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30. (IN)MADURAS


Hoy fue un buen día. No lo digo únicamente por la peluquería o por las compras, sino que me refiero en especial a mi estado de ánimo. Con cada jornada que transcurre, mis nervios parecen disolverse más y más dentro de la efímera ilusión de que soy una chica normal disfrutando de sus vacaciones de invierno, incluso cuando en Miami hace calor todo el año. En esta última semana me he sentido mucho más cercana a Vanesa que a Myre. Y me agrada. Los ataques de ansiedad han sido escasos y mis noches de sueño se tornaron constantes en comparación con los meses previos.

No quiero decir que Nina es mi medicina, aunque debo admitir que su presencia me ayuda más de lo que esperaba. ¿Era esto lo único que necesitaba en mi vida para sentirme mejor? ¿Una persona a mi lado? Odio la idea de depender emocionalmente de otros, pero es increíble poder compartir opiniones y decisiones sobre ciertas nimiedades.

Por primera vez en muchos años, incluso logré disfrutar de ir al supermercado a hacer las compras para la semana porque juntas debatimos y planeamos qué podríamos cocinar en cada noche. Eso hizo que una tarea mundana y cotidiana se convirtiera en una experiencia entretenida. La decoración navideña que también compramos esta tarde me llevó, además, a mi infancia, a recuerdos de una época más simple e inocente en la que mi mayor preocupación era poder comer dulces a escondidas sin que mi padre se enfadara.

Me gusta. Definitivamente me gusta este ritmo de vida. Es una lástima que no pueda mantenerlo para siempre. Equilibrar algo así con mi carrera sería imposible. Después de año nuevo, mi agenda está plagada de actividades que me llevarán de un extremo al otro del país. No sería capaz de arrastrar a Nina a una vida tan estresante. Y dejarla aquí a la espera de mis regresos suena incluso peor. Porque la conozco lo suficiente para imaginarla encerrada en el apartamento, limpiando y aguardando con una sonrisa hasta que yo vuelva. Sin hacer nada con su vida durante mi ausencia como las esposas sumisas de la primera mitad del siglo pasado.

Maldición.

Es muy posible que, luego de que Richie regrese mañana, hable con él al respecto con la esperanza de que él encuentre una solución intermedia o un trabajo que ayude a Nina a salir adelante por su cuenta. De lo contrario, la primera semana de enero deberé enviar a mi fan a buscar su propia vida. Ya sea de regreso en Albany o a donde sea que ella quiera ir.

Suspiro.

Los mejores momentos de mi vida fueron aquellos en los que tuve a alguien con quien compartir el rato durante el cual no debía pretender ser Myre. Con esto me refiero a Wisp. A Enzo. Él fue mi cable a tierra desde la adolescencia y hasta hace unos tres años. Luego, ambos caímos por distintos abismos y la vida cotidiana se tornó en una pesadilla. Por eso dediqué cada segundo que pude a crecer como artista, porque los instantes de soledad y quietud me volvían loca.

Unos instantes de paz de vez en cuando son gratificantes. La soledad absoluta fuera del trabajo, sin embargo, te consume. Odio estar sola con mis pensamientos, así como justo ahora. Porque pensar se convierte en una espiral que desciende al averno interior.

"Vamos, Nina, apresúrate", ruego. Ella lleva casi una hora en la ducha y me prohibió acompañarla porque necesitaba depilarse. "Creo que voy a enloquecer."

Enciendo otro cigarrillo y observo el horizonte desde el balcón de mi cuarto, que da al lado opuesto que el de la sala. El ocaso se posa sobre la ciudad y tiñe todo de naranja. Muy a lo lejos creo ver el barrio en el que crecí, con sus techos un tanto más bajos y de colores eclécticos.

Debería llamar a mi padre. Tal vez sea una buena idea pasar Navidad con él.

Estoy planeando qué haremos durante los días festivos. Estoy convencida de que Nina se acostumbró a celebrar con su familia, con cenas tradicionales y repetitivas. Yo, por el contrario, tiendo a decidir a último momento.

