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021.

xxi. hielo y ceniza

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me haría muy feliz <3

omnisciente

Perseus recorría el jardín cubierto de una gruesa capa de nieve de la mansión de los Malfoy con una elegante libreta en la mano. Su tía Narcissa le acababa de regalar un viejo diario que le perteneció y que aún contenía cientos de páginas en blanco para que él lo pudiese llenar.

El diario contenía diversas recetas de pociones y hechizos inusuales que Perseus amaba aprender en su tiempo libre.

Abrió una página al azar para curiosearlo, y mientras admiraba la elegante letra de Narcissa sintió algo golpear su espalda. Así como también escuchó un par de risas lejanas.

Guardó el diario en uno de los bolsillos interiores de su abrigo, y se agachó para tomar una buena cantidad de nieve y darle forma de bola. Miró sobre su hombro cuidadosamente, alcanzando distinguir una larga cabellera rubia que se escondía detrás de un árbol. Se inclinó hacia su izquierda y arrojó la bola de nieve directamente al hombro de Hydrus.

La rubia soltó un chillido agudo ante el impacto de la nieve contra su costoso abrigo. Perseus reía hasta que sintió otra bola de nieve estrellarse un poco más abajo de su rodilla. Se agachó a tomar otra bola de nieve para arrojársela descaradamente a Draco directo al rostro.

Hydrus al darse cuenta comenzó a reírse a carcajadas mientras su hermano se sacudía la nieve fuera de la cara.

—¡Debiste ver tu reacción antes de que la nieve te cubriera hasta las cejas! —exclamó Hydrus mientras continuaba riéndose de su hermano.

Perseus sonrió—. No fue mi intención que te cayera justo en el rostro.

Draco se talló los ojos—. Me tomó por sorpresa.

—Draco, tienes pésima puntería —Hydrus le reclamó—. ¿Cómo es que le pegaste en la rodilla?

—Yo tampoco entendí eso —admitió Perseus, riendo.

—Yo lo apunté en el hombro —se encogió de hombros, también riéndose un poco—. Oye, Percy —Draco metió sus manos en los bolsillos de su abrigo—. Creo que no me he disculpado apropiadamente por lo que sucedió en el último partido...

Perseus se sorprendió que Draco quisiese abordar el tema, pues desde que llegó al hogar de los Malfoy la noche anterior, no había mencionado nada al respecto.

—Creo que dije algunas cosas tan estúpidas que ni siquiera las pensé antes de decirlas... no me di cuenta que podrían haberte hecho daño, ni mucho menos me imaginé que pudieron sancionarte del equipo...

—Está bien, Draco —lo interrumpió de buena manera—. Ya no estoy molesto... y te entiendo un poco, supongo. A veces yo también digo cosas sin pensar —miró a ambos—. Yo los aprecio mucho, tanto como si fueran mis hermanos, y detesto que estemos raros.

—Nosotros también te queremos como un hermano —le respondió Draco—. Incluso mi madre te quiere como un hijo.

Perseus sonrió genuinamente. Él ya sabía eso, pero le encantaba escucharlo una y otra vez. Los Malfoy para él siempre fueron el ejemplo de familia que tanto deseó en su infancia.

—También le agradas a nuestro padre —dijo Hydrus—. Él estuvo preguntando por ti anoche antes de que llegaras. Siempre he pensado que te considera un mago muy inteligente para tu edad, solo que no lo admite en voz alta porque es un Slytherin muy orgulloso como para aceptar algo así de un Gryffindor.

—Aún no te perdono haber quedado en Gryffindor —Draco rodó los ojos en broma.

—¿Acaso quieres que nos volvamos a pelear? —Perseus alzó sus cejas.

Draco negó riendo, y con bastante agilidad se agachó por otra bola de nieve arrojándosela a Perseus antes de salir corriendo. Perseus miró a Hydrus con indignación, pero no tuvo el suficiente tiempo para devolver el golpe pues la rubia también salió despavorida a refugiarse y así inaugurar otra ronda de guerra de nieve.

Definitivamente ya había pasado más del medio día y la hora en la que Sirius le pidió regresar a casa, pero a Perseus no le importaba en lo absoluto. Si por él fuera, se quedaría con los Malfoy el resto de las vacaciones.

Suspiró mientras evitaba con todas su ganas mirar al reloj que estaba casi frente a él. Aún no quería marcharse. Luego de la entretenida batalla campal de bolas de nieve con sus primos, se escabulló de regreso al interior de la mansión hasta la habitación que usualmente le asignaban durante sus estancias.

La felicidad y adrenalina que traía consigo desapareció una vez que cerró la puerta tras él y recordó que la última vez que había estado allí fue unos días antes de la muerte de su madre.

Él recordaba que en una noche tormentosa, su madre: Stella Lestrange lo había despertado, ordenándole que preparara una pequeña maleta con algunas pertenencias ya que se quedaría con los Malfoy durante un par de días. Perseus se acordaba de haberle pedido algún tipo de explicación, pero ella simplemente le respondió que tenía que atender unos asuntos familiares de forma urgente. En aquel entonces no le resultó raro a Perseus, pues también si su memoria no le fallaba, semanas antes de esa noche habían llegado cartas del Ministerio respecto a sus familiares que residían en Azkaban.

Lo siguiente que supo fue que su madre había fallecido en un accidente muggle mientras se dirigía al Ministerio.

Por largos segundos se quedó admirando la habitación, era la misma donde había recibido la noticia. Era el mismo lugar donde su tía Narcissa se había hincado frente a él para sostenerlo mientras le explicaba la terrible tragedia que había acontecido, y donde su corazón se quebró por completo.

Sintió una gran opresión en su pecho, y comenzó a tallarse deseando que el dolor desapareciera. Ante su perspectiva, la habitación parecía encogerse y sintió sus piernas temblar mientras comenzaba a llorar.

Justo cuando Perseus sintió que el aire empezaba a faltarle, la puerta se abrió con suavidad, revelando la figura de Narcissa. Ella no dijo nada al principio, solo se quedó allí, observándolo con una expresión de tristeza serena que parecía comprenderlo todo. 

—Perseus, cariño... —su voz era baja y cálida, como si le hablara a alguien que necesitaba ser envuelto en calma. Cerró la puerta tras ella y se acercó despacio, con movimientos calculados pero llenos de ternura. 

Él intentó disimular el temblor de sus manos y el brillo en sus ojos, girándose para que ella no lo viera. Pero Narcissa no necesitaba verlo; su sobrino era un libro abierto para ella. 

—Perseus, no tienes que esconderte de mí —dijo con suavidad mientras se sentaba en el borde de la cama. Extendió una mano hacia él, dejando que fuera él quien decidiera si tomarla o no. 

Él vaciló por un instante antes de ceder. Cuando sus pequeños dedos se entrelazaron con los de ella, Narcissa lo atrajo hacia sí, envolviéndolo en un abrazo que tenía la calidez de una madre y la fortaleza de alguien que no iba a permitir que el mundo lo dañara aún más. 

—A veces duele tanto... —logró murmurar—. Siento que nunca voy a dejar de extrañarla. 

Narcissa suspiró. Con una ternura completamente maternal, comenzó a acariciar su cabello, peinando los rizos rebeldes con movimientos lentos y constantes, como si quisiera calmar no solo su mente, sino también su alma. 

—Perder a alguien que amamos nunca deja de doler, Perseus —dijo, manteniendo la voz suave, pero firme—. Pero ese dolor es un reflejo del amor tan grande que compartieron. Y aunque ahora sientas que estás solo, nunca lo estarás. Yo siempre estaré aquí para ti. 

Las palabras parecían envolverlo, ofreciéndole un consuelo que no había sentido desde que Stella había partido. Perseus levantó la mirada hacia ella, con los ojos llenos de lágrimas. Por un instante dudó, pero finalmente dejó escapar la pregunta que llevaba atorada en su garganta:

—¿Crees que alguna vez podré dejar de sentirme así?

Narcissa le sostuvo la mirada, como si quisiera absorber todo su dolor. Con una de sus manos, limpió delicadamente las lágrimas de su rostro.

—No lo creo —dijo con sinceridad—. No dejarás de sentirlo, pero aprenderás a llevarlo. Ese dolor, aunque ahora parezca insoportable, se hará más liviano con el tiempo. Y cuando la recuerdes, lo harás con amor, no con tristeza.

