32. CONQUISTABLE
Estoy emocionada, pero hago lo posible por contener mi felicidad porque no quisiera ser grosera ante el luto de Vanesa. Creo que sería inapropiado si yo sonriera y me divirtiera mientras ella, aunque disfrutando, todavía sienta el corazón pesado.
Mientras ella se maquillaba, aproveché para ver algunos videos sobre parasailing en internet. Me asusta un poco pensar que estaremos en el aire, sobre el océano. Al mismo tiempo, todas las personas que relatan su experiencia prometen que es apacible y seguro siempre y cuando haya buen clima.
Hoy está fresco, pero casi no hay viento. El sol no se decide entre salir y esconderse. Hay nubes esporádicas que van y vienen. Como nuestra reserva es temprano, todavía no hay demasiadas personas en las calles y eso ayuda a que se eviten sospechas sobre por qué hacemos una actividad juntas en San Valentín.
Casi todas las parejas saldrán a cenar en la noche. Los mejores sitios están completamente reservados desde hace muchísimo y los más económicos tendrán filas interminables con dos o tres horas de espera para cenar. Las tiendas y el tránsito serán caóticos a partir del atardecer, por ello hemos decidido que iremos a hacer las compras y a almorzar antes de regresar, y quedarnos en el apartamento el resto de la jornada. En paz. Quizá viendo películas o quién sabe qué.
Abrazada a Myre en la motocicleta, diviso el océano apenas doblamos en la siguiente avenida. Estamos yendo hacia un muelle turístico un tanto alejado del centro. Todo aquí se ve muy lujoso y pintoresco, digno de una postal.
—¿Estás nerviosa? —pregunta ella cuando nos detenemos en un semáforo.
—Un poco —admito—. Lo que más me preocupa es tener el traje de baño puesto por debajo de la ropa.
—¡Es que te vas a mojar! Por eso también trajimos un atuendo extra en las mochilas.
—Lo sé, lo sé. —Entierro el rostro contra su espalda y no digo más.
Incluso si casi nadie vaya a vernos, si tenemos chalecos salvavidas por encima o si optamos por no tomar fotografías... me incomoda saber que tendré que exponerme bastante para disfrutar de la actividad. He hecho lo posible por convencerme de que lo que importa es disfrutar del momento más allá de mi apariencia y de que tengo que dejar de preocuparme tanto por lo que un extraño que va a verme por unos minutos pueda opinar.
Decidí colocarme pantalones cortos por debajo de la falda. Aunque estoy dispuesta a quitarme la blusa, mis muslos necesitan seguir cubiertos. Además, de lo contrario se me irrita la piel entre las piernas.
"Eso me pasa por gorda", recrimino. Han pasado ya dos meses desde que me mudé a Miami y casi no he bajado de peso. Es una de mis metas para el año. Quiero tener aunque sea una talla menos. No pido ser un esqueleto con piel como Myre, solo... me gustaría caber en un Large o un Medium.
Aparcamos cerca del muelle, hay pocos vehículos en la zona.
Me quito el casco y respiro hondo. Aquí sí que se huele el mar, con la humedad salada y ligero tinte a criaturas marinas. Hay varios barcos pequeños que parten de este espacio para excursiones turísticas de pesca, después de todo.
Estoy nerviosa. Nerviosa y feliz.
Usando el GPS del teléfono, Vanesa nos guía hasta una pequeña caseta que acaba de abrir sus puertas. Fuera se ven letreros con las diversas actividades que uno puede reservar. Se ve que tenemos el primer turno del día. Seguro lo ha escogido para que poca gente nos vea...
Y no lo niego, a veces me duele que no quiera que las personas note que vamos juntas por la vida. Claro que en ciertas circunstancias eso es normal, como para hacer las compras o por asuntos laborales. Pero si salimos a cenar o, como hoy, a una actividad especial... es cuidadosa. El nudo que se me forma al respecto no significa que creo que se avergüence de mí, sino de la falta de libertad a la que está acostumbrada. Me da pena que no se sienta cómoda para ser ella misma, como siempre he creído que era.
Cuando pienso en Myre, pienso en eso: libertad. En hacer lo que uno quiere sin que importe la opinión de otros. Así es como siempre la percibí cuando era solo su fan. Ahora que la conozco bien, me doy cuenta de que está tan atrapada en su vida como lo estaba yo antes de venir aquí. Y lo sabe, aunque pretenda que no es el caso.