"Tal vez Richie pueda venir a comer temprano con nosotras el veinticuatro", se me ocurre. "Luego de que él se vaya, quizá podamos ir a tomar algo. Celebrar a Medianoche con un brindis solas en casa, y con la ropa interior comestible. Y al día siguiente ver a mi padre." Me gusta la idea, así que tomo el teléfono para comenzar a enviar mensajes.

También se me ocurre que para el cambio de año se hacen numerosas fiestas en sitios excelentes por toda la ciudad. Seguro logro conseguir entradas para alguna. Me gustaría sorprender a Nina y hacer que esta temporada sea inolvidable para ella. Que, al menos, se vaya de Miami con un bonito recuerdo.

A medida que mis ideas siguen divagando sobre estos asuntos, reviso el calendario que llevo evitando desde que volví del tour. En unos días se lanza mi nuevo single sobre las fiestas. Se supone que todo lo que se relaciona con ello está ya programado y no debo preocuparme por nada. Entre Navidad y Año Nuevo debo dar algunas entrevistas y hay una sesión de fotos navideña para un artículo que saldrá en una revista musical de Las Vegas.

—¡Aaaahg! —Me quejo. Solo pensar en trabajo me estresa.

Amo cantar y componer, pero detesto perder el tiempo con asuntos de marketing y publicidad, con las relaciones públicas y demás.

"Debería ser más agradecida. Mucha gente sueña con lo que yo logré y con lo que poseo", me recuerdo. De inmediato, reformulo la frase. "Pero si supieran lo que en verdad significa, no lo desearían".

Mis vacaciones acabarán el 20 de diciembre, técnicamente hablando. Pero lo que ocurrirá entre ese día y mediados de enero es poco y, en su mayoría, está ya preparado y programado. Así que serán días no tan intensos como los que vendrán después. Por eso es que necesito decidir qué ocurrirá con Nina para el cambio de año.

Una jaqueca punzante me ataca. Es como una daga que se clava en mi cuerpo y se remueve dentro de mi cerebro sin piedad. Llevo una mano al sitio en el que más me lastima y presiono con fuerza. Debo relajarme y prevenir un futuro ataque de ansiedad.

Todo estará bien. De una forma u otra, las cosas se acomodarán.

Apago el cigarrillo a medio consumir y lo dejo caer sin cuidado por el balcón. Luego, regreso al interior del apartamento. Estiro los brazos hacia arriba para bostezar. Observo la sala: la manta que Nina usa en el sillón, sus zapatos en un rincón. La taza de café de hace un rato sobre la mesada y otros detalles que muestran un mínimo de desorden pero que me recuerdan que no estoy sola. Que este sitio ha dejado de verse como un piso deshabitado. Aquí se vive. Y me encanta.

Estoy acostumbrada a encerrarme en el estudio a trabajar y pasar el resto del rato en el balcón. Otras habitaciones se ven siempre pulcras y perfectas. O se veían.

En eso, la puerta del baño se abre. Giro en dirección al corredor y veo que Nina asoma. Lleva puesta una nueva bata en color azul oscuro y otra toalla a juego envolviendo su cabello. La apertura frontal hace que la línea entre sus pechos asome, sugestiva. No lleva sus lentes puestos, tampoco maquillaje.

—Disculpa por tardar tanto —murmura y va hacia la cocina. Abre el refrigerador y toma un té helado—. Quería asegurarme de que... todo quedara bien.

—No tienes que darme explicaciones de cada cosa que haces —bromeo—. Ey, ya que estás por allí, pásame un yogurt y una cuchara.

Ella asiente y busca ambas cosas a medida que me aproximo. Ambas nos apoyamos sobre la isla que actúa también como desayunador. Yo apoyo los codos sobre la superficie y poso mi vista en ella. Sonrío.

