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Capítulo 23: Mi Padre Odia A Los Culés

Siento mi mejilla húmeda y me río por las cosquillas que me están haciendo. Cuando abro los ojos, más me río al ver que es Leo el que me ha despertado con sus "besos". Se ha subido en la cama y está casi echado sobre mí.

- ¡Quita, Leo! - Pido entre risas, tratando de quitármelo de encima.

- Este chucho siempre igual - masculla mi madre entrando en la habitación y espantando a mi perro. - ¿No te da asco que te chupe la cara? Si se lame los huevos también, Miri - me regaña mi madre corriendo las cortinas del cuarto.

- Pues no me da asco - respondo bostezando y retorciéndome bajo las sábanas.

Cuando miro a mi madre, está viendo algo a través de la ventana con mucho interés y curiosidad. Me froto los ojos y me incorporo, bostezando otra vez.

- ¿Qué miras tanto? - Pregunto poniéndome en pie y acercándome hasta donde está ella.

- ¿Esperas visita? - Inquiere señalando el portón de la casa.

Miro hacia donde me señala y el corazón me da un vuelco al verlo. Me quedo en shock durante unos buenos segundos, pensando si mi vista está defectuosa o de verdad es él. Espero que sea lo primero, porque como sea lo segundo le va a faltar mundo para esconderse.

- Digamos que le conozco - murmuro acercándome al armario para cambiarme.

Me visto y me peino a toda velocidad mientras mi madre me pregunta sin parar que quién es, pero yo no le respondo. Bajo las escaleras de dos en dos y me cruzo con mi padre en el salón, pero ni siquiera le doy los buenos días. En cuanto llego afuera de la casa, Cris me recibe con saltos y yo lo saludo brevemente antes de dirigirme al portón. Mi corazón late deprisa, por verlo y por el miedo que tengo por lo que pueda pasar.

Los últimos pasos hasta la verja son los más difíciles, porque lo he echado de menos y se supone que estoy enfadada. Y tengo muchas preguntas, eso también.

- ¿Qué demonios haces aquí, Páez? - Es lo primero que le digo, manteniendo el portón entre nosotros.

- Buscar a mi chica - responde con las manos metidas en los bolsillos. - ¿Me dejas pasar y hablamos como las personas?

Me muerdo el carrillo izquierdo y lo miro a sus preciosos ojos marrones, pensando si abrirle o no. Quiero hacerlo, pero mi orgullo sigue dolido por lo del alquiler y no sé qué hacer. En parte, sé que yo tampoco he actuado del todo bien, y él se ha tomado la molestia de venir hasta aquí para buscarme.

Ábrele, cabezota.

Resoplo, rindiéndome, y le abro la puerta para que pase. No me resisto cuando me abraza, es más, yo lo abrazo también, y por muy enfadada que esté, no me resisto a él ni a su olor. Si no me gustara tanto, sería más fácil resistirme a sus encantos, pero es que me encanta, joder.

- Si no te mato yo, te matan mis padres - murmuro aun entre sus brazos.

- Correré ese riesgo - replica separándose un poco.

- ¿Por qué has venido a buscarme?

- Porque te quiero, y no quiero que estemos peleados. Además, te dije que vendría al cumple de tu padre, ¿no?

- No digas esas cosas porque se supone que estoy muy cabreada contigo - le pido haciendo un pequeño puchero.

- No, el que tiene que estar cabreado aquí soy yo - replica frunciendo el ceño. - Estoy harto de que al más mínimo problema que haya me ignores y desaparezcas del mapa. No puedes seguir utilizando la distancia para no hacerme ni puto caso.

- Pablo...

- No, te callas y escuchas - me interrumpe él. - Yo me estoy dejando la piel para que esto funcione, intento hacerte feliz a toda costa, y en cuanto hago algo que a ti te parece un error, te vas. Te vas y pasas de mí.

Me miro los pies y me muerdo el labio, viendo que, en parte, tiene mucha razón. Bueno, en parte no, tiene toda la razón del mundo. Tengo mis motivos para haberme enfadado con él, sí, pero la forma en la que he reaccionado no ha estado bien.

- Lo siento - susurro avergonzada, mirándolo de reojo. - Me enfadé y no pensé en... - me encojo de hombros y suspiro. - No tengo excusa.

- Odio no poder enfadarme contigo - se queja consiguiendo que lo mire de nuevo.

