12. CONCLUSA
Voy a enloquecer. Estoy a un parpadeo de comenzar a gritar, de salir corriendo o de hacer ambas cosas al mismo tiempo. Mis manos tiemblan, no logro mantenerlas quietas; juego a enredar y desenredar los dedos una y otra vez. Me cuesta prestar atención, el cerebro parece haber hecho cortocircuito. No quiero estar aquí. Quiero despertar.
—¿Baja aquí, señorita? —pregunta un empleado. Creo que me habla a mí.
Sin responder, doy algunos pasos al frente y respiro hondo. Las puertas del elevador se cierran a mis espaldas y, con ello, se va también mi ruta de escape.
Esto tiene que ser una maldita broma.
En la recepción del hotel veo a mis padres y a Jonathan, sentados cerca de la chimenea. Conversan sobre algo del bufete seguramente, o de algún caso que les interese. Lo sé porque están muy entretenidos con su micromundo y no me han visto todavía.
"Quizá pueda deslizarme hasta las escaleras de servicio...", pienso y las busco con la mirada. No tengo ni idea de dónde están, seguro se hallan cerca. Mierda. Mierda. ¡Mierda! ¿Cómo supieron que estaba quedándome aquí? ¿Habrán llamado a varios hoteles? ¿Mi ex me habrá seguido? Da igual, más importante es saber qué demonios quieren.
Me iré de aquí en tres días, maldita sea, déjenme en paz.
"¿Y si papá notó que le quité dinero?", me preocupo. "¿O será por lo del disco duro que destruí?"
Realmente no estoy de ánimos como para lidiar con lo que sea que quieran decirme. No deseo volver a escuchar sus reclamos, la forma en la que siempre remarcan mis falencias.
Pero ya saben que estoy aquí. Si me encierro en la habitación no cambiará nada. Aguardarán hasta que deba salir. O vendrán de nuevo mañana. Quizás incluso sepan cuál es mi vuelo a Miami. Atrincherarme en el cuarto no va a cambiar nada.
"Cálmate, actúa con seguridad y te respetarán", intento darme ánimos antes de comenzar a avanzar hacia ellos. Cuanto antes sepa qué quieren, antes me desharé de su presencia y podré dejarlos atrás. Esta es la despedida. El cambio de página definitivo.
Me aproximo con pasos decididos y, al encontrarme lo suficientemente cerca, aclaro mi garganta para llamar la atención de los tres.
—Buenas tardes, ¿en qué los puedo ayudar? —consulto con sequedad, de pie. No voy a sentarme a compartir la conversación con ellos. Creo que marcar distancia ayudará.
—¿Así saludas a tu madre?
—Así saludo a cualquiera que llegue sin avisar y sin consultar primero —aclaro—. Es algo que tú me has enseñado. Se llama descortesía.
—Siéntate —pide mi padre.
—No.
—Vamos, Nina —insiste Jonathan, con una sonrisa amable en el rostro—. ¿No te alegras de poder vernos una vez más?
—No. Preferiría evitar esto. ¿A qué han venido? —Aunque intento sonar firme, sé que mis palabras tiemblan al ritmo desbocado de los latidos de mi corazón. Estoy nerviosa y asustada—. ¿Y cómo supieron dónde me encontraba?
Mi ex extiende algo hacia mí. Noto de inmediato que se trata de una copia de la tarjeta que funciona como llave de mi cuarto. Me entregaron dos, así que cargo con una en el bolso y la otra en mis pantalones por si acaso.
—Se te cayó en el despacho de mi casa —explica él.
No le creo. Quizá vio que sobresalía de mi bolsillo y la tomó con cuidado cuando estaba por marcharme de su hogar.
—Pues eso responde una de las dos preguntas. —Se la arrebato—. ¿A qué han venido?
—Deberías ser más agradecida —refunfuña mamá—. Johnny está preocupado por ti y por esta tonta rebeldía tuya. Mira que dejar la carrera y arrojar tu futuro por la borda por un capricho...