Me pregunto si con la muerte de su padre tomará coraje para ser más sincera consigo misma a la hora de mostrarse al mundo y a las cámaras. No se lo voy a preguntar porque es un asunto delicado y muy personal. Aunque sospecho que sí cambiarán algunas de sus actitudes en los próximos meses.
Un señor barbudo y bronceado nos recibe con su café en las manos. Se asegura de que tengamos la reserva hecha y luego nos guía hacia el muelle propiamente dicho. Las tablas de madera crujen bajo nuestros pies; a ambos lados hay navíos de tamaño similar, no sabría decir si son lanchas o si el nombre correcto es otro.
—Oye, Paul, aquí tienes a tus primeras víctimas del día —bromea el señor.
—¡Me encanta la gente puntual! —responde un señor más joven, que habla desde el pequeño espacio techado bajo la cubierta—. Un gusto, chicas. ¿Están preparadas para pasar una hora fuera de la tierra firme?
Paul asoma poco después, con una amplia sonrisa en el rostro. Debe tener alrededor de cuarenta años, con la piel morena cubierta por tatuajes. Su cabello largo está colmado de rastas atadas en una coleta a su espalda. Lleva una camiseta sin mangas que deja a la vista sus músculos. Se nota que está orgulloso de cómo se ve.
—Listísimas —responde Vanesa—. Un gusto. Me dicen Myre, y ella es Nina.
—Encantado. Este de acá es Leandro, habla poco inglés —añade y señala a una figura que ni siquiera había notado.
—No hay problema con ello de mi parte —responde mi ídola en español.
—Buenos días —responde el otro y alza una mano para que lo veamos, agachado revisando maquinaria. sus facciones están ocultas de momento, pero tiene la voz de alguien joven.
—¿Turistas o locales? —inquiere Paul.
—Locales —responde ella—. Trabajamos juntas.
"Y vivimos juntas. Y dormimos juntas", añado en mi mente.
—Suban, suban. ¿Necesitan ayuda? —Paul se aproxima al borde del pequeño barco y nos extiende la mano para que prácticamente saltemos al interior.
Permito que Vanesa aborde primero, para ver cómo se hace. La lancha se bambolea hacia los lados cuando ella aterriza. De solo verlo ya temo marearme.
—Okey... Aquí voy. —Doy algunos pasos tímidos hacia el borde del muelle. En lugar de aferrarme al señor, me sostengo del borde del navío y paso una pierna al interior primero. Luego la otra, despacio e insegura.
—¡Las dejo en buenas manos! Paul les repetirá las reglas, les dará la información sobre seguridad y todo eso. Diviértanse. —Se despide el señor de la caseta antes de regresar a su puesto.
Es la primera vez que piso un bote o barco o lo que sea esta cosa.
Inspecciono el espacio con curiosidad. Hay tres secciones. Por un lado, el sector al aire libre para que nos sentemos; ahí está todo lo necesario para lanzarnos al cielo. Luego, en la otra mitad superior, está lo que yo llamaría timón, pero es todo tecnológico para controlar el barco, ¿motor? ¿cómo se le dirá? Ni idea. Por último, hay una habitación debajo, a la que se llega por una puertita. No logro ver qué hay allí.
Vanesa explora con más soltura que yo. Lleva sus manos a la espalda y camina por el reducido espacio.
—Zarparemos en unos diez minutos. Si quieren, pueden pasar al camarote para cambiarse, ponerse protector solar, dejar sus cosas y demás. La puerta se cierra desde dentro, así que no tengan miedo que nadie las mirará —explica Paul—. Ahí verán un estante con el instructivo de seguridad, cómo ponerse los chalecos salvavidas y esas cosas. Tienen que leerlo y firmar debajo de todo antes de que las haga volar.
—Entendido.
Nos sumergimos en la diminuta habitación. Deben caber unas cuatro o cinco personas de pie como máximo, el espacio es reducido. Apenas pongo el seguro a la puerta, Myre se desviste hasta quedar en bikini. Ahora que la veo de manera un tanto más realista, me doy cuenta de que, si bien es increíblemente atractiva, también se pasa de delgada porque las costillas se le marcan un poco por debajo de la piel. ¿Habrá perdido peso por el luto? Es posible.
