44. (IM)POSIBLE
El atardecer muere en el horizonte y las luces de Miami cobran vida en su lugar. Con los indicios de la noche, las calles se colman de vehículos y la segunda parte del día comienza. La humedad pesa en el ambiente y se huele el petricor incluso desde mi apartamento. Hay un no sé qué en el clima que sienta ideal con la idea de fin de año, del cierre de un ciclo. Quizá sea el cielo gris o la neblina que difumina siluetas lejanas y que remite a películas apocalípticas.
Hace calor. Es increíble que nos encontremos en medio del invierno. Incluso para ser Florida, la temperatura es más alta de lo usual en esta época del año. Lo agradezco porque me llevo pésimo con el frío, aunque eso no quita que me extrañe y que me preocupe lo que el constante calentamiento de las estaciones significa.
Fumo otro cigarrillo mientras Nina se alisa el cabello en el baño. No le he dicho todavía cuál es el plan para esta noche, pero sí le confirmé que vamos a salir. Me habría agradado conseguir invitaciones para un sitio más interesante, pero estaba todo agotado. Al menos iremos a hacer la cuenta regresiva a un lugar que seguro le sorprenderá.
"¿Qué hora es?", me pregunto y miro el teléfono: las seis y media. Tengo tiempo de fumar un poco más antes de ir a buscar algún atuendo bonito para la ocasión.
Apoyo la espalda contra el muro externo del apartamento y leo los titulares de las noticias en la pantalla. No presto demasiada atención porque rara vez hallo algo interesante. Los artículos tienen una mezcla bastante pareja entre política, deportes, chismes de famosos y temas estúpidos como la historia de un señor de aquí que le lee cuentos infantiles a los cocodrilos salvajes de las reservas naturales. Es un dicho popular que Florida es un imán para la gente loca.
Bostezo y apago el cigarrillo, aburrida. Me fijo cómo estará el clima durante el resto de la noche. Por fortuna, parece que no volverá a llover hasta mañana por la tarde, es un alivio. El viento todavía sopla más fuerte de lo que me gustaría, pero sé que aquí arriba es peor que en el suelo, así que intento no estresarme por ello.
Estiro los brazos hacia arriba y regreso al interior. Estoy cansada, me encantaría ser de la clase de personas que pueden tomar siestas ocasionales sin inconvenientes. Eso no es para mí. No puedo, aunque lo intente. Si trato de dormir durante la tarde, simplemente acabo perdiendo el tiempo despierta sobre la cama por horas, con la mente trabajando y viajando hacia rincones oscuros que detesto explorar ya que alimentan mi constante ansiedad y fortalecen las inseguridades.
—¡Oye! —Llamo a Nina, que tiene la puerta del baño abierta mientras continúa luchando con su cabello y la humedad del día—. ¿Ya sabes qué te pondrás?
—¡Ni idea! —grita ella—. ¿Tú?
—Justo eso voy a ver —enciendo la cafetera para calentar el agua antes de ir al cuarto—. Hace calor, por cierto, así que búscate algo ligero y un abrigo que puedas quitarte.
—Entendido. ¿Puedo saber a dónde vamos?
—No —río y paso frente al baño; doy una mirada al interior sin que ella se dé cuenta. Nina está en ropa interior, se muerde el labio, concentrada en su reflejo y en el mechón rebelde que repasa una y otra vez—. Lo que sí puedo comentarte es más o menos el estilo...
Ella se gira al notar que estoy cerca. Por un instante, mueve un brazo como si quisiera cubrirse; luego, se detiene al darse cuenta de que es una reacción innecesaria y suspira.
—Sí, por favor. No quiero hacer el ridículo. ¿Es una reunión formal? ¿Una cena elegante? ¿Un bar? ¿Un club nocturno? —enumera lo que se le ocurre.
—Nada de eso en concreto —esbozo una sonrisa traviesa, me encanta su curiosidad—. Pero ponte algo que se vea bonito, sin ser incómodo. No uses faldas amplias porque el viento está fuerte. Tampoco te pongas tacones altos, no los recomiendo. Podría ser un vestido de verano largo, o leggins con una blusa, tal vez.
—¿Tienes ideas de lo que te pondrás?
—Algunas —admito—, quiero probarme un par de combinaciones.
—Pues ya me mostrarás —sonríe—. Prometo que en unos minutos termino con esto.
—Tómate tu tiempo, es temprano.
—Sí, pero puede que tarde media hora o más viendo qué me pongo. Y luego queda el maquillaje...