—Solo está preocupado por casarse conmigo para quedarse con la mitad del bufete de abogados que le corresponde a papá —refuto, sin filtro alguno—. Y a ustedes no les molesta porque saben que a mí me importa poco la abogacía y que él sería un mejor dueño, pero al mismo tiempo desean mantener control sobre el negocio a través de mi apellido. No soy tan estúpida como creen. S-sí eso es todo lo que querían, les deseo un buen día. Gracias por la llave.
Retrocedo un paso, dispuesta a marcharme. Creo que mi actuación ha sido bastante convincente. Les dejé en claro que no los quiero aquí e impuse mi postura casi sin titubear. No he sido grosera ni perdí los estribos. Les respondí de forma ácida, aunque civilizada. Le daría un puntaje de ocho sobre diez.
—Esta es tu última oportunidad, Nina —habla mi padre en voz baja—. Puedes arrepentirte por actuar como una niñata malcriada, cumplir con el debido castigo y seguir con tu vida. Te comprometerás con Jonathan y el día de la boda tu error estará saldado.
—¿O qué? —escupo las palabras—. ¿Te das cuenta de que prácticamente intentas venderme a uno de tus socios como si fuese un objeto? No estamos en la Edad Media. Y no voy a dejar que este idiota me vuelva a poner una mano encima. ¿Si me voy qué pasa? ¿Nunca más podré regresar con el rabo entre las patas? Pues, perfecto por mí. —Golpeo el suelo con el tacón de mi bota derecha.
—¿Cómo te atreves a hablarle así a...? —comienza mamá.
—¿Cómo te atreves tú a permitir que tu marido venda a tu hija? —interrumpo y ella hace una mueca de desagrado—. Sé que no me quieren. Que nunca me quisieron ni me van a querer. Sé que están decepcionados de mí en todo sentido y que les ofende que pinche la burbuja en la que están metidos. Pero la vida que ustedes quieren para mí no es la que yo deseo. Y voy a vivir como me parezca mejor. —Respiro hondo antes de continuar—. Diga lo que les diga y explique lo que les explique, jamás me van a entender. No pienso molestarme ni malgastar tiempo en sincerarme, no vale la pena. Solo quiero que sepan que, si su intención era darme dos opciones, pues yo ya elegí hace tiempo la libertad, con todas las consecuencias que pueda traerme. Adiós.
—Te arrepentirás —amenaza mi padre, tratando de mantener la calma—. Y cuando lo hagas...
—No me arrepentiré de haberme ido de casa o de jamás volver a verlos. Quizá me arrepienta de algunas decisiones que tome en el camino, pero aprenderé de ello y continuaré. A mi manera. Esto —señalo a los tres—, haber tolerado esta situación por años... es lo único de lo que me arrepiento en el presente. Debí haberme marchado antes. Les pido p-por favor que se vayan de una vez. No quiero verlos más. Ya no soy su hija. Finjan que ni siquiera nací. Se les da bien pretender que lo que no les agrada es invisible.
—Mañana mismo cerraremos tus tarjetas y cuentas —asegura mamá.
—Okey —me encojo de hombros—. ¿Qué quieres que te diga? Felicitaciones por ser la peor familia del año. Merecen un premio.
Ahora sí, volteo y comienzo a alejarme. No tengo deseos de esperar por el elevador, así que sigo un letrero rumbo a las escaleras de servicio. A mis espaldas escucho que ellos dicen algo más, pero lo ignoro. Estoy demasiado concentrada en no derrumbarme.
Apenas hallo lo que busco, comienzo a trotar hacia la planta superior.
El nudo en mi garganta crece con cada paso que doy. No ha sido fácil juntar el coraje para escupir mi decisión sin titubear. Más allá de las decepciones, de la inflexibilidad y de los errores, ellos son mis padres. Yo no los elegí y, sin embargo, a su manera extraña y retorcida, fueron siempre mi refugio y mi contención. En el interior guardo con timidez algunos recuerdos bonitos de la infancia, es un cofre de instantes felices que vivimos en familia. Quisiera poder recordarlos como cuando me llevaron a Washington D.C., sonrientes en la foto frente a la estatua de Lincoln. Unidos y orgullosos de mí.