Trago saliva y me quito la blusa, luego la falda. Recojo mi cabello en una coleta alta y respiro hondo. Es un alivio que aquí no tengan un espejo.
—¿Y los shorts? —Vanesa me señala.
—Se quedan —digo con seguridad, para que no insista.
—Okey —responde sin más y me pasa el protector solar—. Si quieres, te lo aplico en la espalda.
—Sí, por favor.
Nos preparamos con complicidad. Me hace sentir a gusto, sin detener su mirada ni sus manos en mis imperfecciones. No hace comentarios de ninguna clase porque sabe que, en estos momentos, incluso los halagos me sabrían a mentira.
Firmamos los papeles sin mirarlos y reímos. Es bien sabido que absolutamente nadie lee los términos y condiciones, las advertencias ni nada de eso. Jamás. Ni siquiera yo, que soy bastante responsable. Lo que sí revisamos es el folleto con instrucciones para los chalecos inflables, porque esos necesitamos usarlos todo el rato, por fortuna. Cubren lo peor de mi silueta.
El motor se enciende y hace temblar todo a nuestro alrededor. Yo me sobresalto y Myre suelta una carcajada. Pronto, sentimos el movimiento. ¡Ya es tarde para arrepentirse!
—¿Asustada? —pregunta ella.
—Un poco —admito—. Pero ansiosa también.
—Te encantará.
—Gracias. —Aprovechando que nadie puede vernos, me aproximo un poco y le robo un beso breve.
Ella contesta con una sonrisa antes de abrir la puerta.
El próximo rato pasa con tranquilidad. Leandro nos entrega unas pequeñas botellas de jugo frutal y pone música de fondo, es algo latino y en español que no conozco, tiene ritmo como para bailar.
Aprovecho la salida para tomar fotos con el teléfono, que lo he colocado dentro de una funda plástica que lo protege del agua. Aunque esta sea una salida privada entre ambas, una nunca sabe cuándo algo de esto podría ser útil para redes sociales oficiales. Tal vez haya un período sin nada más para colocar, o algún recopilatorio de momentos especiales del año o qué se yo.
Tomo numerosas fotos a Myre cuando está distraída, con la mirada puesta en el océano. También hago algunos paneos de la lancha, de la costa vista desde el agua y más. Nos tomamos un par de imágenes juntas e incluso grabo un video general. De todo lo que llevo aprendido desde que me contrataron, el tema de la fotografía es el que más me cuesta, así que quiero practicar.
—Buenos, chicas, ya falta poco. Vamos a bajar la velocidad casi hasta detenernos mientras las preparo con los arneses —avisa Paul—. Quédense donde están.
Con maestría, ayuda en pocos minutos. El sistema que nos protege es bastante lógico. Primero, tenemos unos cintos entrelazados que pasan entre nuestras piernas y alrededor de la cintura casi como si fuera ropa interior. Luego, hay otro set de cintos que van alrededor de nuestro torso. Ambos se conectan entre sí y con algo que no llego a ver desde aquí.
—Pareciera que nos visten para una sesión de bondage —bromea Myre y yo me sonrojo a más no poder.
—Muy cierto, creo tener algo parecido en casa —bromea Paul, siguiéndole el chiste.
—Yo también —asiente ella y ambos ríen a carcajadas.
¿Cómo no les apena decir esas cosas? ¡Es poco profesional y pues... vergonzoso!
Desvío la mirada para que no se note mi incomodidad mientras terminamos de revisar que todo esté bien colocado y ajustado.
—¡Están listas! —exclama Paul y da algunos pasos hacia atrás.
—¿Qué hacemos ahora? —pregunto.
—Absolutamente nada. Cuando aumentemos la velocidad, comenzarán a subir. Apenas sus pies dejen de tocar el suelo, sosténganse de los cintos a sus costados, los van a notar de inmediato. Leandro irá soltando la cuerda hasta que lleguen a la altura ideal. Las dejaremos allí arriba por quince minutos y luego, cuando nos detengamos de nuevo, caerán al agua y las ayudaremos a subir otra vez a la lancha. ¿Entendido?
—Eso creo —asiento.
