31. (IM)PERTINENTE
Sin importar cuánto me sacuda, tengo arena pegada por todo el cuerpo. Y me molesta. No recordaba qué tan incómodo es venir a la playa; me pregunto si será a causa del agua salada, del protector solar o de la combinación de ambos. Siento los diminutos granos adheridos a mi piel por los brazos y las piernas, entre los dedos de los pies e, incluso, debajo del traje de baño. Esos son los peores porque no puedo meterme la mano dentro para quitarlos y, además, tardarán mucho rato en secarse y desprenderse por su cuenta.
Myre, a mi lado, parece no tener inconvenientes con la situación. Sus tatuajes asoman parcialmente entre la arena y... maldición, ¿cómo le hace para verse tan bien incluso así? Lo que en mí se ve ridículo en ella parece preparativo para una sesión de fotos de modelaje de bikinis. Supongo que la gran diferencia es nuestro peso. La gente atractiva puede hacer lo que quiera sin ridiculizarse. La arena en su trasero, por ejemplo, se ve increíblemente sensual. En el mío, en cambio, queda grotesco y absurdo.
—¿Qué miras? —pregunta ella, divertida.
—N-nada —Bajo la cabeza por algunos instantes e improviso una respuesta—. Solo pensaba en que vamos a necesitar una ducha al llegar.
—¡Espera! ¡Me mirabas el culo! ¿Verdad? —suelta sin filtros y, ante mi expresión de sorpresa, ríe a carcajadas.
—¡No es cierto! —miento.
—Yo creo que sí lo es. —Me guiña un ojo y baja la voz—. Y no hay nada de malo con ello. Si yo aprovecho para verte el escote cada vez que puedo.
—¡Oye!
Ella sigue riendo por mis reacciones. Luego, se agacha para tomar su ropa del suelo arenoso. Se asegura de darme una buena vista, con la parte inferior del bikini que apenas le cubre lo justo y necesario. Ya con las prendas en su mano, tararea una melodía cualquiera y sacude el trasero un poco como si bailara a medida que vuelve a erguirse. Definitivamente sabe cómo moverse.
—El show privado completo te va a costar caro.
—No me interesa —niego—. Jamás pagaría por ver algo así.
—¿Ni siquiera si soy yo el entretenimiento? —insiste.
—Nop. —Muevo la cabeza de un lado al otro.
—¿Tampoco si te dijera que no me debes pagar con dinero? —Myre guiña un ojo.
—Pues... ahí me lo pensaría —río.
—Esa respuesta me gusta más —afirma ella y hace una pausa—. Está refrescando —murmura y busca sus cigarrillos de los bolsillos del short.
—Es invierno después de todo —asiento.
Sostengo mis cosas entre los brazos sin saber bien qué hacer. Por un lado, deseo vestirme porque me apena mucho estar en traje de baño. Por el otro, temo que ponerme la ropa se sentirá feo con toda la arena que llevo pegada encima. Desearía tener una toalla con la que envolverme. Pero no trajimos ninguna, Myre dijo que no hacía falta.
Ella comienza a fumar, el humo sale de su boca y se va con la brisa que sopla hacia la avenida. A nuestro alrededor quedan ya pocas personas, en el agua no hay nadie y la mayoría de la gente va vestida. Esta noción me hace tragar saliva. Tengo el impulso de ponerme aunque sea la falda, pero ¿y si se arruina? Es nueva, después de todo.
—¿Cuándo vuelves a trabajar? —consulto, curiosa, para distraer la mente.
—Pronto —suspira ella entre pitadas—. Más pronto de lo que quisiera.
—¿Hay algo con lo que pueda ayudarte? Si puedo ser útil...
—Nina, basta. No la cagues —pide—. Estamos de vacaciones. Estamos en medio de la playa. Si quieres, una vez que regresemos al apartamento puedo mostrarte mi calendario y ya. No arruines el mood. Por favor.
Sus palabras son entre una queja y un ruego. Rudas y estresadas, pero apologéticas también.
—Lo siento.
—No te disculpes. —Coloca su mano libre sobre mi hombro—. Recuerda que puedo hacerte pasear en ropa interior por mi balcón.
—No te atreverías.
—Pruébame —desafía y sonríe.
—Ya lo he hecho —suelto sin pensarlo y, al darme cuenta de la connotación de dichas palabras, me cubro la boca—. No quise...
Myre suelta una carcajada.
—Okey, buena reacción. Te perdono por ahora. —Da otra pitada—. ¿Sabes cuál es mi próximo trabajo? Te encantará.