Arrancarlos de raíz de mi vida ha sido una decisión difícil y dolorosa. Sin importar el daño que me han hecho en los últimos años, siguen siendo mis padres. Soy quien soy, en gran medida, debido a ellos. Sé cuánto se esforzaron por darme lo mejor de sí mismos y por enseñarme lo que creyeron que era ideal para mí. Les ha decepcionado que no quisiera seguir sus pasos ni tampoco el plan que habían trazado para el futuro. Y a mí me ha herido su falta de empatía, su visión angosta y limitada del mundo.
Me habría encantado que la distancia entre nosotros se marcara de otra manera más pacífica y natural, sin rencores ni amenazas. Subir las escaleras del hotel después de esta despedida ha creado un vacío en mi pecho, un hoyo hambriento que no sé cómo llenaré. Hasta hace algunos meses, mis padres eran mi único lazo humano fuerte y sólido. Sin ellos, ¿qué me queda?
Estoy de pie en medio de un desierto, atrapada en la desolación de quien no tiene ni amigos ni relaciones. Está Myre, claro, aunque lo nuestro es complicado e imposible.
"No estás sola", me digo. Pienso en Shanice y en Kaya. Pienso en Vanesa. Pienso en Julia, con quién llevo meses sin hablar. Pienso en mi prima y me pregunto si sería prudente escribirle con una explicación de lo ocurrido. "No estás sola, Nina. Y cada día habrá más personas a tu alrededor".
Si tuviera que describir lo que siento en estos momentos, supongo que podría compararlo con la depilación. Cuando usas cera y tiras fuerte, duele como la mierda. Sabes de antemano que sufrirás, pero estás decidida a hacerlo de igual manera. Te arrancas los vellos así como yo arranqué a mi familia y, más allá del padecimiento, la piel te queda enrojecida un tiempito hasta que se vuelve suave y bonita. Yo ahora me encuentro con la herida ardiente y confío en que pronto notaré lo bien que se siente esta libertad definitiva.
Alcanzo el primer piso con la respiración agitada. Hago una pausa en el descanso para recuperar el aliento antes de continuar y me planteo incluso la posibilidad de tomar el elevador desde aquí como una cobarde. Cierro los ojos por algunos instantes y apoyo la mano sobre mi pecho, hace años que mi estado físico empeora por el sedentarismo de mis estudios.
—Nina... —La mano de Jonathan se posa sobre mi hombro casi al mismo tiempo que escucho mi nombre.
Reacciono con un chillido asustado y un salto hacia el frente que busca, en vano, poner distancia entre ambos. Giro, frustrada y lo observo.
—¿Ahora qué quieres? ¿Por qué no puedes dejarme en paz? —reclamo y retrocedo rumbo a los siguientes escalones, preparada para trotar si es necesario.
—Quiero entenderte —suelta él, enfadado—. Explícate, Nina. ¿Qué demonios ocurre contigo? ¿Te das cuenta de qué tan infantil y estúpida pareces? —Él avanza hacia mí—. Lo tienes todo aquí: una familia en buena posición, educación de calidad, un futuro asegurado, la herencia profesional y económica de tus padres... todo.
—No, Jonathan, el estúpido eres tú. Aquí no hay nada para mí. Hay gritos e insultos constantes, reglas absurdas y prohibiciones. Límites. No puedo ser yo misma, no puedo tener mis propias pasiones, no puedo pensar ni decidir. Solo obedecer. —Intento contener las lágrimas—. ¿Qué es tenerlo todo para ti? ¿Que te manejen como marioneta desde que naces? ¿Que te digan qué estudiar, con quién casarte, qué ropa usar, qué decir y demás? Porque yo me harté de eso. No me interesa la abogacía ni el dinero de la familia, no me atraes tú. Prefiero tener deudas y trabajar en un supermercado para sobrevivir con lo mínimo antes que volver a caer en este circo.