—Okey, te dejo para que te concentres —aviso y continúo caminando por el corredor hasta mi cuarto.
Así, las siguientes horas transcurren enfocadas en los preparativos personales. Nos cruzamos de vez en cuando, sin estorbar a la otra. No entiendo por qué hoy nos está tomando tanto rato prepararnos. A decir verdad, esta dinámica que compartimos me agrada porque se siente la individualidad en la compañía. Es cómodo que seamos dos personas sin perdernos a nosotras mismas y sin necesitar orbitar una alrededor de la otra.
Y, antes de que nos demos cuenta, es hora de partir.
***
El muelle nos recibe con luces amarillentas. Pequeños cables de focos se enroscan por los postes de luz y por los árboles de la zona. El ambiente festivo se percibe a nuestro alrededor. Hemos llegado justo a tiempo para embarcar en el pequeño crucero que se aleja solo un par de kilómetros de la costa para ver los fuegos artificiales sobre la ciudad. Según las fotos de internet, es un paisaje increíble.
—Wow —murmura Nina, que se abraza el cuerpo porque el viento le molesta—. ¿A dónde vamos?
—A ningún lado —río—. Servirán aperitivos mientras navegamos un ratito hacia el mar. Luego nos detendremos para la cena y el brindis. A medianoche saldremos a ver el espectáculo de pirotecnia a la terraza del barco y nos traerán de regreso a la costa —hago una pausa—. Y luego...
—¿Luego qué?
—Hay una fiesta bastante informal en la playa. Gratis y divertida. Va a haber muchísima gente y creo que podría ser más entretenida que ir a una de esas celebraciones exclusivas en sitios VIP. —Me encojo de hombros—. Esas no son para mí. El ambiente es muy... —dejo la frase inconclusa y solo hago un gesto de desagrado.
—El plan suena bien —dice ella—. Gracias... en serio, gracias por todo. Yo... —Se frota los ojos con cuidado.
—¿Estás llorando?
—No —miente—. Es el viento.
—¿Pasa algo?
—Es solo que... esto es mágico. Nunca imaginé que podría vivir algo como esto, ni contigo ni con nadie. Me hace muy feliz y quiero... quiero asegurarme de disfrutarlo y de grabar en mi memoria cada instante para jamás olvidar noches como esta... sé que es tonto...
Coloco un brazo alrededor de su cintura con disimulo y la aproximo a mí.
—Me alegra que disfrutes. ¿Sabes? Yo suelo pasar las fiestas sola en el apartamento, esto es especial para mí también —admito.
Muestro nuestras entradas digitales en mi teléfono al guardia y abordamos. Aquí hay gente de todas las edades. Muchos van bien vestidos, con elegancia. Otros tienen atuendos para ir luego a clubes, mucho más atrevidos. Hay turistas que llevan el traje de baño por debajo de los vestidos o que van con ropa deportiva. Me agrada el eclecticismo.
Los meseros nos conducen a una antesala previa al salón comedor. El espacio es completamente vidriado y permite que disfrutemos del paisaje nocturno a nuestro alrededor. Nos entregan copas con sidra y ofrecen también algunos aperitivos.
Nina y yo conversamos en un rincón. Tratamos de evitar temas serios esta noche, hay un pacto tácito entre ambas al respecto. Ella compara Albany con Miami en estas fechas y relata la vez que fue a hacer la cuenta regresiva a Times Square con su prima y cómo casi se desmayó por la cantidad de gente que había. Yo comento, en contraste, sobre la vez que no pude tomarme vacaciones en estas fechas y pasé la noche sola en Inglaterra en medio del tour. Caminé por la zona aledaña al London Eye, había otros turistas. El frío era insoportable, pero no nevaba. Había muchísimas parejas y yo me había quedado sola con Richie, que se había ido a celebrar a un bar gay con amigos que conocía en la ciudad. No me interesó acompañarlo y, para las diez de la noche, ya estaba de regreso en el hotel intentando dormir.
En algún punto, el navío comienza a moverse.
—Espero que no te cause náuseas —pienso en voz alta—. Ni se me ocurrió preguntarte o comprar algún remedio...
—Creo que estaré bien —afirma ella—. ¿Cómo se llama el barco?
—Royal Horizon —recuerdo—. Me parece...
Las puertas que conducen al salón principal se abren a varios metros de donde nos encontramos y una voz potente nos invita a todos a pasar. Las mesas tienen el número de reserva en el centro, es un pequeño cartel azul oscuro con la tipografía en dorado. Van en orden comenzando a la izquierda, así que por instinto voy hacia el extremo opuesto.
