Capítulo 33: Esta Es Mi Verdad
Doy vueltas por la cocina, cantando y saltando felizmente, moviendo la cabeza al ritmo de la música y removiendo lo que se cuece en la olla. Mi madre me ha pasado la receta de sus fideos de puchero y estoy... Intentando hacerla. De momento va bien, creo. Aunque ahora que tengo que esperar un rato simplemente estoy dando saltos en la cocina mientras recojo todo y cada cinco minutos remuevo la comida.
- Nunca hemos sido los guapos del barrio. Siempre hemos sido una cosa normal - tarareo felizmente, dando vueltas y usando un cucharón de madera como micrófono. - Ni mucho ni poco, ni para comerse el coco. Oye ya te digo una cosa normal.
Sigo bailoteando, en mi propio mundo, y escucho la puerta del apartamento. Unos segundos después, Pablo está entrando en la cocina, sonriendo y mirándome a mí y luego a la Alexa que tenemos, que es donde se reproduce la música.
- Hola, Mimi - saluda muy tranquilo, pero lo mando a callar.
- ¡Has sido tú! ¡Te crees que no te he visto! - Sigo cantando, haciéndole reír.
- Has sido tú, chica cocodrilo - me sigue el rollo, riendo más.
- Has sido tú, la que me dio el mordisco - decimos a la vez, yo uniéndome a las risas.
- Coge un micrófono, señor Páez - le digo señalándole otro cucharón mientras la canción sigue sonando.
- Estás loca - niega con la cabeza, acercándose y dándome un beso casto en los labios. - ¿Qué estás haciendo?
- Vivir la música - respondo contoneándome al ritmo de la melodía. - Ahí viene el estribillo... ¡Has sido tú! Te crees que no te he visto.
Él rueda los ojos, sin dejar de sonreír, y consigo convencerlo al fin porque agarra el improvisado micrófono y se pone a cantar conmigo. Jamás pensé que me lo iba a pasar tan bien cantando con mi novio en la cocina a los Hombres G... Pero aquí estamos, casi chillando la letra de "El ataque de las chicas cocodrilo". Nos reímos, bailamos y cantamos, con tanta naturalidad que me hace sentir tremendamente cómoda. Hay pocas personas con las que me siento a gusto así. Sólo mis padres y mis tres amigas, nada más. Y ahora él.
Cuando la canción termina los dos estamos jadeando y felices, y bueno, se pone la siguiente melodía de mi playlist súper variada. Suena una canción en inglés que es lenta y se nos acaba la fiesta.
- Es un temazo - digo refiriéndome a lo que estábamos cantando. - ¿Te gusta Hombres G?
- Algunos temas - asiente sentándose en un taburete. - ¿Qué estás cocinando?
- Puchero - contesto sonriente. - ¿Qué tal el entrenamiento?
- Como siempre - se encoge de hombros y hace un gesto con la mano. - ¿Y tus clases?
- Bien, bien - quito la olla del fuego y sigo la receta, mientras continúo hablando con mi novio. - Hoy ha sido más bien aburrido, pero mejor aburrido que complicado.
- Me alegro - murmura apoyándose en la encimera. - Mis padres vienen mañana - me recuerda.
- ¿Por qué te crees que estoy haciendo esto? - Le pregunto mirándolo con obviedad.
Se encoge de hombros y yo ruedo los ojos. El siguiente paso es... Ninguno. Ya está listo. Así que dejaré que se enfríe y luego lo meteré en la nevera, y ya mañana lo volveré a calentar para el almuerzo.
- Pedri y Fer vendrán a cenar - me habla él mientras yo termino de arreglar mi desastre de la cocina. - Traerán comida china.
- Perfecto. Hace tiempo que no los veo - sonrío y voy hacia él, besando sus labios. - Dile a Fer que traiga la Nintendo Switch, aun me debe la revancha al Mario Kart.
- ¿Todavía seguís con eso? - Se queja mi novio, negando con la cabeza y abrazándome por la cintura.
- No pararé hasta ganarle - declaro alzando la barbilla de forma orgullosa.