—Si se asustan, necesitan bajar rápido o por cualquier otro inconveniente, cualquiera de las dos debe sacudir ambas manos de lado a lado para que las veamos. No intenten gritar, que no se escuchará nada.
—Perfecto —Myre traga saliva—. ¡Qué empiece el vuelo!
Cierro los ojos y aguardo. Primero me llega el movimiento de la lancha. A nuestras espaldas, creo que el... ¿parasail? Comienza a remontar vuelo como un cometa y nos obliga a ponernos en puntitas de pie hasta que, de repente, estamos en el aire.
Sacudo un poco las piernas y escucho que Vanesa, a mi lado, suelta un chillido de emoción. Me llena de alegría saber que, a pesar de todo lo que ha ocurrido en su vida desde que nos conocimos, aún puede disfrutar de sus días libres, reír y pasar un buen rato. Temía que no hubiese cancelado nuestros planes por pura lástima, para no decepcionarme. No obstante, se nota que ella también deseaba tener esta experiencia.
Atravesar un abuso y luego el luto debe ser horrible. Lidiar con abogados, médicos, papeleo y sin dejar de trabajar es mucho peso para una sola persona. No puedo imaginar cómo es que ella sigue adelante. Solo soy capaz de afirmar que me agrada saber que, por lo menos durante un rato, está siendo feliz otra vez.
Quisiera ayudarla a que siempre estuviera así: emocionada y alegre.
Con ese pensamiento latente, cuento hasta diez con lentitud antes de atreverme a mirar otra vez.
—¡Ay, mierda! —exclamo cuando veo qué tan alto vamos ya. El viento no es tan fuerte como suponía.
—Esto es genial.
—Sí —confirmo, temerosa—. Wow, no puedo creerlo.
—Y la vista de la ciudad es preciosa. —Señala con una mano hacia su costado.
Volteo en esa dirección y siento que el corazón me late aprisa, no solo por estar volando, sino porque amo ver la sonrisa de Vanesa. Es preciosa cuando desborda de sinceridad. Sus labios se curvan hacia arriba y pareciera como si mordiera ligeramente su lengua. Los ojos se le vuelven casi dos rajaduras pequeñas y alargadas. No se ve como la cantante de facciones perfectas que idealicé durante años, sino que se ve como una mujer bella y normal, alcanzable. Como la clase de persona que quisiera tener siempre a mi lado.
Mierda.
No debo acostumbrarme a esta clase de situaciones, sin embargo, no puedo evitarlo. Daría todo por ella, aunque sé que no debería. A pesar de entender que no es lo que Vanesa busca. Porque, más allá de lo que pueda sentir ella, yo sí estoy enamorada. Y quiero disfrutar de cada instante posible juntas, sean solo unos días más o la vida entera. Me da igual.
Voy a ser lo que ella necesite que yo sea: su secretaria, su amiga, su amante, su pareja o solo una fan más. Por más tóxico y dependiente que eso sea. Lo que más deseo es permanecer a su lado y que ambas podamos ser felices así.
"Hasta que se entere de la foto", me recuerdo. De inmediato, sacudo la cabeza un poco para alejar esa preocupación. Solo por hoy, por San Valentín, no voy a pensar en ello.
Cuando terminamos de ascender y quedamos a una altura estable, se siente una quietud magnífica. Es como si flotáramos casi sin movernos. Los arneses no son tan incómodos como parecen y el sol pega contra nuestras espaldas.
—¿Quieres oír algo tonto? —dice ella de repente y me arranca de mis cavilaciones.
—Claro, dime.
—Esta es la primera vez que tengo una cita por San Valentín.
—¿Bromeas? —exclamo y, luego de una pausa, añado—. Aguarda. Me dijiste que la fecha era una casualidad.
—¿Eso dije? —Suelta una carcajada y no explica más—. ¿Tú has tenido citas en esta fecha?
—Solo una con mi ex —admito—. Ojalá esta fuese la primera.
—Digamos entonces que esa no cuenta. ¿Te parece? Total, ni te gustan los hombres.
—Me parece justo —sonrío, confundida por su conversación.
—Oye, te quería decir algo más. —Toma una gran bocanada de aire.
—¿Qué cosa?
