25. PACTO
Quiero perderme en Nina y dejar de pensar, dejar de preocuparme. Quiero olvidarme de los problemas, fingir que no existen hasta que otra persona los resuelva por mí. Quiero vacaciones, no de mi trabajo, sino de la vida misma. Quiero dejar de ser Myre y dejar de ser Vanesa por un tiempo, convertirme en alguien más. Quiero dejar de preocuparme por mi imagen pública, por la opinión de mi padre y de la gente con la que crecí, por los rumores, por todo. Quiero ser feliz y ya. Quiero volverme un fantasma, quiero ser invisible y que nadie me moleste por un tiempo. Quiero también abrazos, caricias y una voz que me asegure que mañana será un día mejor. Quiero dormir y despertar en la próxima Navidad. Quiero...
—Quiero más —susurro contra la boca de mi secretaria y ella vuelve a apretar mis nalgas con sus manos.
Estoy sentada sobre su regazo en el sillón. El cielo apenas comienza a aclararse al otro lado del gran ventanal, tardará algunas horas más antes de que por fin llegue el amanecer. Mi cuerpo desnudo se frota contra el suyo mientras nos besamos y acariciamos.
Llevamos bastante tiempo así, disfrutando de la suavidad de nuestras pieles, de los recovecos que podemos recorrer con las manos, de tentarnos sin ir más allá. No sé por qué, pero siento que esto es justo lo que necesito. Una clase de cariño que resulta contenedor y sincero, pero no necesariamente sexual. No esta madrugada. O, al menos, no aún.
Mis manos se enredan con su cabello a la altura de la nuca, tengo ambas piernas alrededor de su cadera, abiertas y expuestas. Mi humedad roza sus muslos y se mezcla apenas con la de ella.
Esta noche no estamos teniendo sexo. Estamos haciendo el amor. Y darme cuenta de esta diferencia me aterra.
Las manos de Nina comienzan a subir por mi espalda suavemente, como si intentaran envolverme y protegerme. Me encanta la sensación. Me aferro a ella con fuerza, con necesidad. No sé cómo podría lidiar con todo el drama de lo de Enzo sin su constante apoyo y su ayuda. Me hace sentir a salvo.
Tengo miedo de que esto se convierta en dependencia emocional, pero no puedo imaginarme lejos de ella en este punto de mi vida. En este preciso momento, me derrumbaría si se marchara. Por más que quisiera recuperar el control sobre mi vida y sobre mis relaciones con otras personas, es algo que sé que resultaría imposible justo ahora.
Todos atravesamos etapas. Yo me estanqué por diez años en una faceta que comenzó a evolucionar y a cambiar la noche en la que besé a Nina por primera vez. Y lo que no sé es cuándo esta transición tomará forma y se acomodará en mi siguiente etapa o cómo será. ¿Es lo nuestro solo un interludio? ¿O estoy ingresando ya en mi siguiente período de vida?
Quiero encontrarme. Hallarme y volver a reconocerme. Definirme. Descubrir si sigo siendo yo misma, si aún soy quien creo ser o si me he convertido en otra mujer.
Muchas cosas han cambiado en mi vida en los últimos dos meses, ha sido una sacudida inesperada, un tornado.
—Hazte un tatuaje conmigo —suelto de repente en un susurro contra la boca de Nina—. Tengo mi turno nuevo la próxima semana. Elijamos algo juntas.
—¿De qué hablas? —Ella me observa, curiosa—. No sé si...
—Puede ser algo pequeño y en un sitio que no se vea a menudo —insisto—. Sería un recuerdo de esto, para que no nos olvidemos de la otra en el futuro.
—Déjame pensarlo —pide y servía la mirada.
—Prometo que no duele tanto como temes —añado.
—No es eso...
—¿Entonces? —Entierro mi rostro en su cuello—. Quiero que seas sincera conmigo. Si me dices que no, al menos me gustaría saber por qué.
—Tengo miedo —admite.
—¿A qué?
—A todo.
Intento dar significado a sus palabras, medir su peso. En ella leo el temor a que sigamos caminos separados, a que un día nos odiemos, a que alguien descubra el gesto y nazcan rumores. Quizá haya más, quizá haya dudas e inseguridades que no comprendo o que no puedo imaginar porque somos muy distintas y, en ocasiones, me resulta complicado entenderla.
—Yo también tengo miedo —respondo, medio en broma medio en serio.
—¿Entonces?
—Mis miedos están proyectados en el futuro y pues... algo que entendí en la adolescencia es que no podemos dejar de vivir y de disfrutar el presente solo porque nos asuste algo que podría o no podría llegar. Las decisiones que tomamos, bah, las que yo tomo, son siempre pensando en el aquí y el ahora. A lo sumo, en los próximos meses. Más allá de eso... pues quién sabe dónde estaré o siquiera si seguiré con vida.