Nina ha cambiado un poco en esta primera semana. No la conozco demasiado, pero me doy cuenta de que ya no es una bola de nervios constante. Habla con más sinceridad cuando algo le interesa o le incomoda. Se pasea por la casa con mucha menos ropa de la que jamás ha vestido en su previo hogar. No avanza por la vida cabizbaja. En líneas generales, se la ve más radiante. Tal vez estas pequeñas vacaciones también son su medicina, de una manera muy distinta.

Creo, incluso, que comienza a verme como a una igual. Que ha dejado de lado los conceptos de una fan y su artista preferida. Eso es lo que más aprecio. Ya no percibo que invité a una de mis seguidoras a casa, sino que convivo con una amiga como cualquier persona normal. Me hace bien.

—¿Qué hora es? —consulta—. Me cuesta un poco ver el reloj desde aquí.

—Em... deja ver —reviso el teléfono—. Poco después de las tres. ¿Quieres ir a la playa?

—Me acabo de duchar —se queja—. Tendré que darme otro baño cuando volvamos.

—Tendremos. —Le guiño un ojo, traviesa.

Su rostro se sonroja de inmediato. Lleva el té helado a su boca y cierra los ojos mientras lo bebe, como si así pudiera bajar la temperatura de su cuerpo luego de mi comentario. Es muy adorable que, después de las cosas que hemos hecho juntas, aun se sienta tímida con mis palabras.

—Es que... no sé —susurra luego.

—¿Se trata del traje de baño? —suspiro, un tanto frustrada. Sus complejos y miedos le impiden disfrutar a fondo de la vida.

—Un poco —admite.

—Ponte un vestido bonito por encima y ya. Si cuando estás allí no te sientes cómoda, no te lo quitas. Y si tomas el valor de meterte al agua, te lo quito yo. —Hago una pausa—. Y si no hay nadie cerca, quizá también te quito el bañador.

—¡Oye! —exclama.

—Es broma, es broma —hago un gesto con mi mano y río ante su reacción—. Es broma. Pero si quieres que no sea broma... pues no lo será.

—¡Myre! —grita y se abraza el cuerpo, como si con eso pudiera cubrirse. Por el contrario, el gesto hace que sus pechos se marquen mucho más en la apertura de la bata.

Sus senos son mi punto débil. No me avergüenza decirlo. Me encantan. Son grandes y bonitos, se ajustan a la perfección a las palmas de mis manos. Mentiría si negara que también me generan envidia. No estoy dispuesta a cambiar mi silueta con una cirugía, pero mierda, si pudiera pedir un deseo imposible, sería que hubiera una forma de hacer que mis pechos crecieran naturalmente.

—Lo siento —me disculpo. Acabo el Yogurt y lo dejo allí, ya asearemos luego—. Vamos a cambiarnos. Es un día bonito y soleado, de los mejores que nos han tocado desde que llegaste.

—Okey —Asiente y me sigue rumbo a la habitación—. Voy a necesitar ayuda con las tiras cruzadas de la espalda otra vez.

Quiero decirle que compré una bikini para ella, pero no lo haré. Sé que no se la pondrá hoy, tal vez la próxima vez será.

—Lo sé. No te preocupes. Voy a quitarte la bata, te robaré unos cuantos besos por todos lados y luego de ayudaré a ponerte el bañador muy lentamente —sugiero.

—Como digas —murmura bajito, sin negarse a mis juegos.

***

Una de las cosas que más me gustan de Miami es que siempre es verano o primavera; de vez en cuando las noches refrescan, claro, pero no es lo usual. Mientras el norte del país se congela, nosotras caminamos descalzas por la arena seca. La brisa fresca de la tarde contrasta con la tibiez del sol y forma un clima ideal.

—¿Te has puesto protector? No sea que te quemes por falta de costumbre —menciono, sin dejar de avanzar rumbo al océano.

—Un poco —responde Nina, que lucha por no tropezarse cuando sus pies de hunden en el suelo—. Hace años que no vengo a la playa. La última vez que mis padres me llevaron, todavía armaba castillos y cavaba pozos cerca del agua.

—¿Debería haberte comprado una cubeta y una pala? —bromeo.