—¿Cuál buscamos?
—La 27B... debería estar cerca de las ventanas —respondo e intento navegar entre la multitud.
Pasados algunos minutos, encontramos el sitio y nos acomodamos. Pude conseguir una mesa pequeña para dos personas porque alguien canceló a último momento. De lo contrario, nos habría tocado compartir el espacio con otro grupo. Y la verdad es que eso no me gusta.
El reflejo del ventanal más cercano nos regresa la imagen de nuestros semblantes. No es por presumir, pero nos vemos muy bien. Yo me he puesto un corsé blanco corto y pantalones negros ajustados que parecen shorts regulares en la parte superior y luego cobran transparencia repentina algunos centímetros por debajo de mi trasero. Nina lleva un pantalón azul petróleo de tiro alto y una blusa beige de hombros caídos; las mangas son largas, pero el material es ligero y fresco. Sé que no combinamos, jamás lo hacemos, pero eso no quita que me encante el reflejo.
Un mesero se aproxima a nuestro sitio con dos vasos de agua, un vino blanco y otro par de copas vacías. Nos entrega el breve menú que cuenta con apenas cinco opciones generales para esta noche. Hay un plato vegano, uno con carne, uno de pastas, uno de pescado y otro sin gluten. Para la entrada hay distintas sopas y, de postre, se puede escoger entre helado, fruta o pastel.
—Pues... yo quiero la sopa italiana, pastas y pastel —decide Nina y le regresa el cartón al mesero.
—Y para mí... sopa de verduras, el plato de salmón ahumado y helado, por favor.
El chico asiente con un gesto amable y se retira. Definitivamente esta cena también se siente como una cita.
Conversamos sobre comida hasta que acabamos el postre. Se nota que Nina tiene pasión por lo culinario y que posee ya varios conocimientos básicos que ha adquirido por su cuenta.
—¿Consideraste abrir un canal en ViewTube en el que preparas recetas sencillas y sorprendentes? Siento que te podría ir muy bien con ello —sugiero.
—Ya hay cientos de personas haciendo lo mismo... —suspira ella y desvía la mirada hacia el exterior.
—Pero ninguna es Nina Anderson —bromeo—. También había un montón de adolescentes cantando cuando yo subí mi primer video. Y sí, sé que es cuestión de suerte y demás. No hace falta que me lo repitas. Es solo que... intentarlo no cuesta nada. —Hago una pausa—. Además, no digo que lo hagas de manera profesional o que busques una carrera que te genere dinero. Sino que lo hagas por amor a algo que te agrada.
—Es que...
—Déjame terminar —pido—. Siempre me dices que amas la cocina y que dudas que valga la pena ir a la universidad para ello. Entonces ¿por qué no hallar el tiempo de explorar esa pasión tuya en internet? Aunque jamás logres monetizar el canal, te permitirá expresarte. Créeme que se siente increíble hacer lo que amas, más allá del dinero.
—Mm... no sé nada de filmación o edición de videos y...
—Sin excusas. Te puedo enseñar lo básico. Y hay tutoriales. Cualquiera puede hacerlo. Si yo, que soy un asco con la tecnología, puedo. Tú también.
Nina abre la boca, pero antes de que pueda decir algo nos anuncian que faltan diez minutos para los fuegos artificiales, así que nos ponemos de pie y comenzamos a caminar rumbo a la salida.
Noto que algunas parejas mayores permanecen en sus mesas y observan a través de los vidrios. La mayoría, sin embargo, va hacia las escaleras que llevan al balcón superior y a la terraza, desde donde la vista será mejor.
Entre la multitud, Nina toma mi mano y se aferra con fuerza para no perderme de vista. Estoy a punto de soltarme por miedo a que alguien me reconozca y lo vea. Sin embargo, mi cuerpo reacciona al contrario, sosteniéndola también a ella y guiándola por las escaleras. Este es un gesto lo suficientemente normal entre hermanas y entre amigas. No debería preocuparme demasiado. Además, me agrada.
—¿Balcón o terraza? —consulto.
—Ni idea, lo que prefieras.
—No, hoy te toca decidir a ti.
—¿Y si me equivoco? —Hace un mohín.
—Nada. Vamos a ver el espectáculo de todas formas. No hay graves consecuencias por un error. La vida es eso: elegir lo que creemos mejor incluso cuando no tenemos ni idea de si estamos en lo correcto o no. Así que dime, ¿desde dónde veremos el cambio de año?
