Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 30: Que Nadie Me Juzgue

La distancia. Tan buena cuando queremos huir de algo o de alguien y tan puñetera cuando quieres mantener eso mismo cerca de ti. Hubo un tiempo en el que quise alejarme de mi hogar, mi casa, y volar lejos de ese nuevo y repentino infierno. Y ahora que he encontrado otro hogar, uno que me ha devuelto la felicidad más genuina y sincera, está lejos. Por mucho que lo ame o que lo extrañe.

Puede sonar dramático, cursi, romántico, patético... Como tú quieras. Pero desde que entré en esa habitación de nuevo, todo se me removió, y juro que nunca soy tan sensible, pero desde aquello, echar de menos a Gavi es mi oficio. El amor que le tengo, la claridad en el pensamiento al sentir que quiero que esté en mi vida para siempre, eso es algo que no puedo retener dentro de mí. Es algo que ni se compra ni se vende. Lo quiero, y ya no tengo modo de negarlo o esconderlo. 

Los recuerdos de Sandra me han hecho pensar. Pensar no sólo en ella y Alberto, sino también en lo que me decía y aconsejaba, en lo que ella querría y en lo que ella pensaría si me viera. Yo sé que ella me empujaría a ser valiente y, sobre todo, paciente. Ella se reiría de mí por ser tan llorona y no ser capaz de estar dos semanas sin mi chico. Y Alberto no se quedaría atrás. Seguramente los dos me molestasen juntos y todo acabaría con una guerra de cosquillas. O así habría acabado con una Miriam de nueve años.

Cuando ellos se marcharon de mi vida, llegué a odiar el mundo en el que yo tenía que habitar. Y ahora que encuentro de nuevo mi propósito y mi sitio, me duele tenerlo lejos. Porque Gavi es mi sitio. He tardado en comprenderlo del todo, y asimilarlo tampoco ha sido fácil porque eso significaría decir que he remplazado a Sandra, y no quiero admitir que lo he hecho. Puede que porque no lo siento como un remplazo, ni como un relleno de hueco. Ocupan posiciones distintas en mi corazón, pero la felicidad que me brindan es la misma. He encontrado mi hogar después de muchos años y no quiero tenerle lejos, ya no más.

Suspiro frotándome los ojos y miro mis apuntes fijamente. No consigo centrarme para el examen que tengo mañana, y lo único que me apetece es tirarme en el sofá, y si pudiera ser con Pablo abrazándome y dándome besos, mejor.

Me han concedido el traslado, así que, en teoría, mis sueños de estar con Gavi más tiempo será pronto una realidad. Y aunque debería alegrarme, no puedo ignorar ese pequeño miedo a que todo se jorobe. La última vez que fui tan feliz, no salió nada bien.

Voy hasta la cocina para ver qué cenar y acabo metiendo una pizza de pepperoni en el horno. Me siento en la encimera esperando, y empiezo a mirar mis notificaciones para ver si así consigo de pensar en algo que no sea ni mi pasado, ni mi chico, ni la universidad. Pero los dedos me traicionan llevándome a la carpeta que tengo oculta, esa que miro cuando estoy sola y les echo de menos. En principio, sería una carpeta de vídeos y fotos sólo de ellos dos, pero Gavi ha ido colándose en ella.

Sonrío al ver esa foto de cuando estuvimos viendo la Sagrada Familia. Ahí no existía preocupación ni infelicidad. Éramos nosotros dos. Sin más. Sin menos. Y al pasar la foto una lágrima se me resbala al ver otra en la que estamos Sandra y yo con Xavi, que acababa de firmarle la camiseta a la mayor de las dos. Cuando conocí al entrenador del Barça de verdad, no sólo durante un minuto, me pregunté si me reconocería. Pero no lo hizo. Y ahora que veo todo en perspectiva, me entran ganas de ir al catalán y darle un abrazo, decirle todo lo que significa para ella y para mí.

