Capítulo VII: Un Destello de Luz
El campus escolar estaba vivo con la energía típica de un nuevo día, con estudiantes moviéndose de un lado a otro, inmersos en sus propias rutinas. Pero para Leonardo y Lucas, aquel día tenía un brillo especial, un resplandor que solo ellos podían percibir, como un secreto compartido que aún palpitaba en sus corazones. Con el receso de invierno acercándose rápidamente, esa sensación de anticipación se mezclaba con el deseo de disfrutar al máximo los últimos días antes de las vacaciones.
Leonardo avanzaba por los senderos arbolados, con el sol filtrándose entre las hojas, creando un juego de luces y sombras sobre su rostro. Al llegar al banco donde solía encontrarse con sus amigos, Martín y Sofía, sus miradas se encontraron de inmediato. Ambos lo observaron con curiosidad, como si intuyeran que algo había cambiado en él.
—Leo, hoy tienes una pinta diferente —comentó Martín, esbozando una sonrisa que apenas ocultaba su curiosidad—. ¿Tuviste una buena noche?
Leonardo, sin poder contener una leve sonrisa, se sentó junto a ellos.—Podría decirse que sí —respondió, manteniendo el tono deliberadamente ambiguo—. Fue una noche especial.
Sofía, siempre ávida de detalles, lo miró con ojos brillantes.—¿Especial? Eso suena a romance —dijo, inclinándose hacia él como si así pudiera obtener más información—. ¿Hay algo que deberíamos saber?
—Lo que puedo decir es que las cosas van mejor de lo que esperaba —contestó Leonardo, disfrutando de la intriga que generaba.
Martín soltó una risa corta, sacudiendo la cabeza.—Sabes que tarde o temprano nos lo vas a contar todo.
Leonardo se limitó a sonreír, consciente de que sus amigos no soltarían el tema tan fácilmente, pero por ahora, el placer de guardar ese secreto solo para él era demasiado dulce como para compartirlo tan pronto.
Mientras tanto, en otro rincón del campus, Lucas atravesaba los pasillos del edificio donde solía encontrarse con Damián y Gonzalo. Al entrar en el aula, los vio de inmediato. Gonzalo, con su inconfundible cabello pelirrojo, le lanzó una mirada de complicidad en cuanto cruzaron miradas.
—Lucas, hoy pareces más relajado —observó Damián, sonriendo al verlo—. ¿Tuviste una buena mañana?
—Sí, bastante buena —respondió Lucas, tratando de sonar despreocupado, aunque sabía que su tono lo traicionaba.
Gonzalo, siempre listo para aprovechar cualquier oportunidad, no tardó en intervenir.—¿Solo buena? —preguntó, acercándose con una sonrisa insinuante—. Porque diría que alguien te hizo la mañana mucho más interesante.
Lucas sintió el calor subir a sus mejillas ante el tono juguetón de Gonzalo.—No sé de qué hablas —respondió, riendo nerviosamente—. Fue una buena mañana, nada más.
Pero Gonzalo, notando su reacción, se inclinó un poco más cerca, susurrando con una voz cargada de insinuación.—Si no hay nadie, sabes que siempre estoy disponible para hacer que tu día sea aún mejor.
Lucas, aún tratando de mantener la compostura, se encogió de hombros con una sonrisa, aunque el comentario lo había descolocado un poco. Damián, captando la incomodidad en el aire, intervino con una risa despreocupada.
—Déjalo, Gonzalo. Si sigues así, no va a contarte nada.
—Gracias, Damián —dijo Lucas, agradecido por la intervención, antes de dirigir una mirada a Gonzalo—. No hay mucho que decir, chicos. Estoy bien como estoy.
Gonzalo, sin perder su actitud despreocupada, se alejó con una última sonrisa.—Bueno, ya sabes dónde encontrarme si cambias de idea.
Lucas sonrió, aunque su mente volvía una y otra vez a la mañana que había pasado con Leonardo. La diferencia entre la conexión profunda que había sentido con él y la ligera tensión que ahora flotaba en el aire con Gonzalo era abismal, y reafirmaba lo especial que era lo que estaban construyendo juntos.
Mientras ambos seguían con sus rutinas, rodeados de amigos que formaban parte esencial de sus vidas, no podían evitar que el pensamiento del otro invadiera sus mentes. Con el receso de invierno cada vez más cerca, sabían que tendrían tiempo para descubrir más de esa conexión que apenas comenzaba a florecer, y eso les provocaba una mezcla de emoción y expectación por lo que vendría.