- Bueno, pues le escribiré para que traiga la Nintendo - cede riendo.
- Muchas gracias.
- De nada, chica cocodrilo.
★★★
Me despido de los chicos y segundos después escucho a Pablo hablando con los canarios en la entrada del apartamento. Justo después, se escucha cómo se cierra la puerta y sé que es cuestión de tiempo que mi chico regrese al salón.
No es muy tarde, así que no estoy cansada, pero nuestros amigos tienen cosas que hacer por la mañana temprano y no podían quedarse mucho más. Aun así, lo hemos pasado bien. En realidad, siempre lo pasamos bien. Pedri y Fer son los únicos amigos de Pablo que también considero mis amigos. Y cuando me acababa de mudar, eran los únicos amigos que tenía. Tres meses después ya tengo muchos amigos de la universidad, eso sí es cierto. Encajar aquí me ha costado bastante menos que en Sevilla. También he de decir que, tener aquí a mi novio y a los canarios, me ha aportado cierta seguridad desde el principio. En Sevilla estaba sola, aquí no.
- Mimi, ¿tú sabes dónde está mi cargador? - Pregunta Gavi entrando al salón de nuevo. Habrá ido al dormitorio primero.
- La verdad es que no sé. Usa el mío - desconecto mi teléfono, que estaba cargando, y le entrego el cargador. - Igual está en la cocina.
- Ya me entretendré en buscarlo - murmura sonriendo y poniendo a cargar su móvil. - Gracias, muñeca.
- No me des las gracias... Mejor dame un beso.
Él se ríe y se sienta en el sofá junto a mí, besándome suave y dulcemente, y yo sonrío, encantada con todo. Estos meses han sido geniales. Pablo es genial. Funcionamos bien, nos entendemos, nos ayudamos en todo lo que podemos siempre, y nos apoyamos en cada paso que damos. Él es la única relación seria que he tenido, pero creo que puedo dar por hecho que es una muy sana, al menos yo siento que es así.
Pero hay algo que quiero contarle desde hace mucho y nunca termino de atreverme. Las palabras siempre se me atascan en la garganta, y odio profundamente esa sensación.
- La semana que viene era el cumple de tu madre, ¿no? - Comenta él cuando nos acomodamos en el sofá, abrazándonos.
- Sí, el sábado. ¿Iremos de visita?
- Yo no puedo, ya sabes que con la Liga... Pero tú puedes ir, no pasa nada.
- ¿Seguro?
- Claro, es tu familia - sonríe y acaricia mi mejilla. - Una madre lo es todo.
Esa frase. Esa frase me deja totalmente desvalida, haciéndome sentir una idiota y una mentirosa. Suspiro y me incorporo en el sofá.
- ¿Qué te contó mi madre?
- ¿Eh? - Frunce el ceño, confuso.
- Cuando entraste al cuarto de Sandra y... Y tuve el ataque de ira. ¿Qué te contó? - Repito, con más dudas y miedo que hace unos segundos.
- Sólo me dijo que Sandra y Alberto era muy importantes para ti, y fallecieron - responde en voz baja. - ¿Es mentira o...?
- No, pero no es toda la verdad - admito mordiéndome los carrillos. - Sandra no era mi hermana, Pablo. Ni mi prima, ni nada de eso.
- Os apellidáis igual - dice, confuso.
Respiro hondo, con ansiedad, y jugueteo con mis manos de forma nerviosa. Me da miedo su reacción. A lo mejor se enfada por habérmelo callado tanto tiempo. Pero necesito que lo sepa, que entienda algunas cosas.
- Sandra es mi madre.
Su rostro pasa de la confusión a la sorpresa, luego de vuelta a la confusión y por último a la tristeza. Y ahí está la puta mirada de pena que odio. No puedo evitarlo, me cabreo cuando me miran así. Aunque sepa que él simplemente se preocupa.
- No entiendo - susurra, tomando mis manos. - Debía de ser súper joven cuando te tuvo.
