello y las ganas por partirle la cara a aquel desgraciado se hicieron más y más fuertes a medida que pasaban los minutos.

—Leire... —susurré su nombre mientras acariciaba con cariño su cabeza y notaba como temblaba todo su cuerpo. —Llora sobre mi hombro.

No supe decir exactamente por cuanto tiempo estuvimos ambos así, abrazados y sin decirnos nada. Sé que dejé pasar el tiempo, sin importarme nada, sin meterle prisa a Leire, solo dándole el tiempo que necesitara.

Y cuando empecé a ver que se estaba relajando, dije;

—Sé que es muy difícil y odio que hayas pasado por eso... —Tragué saliva sin poder evitar preguntarle—. ¿Tus padres lo supieron?

Ella asintió mientras notaba como mi camiseta se empapaba por las lágrimas de ella.

Las manos de Leire estaban sobre mi pecho y siguió sin moverse ahí para contármelo todo.

—En el acto, ellos vinieron y escucharon mis gritos. Corriendo gritando mi nombre y él se alejó de mí cuando ya había echo lo que deseó —susurró. —Pero no pudo escapar y mi padre empezó a reventarlo a palizas. —Eso fue lo que dijo—. Todo fue muy lento después de aquello, contarlo como mil veces para que él acabara solo unos pocos años en la cárcel y que dentro de poco pueda salir porque se lo rebajasen por buena conducta. —Mis músculos se tensaron al oír aquello último y pude notar como las manos de Leire me acariciaban para que me relajase. Y lo consiguió. —Yo lo pasé muy mal y mi madre también, pero mi padre es el que se echa la culpa de ello.

Tragué saliva al imaginarme todo aquello. Lo mal que lo tuvo que haber pasado ella y su entorno. No pude evitar pensar en toda aquella mala experiencia y negué con la cabeza.

La joven, el precioso arcángel que estaba frente a mí deseando poder volar nuevamente con sus hermosas alas, me observó. Y juré que jamás había visto esa mirada en el rostro de ella. Sus ojos, llorosos después de todo lo que me había contado y lo que había recordado, parecían estar... ¿Desahogada? No supe si esa era la palabra, pero si pude ver como si alguien le hubiese quitado un peso de encima. Como si su pasado hubiera sido un inconveniente para poder estar a mi lado.

No lo sabía muy bien, per pude ver un alivio en su mirada al decírmelo, como cuando alguien le pesaba tener un problema que arrastraba desde hacía años, una experiencia que había vivido y que le había marcado y contarlo hubiera sido terapia para esa persona. No hacía que te olvidases para siempre del problema, pero era como ver que sus maletas empezaban a pesarle menos en los hombros.

Y todo eso lo vi en su mirada.

—Después de eso ya no quieren a desconocidos en casa. —Siguió hablando y yo seguí escuchándola. —A mí me costó muchos años para que un hombre pudiera acercarse a mí... Incluso no abracé a mi padre hasta 2 años después de aquello.

Solté el aire que no sabía que tenía guardado dentro de mi pecho y la observé al imaginarme como de duro tuvo que ser volver a confiar en un hombre.

No todo eran iguales, pero vivir una experiencia así te limitaba y mucho la vida. Y Leire tuvo que pasar por mucho en su vida.

—Lo siento... Siento que pasaras por aquello —susurré con la voz rota, empezando a fallarme y apreté la mandíbula, como si así me ayudara a no derrumbarme frente a ella.

Tragué saliva al ver como ella me miraba, limpiándose alguna lágrima y no sabiendo que decirme en ese instante.

Yo rompí el silencio.

—Deberías comer algo.

Negó rápidamente.

—No tengo apetito...

Apreté la mandíbula al ver que no deseaba cenar nada. Y yo solo quería que comiera, pero no podía obligarla. Irse a dormir con el estómago vacío no era nada bueno, pero sabía que ella debía tener el estómago con un fuerte nudo, como el que tenía yo en ese momento.

—Puedes dormir en mi cuarto. Yo me quedaré en el sofá.

Fui a levantarme, pero la pequeña mano de Leire me frenó.

—No, yo... —Trató de decirme algo, pero no lo concluyó.

—Quédate allí, ¿vale? Este sofá es resistente. —Intenté decírselo, porque lo último que quería era que durmiera en aquel sofá incómodo. Y supe que le mentí, pero quería que ella estuviera cómoda y a mi no me importaba dormir aquella noche allí. —Vamos, te muestro mi cuarto.