—¿La canción de Navidad que prometes desde hace años? —Me emociono.
—No, boba. Eso sale después. —Arroja el cigarrillo al suelo para que se apague solo.
—¿Entonces?
—Adivina. —Se acerca un poco a mi oído y responde ella misma—. Llegar a casa, empujarte a la ducha, quitarte el bañador y limpiar hasta el último grano de arena de tu cuerpo. —Hace una pausa—. Con la lengua si es necesario.
Siento el calor subiendo por mi cuerpo y alojándose en mis mejillas. El rostro me arde. Abro la boca para decir algo, pero debo volver a cerrarla cuando ninguna palabra asoma. Maldita sea, siempre me hace esto. Y sé que se divierte, que es parte de su juego.
—B-bueno —murmuro al fin, tímida—. M-me parece bien.
—Y si tú me ayudas a mí, de premio quizá te permita ser la primera persona fuera de mi empleo en ver ese maldito video de Navidad que tanto te interesa. Está filmado y listo desde hace meses.
Asiento con un movimiento de mi cabeza para contener el lado fanático que se esfuerza por salir a flote.
Myre me devuelve el gesto y luego hace señas para que comencemos a caminar de regreso a la motocicleta. Se adelanta unos pasos y yo aprovecho a levantar la colilla del cigarrillo antes se seguirla. No me va a quedar más opción que vestirme para montar el vehículo.
Empiezo a pasar la blusa por mi cabeza con torpeza a medida que avanzamos. Ella me observa de reojo y decide hacer lo mismo; no sé si es porque entiende que no tenemos dónde cargar las cosas o porque quiere hacerme sentir mejor con mis complejos.
—¿Sabes? Tengo algo que confesar —suelta de repente y sin contexto. No hay ni una sola persona en la cercanía.
—¿Qué?
—Hay dos cosas que siempre quise hacer aquí y jamás he podido.
—¿Surfear? —asumo.
—Para nada —niega y se detiene por un instante para colocarse los shorts.
—¿Entonces? —Hago lo mismo con mi falda.
—La primera es ver el amanecer, sería fantástico si fuese en el cambio de año. Me encantaría venir aquí cuando falte poco para medianoche. Seguro hay mucha gente, música y demás. Tal vez podamos hacerlo, ¿no?
—Suena interesante —admito y me acomodo la ropa—. ¿Y la otra cosa?
—Pues... —Hace una pausa, indecisa—. Olvídalo.
—¡Eso no es justo!
—La vida no es justa, mi abogada sexy. A esta altura pensé que ya lo sabías —se burla y vuelve a avanzar por la arena—. O futura chef sexy. Tengo que acostumbrarme al cambio de profesión.
Maldición. ¿Querrá ir a una playa nudista? Supongo que es una posibilidad. ¿Querrá hacer una sesión de fotos o grabar un video en vivo? Si la memoria no me falla, eso ya lo hizo. ¿No será que...? Trago saliva, incómoda.
"No, definitivamente no es eso", me convenzo y la sigo en silencio hasta alcanzar la motocicleta.
***
El elevador se detiene justo al tiempo que Myre acomoda un mechón de cabello detrás de su oreja. El tatuaje en forma de telaraña de su cuello asoma por algunos instantes; pocas veces puedo verlo.
Frente a nosotras, las puertas se abren. Ambas damos algunos pasos hacia adelante, pero mi ídola se detiene de repente antes de cruzar el umbral. Tardo algunos segundos en notar que hay alguien aguardando por ella en el pequeño hall que antecede al apartamento.
—¿Qué demonios haces aquí? —pregunta ella, ruda. Extiende un brazo hacia el costado como si estuviera protegiéndome de un peligro.
—Solo necesito un minuto de tu tiempo —responde Wisp en voz baja—. Ni siquiera pretendo que me permitas pasar a la sala.
—¿Cómo entraste al edificio?
—Un vecino me reconoció y me dejó pasar cuando volvía de la tienda —asegura él.
—Vete, Enzo —amenaza ella y da algunos pasos hacia adelante para abandonar el elevador—. O llamaré a la policía.
Yo también salgo del reducido espacio y me deslizo hasta acomodarme en el rincón opuesto al del muchacho. No quiero entrometerme entre ellos, sé que ha pasado algo que Myre aún no me ha contado.
—Dame cinco minutos, Vane. Solo eso te pido —insiste él.