—Desde la cima —duda—. Me parece que será mejor.
Asiento, sonriente. Continuamos subiendo hasta la terraza del navío. Ya hay bastante gente aquí, pero logramos abrirnos espacio hasta alcanzar el barandal hacia el lado de la ciudad, nada ni nadie bloqueará la vista.
Nina suelta mi mano y coloca el brazo alrededor de mi cintura con naturalidad. A Myre le urge pedirle que se detenga. A Vanesa le encanta la sensación de estar acompañada y de que alguien la quiera.
Un tanto nerviosa, doy un vistazo veloz a la multitud y me doy cuenta de que, por fortuna, cada quien parece envuelto en su propio mundo, concentrado en la gente con la que ha venido o en el cielo nocturno. Muchos se toman selfies o también fotos a la costa. Miami de noche se ve increíble, con los altos edificios llenos de pequeñas luces que recortan la oscuridad.
Busco el teléfono en mi pequeño bolso y veo la hora. Quedan solo cuatro minutos para medianoche. Es la primera vez que espero el cambio de año con ansiedad e incertidumbre. Es extraño, casi surreal, estar aquí junto a Nina.
Giro el rostro en su dirección y la observo. Ella tiene la mirada perdida en el horizonte, los ojos le brillan por la felicidad y una sonrisa sincera asoma en su semblante. La luz tenue de la terraza ilumina apenas los detalles, creando un juego de sombras cinemático. Es como si estuviera en una película y nos halláramos en ese momento cúlmine en el que el protagonista se da cuenta que está enamorado y decide, por fin, besar a la chica luego de casi dos horas de tensión.
Nuestro caso no es tan romántico ni especial y, aun así, percibo estos instantes como mágicos.
—Tres minutos —susurro bajito cerca de su oído.
Ella asiente y deja caer su cabeza sobre mi hombro. Las sandalias de plataforma la han dejado a la altura exacta para lograrlo.
—Gracias —murmura ella.
—¿Por qué?
—Por existir. Por darle sentido a mi vida. Por ser un sueño hecho realidad.
No sé qué responderle. Sabe que los halagos me incomodan, así que creo que no espera que diga nada al respecto. Coloco un brazo también alrededor suyo para darle a entender que me alegra saber que se siente bien y animada esta noche.
Nos mantenemos así, abrazadas y en silencio hasta que la gente comienza con la cuenta regresiva.
—Sesenta. Cincuenta y nueve. Cincuenta y ocho —exclaman, mirando las pantallas, algunos seguro están filmándose a sí mismos—. Cincuenta y dos. Cincuenta y uno. Cincuenta.
Yo decido tomar una foto fugaz de la ciudad y guardar mi teléfono en el bolso. En una situación normal, grabaría lo que ocurre para colocarlo luego en redes sociales, hablando de la vida y demás. Pero quiero que esto se quede en el ámbito privado de Vanesa. El mundo no tiene que entrometerse en el paisaje de esta noche.
—Quince. Catorce. Trece. Doce. Once... —continúa la multitud. Yo sigo los números en silencio, en mi mente—. Ocho. Siete. Seis. Cinco. Cuatro...
Cuando solo faltan tres segundos, Nina se percata de que la observo y gira su rostro en mi dirección.
—Dos. Uno... ¡Feliz año nuevo! —Se oye un grito generalizado, que pronto es acallado por los fuegos artificiales.
En la costa, y por encima de los edificios, se ven luces que comienzan a elevarse y a estallar sobre el mar. Son tantas que iluminan el paisaje como si fuera el atardecer.
En un impulso, acerco mi rostro al de Nina y le robo un beso fugaz del que temo podré arrepentirme. El ambiente de júbilo y la situación en sí son más fuertes que Myre. Vanesa predomina, y desea ser feliz.
Las explosiones de colores se confunden con los flashes de las cámaras.
"Espero que nadie haya tomado foto o video de esto", digo y le guiño un ojo a Nina antes de regresar la mirada al espectáculo en el cielo.
—Shhh —susurro antes de que ella pueda decir nada, acompaño esto con el gesto de colocar un dedo sobre mis labios.
Así, permanecemos absortas en nuestros pensamientos y en la contemplación de la ciudad, de sus luces y del paisaje.
Ideas tontas comienzan a tomar forma en mi mente. Ideas que sé que son peligrosas y que debo alejar. ¿Qué ocurriría si decidiera oficializar una relación con Nina? ¿Cómo se lo tomarían la prensa y mis fans? ¿Qué tanto podría eso lastimarnos a ambas? Por un lado, sería horrible tener que lidiar con la exposición constante de lo privado. Mi padre se enfadaría y amenazaría con romper el delicado lazo que nos mantiene unidos. Además, eso pondría mucha presión en la vida de Nina también: gente pidiéndole fotos, comentarios hirientes en medios de comunicación, haters criticando su silueta, etc.
Jamás podríamos tener una relación real. Porque yo soy Myre. Porque también soy Vanesa. Y porque, aunque intente negarlo, me importa mucho el daño que el mundo mediático podría hacerle a Nina.
***
Desembarcamos pasada la una de la madrugada. Muchos de los pasajeros bostezan, otros parecen listos para enfrentarse a una noche llena de celebraciones y de diversión. Nosotras nos encontramos en un punto medio.
—¿Y ahora? —consulta Nina, que se abraza a sí misma a causa de una ráfaga de viento fresco.
—Mi plan es ir a la playa. Te comenté que hay una fiesta sencilla de la que me habló Crest. Conociéndolo, seguro es algo más bien hippie. Se supone que es hasta el amanecer y pues...
—Ciertooo, tú querías ver el sol salir en la costa —completa ella—. Pues vamos, entonces.
—¿No estás cansada? ¿O muerta de frío?
—Un poco. —Nina se encoge de hombros—. ¿Es muy lejos?
—Eh... no sé. Tendría que ver el GPS, pero supongo que como media hora o más en motocicleta.
—Vamos —asegura ella—. Si quiero volver antes, te aviso. Por ahora, estoy bien.
Asiento. Vamos hasta Tali y montamos otra vez. Nina se aferra con fuerza a mi cintura y, esta vez, de alguna forma, se siente distinto. Me agrada. Y me asusta.
Conducimos en silencio. La mayor parte del trayecto la hacemos por una avenida que bordea la costa. Hay poco tráfico, y me asusta que muchas personas podrían estar ebrias detrás del volante. Me muevo con cautela e intento mantener una buena distancia de los otros vehículos que cruzamos.
Aparcamos frente al océano cuando ya casi son más de las dos de la mañana. El amanecer es alrededor de las siete, así que todavía nos quedan cinco horas por delante.
Nos quitamos los zapatos y los dejamos en la mochila que cargamos con nosotras al venir, amarrada a la motocicleta. Descalzas, avanzamos por la arena hacia la muchedumbre.
Han montado una carpa de estilo gazebo blanca enorme. Hay luces de Navidad colgando alrededor de todo el perímetro y enroscándose con las columnas que la sostienen en pie. También colocaron grandes lámparas en el suelo, junto a parlantes que emiten música de ritmo movido.
Hay mesas con comida y un bar tiki improvisado, un sector posee sillas blancas de jardín en demasía para los que desean sentarse. En el centro se armó una pista de baile. Debe haber alrededor de cien personas, no está mal. Es suficiente gente como para montar una buena fiesta, pero no un número tan exagerado que incomoda.
En un rincón, detrás del equipo de DJ, veo a Crest. Va vestido igual que siempre, con sus playeras hawaianas y grandes audífonos. Con una mano maneja la consola y en la otra sostiene un trago dentro de un coco.
—No sé tú, pero yo quisiera un margarita —suelto—. O lo que sea que tengan. Prometo que será solo uno —río.
—Eh... quiero probar algo nuevo —admite ella—. También para beber lento y uno solo.
Nos aproximamos al bar y aguardamos por nuestro turno. Pedimos al encargado que nos prepare lo que sea frutal que nos recomiende y él sonríe ante ello. Nos pregunta sobre qué preferencias tenemos para decidir las bebidas y luego comienza a mezclarlas. Cuando nos las entrega, dejo una buena propina.
Vamos después a saludar a Crest, sin interrumpir su labor, y nos acomodamos en dos de las sillas plásticas para beber tranquilas. A decir verdad, más que divertirme en la fiesta quiero ir a meter los pies en el agua helada del océano.
—Pss... —llamo a Nina un par de minutos más tarde, que parece distraída.
—¿Mmm?
—Voy a caminar hasta la costa —señalo—. Ya regreso.
—Te acompaño —sugiere.
—No, es que quiero fumar. —Me pongo de pie, dejando la bebida en sus manos—. Prometo que volveré pronto.
Así, entierro mis pies en la arena helada y enciendo un cigarrillo con dificultad a medida que me alejo hacia el agua. Apenas puedo ver por dónde camino, pero no me importa. Avanzo lento, la noche está cada vez más fría y aquí no hay edificios que bloqueen el viento. Espero no enfermarme porque tengo que seguir trabajando toda la semana.
Me detengo cuando siento humedad bajo los pies y aguardo a que la siguiente ola roce me los dedos con timidez. Un escalofrío me recorre de inmediato, así que retrocedo hasta regresar al sector seco. Allí, me siento y fumo. Da igual que mi ropa se ensucie.
Alzo la vista a las estrellas y suspiro, estresada. Las manos me tiemblan y el corazón late aprisa. No sé si estoy contenta o aterrada, o ambas cosas a la vez. Las emociones van y vienen dentro de mí, confundidas.
"No estoy enamorada", me repito en silencio. "Y, si lo estoy, necesito obligarme a salir de ello".
Pero ¿es eso lo que deseo? Por primera vez en años lo que anhelo se contradice con lo que es mejor para mí y para el futuro. Y lo odio. No sé cómo lidiar con la situación. Comienzo a desesperarme.
"Cuando se vaya, mi vida regresará a la normalidad", miento y llevo la mano libre al pecho. Me duele.
Respiro hondo varias veces porque entiendo que un ataque de ansiedad se avecina y me grita en silencio que me levante y me deje llevar por el oleaje. Que la única salida es dejar de existir. Que no hay respuesta correcta ni soluciones, solo escapatorias.
Una de mis canciones preferidas suena por los parlantes a mis espaldas, las palabras llegan arrastradas por la brisa y aplacadas por el oleaje.
—"I am human and I need to be loved just like everybody else does" —canta The Smiths con How Soon is Now. Un tema apropiado para este instante.
Me repito que estos son los últimos días de desconcierto y que una vez que Nina tenga su propio espacio, la vida regresará a la normalidad. Con este pensamiento cobrando fuerza en mi interior, logro relajarme. Cierro los ojos y alejo la música, concentrando los oídos solo en el murmullo constante del océano hasta acabar con el cigarrillo.
Una vez que lo logro, me pongo de pie otra vez, sacudo la arena de mi ropa y regreso al gazebo, decidida a no arruinar la noche. Si debo ponerme ebria para no romperme, lo haré.
Bebemos un segundo trago cada una. Comemos aquello que no huele sospechoso y bailamos un rato para alejar el agotamiento; incluso tomamos algunas fotos juntas. La fiesta se relaja con el paso de las horas. Algunas personas se marchan, otras se quedan dormidas en los rincones o toman siestas en sus coches. Sospecho que más de una pareja utiliza los vehículos como habitaciones para el placer.
A eso de las seis, decidimos sentarnos en el suelo, cerca del agua. Donde no llegan los gritos ni la algarabía, lejos de la celebración y del bullicio. Estoy ligeramente mareada y Nina murmura que ella también. Reímos por eso y luego guardamos silencio, agotadas. Ya estoy vieja para quedarme levantada toda la noche.
Mis ojos comienzan a cerrarse... hago lo posible por resistir al cansancio. Y lo logro.
Apenas noto que el cielo comienza a aclararse, palmeó el hombro de Nina, su piel se siente fría al tacto, espero que tampoco se enferme.
—¿Ehh...? —consulta y se frota los ojos.
—Ya es hora —sonrío y señalo el agua.
Ella bosteza y estira los brazos hacia arriba, con la mirada fija en el horizonte.
—Perdona, me dormí...
—No es nada. Debí haberte ofrecido regresar antes —murmuro.
—Para nada. Yo también quiero ver esto. Aquí. Contigo. —Sonríe sin mirarme—. Y sé que es importante para ti.
—Gracias —respondo sin pensar.
—No agradezcas, te quiero —susurra ella, casi inaudible.
"Yo también", pienso.
—Lo sé —digo, sin embargo, para marcar un poco de distancia y no alimentar sus esperanzas.
El sol comienza a alzarse. Debemos cubrirnos los ojos con las manos porque nos golpea de frente. Es bellísimo sobre el agua. Me alegra poder verlo por fin. Quiero repetir esta experiencia en el futuro.
Nos quedamos allí un rato más, en silencio ante el hermoso amanecer que nos recibe en un nuevo año. Espero que sea mejor que el anterior.
¿Están preparados para el final del primer libro? Yo no.
Espero que lo estén disfrutando mucho ❤
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