—Gracias, Nina. Gracias por todo. Por nunca darme la espalda, ni siquiera cuando te he tratado mal. Me has apoyado por muchísimo tiempo, no solo como fan. Viste mis peores momentos: el miedo, el rencor, el pésimo humor, los ataques de ansiedad... —intenta no llorar—. Estuviste a mi lado cuando enterramos a papá y los días siguientes. Has visto que comiera, que no me metiera en redes sociales, que... pues que no hiciera estupideces. Gracias.
—Lo hago porque te quiero.
—Lo sé —sonríe—. Yo también te quiero. Y espero poder ser aunque sea la mitad de empática y útil para ti cuando lo requieras.
—Ya lo has sido, a tu manera. Me hiciste abrir los ojos para salir de casa, me brindaste un hogar, un trabajo y mucho más cariño que nadie. Aquí, por primera vez en la vida, siento que tengo un hogar, una pasión que puedo vivir, libertad y amistades. Es... una vida increíble, y te la debo —bajo la voz—. También te debo un montón de dinero, pero eso es tema para otra conversación.
—Tonta —suelta una carcajada—. Con todo lo que has hecho por mí, esa deuda está más que saldada.
Apoyo, con cierta dificultad, mi cabeza sobre su hombro. Luego, busco el teléfono que cuelga de mi cuello en su funda y tomo otra foto de ambas, de fondo se ven el cielo azul mezclándose con el mar y los edificios lejanos de una de las puntas de Miami.
Vanesa sonríe a la cámara y luego gira el rostro en otra dirección. Su cuerpo se agita un poco.
—¿Estás llorando? —pregunto en voz baja.
—No —miente—. Y ni sé si es de tristeza, alegría o que me estoy volviendo loca.
—Un poco de todo, supongo.
—¿Por qué no traje un cigarrillo para fumar aquí arriba?
—Porque se te habrían mojado cuando caigamos al agua —le recuerdo.
—Ay, cierto.
Reímos por eso mientras disfrutamos del paisaje un poco más.
—Antes de que bajemos —inicia Myre unos minutos después—. Quiero pedirte algo.
—¿Qué cosa?
—Paciencia. Nina, dame tiempo, por favor.
—No entiendo...
—Sé cómo te sientes —habla rápido—. Sé de qué modo me quieres y no digo que no me pase lo mismo, digo que no sé qué me pasa. Tengo mucho para desenredar en mi vida en estos momentos y en mi cerebro no hay suficiente memoria RAM para procesar tantas cosas. Temo que la cabeza me va a explotar si trato de meter un nuevo problema para solucionar. —Vuelve a mirarme—. Te quiero. Me gustas. No obstante, en este preciso instante no estoy como para mantener ninguna clase de relación con nadie. Te lo digo porque no quisiera que pienses que no me importas.
—Jamás pensaría eso.
—Bien. Porque me importas mucho. Todo a mi alrededor ha cambiado desde que nos conocimos. Sin ti, no sé cómo habría podido lidiar con lo de Enzo y con lo de papá. Mi estilo de vida es otro desde que nos cruzamos, y todavía no lo entiendo. No me acostumbro. No logro imaginarlo a futuro. Por eso... te pido paciencia. —Hace una pausa—. Si te aburres de esperar o de mí, lo voy a entender y no me ofenderé. Haz con tu vida lo que creas mejor. Pero creo que mereces saber que estoy tratando de reacomodar quién soy y de ver cómo deseo seguir a partir de ahora. No sé si tome un mes, un año o cuánto. ¿Sí?
Asiento, no sé cómo contestarle.
Por suerte, comienzan a jalar la cuerda para que bajemos, eso quiere decir que ya no podemos hablar con suficiente privacidad sobre estos asuntos. ¡Ay, el agua va a estar helada! ¡Y no sé nadar!
—Por cierto —hablo fuerte para que me escuche—. Esta noche, ¿cocinarías algo conmigo?
—¿Para el canal?
—Sí. Y como segunda parte de hoy, para que sea especial. —Con esto me refiero a que es mi parte de la cita de San Valentín.
—Me encanta la idea, sí —sonríe—. ¿Sabes qué quieres hacer?
—Tengo tres opciones, luego te las digo —prometo.
—Okey. —Vanesa pega un chillido de emoción cuando comenzamos a caer más aprisa.
Yo la abrazo con temor y cierro los ojos hasta que alcanzamos el mar.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro