Capítulo IX: Destino a Grecia
El bullicio del aeropuerto resonaba a su alrededor mientras Leonardo y Lucas caminaban hacia la puerta de embarque. Las pantallas anunciaban vuelos a destinos exóticos, pero ninguno captaba tanto la atención de Lucas como el que estaba a punto de tomar. Grecia. Apenas podía creer que estaba ahí, sosteniendo su pasaporte en una mano y la maleta en la otra, a punto de embarcar en una aventura que nunca habría imaginado meses atrás.
Leonardo, a su lado, parecía sereno y seguro, pero Lucas notaba la emoción contenida en sus ojos. Ambos compartían sonrisas nerviosas, conscientes de que este viaje no solo representaba una escapada invernal, sino un nuevo capítulo en su relación. Lucas tomó aire, sintiendo cómo sus preocupaciones se desvanecían poco a poco, reemplazadas por la emoción del descubrimiento y la promesa de lo que estaba por venir.
Mientras avanzaban en la fila para abordar, Leonardo se giró hacia Lucas y le ofreció una sonrisa cálida, apretando suavemente su mano.—Estoy muy contento de que decidieras venir —dijo, sus palabras llenas de sinceridad.
Lucas le devolvió la sonrisa, sintiendo que, a pesar de todas las dudas, había tomado la decisión correcta.—Yo también lo estoy, Leo. No puedo esperar para ver qué nos depara este viaje.
Con sus pasajes en mano y el futuro incierto, ambos se embarcaron en el avión, dejando atrás el frío de Buenos Aires y preparándose para un viaje que, lo sabían, cambiaría sus vidas para siempre. Luego de un largo viaje, el avión comenzó su descenso hacia Atenas, y desde la pequeña ventanilla, Lucas pudo ver las primeras imágenes de Grecia. La tierra, bañada por la luz dorada del atardecer, se desplegaba ante él, un paisaje que parecía sacado de un sueño. Aunque había visto fotografías, estar allí, contemplando el lugar donde la historia y la leyenda se entrelazaban, era una experiencia completamente diferente.
Cuando finalmente llegaron a las antiguas ruinas, Lucas sintió que el aire mismo estaba cargado de historia. Frente a él, las grandes columnas del Partenón se alzaban como gigantes de piedra, silenciosos testigos de una era que había moldeado el mundo. A su lado, Leonardo observaba en silencio, con una expresión de asombro que reflejaba la de Lucas.
"Grecia," pensó Lucas, "este lugar es más que un país, es una memoria viva." cada piedra, cada fragmento de mármol desgastado, parecía contar una historia de grandeza y decadencia, de poder y caída. Mientras caminaban por los restos de lo que alguna vez fueron templos majestuosos, Lucas no podía evitar sentir como si estuviera atravesando una ciudad perdida, una que existía tanto en la realidad como en los sueños.
El viento soplaba suave, acariciando las columnas que aún permanecían en pie, como si intentara revivir los ecos de una civilización que había dejado una huella indeleble en la historia. Las ruinas, aunque deterioradas por el paso de los siglos, conservaban una dignidad imponente, un recordatorio del esplendor que una vez dominó estas tierras.
"Aquí, en medio de estos restos," pensó Lucas, "Se siente como si el tiempo se hubiera detenido". Las columnas rotas, esparcidas por el suelo, parecían formar un enigma, un rompecabezas que los siglos aún no habían terminado de resolver. Y sin embargo, a pesar de la desolación, había una belleza innegable en la forma en que la naturaleza y la historia se entrelazaban.
Mientras seguían explorando, Leonardo le apretó suavemente la mano, sacándolo de sus pensamientos. "Es increíble, ¿verdad?" susurró, como si las palabras más fuertes pudieran romper el hechizo que los rodeaba. Lucas asintió, sin atreverse a hablar, por miedo a que la magia del momento se desvaneciera.
En ese instante, Lucas comprendió que Grecia no era solo un destino turístico; era un puente entre el pasado y el presente, un lugar donde la grandeza antigua y la fragilidad moderna coexistían en un delicado equilibrio. Y mientras caminaban entre las ruinas, bajo el cielo griego, Lucas sintió que, de alguna manera, este viaje estaba transformándolo, conectándolo con algo mucho más grande que él mismo. Las ruinas majestuosas parecían susurrar secretos atemporales; no eran meros restos del pasado, sino portadores de una sabiduría que se resistía a desaparecer con el tiempo.