—No digas eso... —ruega.
—Disculpa, mi intención no era sonar fatalista. Si no más bien decir que uno no puede controlar lo que va a ocurrir. No sabemos si despertaremos mañana. Si un coche nos arrollará cuando salgamos a la calle. Si nos asaltarán y atacarán. Si caeremos por las escaleras. Yo qué sé. ¿Me sigues? Hay muchas incertidumbres que escapan a nosotros. Por eso, cuando tomo decisiones, lo hago según lo que creo mejor en un instante, porque ese instante es el único que tengo asegurado. Y, ahora mismo, me encantaría poder compartir un tatuaje contigo porque eres importante en mi vida. —Respiro hondo—. No sé por qué caminos seguiremos o cómo evolucionará esto que tenemos. Solo sé que quisiera tener algo que simbolice este presente, sin importar cómo sea el futuro, ¿tiene sentido?
—A veces te pones muy poética —sonríe ella, triste—. Me has tomado desprevenida, no sé qué responderte. Y seguro dirás que estoy loca o que soy paranoica, pero la idea me trae con un mal presentimiento que no puedo entender y que me molesta.
—Lo pensarás, al menos, ¿verdad?
—Sí —promete—. Me encantaría compartir algo tan íntimo y especial contigo. ¿Sabes? Muchas de tus fans se hacen tatuajes casi iguales porque te admiran. Sería algo así.
—No. No sería así, porque lo haríamos pequeño y difícil de encontrar. Para que sea nuestro y solo nuestro.
—¿Haces esto con cada persona que te llevas a la cama? —bromea, tal vez para alivianar la tensión.
—Claro que no —río y me guardo el comentario de que, si ese fuera el caso, tendría varios tatuajes más porque entre mis diecisiete y mis veintitrés tuve una vida sexual bastante activa... de esas que escandalizarían a las personas conservadoras.
—Una condición desde ya —añade ella.
—Dime.
—No lo haríamos en un sitio muy... íntimo porque pues... me daría pudor que me viera un extraño.
—¿Cómo haces para ir al ginecólogo? —Me burlo.
—Me atiendo con la misma doctora desde que tengo catorce años, de hecho, no quiero ni imaginarme lo que me costará encontrar nuevos médicos aquí. Mejor ni pienso en eso —niega.
—Bueno, de acuerdo. No sería en ningún sitio que te obligue a quitarte la ropa interior —acepto—. En la semana, pensemos ideas. ¿Es un trato?
—Lo es.
—Gracias —Vuelvo a besarla y a abrazarla, ya no con lujuria o deseo, sino con compañerismo.
Mierda. Mierda. Mierda.
Nina ese ha convertido en mi anestesia, en mi refugio durante las tormentas. Es la música en mis silencios y la calma en la tempestad. Es mi medicina contra la soledad autoimpuesta, porque yo me acostumbré a estar aislada incluso con gente a mi alrededor. Hasta que llegó ella. Su boca se convirtió en mi seratonina y sus abrazos son más afectivos que el clonazepam.
El día que la pierda, no sé cómo voy a salir adelante.
—¿Estás bien? —consulta contra mi boca.
—Sí, solo pensaba en los tatuajes —miento y la empujo un poco para indicarle que quiero que se recueste—. Quizá podríamos hacer uno en forma de labios pintados de rojo justo aquí. —Me dejo caer sobre ella y beso el punto en el que su clavícula comienza empieza a curvarse rumbo a los senos.
—¡Oye! —Se ruboriza mientras lleva sus manos a mi nuca para retenerme allí, con los labios sobre su piel, por algunos instantes más.
Recostada sobre ella, acaricio su piel desnuda tratando de evitar el pliegue que se forma en su cintura porque sé que la incomoda y que le genera inseguridad. Voy hacia su muslo y poco a poco llevo los dedos hacia la cara interna, cerca de su centro.
"Te quiero", pienso.
No me atrevo a separar los labios de su pecho y pronunciarlo. Expresarlo con palabras lo volvería demasiado real y peligroso. Por eso, prefiero demostrarlo con acciones que pueden interpretarse de diversas formas.
Deslizo la mano siguiendo los rastros de humedad y comienzo a tocarla con cariño y delicadeza porque sé que así es como más le gusta. Casi de inmediato, Nina suelta un suspiro de placer que me hace sonreír.
Ojalá esto pudiera durar para siempre así, imperturbable. Sin trabajo ni obligaciones. Sin un título para lo que nos une. Sin pensar en la opinión de otros. Simplemente de esta forma: ella y yo, amándonos hasta el amanecer sobre el sillón y cuidándonos la una a la otra para que nadie vuelva a hacernos daño.
