43. (IN)CONSOLABLE
El colchón se siente incómodo esta noche, frío y duro. El apartamento completo me resulta ajeno e irreal. A pesar de la cercanía física entre Myre y yo, se percibe una distancia creciente y abismal. Es como si el preludio a nuestra separación iniciara de a poco, con silencios extensos y palabras que no encuentran el camino de salida.
Me arropo entre las sábanas, abrazo una almohada con fuerza y contengo el llanto. Llevo ya tres horas intentando, en vano, dormir. Los temores gritan en mi mente. Las preocupaciones sacuden mi interior e impiden que me relaje.
—¿Estás bien? —consulta Myre, de espaldas a mí y conteniendo un bostezo.
—No... —admito y respiro hondo—. Lamento haberte despertado.
—Tengo el sueño ligero —me recuerda. Se gira sobre la cama y acaricia mi cabello con suavidad—. ¿Qué te ocurre?
—N-nada —susurro—. Ya hablaremos mañana.
—Pasó medianoche, técnicamente es "mañana" —bromea—. ¿Qué te pasa?
—Tengo miedo.
—¿De qué, exactamente?
—No estoy segura... ¿de todo? Es más... —Me esfuerzo por encontrar la palabra indicada—. Es la incertidumbre.
—Bien. Ese es un gran primer paso. —Enreda uno de mis mechones entre sus dedos—. Definir la emoción es el inicio para ordenar las ideas. ¿Quisieras conversar ahora?
—No sé... es tarde.
—Mañana... bah, hoy, es fin de año. No tengo nada que hacer. —Me abraza por detrás, con sus manos descansando debajo de mi pecho—. ¿Por dónde quisieras comenzar?
—E-ese es el problema. No sé. No sé nada. E-estoy... Estoy... —comienzo a llorar—. Estoy a la deriva. Sola... Sin dinero... Sin nada... ¿Q-qué voy a hacer?
—Sh... calma. —Myre pone más firmeza a su abrazo—. Sé que no soy una buena persona, y que no puedo ofrecerte lo que quieres, pero... —Hace una pausa—. Pero tampoco pienso dejarte en la calle. Lo sabes, ¿no?
—¿C-cómo saberlo? —recrimino, las palabras salen solas—. C-contigo nunca sé nada.
—Ay, Nina... —suspira—. Como mínimo, deberías saber que no soy un monstruo. Que te aprecio, y que voy a ayudarte en lo que pueda.
—L-lo sé...
—Necesito que te concentres. Hagamos algo... cierra los ojos —pide y yo obedezco—. Imagina ahora que el tiempo pasa, ¿dónde quisieras estar en cinco años?
Trato de crear futuros posibles y positivos. Numerosas versiones de mí comienzan a tomar forma en la oscuridad.
La primera posibilidad es la que moldearon mis padres. Allí, estoy casada con Jonathan. Con mi título de abogada enmarcado en el muro de un bufete que lleva nuestros apellidos. Tenemos una casa relativamente grande y una familia tradicional. Cada cual usa su propio coche y pues... es como convertirme en una copia de mi madre.
No. Eso no es lo que quiero.
Otra versión que se me ocurre es más amena. Trabajando en una tienda del centro comercial y viviendo sola aquí en Miami. En estas escenas tengo una vida mucho más modesta, pero puedo juntarme con Myre cuando ella está disponible. Somos algo así como amantes de ficción.
Una tercera idea me lleva a otro lugar. Lejos, extremadamente lejos de aquí. Demasiado lejos de mis padres como para pensar en ellos. Demasiado lejos de Myre como para sufrir por lo que estamos atravesando ahora. Quizás en Europa, donde nadie me conoce. Trabajaría en un restaurante mientras hago cursos de cocina y persigo la posición de chef. ¿Cómo pagaría por todo eso? No lo sé.
En la última opción, tal vez mi preferida, no me mueve de aquí. Sigo en esta cama, junto a Myre. Tenemos una relación formal y pública. A ella no le importa lo que la gente pueda pensar. A mí no me importa lo que mis padres puedan pensar. Termino la carrera de abogacía a distancia mientras viajamos por el país y me especializo lo suficiente como para encargarme de todos sus asuntos. O, tal vez, escojo otra profesión que me guste más y que también pueda serle útil a ella. La cocina se vuelve solo un pasatiempo. Hago cursos y tomo talleres. Quizá incluso abro mi propio canal de ViewTube para mostrar recetas. Algunas veces grabamos juntas.