La guie hasta mi cuarto, en aquel pasillo largo y abrí la puerta para que ella entrara primero.

La preciosa joven que tenía frente a mí se quedó mirando el lugar, y luego me observó, tímida.

Yo saqué de uno de mis cajones, un suéter que apenas utilizaba. Era rojo, con unas letras en negro y se lo entregué, aunque sabía que le quedaría grande.

Y estaba más que seguro que le quedaría hermoso en su precioso cuerpo.

—Puedes ponerte esta camiseta. —Se la entregué y ella la aceptó, aunque dudosa. —Te quedará grande, pero estarás cómoda para dormir.

Le regalé una de mis mejores sonrisas, pero el rostro de ella se veía no muy convencida.

—De verdad, no es necesario. Yo me puedo quedar en el sofá.

Negué con la cabeza mientras desenvolvía el edredón azul, el cual tenía bien recogido en la cama. Y le hice un hueco en el medio de la cama para que ella pudiera dormir cómoda.

—No hay discusión, Leire.

Me alejé de ella, esperando a que pudiera acomodarse en mi cuarto y, al llegar a la puerta, la dulce voz aterciopelada de Leire me hizo parar.

—Gracias, Miles.

Le regalé una de mis mejores sonrisas antes de irme al salón.

—Si necesitas algo estaré ahí fuera.

La miré una última vez más antes de cerrar la puerta e irme a ese maravilloso sofá que me esperaba en el salón.

Una vez fuera del cuarto, en medio del pasillo, observé la puerta que acababa de cerrar. Me quedé no se cuanto tiempo mirando aquel sitio mientras asimilaba todo lo que Leire me había contado.

Sabía que algo le había ocurrido en su pasado, por como se mostraba ante los demás, por todo lo que me había dicho, pero jamás, ni en los peores pensamientos, pensaba que había pasado algo tan horrible como aquello.

Supe que esa noche no iba a dormir. No podía después de aquello. Solo podía pensar en todo aquello y no dejaba de imaginarme a una joven Leire en ese horrible momento de su vida... Y ojalá pudiera hacer algo, pero no podía hacer nada, solo estar a su lado y eso iba a hacer si o si.

Me fui al sofá tan moderno que me había regalado mi padre, ese tan incómodo, tomé una pequeña manta y me senté ahí, observando la ventana y como la lluvia seguía cayendo. Apreté la mandíbula y sin entender porqué, mi cuerpo cayó como si de un imán fuera y me derrumbé, comenzando a llorar en silencio al pensar en todo aquello.

Dejé que las lágrimas salieran con total libertad, pero sin hacer ruido para no molestar a Leire.

No podía dejar de sentirme así.

Ver que una chica como Leire, que hubiera pasado por algo como eso, siguiera confiando en los hombres... Si, le había costado y mucho hablar conmigo, en poder confiar al menos un poco en mí, pero terminó acercándose y se lo agradecí enormemente para poder demostrarle que era una magnífica persona y que la trataría como la persona más importante de este mundo.

Me quedé ahí, sentado en el sofá, muerto de rabia mientras que las lágrimas seguían resbalando por mi mejilla.

Y simplemente dejé que los minutos pasaran mientras que solo deseaba el bienestar de Leire.





***

A pesar de lo duro que pueda llegar a ser algunos capítulos de esta novela, estoy amando el resultado de los futuros capítulos y de lo que les queda por conocer.

Muchos sabrán que suelo escribir en casi todas mis novelas la realidad, y esta novela creo que es una de las más realistas. Porque tengan por seguro que esta novela todavía está empezando.

Quedénselo grabado para un futuro, es lo único que les diré. Y quizás, si veo que soy más rápida escribiendo esta historia, subiré 2 capítulos y hasta 3.

Así que a ver si consigo atraer más lectores a esta historia de Leire y Miles.

¿Qué les ha parecido el capítulo?

¿Quieren conocer nuevos personajes que vendrán?

Gracias por estar ahí, por votar, por comentar y por decirme que les ha parecido. A pesar de que esta novela no tenga tantos lectores como tienen otras de mis novelas a medida que lo iba subiendo, tengo muchos ánimos para seguir subiendo y que ustedes, los que siempre están ahí, sigan esta historia.

Nos leemos.

Patri García

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