Lucas sentía que, de algún modo, los antiguos filósofos griegos le hablaban desde la eternidad, compartiendo con él fragmentos de su filosofía de vida. La historia aquí no era solo un eco distante, sino una presencia vibrante que impregnaba cada piedra, cada sombra. Era como si la esencia misma de Grecia se filtrara en su alma, transformándolo de manera sutil pero irrevocable.
Las enseñanzas de Sócrates, Platón y Aristóteles no eran solo teorías abstractas, sino un prisma a través del cual él comenzaba a ver su propia vida. Lucas sintió que estaba siendo iniciado en un diálogo eterno, uno en el que las grandes preguntas de la humanidad resonaban a través de los siglos, invitándolo a reflexionar, a crecer, a buscar la verdad en su propia existencia.
Mientras Lucas y Leonardo caminaban juntos bajo el esplendoroso atardecer griego, el cielo se teñía de tonos cálidos y dorados, mezclando el crepúsculo con el espíritu de un viaje que prometía ser inolvidable. A medida que la conversación entre ellos fluía, la mente de Lucas, impulsada por el entorno evocador, se aventuró hacia un momento crucial del pasado.
El atardecer griego no solo marcaba el final de un día, sino también el de una fase importante en su vida. En medio de este contexto, Lucas recordó una tarde similar, pero en un lugar muy distinto, el parque Rivadavia en Buenos Aires, donde había conversado con Damián.
—No sé, Damián. Grecia parece un sueño para mí, pero también... me da miedo. Es como si temiera encontrarme a mí mismo ahí, o peor, perderme —dijo Lucas, mientras caminaba por el parque, su voz cargada de incertidumbre.
—A veces, perderse es la única manera de encontrarse —respondió Damián, colocando suavemente una mano en el hombro de Lucas y sonriendo con comprensión—. Grecia no es solo un destino turístico. Es un lugar que puede cambiarte, ¿Pero por qué tanta duda? ¿Es por Leonardo?
—Sí, un poco... —admitió Lucas, mirando al suelo mientras sus pensamientos giraban en torno a su relación—. No sé cómo explicarlo, pero siento que este viaje lo cambiaría todo entre nosotros.
—Las relaciones se fortalecen con desafíos, no con evitarlos —dijo Damián, asintiendo con firmeza—. Leonardo te conoce bien. Estoy seguro que su invitación fue con la mejor de las intenciones, eso significa poder enfrentarte a lo desconocido.
—Tienes razón —dijo Lucas después de un suspiro, pensativo—. A veces siento que me aferro demasiado a lo que conozco, a lo que me da seguridad. Pero hay algo en este viaje que me llama, como si Grecia tuviera algo que enseñarme.
—Estoy seguro de que lo tiene —afirmó Damián, mirándolo con seriedad—. Este no es solo un viaje. Es una oportunidad para conectarte contigo mismo y con él, y cuando vuelvas, serás una versión mejorada de ti mismo, tanto para ti como para Leonardo. ¿Qué es lo que realmente te detiene?
Lucas se quedó en silencio por un momento, reflexionando antes de hablar de nuevo.—Creo que tenía miedo de que Leonardo no entendiera, que esto es muy importante y significativo—confesó, con sus palabras apenas en un murmullo—. Pero ahora veo que es todo lo contrario. Es por nosotros, por lo que quiero hacer esto.
—Entonces hazlo —dijo Damián con una sonrisa—. Hazlo sabiendo que estás abriendo un nuevo capítulo en tu relación. Confía en eso, y confía en él.
En Grecia, bajo la luz del atardecer, el sol descendía lentamente sobre las antiguas ruinas, bañando el paisaje con un dorado cálido. Lucas y Leonardo caminaban juntos por un sendero rodeado de columnas que, aunque desgastadas por el tiempo, aún mantenían una majestuosidad que cortaba la respiración. La brisa suave acariciaba sus rostros, y el silencio del lugar, interrumpido solo por el susurro del viento, parecía llevar consigo ecos de un pasado lejano.