Pero sé que ese sueño es imposible y que debería ser más realista. También es un sueño egoísta y tóxico que depende de otros.
—¿Y? —consulta ella—. ¿dónde quisieras estar?
—Esa... esa no es la pregunta correcta —mi respiración está más calmada que hace algunos minutos.
—¿Por qué?
—Porque no podría estar en el sitio que deseo. Ahora... si la pregunta es dónde creo que estaría... ahí ya es otra cosa.
—A ver, dime, ¿dónde crees que estarás, entonces? —Myre besa mi hombro desnudo.
—En alguna ciudad como Manhattan, enorme y llena de luces... rentando un apartamento pequeño. Sola, o tal vez con un gato. Trabajaría para sobrevivir en cualquier lado. Y ya... —Trago saliva—. Sin título universitario ni grandes ambiciones. Solo... existiría y ya. Monótona. Pasando desapercibida entre la rutina. Pero... libre. Si me canso de un empleo, puedo buscar otro.
—¿No estudiarías? —consulta ella, sorprendida.
—Lo dudo. —Tomo sus manos en las mías y le indico que me suelte; cuando lo hace, giro para quedar frente a ella—. Lo más sensato sería recibirme de abogada porque me falta poco, aunque no me interesa. Y una carrera culinaria no me llevaría a ningún sitio, salvo que me volviera una chef famosa. Puedo tomar cursos de cocina por puro placer si tengo tiempo o ahorros.
—¿No tienes sueños? —Myre acaricia mi mejilla, sin dejar de verme directo a los ojos.
—No. Soy realista —suelto con sarcasmo—. Tú fuiste afortunada, pero la mayoría de la gente fracasa cuando se atreve a soñar. De cada mil personas que abren un canal de ViewTube, solo uno o dos logran monetizarlo. Y ni hablar de lo que tú alcanzaste. —Desvío la mirada—. Yo no puedo darme el privilegio de soñar cuando ni siquiera poseo una pasión que anhele perseguir. He aceptado hace tiempo que mi futuro va a ser mediocre y aburrido. No me molesta. Solo... solo me asusta tener que dar los primeros pasos sola y sin saber hacia dónde ir.
—Me cuesta entenderte...
—Toda mi vida supuse que seguiría el plan que mis padres trazaron para mí, aunque cada vez me disgustara más. Era sencillo y cómodo tener el futuro planeado y seguro. —Me muerdo el labio inferior, pensativa—. Ahora... pues no sé... por eso tengo miedo. No sé a dónde ir. No sé qué hacer. No sé cómo enfrentarme al mundo yo sola. Ni siquiera sé si tengo lo que hace falta para sobrevivir allá afuera. Estoy tan acostumbrada a que otros me digan qué hacer...
Myre estira el cuello y posa sus labios sobre los míos en un gesto que me sorprende porque carga con mucho más significado emocional que otros besos pasados. Literalmente está acallando mis inseguridades con su boca.
Y correspondo. Temerosa, rota.
—No estás sola —susurra ella.
—Tú tienes tu vida y yo no formo parte —murmuro—. Las vacaciones se acaban y no quiero ser una carga.
—No voy a cargarte por las escaleras, solo quiero tenderte la mano para que subas los primeros peldaños —responde—. Nina, tú vales más de lo que crees. Mereces más de lo que aspiras. Date una oportunidad en la vida. Eres inteligente y responsable. Sabes cómo conseguir lo que quieres. —Suspira—. Ojalá pudieras verte de la misma forma en la que te veo yo.
—¿Cómo me ves? —Me atrevo a preguntar.
—Hermosa. Fuerte. Capaz de lograr lo que te propones. Audaz. Divertida. Ingeniosa —enumera—. Te veo como a una gran mujer. Solo te falta valentía.
—Mierda, necesitas lentes —bromeo.
—Y tú necesitas un espejo mejor —responde Myre—. En serio. Si lo que quieres es un apartamento pequeño y un trabajo en cualquier tienda, te ayudaré a conseguirlo. Ya me podrás regresar el favor en el futuro seguro. Permite que te ayude.
—Ya has hecho demasiado.
—Al contrario. Tú has hecho demasiado.
—Solo estorbo...