Ella querría eso, era su ídolo.

Lo sé, por supuesto que lo sé.

Me seco las cuatro lágrimas tontas que se me han salido y miro si la pizza ya está hecha. Hago una mueca al comprobar que ya se estaba quemando y apago el horno mientras abro la puerta para sacar mi cena de dentro.

Ceno en el salón sin mucho entusiasmo, dejando el canal que tenía puesto, el cual está emitiendo Friends ahora mismo. No quiero seguir pensando, no quiero seguir sola con mis pensamientos. Se me están acumulando muchas cosas por las que preocuparme y siento que mi mente no es un lugar seguro.

Mi teléfono empieza a sonar y respondo sin mirar siquiera mientras le bajo la voz a la tele y le doy un mordisco a la pizza.

- ¿Diga?

- Hola, muñeca.

Su voz y su inconfundible modo de llamarme me ayudan a identificar quién está hablando enseguida.

- Hola, guapo. ¿Qué pasa?

- Quería escucharte, sólo eso - admite haciéndome sonreír. - ¿Cómo estás? - Pregunta con delicadeza.

Él sabe lo difícil que están siendo estos días para mí, y todos sus esfuerzos por que yo esté bien me hacen quererlo y añorarlo más. Al final creo que es peor el remedio que la enfermedad, aunque no vaya a hacer nada para cambiarlo. Su intención es la mejor del mundo, así que no voy a fastidiarle eso.

- Creo que pienso demasiado - admito suspirando. - Necesito despejarme y no encuentro el modo.

- No sé cómo ayudarte, preciosa...

- Perded mañana contra Marruecos y vuelve pronto conmigo - pido infantilmente. Escucho su risa y no puedo contener una pequeña sonrisa. - Lo digo en serio, señor Páez Gavira - le digo seriamente, aunque me esté divirtiendo con esto.

- Tus ánimos son de lo más extraños - me recrimina entre más risitas. - Pronto nos veremos, tranquila. Tú céntrate en tus exámenes.

- Eso intento, pero hay un sevillano que no quiere salir de mi cabeza.

- Espero que no te refieras a alguno de tus profesores - bromea arrancándome una carcajada.

- El que yo digo es futbolista.

- ¿Sergio Ramos?

- Idiota - me río más y él se une a mis risas. - Te echo mucho de menos, cariño...

- Y yo a ti, muñeca - suspira y noto la tristeza en su tono. - ¿Qué día era tu cumple?

Está claro que quiere hablar de otra cosa, así que no le pongo trabas a su misión y le respondo sin muchas complicaciones.

- El 28 de diciembre cumplo los diecinueve.

- Espera, espera - dice aparentemente sorprendido. - ¿Eres de 2003?

- Sí, ¿por?

- Pues que creía que éramos del mismo año, y resulta que eres mayor que yo - explica con voz de no estar creyéndose lo que él mismo dice.

- Enhorabuena, Einstein - me burlo rodando los ojos. - ¿Qué pasa con eso?

- Es que, si no me equivoco, este debería ser ya tu segundo año de universidad. ¿Repetiste algún curso?

- Sexto de primaria, sí - respondo ya más seria. - Fue por... ya sabes.

- Ah, claro - murmura bajando mucho el tono. - ¿Podremos hablarlo algún día?

Me quedo pensando unos momentos mi respuesta. Algún día, sí, pero que ese día esté cerca es otra cosa. Aunque mi madre ya se lo haya contado, puede que no le haya contado la historia al completo, y además, quiero que él lo escuche todo de mí, para que sepa que confío en él como para hablarle de todo lo que pasó.

- Algún día - murmuro haciendo una mueca. - Bueno, te dejo, que me voy a estudiar - me despido bostezando.

- Mañana hablamos, Mimi.

- Vale. Te quiero, adiós.

- Te quiero.