Quiero que esta sea nuestra burbuja. Al mismo tiempo, desearía poder pincharla ahora, porque cuanto más tiempo me esconda dentro, más dolerá el día en que explote.
***
—No puedes beber tanto café —reprocha Nina y me arrebata la taza que tengo en las manos—. ¿Cuántas llevas desde que nos levantamos?
—¿Cuatro? —Miro la isla de la cocina—. ¿Seis? Pero son pequeñas, y les pongo leche, no es café puro.
—¡Son las diez de la mañana apenas! Mira que esto cuenta como adicción —vacía el contenido en el fregadero—. Entiendo que quieras mantenerte despierta, pero si sigues así vas a ir por una docena de tazas antes del mediodía.
—Si tuviera cigarrillos, fumaría, pero se me acabaron. —Hago un mohín.
—¡Cambiar una adicción por otra no es la solución! —insiste ella, frustrada—. ¿Tengo que cuidar tu salud como si fuera tu mamá?
—Quizás ese sea mi fetiche —digo mientras me aproximo a ella para tomarla de la barbilla.
—¿Sabes? Shanice dice a broma que tú eres mi sugar mommy —admite ella.
—Uh, eso me gusta incluso más. —Le robo un beso—. Y tú eres de las niñas que parecen obedientes pero, en el fondo, son bien rebeldes.
Nina retrocede un paso y niega con la cabeza antes de reclamarme que tengo que apresurarme porque debemos salir pronto y no estoy lista aún. Hoy vamos a ver una prueba de baile de una compañía que recomendó Richie. Vamos a elegir a los doce que más nos gusten para contratarlos para la coreografía de mi próximo videoclip. Hay que empezar a ensayar la semana que viene, el instructor de baile ya tiene los pasos creados y la canción lleva tiempo grabada.
De más está decir que yo no sé bailar. Tengo dos pies izquierdos y mi papel será más que nada el de cantar al frente, hacer algunos pasos simples y permitir que los expertos me ayuden a destacar. El videoclip será grabado en la playa al atardecer a mediados de marzo.
Sin ganas de maquillarme, me coloco lentes de sol para ocultar el cansancio en mi mirada. El cabello corto, por fortuna, es fácil de peinar y para esta clase de tareas puedo ponerme cualquier atuendo cómodo sin pensar demasiado en cómo me veo, así que escojo una camiseta negra enorme que me llega a las rodillas y leggins deportivas. No estoy para nada glamorosa.
Nina, no sé cómo, se ve tan radiante y profesional como siempre, con una falda hasta los tobillos y una blusa de mangas largas y cuello alto para ocultar las marcas que le he dejado en la madrugada. No hay en ella vestigio alguno del insomnio, está impecable. Perfecta.
—Sabes, no hace falta que te vistas formal todo el tiempo —sonrío—. Si quieres, puedes relajar un poco el atuendo para esta clase de obligaciones.
—Lo sé, por eso me puse algo cómodo —responde.
—¿Eh? —La observo otra vez. Tiene los ojos delineados de forma prolija, las ojeras escondidas por el maquillaje y ni una sola arruga en la blusa. Se ha colocado zapatos a juego con el bolso y con sus accesorios, incluso con las uñas—. Es una broma, ¿no? Mírate, estás tan perfecta que me haces sentir pordiosera —río.
—¿Te parece? —Da una vuelta sobre sí misma—. Pero si esta es mi falda preferida para ir a hacer las compras o a la playa.
—¡Incluso te alisaste el cabello antes de recogerlo! —insisto.
—Pues obvio, no iba a salir despeinada. Con tu corte es más fácil no preocuparse. —Hace un mohín—. Esto es lo más casual que tengo.
—Te admiro. —Estallo en carcajadas—. Yo no tengo paciencia para arreglarme, salvo que vaya a estar frente a una cámara o en una reunión importante.
—Ibas muy arreglada la noche que te conocí —refuta.
—Porque salía justamente de una sesión promocional para el concierto en Albany. Hice eso con varias ciudades —explico.
—Si quieres voy a cambiarme...
—No, no. Te ves preciosa, es solo que envidio tu habilidad y dedicación. Mírame —me señalo—. Si me arrojo a pedir limosna en la calle seguro me la dan. Lo único que le falta a esta camiseta es un agujero.
—Pues yo creo que ese estilo relajado te sienta increíble —afirma ella.
—Gracias. —Tomo su mano y tiro de ella en mi dirección para robarle un beso fugaz—. Ahora, vamos, que si llegamos tarde Richie se va a enojar.
¡Hola! Solo vengo a dejarles esto porque me hizo pensar en ustedes cada vez que les pongo advertencia inicial.
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