Él sonríe un poco y me vuelve a abrazar, apretándome entre sus fuertes brazos. Besa mi cabeza y yo no puedo evitar sonreír. ¿Por qué pierdo el tiempo enfadándome con él? Ha hecho todo lo que ha podido y más para estar conmigo desde que nos reencontramos en la casa de sus padres, y yo no dejo de poner obstáculos de por medio.

- Ya tendremos tiempo para hablarlo todo, ¿vale? - Dice tomando mi rostro entre sus manos. Yo asiento y dejo que me bese. El beso no es largo ni profundo, es un pico rápido, y a mí me basta. - Ahora, preséntame a tus padres.

Frunzo el ceño y me separo de él.

- ¿Tú sabes en qué te estás metiendo? - Pregunto riendo. - Mi padre odia a los culés.

- Pronto los odiará a todos menos a mí - dice con prepotencia, tomando mi mano.

- Eres hombre muerto, Gavi... - me río mientras caminamos hacia la casa.

Mis perros olfatean a Pablo con interés y yo miro la puerta abierta con algo de miedo. Mis padres me van a matar cuando se enteren de todo lo que me ha pasado estas semanas y yo les he ocultado. Y mi padre nos va a colgar a mí y a Gavi del naranjo que hay junto al establo, a mí por traidora y a él por blaugrana.

Que alguien grabe su reacción, por favor.

- ¿Hasta qué punto saben tus padres sobre tu viaje a Barcelona?

- Saben lo mismo sobre eso que tú de física cuántica - respondo haciendo una mueca. - No lo menciones de momento, ¿vale?

Asiente con la cabeza y le hago una seña para que se espere un momento en la puerta. Voy hasta el salón, donde saludo a mi padre y lo felicito por su cumpleaños como si nada pasara, y mi madre, que me mira con su cara de tener muchas preguntas, carraspea.

- ¿Quién era el del portón? - Me pregunta ella.

- Digamos que he hecho un amigo especial en Sevilla - digo arqueando mis cejas de forma sugerente.

- ¡Qué callado te lo tenías! - Chilla mi madre, ilusionada.

- Es que no es alguien cualquiera.

- Cariño, no nos avergüenza si sales con alguien con algún tipo de retraso o... - se apresura a decir mi padre.

- No, no es eso - me río negando con la cabeza.

Algún retraso sí que tiene, sí.

- Sólo os pido que no lo atosiguéis. Y que no lo matéis - advierto señalándolos a los dos, a mi madre cuando digo lo primero y a mi padre cuando digo lo segundo.

Los dos asienten, mi madre loca de ganas de saber quién es y mi padre con simple curiosidad. Menuda sorpresa se van a llevar los dos. Sobre todo él. Ay, Dios, me voy a quedar sin chico.

- Pablo, ven - lo llamo asomándome a la entrada de casa.

Él rueda los ojos, seguramente porque cree que estoy exagerando toda esta situación, pero es que él no es consciente de lo tonto que es mi padre con el fútbol. Con todo lo demás, casi es el hombre perfecto, pero si se trata de fútbol... miedo debería darle.

- Mamá, papá, este es Pablo, mi... Amigo especial.

- ¡Qué guapo es! - Dice mi madre felizmente.

- Me recuerda a alguien - musita mi padre al verlo.

- Al Gavi ese, ¿no? Se le parece - le da la razón ella.

- Es que Gavi soy yo, señora - habla él tímidamente, sonriendo como un niño inocente que jamás ha roto un plato.

Mis padres se miran entre ellos y luego lo miran a él, así un par de veces hasta que sus ojos recaen en mí.

- Y tú decías que no tenía retraso - bufa mi padre.

- Manolo - le regaña mi madre, dándole un manotazo en el hombro.

- ¡Con la de niñatos que hay por ahí y metes en mi casa a un payaso blaugrana! - Se queja muy indignado.

- ¡Papá! - Miro de reojo a Pablo, que tiene los ojos muy abiertos, realmente sorprendido. - Por el amor de Dios, compórtate.

- Si este es mi regalo de cumple, no lo quiero - declara yéndose del salón.

Mi madre se tapa el rostro, muerta de la vergüenza por lo que ha hecho mi padre, y yo miro al sevillano, que tiene el ceño fruncido y me mira extrañado. Yo le advertí, ahora que no me ponga esa cara.

