Capítulo XV: Fiesta Universitaria.
La noche había caído con una elegancia que solo un cielo despejado podía ofrecer, las estrellas brillaban como faroles diminutos en un inmenso techo de terciopelo oscuro, y la luna, como una anfitriona radiante, observaba desde su trono de plata. A su vez, los fuegos artificiales comenzaron a estallar en el aire, pintando el cielo con destellos efímeros de rojo, azul y dorado. Además, cada explosión era como una flor que nacía y moría en un segundo, dejando un rastro de asombro en los rostros de quienes miraban.
Esa noche, el campus estaba irreconocible, las luces de colores colgaban entre los árboles como si fueran guirnaldas de sueños, mientras la música de fondo envolvía cada rincón con un ritmo que invitaba a bailar, a sentir. Los tambores, que antes marcaban un preludio, ahora se unían a guitarras, violines y voces que tejían una sinfonía viva.
Lucas, Gonzalo y Damián avanzaban entre la multitud que llenaba los jardines y los pasillos iluminados por luces colgantes. Cada rincón del campus se había transformado para acoger la fiesta: puestos con comida de distintas regiones, exposiciones artísticas y estudiantes vestidos con trajes típicos o atuendos coloridos. Pero para ellos, el corazón de la noche estaba en el ritmo, en esos tambores que marcaban el inicio de algo más grande que ellos mismos.
Lucas caminaba con una presencia que no necesitaba presentación. Su traje negro radiante parecía absorber la luz para devolverla con un brillo tenue y sofisticado. La tela impecable, lisa como un espejo, destacaba su silueta con elegancia, mientras una corbata fina y oscura completaba el conjunto. Cada detalle, desde el corte clásico hasta el ajuste perfecto en sus hombros, hablaba de refinamiento y de una confianza silenciosa. Los zapatos, lustrados hasta el extremo, reflejaban las luces del campus como pequeños espejos, reforzando la impresión de que Lucas era una figura central en la escena.
A su lado, Gonzalo no se quedaba atrás. Su cabello anaranjado, rebelde y vibrante, era un espectáculo en sí mismo, atrayendo miradas de hombres y mujeres por igual. El color complementaba perfectamente su traje verde esperanza, que, lejos de ser convencional, irradiaba frescura y optimismo. La chaqueta de solapas anchas y los pantalones ajustados marcaban un estilo contemporáneo pero cargado de personalidad. Gonzalo caminaba con un aire relajado, casi despreocupado, pero su sonrisa y su postura hablaban de alguien que sabía exactamente el impacto que causaba.
Por último, Damián era el epítome del estilo retro llevado al refinamiento moderno. Su traje ochentoso, con pantalones anchos que se movían con elegancia al caminar, estaba acompañado de un blazer corto al estilo chaqueta, en el mismo tono de gris perla. El corte ajustado del blazer realzaba su figura atlética, mientras que la combinación de los elementos ochenteros con su impecable gusto lo convertía en una aparición única. Sus ojos azules parecían brillar bajo las luces, como dos fragmentos de cielo atrapados en el rostro de un hombre castaño cuya presencia era imposible ignorar.
Juntos, Lucas, Gonzalo y Damián formaban un trío que destacaba tanto por sus personalidades como por su elegancia. Cada uno, con su estilo particular, parecía encarnar un fragmento de la noche misma: la sobriedad de Lucas, la vitalidad de Gonzalo y la sofisticación audaz de Damián se unían para crear una sinfonía visual que cautivaba a todos los presentes.
—¿Alguna vez sentiste que el aire está tan cargado que parece que se puede cortar con un cuchillo? —preguntó Lucas, mirando a sus amigos mientras un grupo de bailarines pasaba junto a ellos, moviéndose al compás de la música.
Gonzalo lo miró con una sonrisa. —Siempre sabes cómo decir cosas raras en los momentos importantes, ¿Verdad?, pero sí, lo siento. Es como si el campus hubiera cobrado vida.
Damián, que se había quedado unos pasos atrás, señaló hacia el cielo. —Miren eso.
En ese momento, un estallido de luces doradas y plateadas llenó el firmamento. Los fuegos artificiales no eran solo una atracción visual, parecían hablar un idioma que todos entendían, una lengua universal de luz y sonido que conectaba a cada persona bajo ese mismo cielo.
—Es hermoso —dijo Lucas, con los ojos brillando tanto como las luces sobre su cabeza.
Por un instante, los tres se quedaron en silencio, dejando que la música, los tambores y el espectáculo se adueñaran de sus pensamientos. Había algo en esa noche que iba más allá de los colores y el ruido; era una sensación de cierre, como si todos estuvieran despidiendo un ciclo, aunque sin palabras ni ceremonias explícitas.
El recital comenzó con una explosión de ritmos y coros que hicieron vibrar el suelo bajo sus pies. Desde el escenario, las luces bailaban sobre el público, iluminando rostros llenos de entusiasmo. Los estudiantes coreaban las canciones, algunos con las manos alzadas, otros danzando sin importarles nada más que el momento.
Lucas sintió una punzada de emoción al ver a tantos desconocidos unidos por una misma energía. Era como si la vida les estuviera regalando un recordatorio: todo cambia, todo pasa, pero hay momentos que quedan para siempre, grabados en la memoria como una fotografía imborrable.
—¿Lo sientes? —preguntó, mirando a Gonzalo y Damián.
—¿Qué cosa? —respondió Gonzalo, aunque en el fondo sabía a qué se refería.
—Esto. La conexión, la magia... la certeza de que, aunque no sepamos qué viene después, esta noche es perfecta —dijo Lucas, su voz cargada de una mezcla de alegría y nostalgia.
Damián sonrió, asintiendo lentamente. —Es como si el futuro nos estuviera guiñando un ojo, recordándonos que siempre hay algo bueno esperando.
Los tambores seguían marcando el ritmo, y los fuegos artificiales iluminaban el cielo una vez más. Esa noche, en ese lugar, bajo ese cielo, todo parecía posible. Luego de unos minutos, apareció Leonardo entre la multitud como una estrella cayendo del cielo, su traje bordó, confeccionado con un tejido que brillaba sutilmente bajo las luces del campus, capturaba cada destello, convirtiéndolo en el centro de todas las miradas.
La chaqueta tenía un corte perfecto, ajustándose a sus hombros con precisión, mientras que el brillo metálico del bordó parecía ondular con cada paso que daba. Caminaba con seguridad, como si supiera que la noche le pertenecía, con una leve sonrisa que dejaba entrever su satisfacción al percibir la reacción de quienes lo observaban.
A su lado, Sofía irradiaba una elegancia natural que parecía desafiar el paso del tiempo. Su vestido salmón, largo y de un tejido ligero que se movía con el viento, resaltaba su figura con un equilibrio perfecto entre sutileza y provocación. El escote delicado en forma de corazón y la caída fluida de la tela daban la impresión de que caminaba sobre una nube. Su cabello recogido dejaba ver unos pendientes brillantes que reflejaban las luces colgantes del evento, mientras su sonrisa iluminaba más que cualquier lámpara o fuego artificial.
Detrás de ellos, pero no menos imponente, llegaba Martín, con su traje, en un tono entre crema y marfil que algunos podrían llamar "champán", lo convertía en una figura refinada y atemporal. La tela mate tenía un acabado que absorbía la luz de manera sutil, destacando los detalles cuidadosamente trabajados de las solapas y los botones. Combinado con una camisa blanca impecable y una corbata delgada del mismo color que su traje, Martín parecía la encarnación de la sofisticación clásica, con un aire tranquilo y confiado que equilibraba la extravagancia de Leonardo y la luminosidad de Sofía.
Los tres avanzaron juntos, cruzando los jardines iluminados como si fueran personajes salidos de una película de época, cada uno aportando su propio magnetismo. Las miradas se posaban sobre ellos y, por un instante, la fiesta pareció detenerse, como si la noche reconociera que acababan de llegar sus verdaderos protagonistas.
Mientras Leonardo caminaba con seguridad entre la multitud que llenaba el exclusivo evento, las luces brillaban en todas direcciones, reflejándose en las copas de cristal que llevaban los invitados, pero su mirada solo buscaba una cosa: a Lucas. Tras un momento de escanear las gradas, finalmente lo encontró. Lucas estaba sentado entre la multitud con sus amigos, con una sonrisa tranquila mientras observaba el replicar de los tambores y música.
Leonardo esbozó una sonrisa al verlo. Con pasos firmes, atravesó el pasillo entre cada hilera de asientos, ignorando los saludos y las miradas curiosas que lo seguían. Cuando llegó a las gradas, extendió una mano hacia Lucas, quien lo miró con sorpresa y luego se levantó.
—¿Qué hacen aquí? —preguntó Leonardo, con una mezcla de dulzura y picardía mientras entrelazaba sus dedos con los de Lucas.
Lucas sonrió y se encogió de hombros.—Me gusta observar. Además, no quería colarme en el box sin ti.—mientras recordaba que Leonardo iba a conseguir entradas exclusivas para todos.
Leonardo negó con la cabeza, divertido, y con un suave tirón de la mano comenzó a guiarlo.
—No necesitas invitación, Lucas. Ven, el box está reservado para nosotros. Quiero que estés conmigo, no allá arriba.
Caminaron todos juntos, ellos dos con sus manos unidas en un gesto que desafiaba las miradas curiosas de quienes los rodeaban.
—Vamos, todos tienen que disfrutar de esto —anunció Leonardo con una sonrisa confiada al resto de amigos.
Al llegar al box, el ambiente cambió. Era un espacio amplio y elegante, con sofás de cuero negro, mesas repletas de una selección impecable de catering y una barra privada llena de bebidas exclusivas. Los amigos de Leonardo se instalaron con entusiasmo, riendo y brindando entre ellos.
Leonardo condujo a Lucas hasta uno de los sofás y lo invitó a sentarse antes de acomodarse a su lado. Apoyó un brazo en el respaldo, cerca de los hombros de Lucas, mientras tomaba una copa de champán de una bandeja que un mozo había dejado a su alcance.
—¿Te gusta? —preguntó Leonardo, acercándose lo suficiente para que su voz se mezclara con el bullicio sin perder la intimidad.
Lucas lo miró y sonrió, levantando una ceja.
—Es impresionante, no voy a mentir. Aunque admito que no estoy acostumbrado a tanto lujo.
Leonardo rió suavemente, un sonido que parecía hacer vibrar el aire entre ellos.
—Todo esto es solo un escenario, Lucas. Lo único que realmente importa aquí eres tú.
Lucas dejó escapar una risa suave, negando con la cabeza.
—Tienes un don para decir cosas como esa y que suenen sinceras.
—Porque lo son —respondió Leonardo con una sonrisa, apretando ligeramente la mano de Lucas antes de brindarle una copa.
Leonardo estaba sentado junto a Lucas en el cómodo sofá de cuero negro del box reservado, pero apenas podía concentrarse en las conversaciones animadas de sus amigos alrededor. Su atención estaba completamente atrapada en Lucas, en la forma en que se acomodaba despreocupadamente, con el cuerpo ligeramente inclinado hacia adelante, dejando a la vista la curva de su cuello.
La luz tenue del ambiente jugaba sobre su piel, creando sombras delicadas que hacían resaltar las venas apenas visibles, pulsando con cada latido, un ritmo que parecía contagiarse al pecho de Leonardo. El cabello negro oscuro de Lucas, siempre un poco desordenado, se movía con una brisa ligera que había logrado colarse por el ventanal abierto del box. Leonardo notó cómo algunos mechones rozaban la línea de su mandíbula y el delicado movimiento parecía casi hipnótico. Sus ojos bajaron, fijándose en el pequeño lunar que Lucas tenía justo debajo de la oreja. Era un detalle que conocía bien, pero que en ese momento parecía gritarle, como si lo estuviera desafiando a acercarse y besar esa zona.
Lucas, ajeno al escrutinio de Leonardo, giró la cabeza hacia él con una sonrisa despreocupada, sorprendiendo a Leonardo con una mirada que parecía más intensa de lo habitual.
—¿Qué pasa? Estás muy callado de repente —dijo Lucas, ladeando la cabeza, lo que dejó su cuello aún más expuesto.
Leonardo respiró hondo, intentando mantener la compostura mientras un calor inesperado le subía por el pecho. No podía apartar la mirada, sus ojos seguían atrapados en la piel de Lucas, en la forma en que la luz parecía acariciarlo como él deseaba hacerlo en ese mismo instante.
—Nada, solo estaba... pensando en lo bien que te queda este lugar —murmuró Leonardo, con una voz más grave de lo habitual.
Lucas alzó una ceja, divertido, pero también con un brillo curioso en los ojos.
—¿Eso es un cumplido extraño o estás tratando de decirme algo más?
Leonardo esbozó una sonrisa lenta, de esas que solo reservaba para Lucas, y se inclinó ligeramente hacia él, apoyando un brazo en el respaldo del sofá. Su proximidad hizo que Lucas tragara saliva, un gesto que Leonardo notó, observando cómo su garganta se movía con el movimiento.
—Quizás un poco de ambas cosas —susurró Leonardo, dejando que su voz se deslizara entre ellos como una caricia.
La tensión entre ambos se hizo palpable, cargando el aire con una electricidad que parecía aislarlos del resto del mundo. Los amigos alrededor reían y hablaban, pero para Leonardo y Lucas, el tiempo parecía haberse ralentizado.
Lucas desvió la mirada por un segundo, intentando recuperar el aliento, pero Leonardo no podía dejarlo escapar tan fácilmente. Su mano, cálida y firme, se posó suavemente sobre la pierna de Lucas, lo suficiente para que este lo mirara de nuevo, con las mejillas ligeramente sonrojadas.
—Deberíamos brindar, ¿No crees? —sugirió Lucas, tratando de romper el momento, aunque su voz salió más baja de lo que esperaba.
Leonardo sonrió, pero no apartó la mano.
—Claro. Aunque tengo algo más en mente para celebrar... más tarde.
La promesa implícita en esas palabras hizo que Lucas sintiera un escalofrío que nada tenía que ver con la brisa. Sus ojos se encontraron una vez más, y aunque ninguno dijo nada más, ambos sabían que el resto de la noche sería apenas el preludio de algo mucho más intenso.
El resto de la noche transcurrió en una mezcla de risas, conversaciones y miradas que decían más que cualquier palabra. A pesar de la multitud, el lujo y el ruido, para Leonardo y Lucas, el mundo se había reducido a ese pequeño espacio compartido.
CONTINUARÁ...
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