- Tenía quince años. Tenía un novio que abusó de ella, un hijo de la gran puta que vivía en el pueblo de al lado. No podía abortar, ni quería. Así que me tuvo - sonrío un poco y suspiro. - Pensaron que lo mejor sería criarme como su hermana, que Pepi y Manolo hicieran de padres en vez de abuelos, al menos mientras Sandra era menor de edad. Los años pasaron, todo iba genial, ella conoció a Alberto, un chaval rico que veraneaba en el pueblo. Era el mejor tipo que te puedas imaginar. Nos trataba a las dos como reinas - siento las lágrimas agolparse tras mis ojos, y me prohíbo alzar la mirada del suelo. - Sandra ya era mayor, tenía pensado casarse con él, mudarse a Madrid. Y yo iría con ellos, yo podría decir de verdad que tenía padres. Empezaríamos de cero en un sitio donde nadie nos juzgaría. Íbamos a ser una familia... - se me quiebra la voz y cierro los ojos. - Los dos amaban el fútbol, es por ellos que yo lo amaba, además de por mi padre. Alberto nos llevó a la puñetera final de 2010 - se me sale una risa triste, recordando aquel día. - A menudo iban a ver partidos por la zona, y no perdían ocasión de ver un clásico. Ella era culé y él madridista, pero siempre se lo pasaban bien. Eran condenadamente perfectos.
Me detengo ahí, porque no soporto esto, no soporto contar esta historia cuando hace años que no hablo del tema. No hablo del tema desde que dejé de ir al psicólogo y al psiquiatra, y de eso hace bastante tiempo.
- No tienes que seguir contándomelo si no estás lista - susurra mi novio, abrazándome de forma reconfortante y limpiando mis lágrimas.
- Necesito que lo sepas todo, Pablo. Si no te lo cuento ahora nunca lo haré, porque siempre será igual de difícil - fuerzo una sonrisa y vuelvo a respirar hondo. - Un año, iban en coche a un clásico. Era uno de sus tantos viajes, no debía pasar nada... Pero pasó. La policía no sabía cómo o por qué, pero perdieron el control del coche y se chocaron con un tráiler. Murieron allí en el acto. Y yo... Bueno, yo me quedé con mis abuelos. Siempre los he llamado papá y mamá, de todos modos - me encojo de hombros y me relajo, porque lo más duro para mí ya lo he dicho. - Las personas que no saben gestionar sus emociones suelen desahogarse de muchas formas. Algunas caen en depresión, otras se alcoholizan. Hay un mundo de posibilidades. Y yo, mi forma de gestionar lo que sentía, no era llorando y encerrándome en mí misma. Yo me cabreaba. A la más mínima perdía los estribos. Me expulsaron del colegio tres veces en tres meses - me río por lo absurdo que parece. - Repetí ese curso, claramente. Pero mis padres me llevaron a un especialista y consiguieron que saliera adelante. Y básicamente esa es mi trágica historia - ironizo.
Él se queda en silencio, probablemente procesándolo todo, y al rato asiente con la cabeza. Sus brazos siguen envolviendo mi cuerpo, haciéndome sentir segura, y la verdad es que se lo agradezco.
- ¿Y ya estás curada? Quiero decir... Sufriste un ataque aquel día, conmigo.
- Es raro, porque siempre estoy bien, quizá soy un poco más irritable que otras personas, aunque me manejo a la perfección. Pero las emociones fuertes me desestabilizan, así que no puedo asegurarte que nunca más vuelva a pasar. Yo estoy bien, me siento bien, pero en cualquier momento puedo dejar de estarlo, ¿entiendes?
- Increíblemente, creo que sí.
- Y... ¿Te parece mal? Si quieres romper ahora mismo conmigo lo entendería.
- Me muero antes que romper contigo - bufa negando con la cabeza. - Esto no cambia nada, Mimi. Sigues siendo tú. Ahora te conozco y comprendo mejor, pero sigues siendo mi chica. La loca e imprudente chica que conocí en un bar de Madrid - suspira y sonríe, robándome una sonrisa a mí también.
- Te quiero, Pablo.
- Y yo a ti, Miriam.
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