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Capítulo 31: Agridulce Derrota

Puede que alguien haya llorado cuando hemos perdido contra Marruecos en esa estúpida tanda de penaltis, pero no diré quién he sido. Me he pillado un cabreo de tres pares de cojones, sí, pero es que me ha dado una pena y me ha generado una frustración tan grande ver a los jugadores llorar que no he podido quedarme tranquila.

Las caras de Pedri y Gavi me han destrozado, pero ver a Morata y a Laporte llorar ha sido demasiado para mí. Yo es que no soporto ver a mis ídolos llorar. De pequeña me pasaba igual. Cuando veía a Iker llorar en algún partido, fuese porque habían ganado o porque habían perdido, terminaba llorando yo también. Es algo que siempre ha sido así. Al igual que cuando Marc Márquez ha tenido algún accidente. Lo paso demasiado mal por gente que no conozco. Bueno, a algunos no los conozco, a otros ya sí.

Tengo ganas de hablar con Pablo. No dejo de sentirme mal porque me he pasado todo el mundial diciéndole que pierdan pronto para que regrese antes, y aunque era broma creo que todo ha sido mi culpa y que soy una puta gafe. Aunque no negaré que, puede que no hoy, pero mañana, me estaré alegrando un poquito de esa derrota, porque eso significará que podré ver antes a mi chico. Pero de momento esto sólo me genera tristeza y, de nuevo, frustración. Porque quiero estar allí con ellos y animarlos, abrazar a mi chico y decirle que es el mejor, que lo ha dado todo y que se merece el mundo.

¿No estás de acuerdo? Pues espérate a que me importe.

O sea, nunca.

Sonrío un poco por mis propios pensamientos. La ferocidad con la que soy capaz de defenderlo me gusta. Hacía mucho que no sentía esa pasión tan fuerte por nada. De niña mataba por mi selección y, sobre todo, por mi adorado Iker. Por Sandra también. Pero cuando todo se torció, empecé a pasar más de todas esas cosas. Y de nuevo, es Pablo el que me devuelve las cosas que daba por perdidas.

Él no lo sabe, pero está rescatando mi antigua yo sin saberlo ni pretenderlo, y me gusta. Nunca debí perderme así, lo sé. Así que lo que está haciendo el sevillano por mí es algo que le agradezco en silencio.

Mi teléfono suena, y respondo en cuanto veo que es una llamada suya. No dudo en responder, porque necesito escucharle y saber que está bien, y si no lo está, necesito hacerle saber que me tiene para lo que sea.

- Hola, muñeca - me saluda con voz tranquila, aunque suena algo apagado.

- Hola, Pablo. ¿Cómo estás, amor? - Le pregunto con cautela.

- Raro. Estoy raro - suspira y yo frunzo los labios, preocupada. - No sé, sabía que no teníamos selección como para ganar ni nada de eso, en el fondo sí que lo sabía, y creía haberme mentalizado sobre ello... - vuelve a suspirar y yo me siento fatal ahora mismo. - Pero aun así ha sido un palo. Tenía esperanzas, a pesar de todo. Perder ha sido como un mazazo.

- Sé que no puedo hacer nada al respecto, pero... Lo habéis dado todo, de verdad. Tú te has dejado la piel en cada partido y para mí eso es lo que importa. Lo has hecho genial, corazón, así que la cabeza bien alta.

- Gracias, Mimi.

- Estoy mega orgullosa de ti - añado sin pensarlo mucho.

Me sorprendo a mí misma al decirlo, pero es verdad. Estoy tremendamente orgullosa. No he podido evitar soltarlo, y me da igual. Otra cosa que amo de él, es que siempre me siento cómoda para decir lo que sea, para expresarme. No me da miedo, no me lo pienso; todo fluye y me resulta increíblemente genuino a su lado.

- Gracias - repite, y sé que está sonriendo. - Mañana por la tarde te veo, ¿no?

- Sí.

- Perfecto, porque me muero por verte.

- Yo estoy igual - admito riendo un poco.

- Pues hasta mañana, muñeca.

- Hasta mañana, Gavi.

Ambos colgamos y yo suspiro, sin poder abandonar esta inexplicable felicidad. Pablo es como una fuente de serotonina para mí. Me pone contenta sólo hablando conmigo, teniéndome cerca. Simplemente siento que a su lado todo es más fácil y, en realidad, es justo así.

★★★

Me muerdo las uñas con nerviosismo, esperando fuera del aeropuerto a que mi chico y su familia aparezcan por aquí. No he querido entrar porque muy probablemente me perdería ahí dentro yo sola, así que entre Pablo y yo hemos pensado que sería mejor esperarles fuera.

Me muero por volver a verlo. Aunque no podré lanzarme a sus brazos y colmarlo de besos, que es lo que me gustaría, me sirve tenerlo conmigo al fin. Si no fuera porque su familia va a estar presente, me arrojaría sobre él como una novia llorona y desesperada que lo ha echado muchísimo de menos. Pero me tengo que comportar, hay que darle buena impresión a los suegros.

Sí señor, así se habla.

Sonrío un poco al pensar en verle de nuevo. Es que me imagino sus ojitos brillando al verme y me dan ganas de chillar lo mucho que lo quiero. Estoy pilladísima por él, es más que obvio a estas alturas para cualquiera que me vea la cara cuando alguien lo nombra. A veces no soy consciente de lo famoso que es, y por eso me descoloca un poco oír su nombre en todos lados. Cuando hablan bien, me siento tan plena y orgullosa que resulta casi cómico, pero cuando hablan mal de él... En fin, la violencia parece una opción razonable.

Siempre es una opción razonable.

Ay, cállate.

Cualquier pensamiento o debate interno queda a un lado cuando reconozco a las cuatro personas que viene hacia mí. Mis suegros, Marta y Pablo, los cuatro, van cargando sus maletas y hablando tranquilamente. Hasta que sus ojos me encuentran, y para mí todo queda en un segundo plano. La sensación es de película; el mundo se desvanece cuando él me mira, y juraría que Gavi siente exactamente lo mismo que yo.

Me levanto del banco y camino hacia ellos, tratando de mantener la compostura, pero él suelta su maleta y echa a correr hacia mí y se me olvida dónde estoy, por qué estoy aquí, quiénes son todos los demás... Él echa a correr hacia mí y todo y todos dejan de existir. Sólo un chico y una chica que se enamoraron por casualidad y ahora lo son todo el uno para el otro.

Hago lo mismo que él y echo a correr, y no es hasta que lo abrazo y él me abraza a mí que verdaderamente soy consciente de que al fin estamos juntos de nuevo. Las lágrimas brotan de mis ojos sin darme ni cuenta y me siento estúpida por lo mucho que lo he extrañado estas semanas.

- Hola, Gavichuela - susurro abrazándome a su cuello, riendo entre las lágrimas.

- Hola, Mimi - responde besando mi sien. - Juraría que estás más guapa que cuando me fui - dice tomando mi rostro entre sus manos y besando mis labios muchas veces.

- ¿Cómo te he podido echar tanto de menos, Pablo?

- Lo mismo me pregunto yo - murmura limpiando mis lágrimas. - A partir de ahora todo será diferente, lo prometo. 

- ¿Diferente cómo?

- Piénsalo... Si vamos a vivir juntos, no tendremos que preocuparnos por no vernos. No pasarás más de tres días sola, muñeca - sus brazos rodean mi cintura de forma protectora y sonrío, mirándolo a los ojos.

- Y tú tampoco, mi amor.

Sus labios presionan suavemente los míos, dándome un tierno y lento beso, el primero de verdad que me da hoy, y no consigo reprimir una sonrisa mientras muevo mi boca a su compás, disfrutando de esto más de lo que quizá debería. Cuando nos separamos, veo a su familia justo detrás de él, y no puedo evitar sonrojarme un poco. Laura sonríe un poco, pero es que los padres de mi chico no disimulan y me miran como si yo fuese un ángel caído del cielo.

- Hola, Miriam - me saluda mi suegra, y yo felizmente voy a abrazarla y a saludarla igualmente.

Después, hago lo mismo con mi suegro, y termino abrazando a Laura también, la cual parece bastante feliz de volver a verme. Tras los saludos y los reencuentros, vamos en busca de su coche, entre charlas amenas y anécdotas del mundial. Agarro la mano de Gavi mientras caminamos y escucho con diversión lo que él me cuenta sobre los chicos y sus tonterías, y me reconforta ver que está bien, que no parece demasiado afectado por lo ocurrido. Aunque bueno, tampoco me debo fiar mucho, él no suele hablarme de las cosas que le pasan, prefiere guardarse eso para sí mismo. Y en realidad, no creo que eso sea justo para ninguno de los dos.

- ¿Cómo estás? - Le pregunto en voz baja cuando al fin vamos en el coche, camino al apartamento que compartimos Laura y yo.

Él gira su cabeza hacia mí y me mira directamente a los ojos, tratando de sonreír pero fracasando estrepitosamente.

- Contigo, bien - dice agarrando mi mano.

- Pablo... - susurro acariciando la palma de su mano. - A mí no me tienes que ocultar nada - le recuerdo con una sonrisa comprensiva.

- Ahora no es momento, Miriam - replica suspirando. - Ya hablaremos a solas...

- Pablo - insisto, sabiendo que luego encontrará otra excusa para no contarme lo que ronda por su cabeza.

Aparta la mirada y yo suspiro derrotada, viendo que no hay nada que hacer por ahora. Me da rabia que no me deje ser su apoyo. Yo dejo que él sea el mío, quiero poder ser el suyo, que sea mutuo. Lo último que deseo es hacerle sentir que está solo, porque no lo está. Yo nunca lo dejaré solo, y él nunca me dejará sola a mí. Lo sé.

- Miriam, cielo - me llama la madre del cabezota que tengo al lado, - ¿qué tal los exámenes?

- Bien, la verdad. Ya sólo me quedan dos y cuando entregue un trabajo empezaré a preparar las cosas para el traslado - sonrío y miro a mi novio, esperando ver una sonrisa también en su rostro, pero en cambio me mira como si acabase de desvelar su secreto más oscuro.

- ¿Adónde te vas? - Pregunta mi suegro, descolocándome por completo.

Y me enfado. Claro que lo hago. ¿De verdad no se lo ha contado a sus padres? No me lo puedo creer.

- Se muda conmigo a Barcelona, va a estudiar allí - responde por mí, y de cierto modo me calmo al ver que no va a seguir estirando la mentira.

- Oh, vaya - murmura mi suegra. - No lo sabíamos.

- Yo sí - comenta Laura con una sonrisita. - Un Páez por otro Páez, un trato justo - bromea, quitándole importancia al asunto.

Gracias, Laura.

- Pues espero que tu hermano sea más ordenado que tú - le sigo el juego, ganándome la risa de todos y la indignación de mi amiga.

- Pero... ¡Serás! - Rompe a reír y hace como si quisiera pegarme, mientras Pablo se ríe y finge ser el intermediario.

Bueno, quizá no vaya a enfadarme con él por lo de antes. Lo tengo aquí conmigo y no quiero perder el tiempo en eso. Sus padres ya lo saben, ¿no? Pues ya está.

Muy madura.

Gracias. Supongo que se merece que lo comprenda y que no me enfade por todo. Tiendo a ser un pelín... ¿Beligerante? Podría ser la palabra.

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