—Nina. Escucha. —Coloca sus manos sobre mis hombros—. Si no hubieses estado aquí la noche en la que vimos a Wisp. Creo que... creo que yo... habría saltado.
Esta confesión me deja perpleja.
Myre tiembla un poco, contiene sus propias lágrimas.
—N-no digas eso...
—Estoy mucho más rota de lo que crees...
—Pues... tú tampoco estás sola.
Nos abrazamos en silencio durante un rato y, eventualmente, nos quedamos dormidas.
***
El último día del año se siente ominoso y aterrador. El cielo cubierto de grises nubes de tormenta genera un ambiente apocalíptico. Hoy, ráfagas de viento soplan con tanta fuerza que Myre no se atreve a fumar en el balcón, detalle que la pone de pésimo humor.
Mi ídola lleva casi veinte minutos caminando de un lado al otro de la sala. Por momentos va cruzada de brazos, luego coloca las manos en los bolsillos o en la espalda. Al final, vuelve a cruzarlos.
Sentada en el sillón, la observo con curiosidad y bostezo. Para mí, esta clase de clima es ideal para no hacer absolutamente nada. Ella parece diferir.
Se nos ha ido la luz hace un rato y la señal de internet es errática. En un comienzo, creí que se trataría de un tornado y me asusté, pero la alerta que llegó a nuestros teléfonos asegura que es únicamente una tormenta eléctrica y que pasará antes de media tarde.
—¿Y si tomamos una siesta? —sugiero.
—Nos acabamos de levantar —refuta ella—. Y hay mil cosas por hacer. Quería organizar una reunión virtual contigo y con Richie para definir bien qué es lo que quieres hacer en el futuro cercano. También estaba tratando de decidir a dónde iremos esta noche para la cuenta regresiva del cambio de año. Hay como cinco opciones que parecen interesantes, pero para la mayoría necesitamos conseguir entradas de antemano y, teniendo en cuenta que son las últimas horas, eso será complicado.
Bostezo otra vez y me quito los lentes para limpiarlos con el borde de mi blusa.
—Sí, sí, entiendo. Pasa que caminar en círculos no va a hacer que la luz regrese. Solo podemos esperar, y la mejor forma de hacerlo es ocupando el rato —hago una pausa—. Si vamos a salir esta noche, ¿no sería bueno tomar una siesta?
—A decir verdad... detesto dormir durante el día. Es una pérdida de tiempo —explica ella.
—Bueno, entonces cocinemos algo rico para almorzar. —Me pongo de pie.
—Puedes encargarte de eso sin mí. Sabes que soy un desastre en la cocina.
—¿Lee un libro? ¿Intenta componer en tus cuadernos? ¿Canta? Yo qué sé, hay mil cosas que podrías hacer y que serían más entretenidas y útiles que ir de un lado al otro.
Camino hacia el refrigerador y lo abro para ver qué opciones tenemos. Tomo un paquete de pechugas de pollo mientras trato de recordar la receta de mi mamá para prepararlo al limón con espárragos.
—¡Mierda! Necesito un cigarrillo —exclama.
—No, necesitas calmarte y ser paciente —bufo—. Se supone que en tres o cuatro horas las cosas regresarán a la normalidad. Podremos llamar a Richie, conseguir esas entradas, salir y demás. —Comienzo a exprimir un limón—. ¿Y en el peor de los casos? Pues nos quedamos aquí viendo películas y ya. Fin de año no es la gran cosa.
—¿No lo celebras? —consulta ella.
—Rara vez. Mis padres cada tanto hacen alguna cena formal con amigos o piden una reserva en un restaurante caro para ellos dos solos. Yo soy de quedarme en mi cuarto estudiando. —Me encojo de hombros.
—¿No te aburres? —insiste.
—¿Un poco? Tampoco me molesta. Prefiero tener un poco de paz y tranquilidad antes que lidiar con gente que no me interesa en un sitio elegante donde las personas se fijan hasta qué par de aretes uso.
Me volteo y noto que Myre reinicia el teléfono otra vez. La pantalla se apaga y vuelve a encenderse con el logo de la marca.
—Hoy será divertido, te encantará —promete—. Si consigo algo...
—¿Sabes? Aunque hagas un ritual vudú no vas a lograr que regrese la señal ni la electricidad. Solo... ríndete y espera.
—Me pone nerviosa aguardar.
—Y a mí me pones nerviosa tú —bromeo.