—¡No! Solo digo que no tengo ni idea de qué se hace aquí cuando uno ya no es un niño. ¿Leer? ¿Tomar una siesta?

Suelto una carcajada y aminoro el paso para que ella me alcance. Cuando se detiene a mi lado, la observo. Lleva una falda larga en un tono rosa pálido y una blusa negra. No logré convencerla de colocarse un vestido. En contraste, yo solo me puse el traje de baño y pantalones cortos de jean por encima.

Amo lucir mis tatuajes. No los hice para esconderlos, sino para mostrarlos. Y soy consciente de que me veo bien con este atuendo. Cuando puedo presumir algo que me agrada de mí, lo hago. ¿Por qué no?

—Se pueden hacer muchas cosas —le indico que mire hacia su derecha—. Hay gente que solo lee el periódico o un libro. Otros escuchan música. Hay grupos de amigos que beben y bailan, también que juegan volleyball u otros deportes. Están los que nadan entre las olas, los que solo descansan o se broncean. Y están las parejas que... —dejo la frase sin terminar y comienzo a caminar de nuevo.

—¿Qué ibas a decir?

—Nada —río y sigo avanzando; mis pies se posan sobre la arena húmeda cerca del agua—. Lo dejo a tu imaginación.

—¡Oye! —Trota detrás de mí—. ¿Y cuál es nuestro plan?

—¿Disfrutar del buen clima? —sugiero—. No sé, Nina. No pensé tanto. Solo me pareció una buena idea venir. Desestructúrate. No necesitas un cronograma para cada momento de la vida. Puedes hacer lo que quieras.

—¿Y tú qué harás? Vamos, dame ideas. —Se cruza de brazos.

—No sé. Primero voy a arrojarme al agua para refrescarme. Luego... pues se me ocurren varias cosas.

Me detengo frente al oleaje y aguardo a que roce mis pies. El océano está bastante frío en esta época del año, pero no es insoportable. Hay otras personas nadando, así que seguro es solo cuestión de acostumbrarse.

—¿Qué cosas? —insiste ella y observa cómo me quito los pantalones.

—Dependerá de ti. —Me quito los pantalones cortos y se los paso para que los sostenga por algunos instantes—. Si vas a nadar, dejas las cosas en algún lado y me sigues. Si quieres caminar un rato por la costa, te acompaño mientras me seco. Piénsalo, ya regreso.

La dejo con las palabras en la boca y corro hacia el agua. Salpico un poco en mis primeros pasos y, cuando siento que el océano alcanza mis rodillas, me lanzo de cabeza contra una ola para mojarme por completo. Sé que esto hará que la tintura púrpura dure menos que de costumbre, pero puedo retocarla cuando sea.

A decir verdad, a pesar de vivir aquí, yo también llevo tiempo sin disfrutar de la playa propiamente dicha. En ocasiones me he sentado en la arena a componer. He caminado con los pies helados para alejar el estrés y he visto el amanecer desde el muelle en noches de insomnio. Pero ¿nadar? ¿ponerme un traje de baño para aprovechar mis vacaciones? Sinceramente temo que han pasado varios años.

—¡Wuuu! —grito, divertida, cuando salgo a la superficie otra vez.

Nina me observa y ríe. Desde mi sitio, permito que el vaivén del agua juegue conmigo un poco más antes de emprender el regreso a la orilla.

Una vez allí sacudo mi cabeza hacia todos lados para salpicar a la chica.

—¡Noooo! ¡Detente! —Se queja y cubre su rostro con una mano—. ¡No quiero que se me moje la ropa!

—Quítatela entonces —sugiero.

—¿Eh?

—Tienes traje de baño debajo. No es como si te pidiera que te desnudaras —bajo la voz—. Aunque si quieres...

Nina observa a ambos lados, como si contara mentalmente cuánta gente hay a nuestro alrededor que podría llegar a verla. Con cierto miedo, comienza a sacarse la blusa negra. Mientras ella se concentra en eso, yo tomo su cintura con ambas manos y le bajo la falda de un solo tirón hacia abajo.