Lo observo en silencio. Wisp lleva su cabello negro un tanto despeinado. Si bien se ha maquillado los ojos de negro, se nota que no ha invertido tanto tiempo ni esfuerzo como en sus videos o en conciertos. Lleva puesto pantalones oscuros con rajaduras en distintos sectores y una camiseta de mangas cortas a rayas horizontales gruesas en negro y púrpura. Va con las manos en los bolsillos y los hombros un tanto caídos. Se lo ve agotado y, si no estoy loca, bastante más delgado que en su concierto en Albany.
—Vete.
—Por favor... —ruega él—. Tenemos que hablar.
—No, Enzo. Yo no tengo absolutamente nada para decirte. —ella habla entre dientes, furiosa. Tiene las manos cerradas en puños a ambos lados y se la nota tensa—. Es la última vez que te lo ordeno. Vete de aquí y no vuelvas a aparecer. Te quiero fuera de mi vista.
Wisp avanza algunos pasos hacia Myre, que retrocede hasta chocar contra las puertas ya cerradas del elevador. El sudor se resbala por la frente de ella, sus piernas tiemblan un poco. Está enfurecida, pero también pareciera asustada. Acorralada.
—Vane, solo busco disculparme —insiste él.
—Métete las disculpas en el culo —escupe ella y lo empuja—. Si llegas a ponerme un solo dedo encima...
—No lo haré —interrumpe Wisp—. Escúchame, por favor, por nuestros años de amistad.
—Vete. —Los ojos de Myre están llenos de lágrimas—. Sin excusas. No podrás arreglar jamás la confianza que rompiste. Si no te metes en este elevador en los próximos treinta segundos, Nina va a llamar a la policía. —Me señala y yo asiento.
—Entiendo... —Wisp suspira—. Hazte a un lado y me iré.
Ella da tres pasos al costado sin quitarle la vista de encima ni por un segundo. Presiona el botón para que las puertas vuelvan a abrirse.
—Lárgate —ordena.
Él da un paso al frente, su cuerpo queda en el umbral, la mitad dentro del elevador y la otra mitad fuera. Allí, se detiene por un instante.
—Sé que soy un monstruo, Vane. Sé que no merezco tu perdón ni el de nadie —susurra—. Pero quiero que sepas que me he prometido no volver a lastimar a nadie.
—¿Y qué quieres? ¿Un trofeo al buen samaritano? —gruñe ella—. Desaparece.
—Adiós. Te quiero —responde él; luego, añade algo que no llego a escuchar.
Las puertas se cierran y el elevador se marcha. Nosotras quedamos en silencio por algunos segundos. La luz del hall es tenue y la quietud se siente tensa y pesada.
—¿Myre...? —La llamo y me aproximo un poco para poner una mano sobre su hombro.
Ella comienza a llorar apenas siente el tacto. Su cuerpo se agita a causa del llanto. De repente, empuja mi brazo con brusquedad y sale corriendo rumbo a las escaleras laterales. La veo subir con torpeza y apuro.
Imagino que irá a la terraza para que no la vea en su momento de debilidad.
Muerdo mi labio inferior con fuerza, ¿qué debería hacer? Si la sigo, quizá sea peor. Las personas a veces necesitamos un rato de soledad para desahogarnos. Al mismo tiempo, me preocupa su constante ansiedad y temo que pueda ser peligroso abandonarla en un momento tan estresante para ella.
"Le daré diez minutos. Si no regresa, iré a buscarla", me prometo.
Ufffff... les dije que Wisp iba a regresar tarde o temprano, y aquí está. Su aparición, aunque breve, ha abierto una herida que recién comenzab a cicatrizar.
¿Ustedes podrían perdonarlo?
Si han respondido que sí ¿bajo qué condiciones? ¿Qué debería hacer él para merecer el perdón?
Yo creo que solo podría perdonarlo luego de MUCHOS años, y únicamente si sé con seguridad que ha pasado por un proceso de desintoxicación, que lleva bastante tiempo de vida sana y que no ha vuelto a lastimar a nadie. E igual, incluso si con esas condiciones pudiera perdonarlo en veinte años, eso no significaría que lo quiero de regreso en mi vida. De hecho, preferiría no volver a verlo nunca. Pero, al menos, podría reaccionar de forma civilizada en su presencia si nuestros caminos se cruzaran en algún momento.
En fin...
Para quitarnos la amargura de la mente, les muestro una ilustración preciosa que hizo Ash-Quintana de nuestras niñas viendo una película de terror.
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