—Bueno, si quieres me voy a caminar en círculos al ropero. —Ella hace un mohín.
—Vanesa cómoseaqueteapellides —llamo a modo de broma.
—Álvarez Ramos —admite—. Vanesa Álvarez Ramos.
—Eso. Vanesa Avaris Gamos —pronuncio lo mejor que puedo y le apunto con una cuchara de madera—. Relájate o te vas a tu cuarto hasta que esté listo el almuerzo.
—Sí, mamá —estalla en carcajadas.
Yo también empiezo a reír.
Así, la tensión parece disiparse en el ambiente. Myre se aproxima donde me encuentro, se agacha para robarme un beso fugaz y luego despeina mi cabello, que ya de por sí está terriblemente enredado desde que me levanté.
Observa la mesada y los ingredientes que he separado con una sonrisa de aprobación.
—¿Me ayudas? —pido.
—Claro. Dime qué hacer.
Conversamos sobre tonterías mientras trabajamos en el almuerzo. Hablamos de nuestras golosinas preferidas de la infancia, los disfraces de Halloween que hemos usado y otras nimiedades que nos ayudan a conocernos un poco mejor. Un tema lleva al otro con naturalidad a medida que el rato transcurre.
Cada tanto, un relámpago furioso nos interrumpe. El ruido resuena contra los muros, como sacudiéndolos. La luz, por su parte, ilumina hasta los rincones más sombríos por un parpadeo. Si no fuera porque sé que ni hemos almorzado, creería que ya es de noche.
Por algún motivo que no sabría explicar, relaciono esta clase de clima con las madrugadas y no con las tardes. Es una tontería en la que no me había detenido a pensar antes y que, de repente, llama mi atención.
—¿Qué hora es? —pregunto.
—¿Importa?
—Supongo que no. —Coloco la comida en el horno—. Es que necesito tener una alarma para que no se queme esto.
—Ah, toma. —Ella me pasa su teléfono—. No le queda mucha batería, pero capaz sirva.
Agradezco con un gesto y desbloqueo el aparato. Myre me ha dado su código para acceder hace algunos días. Se siente raro, como una violación a su privacidad. Jamás pensé que confiara en mí lo suficiente como para hacer algo así. No lo merezco.
"Si supiera sobre la foto...", trato de alejar esa idea de mis pensamientos apenas comienza a invadirlo todo en mi interior.
—¿Cuánto tardará?
—Bastante —admito—. ¿Tienes hambre? Puedo improvisar algo pequeño mientras...
—Nah, espero. —Va hacia las alacenas, toma una taza y camina hasta la cafetera—. ¡Mierda! ¡Carajo!
—¿Qué?
—Sin luz no puedo no prepararme algo para beber —maldice, frustrada.
—¿No tienes para hervir el agua en las hornallas? —consulto.
—Ni por casualidad —bufa—. La cocina está relativamente decente solo porque tú has comprado cosas. Si por mi fuera...
—Lo sé, lo sé. Eres un desastre como ama de casa —me burlo—. No sabes ni cómo funciona tu propia lavadora.
—Tengo el manual en un cajón —se defiende.
—¿Cómo sobrevivías antes de contratar a doña Esperanza?
—Y yo qué sé. —Se encoge de hombros—. Richie me había contratado un servicio que venía a llevarse mi cesto de ropa los domingos a la mañana y me lo traía limpio al día siguiente.
—¡Lo que es ser millonaria! —exclamo, con envidia—. ¿El mes que viene contratarás un mayordomo o un chef para suplantarme?
—Nadie podría suplantarte —suelta sin pensar y añade, nerviosa—. Digo, es que cocinas muy rico.
—Lo sé. —Sonrío—. Y, si me mudo por aquí cerca, podrás pedirme que te cocine algo de vez en cuando. O sea, si no estás viajando y eso...
—Tu plan es engordarme como cerdo para que abandone la música —hace una pausa y aproxima su rostro al mío—. Y después comerme.
—N-no ne-necesito engordarte p-para co-comerte —titubeo, intentando sonar desafiante.
—Ohhhh...¿Acaso la señorita Nina Anderson está haciendo una propuesta indecente? —Myre enarca una ceja, divertida.
—N-no... —miento—. Ahora no, que no quiero que se queme el almuerzo.