—¡Ay! —exclama e intenta cubrirse con los brazos.

—Si no te apuras va a anochecer —bromeo y recojo su ropa—. Espero que ahora sí estés lista.

—¿Para qué?

Me gustaría tener suficiente fuerza como para cargarla en brazos al agua y arrojarla cerca de la costa, solo para empaparla. Sería divertido. Sin embargo, soy bastante debilucha y ella pesa más que yo. Si intento y fallo, se sentirá mal consigo misma por talla.

—Ven —pido.

Arrebato la blusa y mis pantalones de sus manos. Dejo todas las prendas sobre la arena sin cuidado y sonrío.

—¿Qué haces?

—Vamos a nadar —pido.

—No sé cómo... —Nina baja la mirada—. ¿Y si nos roban?

—Confía en mí —extiendo un brazo hacia ella—. Disfruta. Nadie se llevará nada, lo único que tenemos son las llaves alrededor de mi cuello y tu nuevo teléfono. En el peor de los casos, compramos otro y ya.

—¿Y si las olas se llevan las llaves?

—Volvemos en taxi y pagamos al llegar. El encargado del edificio puede abrirnos y tiene copias extra de todos los apartamentos. Ahora, si ya no te quedan más pretextos, vamos.

Noto que ella abre la boca para plantear más excusas y preocupaciones, así que me apresuro a tomarla por la muñeca y arrastrarla rumbo a las olas.

—¡Ay! ¡Está fría! ¡No! ¡Me congelo! —Se queja Nina entre risas cuando siente el agua—. Vamos a enfermarnos.

—Si escucho una sola queja innecesaria más de tus labios, voy a amordazarte. Y no de la forma sexy —indico y me detengo cuando el agua ya nos llega a las rodillas.

Estas son mis únicas semanas de libertad. Quiero aprovecharlas al máximo, sin desperdiciar tiempo en dudas y miedos. Ahora no. Hasta que empiece enero, quiero ser solo Vanesa. Vivir la vida de Vanesa. Ya me calzaré en los zapatos de Myre luego.

Espero no arrepentirme.

—No te atreverías —amenaza Nina.

—Me atrevo a muchas más cosas que tú —recalco, intentando no sonar demasiado brusca.

Ella no responde de inmediato porque sabe que tengo razón. Me mira y se muerde el labio, como buscando las palabras indicadas para continuar con la conversación.

Todavía sosteniendo su mano, avanzo un poco más hacia lo profundo. Me encanta cuando las olas pueden levantarme del suelo por algunos instantes y, aunque temo que no sea ideal llegar tan lejos con alguien que no sabe nadar, me gustaría poder sumergirme solo unos metros más.

—¿Hasta dónde planeas ir? —consulta ella, que pareciera leer mi mente.

—Solo unos pasos —aseguro y señalo con mi mano libre—. Aquí algunas olas se rompen y eso es incómodo. Quiero ir hasta ahí, donde todavía son solo como ondas. Se siente mejor.

—Okey, pero no me sueltes —ruega.

—No lo haré. —Presiono mi mano más fuerte sobre la suya para que sepa que todo estará bien.

El océano siempre fue para mí un sinónimo de tristeza y de melancolía. El sitio que observo cuando quiero llorar, cuando el estrés me desborda. Inspira mis canciones más oscuras y escucha mi llanto, también se lo lleva con la marea. Una parte de mí siempre creyó que morir en el mar sería apropiado para el final de mi vida; sin embargo, entiendo qué tan horrible y tortuoso sería ahogarme. Y preferiría una salida más sencilla del mundo. El día en que deba partir, quiero se sea tan veloz que no me dé tiempo a arrepentirme.

Hoy tenemos una ilustración de Wristofink en la que vemos a Myre y a Tali frente al mar. Esto remite al momento del capítulo en el que ella dice que suele acercarse al océano en sus malos momentos, para componer o para que las olas se lleven su estrés.

Por cierto, prepárense, que los próximos dos capítulos son un poco intensos. 👀


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