Las palabras parecían envolverlo como un manto cálido. Perseus frunció el ceño, confundido, pero algo en su tía —en su voz, en la certeza de su mirada— hizo que quisiera creerle. Narcissa lo abrazó de nuevo, meciéndolo suavemente, como si con ese simple gesto pudiera mantener a raya el caos de su pequeño mundo.

—Te prometo algo, Perseus. No importa lo que pase, siempre tendrás un lugar seguro conmigo. Siempre.

La sinceridad en su voz era inquebrantable, y Perseus, tan necesitado de consuelo, no dudó de ella ni por un instante porque para él las palabras de Narcissa eran como un ancla, y él siempre se las creía.

El sol recién comenzaba a ocultarse cuando Perseus intentaba usar la red flu para regresar a Grimmauld Place. Apenas unos cuantos minutos atrás, Kreacher se había aparecido a mitad de la cena para avisar que Sirius ya exigía a su hijo de regreso, así que Perseus no tuvo otra opción.

Mientras se despedía rápidamente, escuchó a Narcissa decirle que estaba totalmente invitado a pasar algunos días en la mansión, y que ella se encargaría de convencer a Sirius para que lo dejase.

Perseus deseaba que su padre accediera sin tanto problema. Suspiró una última vez antes de volver a intentar utilizar la red flu. El Grimmauld Place usualmente estaba bloqueado, para evitar el acceso a personas no requeridas por la Orden, pero Sirius se encargaba de desbloquearla cuando se sabía que alguien la utilizaría, por eso le parecía extraño que no le funcionara adecuadamente.

Sin embargo, después del usual sacudón que se sentía al transportarse de aquella manera, visualizó la antigua sala de estar y percibió el típico olor a humedad del lugar. Perseus se preguntó porque aún no habrían regresado a su nueva casa, ya que para hubiera sido más simple llegar directamente allá.

Cuando salió de la chimenea, finalmente notó que había al menos seis personas con túnicas adornadas con el logotipo del Ministerio de Magia esparcidos por la sala de estar hasta el pasillo donde se encontraban las escaleras. Confundido, se acercó a donde la mayoría se encontraba.

Se deslizó con algo de dificultad hasta la cocina, cuya entrada era custodiada por dos Aurores a cada lado del marco. Se adentró para encontrarse con Sirius leyendo un manojo de pergaminos arrugados sobre la barra con bastante concentración. Delilah se encontraba junto a él, con una gran cara de preocupación mientras que Harry estaba sentado, comiendo cereal, parecía bastante incómodo con todo lo que acontecía a su alrededor.

Carraspeó, llamando la atención de su padre.

—¿Qué está sucediendo? —le preguntó con un tono lleno de confusión.

Sirius hizo una mueca—. Eso quisiera saber, pero nadie quiere decirme nada. Es una estúpidez que estén esperando a su cabecilla para explicar porqué llegan en montón a irrumpir la tranquilidad de una familia.

Ninguno de los trabajadores del Ministerio hizo caso a la provocación de Sirius.

—Fue una ingrata coincidencia que justo cuando desbloqueé la red flu para que pudieras regresar, se acribillaron como ratas por la chimenea —musitó Sirius—. Casi pareció como si hubieran estado esperando durante días la oportunidad perfecta para allanarnos.

Delilah intentaba tranquilizarlo, acariciándole el brazo. Perseus apenas podía comprender lo que estaba pasando cuando un hombre alto y de aspecto imponente entró en la cocina. Llevaba la túnica negra adornada con el símbolo de los Aurores, y su presencia hizo que todos los demás se enderezaran al instante.

—Sirius Black —anunció el hombre, con una voz grave que parecía no necesitar elevarse para hacerse escuchar—. ¿Decidiste ignorar deliberadamente el reporte sobre actividad mágica inusual en tu propiedad del extranjero?

—¿Y a ti qué te importa? —bufó Sirius, girándose bruscamente hacia él—. Creí que era asunto de Regulus. Le entregué el reporte, parecía más interesado que yo.

El jefe de los Aurores dejó escapar una sonrisa fría.

—¿Más interesado? Eso parece. Porque no solo no se encargó, sino que ahora está en Azkaban.

La habitación pareció congelarse en ese momento.

—¿Qué? —la voz de Sirius se había vuelto peligrosa, un murmullo grave que amenazaba con estallar en cualquier momento.