—Ah, bueno. Pero luego de comer, entonces, si no regresa la luz... y todavía tienes hambre... —sugiere y me empuja con suavidad hasta que mi espalda queda contra la isla de la cocina. Una vez allí, aleja un mechón de cabello de mi oreja izquierda y se agacha para dar una suave mordida en el lóbulo antes de susurrar—: Creo que sería una buena forma de pasar el tiempo mientras aguardamos a que regrese la luz. Podría ser terapéutico para aliviar el estrés. ¿Qué dices?
—P-podría ser —murmuro, nerviosa y agitada, con los ojos cerrados.
—Quiero ser tu postre —añade.
Sus palabras y el tono grave y juguetón con el que las pronuncia me excitan mucho. Me apena que mi cuerpo reaccione con tanta facilidad a su cercanía. Es increíble la facilidad que tiene para volverme loca. Ella lo sabe, y se aprovecha de ello. Lo disfruta.
Pasa su lengua desde mi oreja hacia el cuello, luego de nuevo hacia arriba y hasta mis labios. Allí, me besa con rudeza, presionando su cuerpo contra el mío un poco. Una de sus manos se enreda contra mi cabello y la otra baja hasta mi cadera.
Su tacto es posesivo, o así lo percibo en estos momentos. Siento en las caricias una urgencia desmedida, la necesidad de desahogar el estrés y la ansiedad. A decir verdad, yo también lo necesito. Nuestros encuentros íntimos son como una pequeña adicción, un analgésico que se lleva el dolor durante algunas horas. Ambas entendemos que debemos detenernos antes de que se convierta en adicción y, al mismo tiempo, somos incapaces de resistirnos porque nuestras debilidades son más poderosas que cualquier fortaleza.
—L-luego de almorzar —susurro contra su boca, en un recordatorio. Si no se detiene pronto, ya no podré contener mis propios deseos.
—Cierto..., —Muerde mi labio inferior con suavidad antes de retroceder un paso y soltarme—. Deja que empiezo a lavar lo que usamos para cocinar, así me distraigo un poco.
—Gracias.
—No es nada. Tú cocinas, yo limpio. Creo que es lo justo. —Me da la espalda y abre el grifo.
—Todavía me cuesta creer que no tengas un lavaplatos eléctrico. No son tan caros...
—Jamás lo necesité porque no ensucio las cosas —bromea, sin voltearse—. Suelo pedir a domicilio o saltarme las comidas. Paso mucho tiempo fuera de casa y no tengo visitas. Tampoco sé cocinar.
—Tiene sentido, supongo. —Limpio la mesada—. Pero creo que deberías considerarlo.
—Lo haré. Quizá el año que viene remodele toda esta parte del apartamento para que sea más... acogedora... —deja la frase inconclusa; interpreto que le ha gustado invitar gente a cenar y que espera que la visite en el futuro.
Creo que hoy no hablo con Myre, sino con Vanesa. La falta de maquillaje y la ropa de entrecasa refuerzan esa noción de que, aquí y ahora, somos iguales. No soy una fan en presencia de su artista favorita. Aquí solo hay dos chicas que se llevan bien y que han aprendido a convivir, a pesar de sus enormes diferencias. Dos personas que comparten la única característica de estar, en mayor o menor medida, rotas por dentro.
Bip.
La electricidad regresa y varios sonidos consecutivos llenan el apartamento e indican que los electrodomésticos se encienden y comienzan su ciclo.
Y, otra vez, la oscuridad.
La luz.
La oscuridad.
La luz por tercera vez.
Después de unos cuantos parpadeos preocupantes, la iluminación se estabiliza. Contengo la respiración y observo hacia los lados a la espera de un nuevo corte que no llega. Cuando me convenzo de que todo ha vuelto a la normalidad, suspiro.
—Como en una película de terror —bromeo, aliviada.
—¿Esto significa que ya se calmó la tormenta? Bien, puedo salir a fumar. —Se apresura hacia el balcón.
"Mierda, eso significa que me quedaré sin postre", pienso en silencio. No diré nada.
Aunque suene egoísta y estúpido, espero poder pasar una noche más con ella antes de la despedida porque, sin importar qué camino decida tomar, esto que tenemos ahora va a desaparecer para siempre.
¡Estamos muy cerquita del final del primer libro! ¡Y con el epílogo voy a subirles un wallpaper para PC que les encantará. ¡Estén atentos!
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