Durante el recreo, mientras el bullicio de los estudiantes llenaba nuevamente los pasillos de la universidad, Leonardo y Lucas, sin planearlo, se encontraron de frente. El sonido a su alrededor pareció desvanecerse, y en ese instante, el pasillo se iluminó con una claridad casi irreal, como en esas telenovelas antiguas donde todo se detenía para destacar el encuentro de los protagonistas.
Sin embargo, la luz no era un efecto dramático, sino que provenía de los vitrales antiguos que adornaban las ventanas de la universidad. Los rayos de sol, al atravesar los coloridos cristales, proyectaban patrones de luz que caían suavemente sobre ellos, envolviéndolos en una especie de resplandor cálido y dorado. Era como si el universo mismo estuviera conspirando para hacer de ese momento algo único.
Leonardo sonrió al ver a Lucas, sus ojos brillando con un entendimiento tácito. Lucas, por su parte, sintió que su corazón se aceleraba, pero no podía evitar sonreír también, atrapado en la magia de ese instante.
—Hola —dijo Leonardo suavemente, como si el simple hecho de pronunciar esa palabra pudiera romper el hechizo que los rodeaba.
—Hola —respondió Lucas, con una voz que apenas era un susurro, pero que estaba cargada de todo lo que no necesitaban decirse.
Por un instante, solo se quedaron ahí, mirándose, mientras el pasillo seguía su ritmo, ajeno a la chispa que había estallado entre ellos. Los colores de los vitrales danzaban sobre sus rostros, acentuando la conexión que compartían, una que se sentía tan inevitable como inquebrantable.
Por último, sin necesidad de más palabras, ambos sonrieron nuevamente, sabiendo que ese encuentro, aunque breve, había reafirmado algo profundo entre ellos. Un vínculo que seguía creciendo, silencioso pero constante, mientras el mundo continuaba girando a su alrededor.
Cuando finalmente se separaron, Leonardo regresó con Martín y Sofía, quienes lo habían observado desde la distancia, sus miradas llenas de curiosidad.
—Leo, ¿Qué fue eso? —preguntó Martín, levantando una ceja—. Parecía que el pasillo se iluminó solo para ustedes.
Sofía, que no había dejado de observar a Lucas mientras se alejaba, añadió con una sonrisa—. Fue como una escena sacada de una película. No puedes dejarnos así, ¿Qué pasó?
Leonardo soltó una risa suave, aún sintiendo el calor de la mirada de Lucas sobre él.—No pasó nada, chicos. Solo... un momento.
—Un momento, claro —dijo Martín con un tono burlón—. ¿Es ese el mismo "momento" del que hablabas antes?
Leonardo simplemente se encogió de hombros, su sonrisa ampliándose.—Podría ser.
Mientras tanto, en el otro extremo del pasillo, Lucas se reunió con Damián y Gonzalo, quienes lo recibieron con expresiones igualmente curiosas.
—¡Lucas! —exclamó Damián, sin poder ocultar su asombro—. ¿Qué fue eso? Pareció que el pasillo se encendió solo para ustedes dos.
Gonzalo, quien no había perdido la oportunidad de observar la interacción, lo miró con una mezcla de sorpresa y picardía.—No me digas que solo fue casualidad, porque eso fue demasiado perfecto. ¿Qué está pasando?
Lucas, sintiendo aún el calor del encuentro, se pasó una mano por el cabello, intentando ordenar sus pensamientos.—No lo sé... Fue... simplemente un momento.
—¿Un momento?, incluso la ropa que llevas puesta no es tuya, a ti no te gusta el color blanco y menos camisas —repitió Gonzalo, casi incrédulo—. ¿Sabes lo que daría yo por un "momento" así?
Damián se echó a reír, dándole una palmada en la espalda a Lucas.—Sea lo que sea, fue impresionante, hermano. Pero no creas que te vas a librar de explicarnos más tarde.
Lucas sonrió, aunque no tenía todas las respuestas. La conexión que había sentido con Leonardo, la forma en que el mundo pareció detenerse a su alrededor, era algo que aún estaba tratando de procesar. Pero en el fondo, sabía que ese momento, aunque breve, había significado mucho más de lo que las palabras podían expresar.
Continuará...
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