—¿Tienes quince años o qué? Ese es un idealismo vacío que no te llevará a nada. —En un movimiento rápido, toma mi muñeca—. El mundo no es tan bonito como crees, deja de ser tan naive. ¿No te avergüenza tu ignorancia?
—Suéltame —exijo—. Si tanto quieres el dinero de mis padres, pídeles que te adopten y ya. A ti no te importa venderte al mejor postor. Eres una carcaza vacía y hueca. Y yo aspiro a más que eso en la vida.
—En ningún sitio tendrás más que aquí.
—Tal vez no me convierta en millonaria, pero seré libre. Y no hay nada más valioso que eso en el mundo. ¿Por qué no lo entiendes? Quiero ser yo misma. Quiero amar sin miedo. Quiero cometer errores y aprender de ellos. Quiero arriesgarme. Quiero que esta vida sea mía, no de otros. No de mis padres. No tuya. Sino mía. Por favor, déjame ir y olvídate de que existo. No soy un animal salvaje al que puedas domesticar. —Sacudo el brazo con fuerza hasta que logro liberarlo—. Desaparece, Jonathan.
—Te vas a arrepentir.
—Lo dudo. Pero incluso si lo hago, ¿a ti qué te importa? No estás enamorado de mí y ya dejaste en claro que ni siquiera te parezco linda. Sabes que igual heredarás el bufete de nuestros padres. No te entrometas más, y que no se te ocurra ponerme una excusa de buen samaritano porque ambos sabemos que lo que menos tienes es empatía. Me voy. Si intentas acercarte a mi cuarto voy a llamar a la policía.
Aunque él responde algo, mi cerebro parece haberse desconectado de la situación. Continúo trotando por las escaleras con los ojos húmedos y el corazón desbocado. Pensaba salir a comprar las maletas nuevas, pero creo que eso no será posible. Dudo calmarme lo suficiente como para tener el valor de salir de la habitación. Quizá le transfiera el dinero a Shanice y le pida que ella se encargue. No quiero abusar de su amistad y su ayuda y, al mismo tiempo, sé que puedo confiar en que me dará una mano.
Quisiera hacer algo por ella. Cuando regrese a Miami y mi situación financiera mejore, le pagaré un pasaje y un lindo hotel cerca de la playa para que vaya a visitarme con Kaya por algunos días. Es una promesa.
***
El ocaso me sorprende todavía ensimismada. Algunos copos de nieve caen en el exterior, no son muy grandes y se derriten poco después de tocar el pavimento. Aquí dentro hace un calor asfixiante, mis mejillas se ven rojas en el reflejo del vidrio. Llevo un buen rato aquí, sentada en una esquina de la cama y con el teléfono bloqueado entre las manos. Mi cerebro me pide que haga cosas: comenzar a ordenar, llamar a Shanice, preguntar en la recepción si mis padres se han ido, quizá ir a cenar fuera yo sola. Algo. Lo que sea. Y, sin embargo, el cuerpo parece no querer reaccionar.
Veo el atardecer prematuro caer entre los edificios mientras que una noche blanquecina se apodera del paisaje. El cielo invernal siempre me ha generado una sensación apocalíptica porque no acaba de apagarse del todo. Me pregunto si en otras partes del mundo se verá igual.
Mi mente divaga sin rumbo, va de un tema al otro como río que simplemente fluye. De a ratos me preocupo por asuntos importantes. Otras veces, en cambio, me invaden tonterías como imaginarme con el cabello rojo o con un atuendo punk. Quedaría ridícula.
En esto, y casi como si los pensamientos la invocaran, Myre manda un mensaje preguntando si estoy libre. La repentina vibración del teléfono me sobresalta, arrancándome del sopor en el que me hallaba. En un instante estoy completamente despabilada por la sacudida.
La llamo en un acto reflejo causado por mi necesidad de consuelo.
—Hola... —susurro y comienzo a llorar casi de inmediato.
—¿Nina? ¿Estás bien? ¿Qué te ocurre? ¿Es mal momento? —Mi ídola lanza las preguntas, sorprendida.
—Quiero volver a Miami ya mismo —admito—. Me quiero ir de aquí...
—En tres días —asegura ella en tono relajado. Busca calmarme—. Puedes salir a divertirte. O puedes cerrar las cortinas y olvidar que estás allí. No soy quien para decirte qué hacer.
—¿Y en mi lugar qué harías para pasar los tres días? —susurro.
—¿Con honestidad? Esconderme bajo las mantas a componer alguna canción nueva. Pero esa no tiene que ser tu respuesta. Quizá a ti te hace mejor despedirte de tus amigas. O salir de fiesta. O ir de compras, yo qué sé.
—Supongo que después de dormir unas cuantas horas me levantaré con la mente más clara —miento. Luego le cuento lo ocurrido con mi familia y con Jonathan. Intento repetir la conversación con tanta fidelidad como mi memoria permite. Ella aguarda sin interrumpir salvo que no entienda algo. Es paciente.
—Pues... yo me sentiría igual que tú en ese caso. Ya me habría fumado un atado entero por el estrés —bromea—. Lo estás manejando con mucha madurez.
—Hablas como una psicóloga barata —me burlo.
—Debe ser porque hoy tuve mi primera cita con uno... —admite, incómoda.
—¿Quieres contarme?
—No lo sé. —Myre suelta un suspiro—. Fue... raro. Hablé mucho sobre tonterías, no me hizo preguntas hasta el final y me recetó unas píldoras para cuando tenga ataques de ansiedad. Las próximas visitas serán virtuales una vez al mes por ahora. Supongo que... al menos no me sentí juzgada.
—Me alegra mucho, creo que te hará bien. Dale tiempo. Esas cosas no se arreglan de un día para otro...
—Sí, sí. Ya escuché el discurso varias veces, no necesito otro sermón —bufa.
—¿Mañana estás muy ocupada?
—Siempre lo estoy —respira hondo—. Por lo menos lo de mañana es un ensayo con Crest de las canciones nuevas. Es en un estudio pequeño aquí cerca, algún día te llevaré para que lo conozcas. Sirven un café muy rico.
—Suena como una experiencia interesante —admito, como fan.
Conversamos un rato más sobre nimiedades. En algún punto ambas empezamos a bostezar. No hemos cenado y, lamentablemente, tengo hambre. Me cuesta mucho dormir con el estómago vacío, así que nos despedimos. Sé que debemos ser pacientes y que en pocos días volveremos a vernos. Aunque ya no sé cómo serán las cosas entre ambas, dónde me quedaré, qué trabajo encontraré y demás. La incertidumbre me estresa un montón y, al mismo tiempo, estoy tan ansiosa por abandonar Nueva York que imagino que cualquier cosa que ocurra conmigo va a ser mejor que permanecer aquí. Incluso si acabo durmiendo en la calle estaré mejor que en Albany.
—Nos vemos pronto —se despide ella—. Cuando llegues tenemos que hablar de varias cosas importante.
—Lo sé —trago saliva—. Pero no pensemos en eso todavía, ¿sí?
—De acuerdo. Descansa bien, Nina. Intenta disfrutar de tus últimas jornadas allí.
—Gracias, Que tengas sueños bonitos. No fumes demasiado.
Cortamos la llamada así, con palabras atragantadas e inseguridades. Me doy cuenta de que las dos nos hemos quedado con cosas escondidas que posponemos. Qué tontas somos a veces.
Es muy difícil cortar el lazo con las personas con las que has compartido la mayor parte de tu vida. Hacer algo así requiere de mucho valor, y Nina nos demuestra que ella lo tiene. Ella ha cambiado y madurado mucho en el mes (aprox) que ha transcurrido desde que se fue de su casa. Salió de su jaula, vio el mundo y le gustó. Y entendió que hay mucho más para ella que la burbuja en la que estaba aprisionada.
Espero que hayan disfrutado del capítulo. Los quiero. 💜
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