Incluso Perseus abrió los ojos con exageración. ¿Qué su tío qué?

—Tu hermano fue arrestado por complicidad en ayudar a alguien a fingir su muerte y vivir en secreto —dijo el jefe de los Aurores, con una calma irritante—. Ya fuimos a investigar, Black. Tenemos pruebas irrefutables.

Perseus sintió un ardor en su estómago. No entendía nada de lo que sus ojos presenciaban y que sus oídos escuchaban. ¿Fingir la muerte? Se odio a sí mismo cuando sintió una oleada de esperanza. ¿Y si Regulus había ayudado a su madre a fingir su muerte? ¿Eso significaría que ella estaba viva?

—¡Eso no tiene sentido! —exclamó Sirius—. ¿A quién se supone que ayudó?

El Auror lo miró fijamente.

—¿De verdad no sabes a quién? —preguntó con burla—. Entonces, Sirius, temo que tu hermano te ha estado engañando todo este tiempo. ¿Este rostro no se te hace familiar?

—¿De qué demonios estás hablando? —gritó Sirius, perdiendo finalmente el control.

El hombre no respondió. En su lugar, dio un paso atrás y señaló hacia el pasillo.

—Que pase.

Se escuchó entonces un ruido: el taconeo seco de unos zapatos firmes, lentos, resonando como golpes de tambor que anunciaban una sentencia de muerte. A cada paso, la tensión parecía doblarse y retorcerse en la habitación. Perseus miró a Harry con el estómago revuelto; Harry había dejado de moverse por completo, los ojos clavados en el suelo como si quisiera no estar ahí. 

Sirius, por su parte, había empalidecido, pero no quitó la vista de la entrada. Sabía que algo terrible estaba a punto de suceder. 

Y entonces, la vio. 

Walburga Black cruzó el umbral con la majestad retorcida de una reina destronada que aún creía que su poder no se ha apagado del todo. Su cabello, aunque más delgado y gris, aún estaba recogido de una forma que acentuaba la dureza de sus facciones. Sus ojos, negros como pozos sin fondo, vagaron lentamente por la habitación hasta clavarse en Sirius. La sonrisa que formó era tan fría que resultaba casi inhumana. 

El tiempo pareció detenerse. 

Perseus miró de reojo a su padre, esperando que dijera algo, que gritara o incluso que atacara, pero Sirius no hizo nada. Se quedó completamente inmóvil, como si una mano invisible lo hubiera petrificado. 

Walburga avanzó un par de pasos más hacia la cocina, lenta, deliberadamente, cada movimiento cargado de veneno y poder. La sombra de su figura alargada cubrió a Sirius, que seguía de pie junto a la barra, sin apartar la mirada de ella. 

—Sirius —pronunció ella finalmente, su voz ronca y fría, como un susurro que arañaba las paredes. 

Él no respondió. 

Sus ojos estaban fijos en la mujer que tenía frente a él, pero no era la mirada desafiante del hombre que se había enfrentado a la Orden del Fénix, al Ministerio o a los mortífagos. No. Esta vez, sus ojos reflejaban algo más: un desconcierto absoluto, una incredulidad que se iba filtrando lentamente en cada músculo de su cuerpo. 

Todo lo que Sirius había pensado, lo que había creído imposible, se rompió en ese instante. Un nudo invisible le apretó el pecho, y la voz que tantas veces había usado para desafiar a sus enemigos ahora le fallaba por completo. 

Walburga sonrió, una mueca cruel que apenas curvó sus labios. 

Sirius siguió mirándola, mudo. Todo lo que quería decirle —todo lo que sentía— ardía dentro de su pecho, pero no salió una sola palabra. 

En la sala, los Aurores intercambiaron miradas tensas. Perseus tragó saliva con dificultad, incapaz de apartar los ojos de su padre. Incluso Harry había dejado de moverse, observando en silencio desde su lugar en la mesa, con una mezcla de confusión y miedo. 

El mundo entero pareció reducirse a la figura de Walburga y al desconcertante silencio de Sirius Black.

nota de la autora:
TRAKAAAA IJUESUPUTAMADRE
bueno... espero que lo hayan disfrutado y se les dijo, se les dijo que se agarraran los calzones con este fic pq TRAKAAA IJUESUPUTAMADRE

*sale corriendo sin dar explicaciones*

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