Cuando cuelgo, maldigo la maldita distancia. Lo frío que suena un te quiero a través del móvil es odioso, de verdad, y yo ya no sé si soportaré esto mucho más. Por mi bien y mi salud mental espero que pierdan mañana el partido, por mucho que quiera ver triunfar a mi selección.

★★★

Salgo de la facultad con la cabeza a punto de estallarme. Hoy he tenido dos exámenes, uno que me sabía a la perfección y otro que, aunque me ha costado, creo que lo tengo aprobado. Lo único que quiero ahora es llegar a mi casa, tirarme en el sofá y dormir. Aunque no puedo, porque luego es el partido contra Marruecos y no me lo perdería por nada del mundo.

Estoy a punto de ser totalmente libre cuando escucho que alguien me llama, y al girarme veo que es mi tutor el que viene trotando hacia mí. Le suda la frente y, por su aspecto, diría que no está acostumbrado a la actividad física ni mucho menos.

- Señorita González, la estaba buscando - jadea cuando llega hasta mí, apoyándose en las rodillas.

Procuro evitar reírme y trato de permanecer lo más seria posible, aunque lo único que quiera sea burlarme del vago de mi profesor. Pero vaya, yo tampoco es que haga mucho deporte. Una carrerita como esa y estaría igual o peor.

- ¿Pasa algo? - Inquiero alzando una ceja mientras él sigue intentando recomponerse.

- Me han informado de que te trasladas a Barcelona. ¿Tiene algún problema con esta universidad?

- No, no - niego con la cabeza y sonrío. - Si bien es cierto que me cuesta integrarme, no es ese el principal motivo de mi ida - explico sin querer dar muchos detalles.

- Si tiene algún problema, ya sabe que como su tutor le ayudaré en lo que sea - dice noblemente.

Yo sonrío y asiento. Por lo que he oído, este tío es uno de los profesores más simpáticos de toda la universidad. Hay vejestorios amargados por todas partes, pero hay un par de excepciones y me alegra que él sea una.

- Muchas gracias, pero no debe preocuparse usted - digo dedicándole una pequeña sonrisa.

- Me alegro en ese caso - él me sonríe también y se mete las manos en los bolsillos. - ¿Va a continuar su proyecto allí?

- Claro, el tema me gusta bastante - asiento mientras caminamos hacia fuera del campus. - Aparte, usted mismo me dijo lo original que le parecía.

- Cierto, cierto - mueve su cabeza de arriba a abajo afirmativamente y se coloca bien las gafas. - ¿Su traslado tiene que ver con su continua ausencia?

- Más o menos - murmuro mirándome los pies. - Es una cuestión de salud mental, más que otra cosa - reconozco pensativamente.

- Oh, está bien. Si irte a Barcelona te ayuda a hacerte sentir mejor, adelante - me anima él, tan amable como siempre. - Nos vemos mañana en clase, Miriam.

- Hasta mañana.

Lo despido con la mano y, mientras el tira por una calle secundaria, yo sigo recto. Ese hombre me cae demasiado bien. No sé cómo agradecerle lo bueno que es conmigo sin apenas conocerme. Pero lo mejor es que es así con todos. No tendré amigos en la universidad, pero los compañeros que tengo en otras clases que son mayores y lo han tenido de tutor, todos hablan maravillas de él. Y en parte, agradezco sus palabras y el hecho de que, sin conocerme siquiera, me anime a hacer lo que me hará feliz. ¿Por qué no todos son como él? Porque es más fácil juzgar y no empatizar, supongo.

Y así, con un cambio de humor a mejor gracias a ese hombre, regreso al apartamento mucho más contenta que cuando salí.

No puedo evitar pensar en Pablo, en que más pronto que tarde le veré y que, además, mis clases terminarán mucho más pronto aun. "Sólo queda una semana, Mimi", parece que me dice su voz. Así que, bueno, si he podido esperar 18 años hasta encontrar al amor de mi vida, ¿qué es esperar unos días más para volverlo a ver?

Nada, absolutamente nada.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro