Compañeros
Compañeros
Hinata sonrió mientras miraba a ambos hombres, sentados al frente de su nuevo escritorio. Por un momento se sorprendió de encontrar a Naruto en la oficina de Jiraiya, pero también había notado la mirada analítica del hombre cuando lo conoció. Ella no era una mujer que le gustarán las aventuras de una noche, jamás lo había hecho en su anterior distrito, pero también era porque todos la conocían allí.
Hinata había crecido en un pequeño pueblo, siendo la única hija de un matrimonio algo raro. Sus padres, ambos, eran policías y desde que empezó a caminar, ya tenía el carácter de ambos. Impulsiva como su madre, inteligente como su padre, un carácter de los mil demonios.
Ella estaba acostumbrada a hacer lo que quisiera mientras tuviera una buena escusa.
Cómo la vez que le había roto la nariz a Suigetsu, al decirle machona, en tercer grado. O la vez que pateo las bolas de Omoi cuando quiso pasarse de listo en su último año de secundaria.
Hinata no temía actuar, tenía los valores muy altos y era propensa a defender indefensos y enfrentar a abusivos. Por eso terminó siendo policía también, a una muy joven edad ella ya estaba patrullando, aunque sus padres odiaron la idea, la apoyaron.
Hinata era liberal, sus padres la habían enseñado los valores de la iglesia, pero también el valor de la ciencia. Ellos consideraban que la fé era algo bueno, enseñaba un órden, ya que sin la iglesia, el mundo sería un caos. Pero no era más que puntos idealistas que era muy imposible que se cumplieran mientras él mal existiera.
Y Hinata aprendió que él mal era como un incendio en medio de un bosque en otoño.
La leña seca era la misma humanidad, consumiendo y siendo consumida. Lo único que podían hacer ellos era intentar salvar a vidas que estaban en su camino y eran inocentes. Y aunque intentarán ofuscar el fuego, nunca lograrían apagarlo.
Pero ella estaba decidida a atacar a algunos focos y ayudar.
—Muy bien, muchachos. ¿Qué tienen para decirme?— preguntó mientras se sentaba en la esquina de su escritorio.
Hinata notó como Gaara se removía algo incómodo y miraba a Naruto. Hinata también miró al rubio, seguía siendo tan caliente como lo recordaba. Él tenía los ojos celestes clavados en su rostro y Hinata volvió a sonreír, provocando que él frunciera un poco el ceño. Ella no apartó la mirada y ladeó un poco el rostro mientras él parecía cada vez más concentrado. Hinata levantó una mano y se movió el flequillo, luego se pasó un dedo por los dientes.
—¿Tengo algo?— preguntó algo preocupada por la falta de respuesta—. Mierda, no me digan que anduve por toda la oficina con algo entre los dientes.
Ella saltó del escritorio y tomó su bolso, buscando frenéticamente un pequeño espejo que siempre llevaba. Maldijo mientras tiraba todo el contenido en la mesa, esparciendo papeles, viejos y nuevos, llaves, algunos envoltorios, caramelos sin abrir y toallitas higiénicas y tampones. Ella al fin encontró el espejo entre unas hojas de una carpeta y lo abrió para ver sus dientes frontales.
Hinata suspiró cuando no vio nada, pero luego frunció el ceño y miró mal a la pareja.
—¿Esto es una clase de ley de silencio del primer día? Eso estaría verdaderamente jodido—, regañó suavemente.
—No, señora Hyūga..
—Ah, nada de señora, Gaara. Soy Hinata para ustedes.
—No creo que eso sea bueno—, murmuró él mirando a Naruto.
—¿Por qué no?— quiso saber mirando a ambos.
Naruto le llamó la atención cuando suspiró y sacó una cajetilla de cigarros de su pantalón de vestir. Hinata se acercó lentamente, por el costado del escritorio y espero a que él se pusiera el cigarro en la boca y lo prendiera. Luego que largó humo blanco ella se lo arrebató de los labios. Notó que Naruto estaba tan sorprendido que se quedó a medio camino de guardar la cajetilla.
—Tch, tch—, negó ella mientras tiraba el cigarrillo al piso y lo pisaba para apagarlo—. No en mí oficina, Naruto. Si quieres morir de cáncer de pulmón, mátate tu solito. Yo no fumó esa mierda—, sentenció con brazos cruzados.
Naruto se quedó callado, observándola, con la cajetilla entre los dedos. Gaara ocultó una risa con una tos, pero ella no apartó la mirada de Naruto.
—De acuerdo—, dijo el mientras guardaba su caja en su lugar. Naruto volvió a acomodarse en su asiento, y la observó como si quisiera ver todo lo que ella hacía—. ¿Qué quiere saber exactamente?
Hinata asintió con la cabeza y se movió a su silla, para sentarse. Todo el desastre de su escritorio estaba entre ellos, pero ella no guardaría nada.
—Todo lo que sepan de este desgraciado hijo de puta que mata mujeres. Y su relación con el obispo.
La pareja de compañeros se miraron y el primero en hablar fue Gaara.
—No tenemos la conexión. Si la tuviéramos ya lo habríamos atrapado.
Hinata frunció el ceño.
—¿Pero están seguros que el obispo Danzō es la cabecilla?
—En eso no hay duda— contestó esta vez Naruto con su voz profunda y rasposa. Hinata creía que era gracias a tanto cigarrillo—. No conseguimos pruebas contra él en Konoha, en el caso del diácono. Pero es obvio que él es el que instaba los asesinatos, por lo menos era él que metió esas ideas en ellos.
—Como Manson— asintió Hinata mientras juntaba sus dedos bajo su barbilla.
—Es una buena comparación—, estuvo de acuerdo Naruto.
Hinata tomó dos de los caramelos que tenía cerca y le ofreció a los detectives. Gaara negó con la cabeza, pero Naruto se encogió de hombros y tomó uno. Hinata sonrió mientras abría el que había quedado en su palma y lo metía en su boca. Ella chupó el caramelo de cereza mientras se llevaba un dedo a abajo del labio para pensar en ello.
Era una vieja costumbre que la ayudaba a concentrarse.
—Bien, así que Danzō está avisado. No hará movimientos raros—, sentenció y los oficiales asintieron—. Pero no pudieron averiguar con quién habla generalmente cuando viene a Suna.
—Habla con mucha gente— comentó Gaara esta vez—. Hemos investigado a la mayoría de la iglesia donde él visita, pero nadie cumple con los patrones.
—¿Patrones?— preguntó Hinata.
—Hombre, en sus treinta, fanático religioso o con un odio, desprecio a las mujeres en realidad. Madre autoritaria, pero religiosa. Inteligente, narcisista.
Hinata asintió a Naruto.
—Esos patrones los puede cumplir muchos hombres.
—Desgraciadamente la cuarta parte de la iglesia—, estuvo de acuerdo Gaara—. Pero hemos vigilado a varios que creímos cumplían con los requisitos.
—¿Algo?— preguntó esperanzada.
Ambos negaron.
Hinata apoyó la espalda en la silla y volvió a chupar su caramelo. Se quedó en silenció, pensando qué podrían hacer. Hinata podía sentir la mirada de ambos hombres sobre ella, no le importaba, estaba acostumbrada.
—¿Qué hay de las víctimas?
Gaara le extendió carpetas y ella las tomó, apoyándola en el desastre de su escritorio. Ella apartó un tampón y abrió la primera.
—¿Todas fueron encontradas en su casa?— preguntó ella cuando estaba por la tercera carpeta.
—Si—, contestó él pelirrojo.
—¿Se llevó algo de la escena? ¿Han vigilado por si volvía?
Hinata levantó la mirada cuando ninguno contestó. Gaara la observaba con el ceño fruncido y Naruto como si ella fuera un enigma que quería resolver.
—¿Y bien?— preguntó.
— Crucifijos —, murmuró Naruto.
—¿Perdón?— preguntó acercándose más al escritorio.
Naruto se aclaró la garganta.
—Se llevó los crucifijos de las víctimas.
—¿Todas eran religiosas? ¿Iban a la misma iglesia?
—No— respondió Naruto—. Pero esto es Suna, la mayoría tiene un crucifijo en su habitación.
—¿Usted tiene uno Uzumaki?— preguntó con curiosidad sin poder recordar si había visto alguno en su habitación.
Gaara se aclaró la garganta y Naruto se cruzó de piernas.
—No. No soy religioso.
— Oh.. Bueno, entonces no todos deben tener uno. ¿Usted Sabaku no?—. Gaara negó con la cabeza—. Ve—, contestó con una sonrisa—. ¡Bien!—, ella cerró la carpeta y mordió su caramelo—. Visitaremos las casas de las víctimas. Puede que el asesino este inactivo, pero tenga por seguro que le gusta revivir su momento de mayor poder. Hasta tal vez pasa por allí y se detiene en su auto y se masturba frente a su casa. Esos enfermos hijos de puta—, murmuró mientras tomaba las carpetas y se levantaba de su silla.
Hinata se movió para dejar las carpetas ordenadamente en un armario. Ella era algo desordenada en su casa y ella misma, pero en el trabajo, con cosas tan serias, nunca.
Se giró, cazando la mirada de Naruto justo en su pantalón negro ajustado, mirando su trasero. Ella ocultó su sonrisa.
— Muy bien, caballeros. ¿Por donde empezamos?
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