—Todavía no me has dicho qué fue lo que te hizo decidirte al final —dijo Leonardo, rompiendo el silencio mientras sus ojos se fijaban en las imponentes columnas que los rodeaban—. Sé que este viaje te ha dado vueltas en la cabeza por un tiempo.
Lucas se detuvo por un momento, contemplando el horizonte antes de responder.—Fue una charla con Damián —comenzó, con una sonrisa nostálgica en los labios mientras recordaba la conversación—. Me ayudó a darme cuenta de que no estaba huyendo de nosotros, sino que estaba buscando algo que podría hacernos aún más fuertes. Entendí que este viaje era algo que necesitaba hacer, por nosotros.
Leonardo asintió, y con un gesto suave, tomó la mano de Lucas. El contacto entre ellos, bajo la luz dorada del atardecer, parecía sellar una promesa tácita.—Estoy orgulloso de ti por tomar esa decisión —dijo Leonardo, su voz era un susurro cargado de emoción—. Sabías que Grecia era importante para mi, y me alegra que te hayas dado la oportunidad de descubrir más de nosotros aquí. Y te prometo que estaré contigo en cada paso, incluso si a veces es desde la distancia.
—Gracias por entenderme, Leo —respondió Lucas, mirándolo con una sinceridad profunda en sus ojos—. Sé que suena extraño, pero siento que este viaje es parte de nuestro camino juntos.
Leonardo sonrió, y en ese momento, bajo el cielo griego teñido de tonos naranjas y rosas, todo parecía tener un sentido perfecto.—Y siempre me tendrás a tu lado —sentenció Leonardo, apretando su mano con más fuerza—. Ahora, vamos a descubrir juntos qué es lo que Grecia tiene reservado para nosotros.
Leonardo, sonrió, y en ese momento, bajo el cielo griego teñido de tonos naranjas y rosas, todo parecía tener un sentido perfecto. La luz dorada del atardecer bañaba sus rostros, acentuando la blancura de su piel y el brillo en sus ojos. Lucas, observó cómo los ojos de Leonardo, de un azul profundo como el océano en calma, se encontraban con los suyos, que reflejaban el verde vibrante de un bosque en plena primavera.
Los labios de Leonardo, finos y sensuales, contrastaban con los de Lucas, igualmente delicados pero con una sensualidad propia que invitaba a la proximidad. Mientras sus rostros se acercaban, las facciones de Leonardo, se suavizaron en una expresión de ternura, su mandíbula ligeramente tensa mostrando la concentración del momento. Lucas, por su parte, sintió cómo su piel se erizaba ante la expectativa, su corazón palpitando con una mezcla de emoción y tranquilidad que lo envolvía por completo.
Leonardo, inclinó suavemente la cabeza, y sus labios encontraron los de Lucas en un beso profundo y ardiente. La conexión entre ellos fue inmediata, un entrelazamiento de lenguas y un suave roce que desbordaba sensualidad. Los sabores de sus bocas se fusionaron en un beso francés que, sin prisa, exploraba el otro con un ansia contenida. La saliva compartida se convirtió en el líquido vínculo de su intimidad, intensificando la sensación de unión y deseo.
El beso se hizo más apasionado a medida que sus lenguas se entrelazaban, sus movimientos lentos y deliberados, como si el tiempo se hubiera detenido para ellos en ese instante perfecto. Las suaves caricias de sus labios eran como la melodía de una sinfonía, cada toque y cada presión hablando de su amor y compromiso. El mundo a su alrededor parecía desdibujarse, como si el crepúsculo griego hubiera tejido un velo alrededor de ellos, envolviendo el momento en una atmósfera de ensueño y perfección.
Bajo el resplandor del atardecer, el calor de su conexión se convirtió en una llama ardiente que los mantenía unidos, mientras el cielo cambiaba de colores y el horizonte prometía un futuro lleno de posibilidades. En ese instante, Lucas y Leonardo estaban completamente inmersos en el calor de su amor, el mundo exterior desaparecía en la intensidad de su abrazo y el beso que sellaba su compromiso.
CONTINUARÁ...
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