- Lo siento muchísimo por el comportamiento de mi marido, Pablo - dice mi madre acercándose a él y tomando sus manos. - Seguro que eres un muchacho maravilloso.

- No se preocupe...

- Pepi.

- Encantado de conocerla, Pepi - sonríe de esa forma tan encantadora suya y mi madre me mira.

- Será culé, pero es monísimo - me dice haciéndonos reír a los dos.

Él se sonroja y le doy un beso en la mejilla.

- Me podrán llamar traidora, pero no tonta - respondo sin poder dejar de sonreír.

- Bueno, que le den al cabezón de tu padre, vamos a desayunar y me contáis cómo os habéis conocido - decide mi madre.

Que empiece la fiesta.

★★★

Me quito el sudor de la frente y miro a mi padre, que cepilla a Furia bastante tranquilo. Creo que al fin se ha calmado. Hace una hora que estoy aquí ayudándole a limpiar el establo, y podría jurar que jamás habíamos trabajado en tanto silencio. Así que termino de esparcir el heno por el suelo de una de las cuadras y me sacudo el hollín de las manos antes de acercarme hasta él y el caballo.

- ¿Sigues enfadado? - Le pregunto mientras acaricio el cuello del gran animal.

- Sí - responde pasando el cepillo por las crines negras de la bestia. - Sabes que el problema no es que sea culé, ¿no? - Murmura mirándome de reojo.

Parece dolido, y eso me hace sentir un poco mal.

- Debí decíroslo - susurro suspirando. - No quería deciros nada porque... No sé. 

- No me gusta pensar que mi niñita ya no se fía de mí, Miriam - me dice dejando de cepillar al caballo.

- Eres a quien más quiero en el mundo, papi. No pienses eso - le pido abrazándolo. - Sólo no quería decepcionarte.

- ¿Por qué me decepcionarías, cielo? Aparte de guapo, forrado - bromea haciéndome reír. - Yo sólo quiero que te haga feliz.

- Pues eso lo hace - digo con una tonta sonrisa. - Me gusta mucho, papá.

- Es lo único que quiero saber, pequeña - sonríe besando mi frente y vuelve a su tarea de cepillar a Furia. - ¿Hay alguna cosa más que deba saber? 

- Unas cuantas - asiento nerviosamente. - Puede que haya estado en Barcelona un par de días.

Mi padre se gira para mirarme, con el ceño fruncido y su cara de "exijo una explicación". Me río y me encojo de hombros, haciéndome la inocente. Si le cuento todo lo que he vivido en Barcelona, sé que al final se emocionará y alegrará.

- He conocido a toda la plantilla del Barça, y podría decir que Pedri es mi mejor amigo.

- Ese niño es un prodigio, debo admitirlo - asiente, manteniéndose muy sereno. - ¿Has conocido también a Xavi?

- Sí - la voz me sale más aguda de lo que pretendía, pero es que eso me hizo mucha ilusión.

- Era el crush de Sandra - recuerda él con una sonrisa. Asiento con la cabeza, sin poder contener mucho más la noticia que tengo tantas ganas de contarle. - Hay algo más, ¿verdad?

Doy un chillido de la ilusión sólo de recordar aquel día y le tiro de la camiseta a mi padre mientras doy saltitos.

- Fui a un partido y conocí a alguien - murmuro zarandeándolo.

- ¿Puyol? - Niego con la cabeza y se queda pensando. - ¿Villa? - Vuelvo a negar y se encoje de hombros. - ¿Cualquiera del Barça que estuviese en el mundial de 2010? O Marc Márquez, que te gusta mucho también y es culé.

- No - niego efusivamente. Voy a reventar como no lo diga ya. - Es el mejor portero de la historia y el hombre más guapo del mundo.

Los ojos de mi padre casi se salen de las cuencas cuando digo eso, porque él sabe perfectamente a quién me refiero.

- ¿Que tú has conocido a una de las leyendas del madridismo y no me lo cuentas? - Dice indignado pero emocionado. - Al menos tendrás una foto.

- Fotos, autógrafo y el teléfono de su mujer - asiento riendo.

Se lleva la mano a la boca, sorprendido, y más me río yo. Saco mi teléfono del bolsillo y le muestro las fotos y el contacto de Luna. Le explico cómo fue todo, y su humor mejora a cada segundo. Prácticamente se le olvida lo irresponsable que fui al irme a Barcelona dejando la universidad tirada, pero sé que tarde o temprano me llegará la regañina (cuando se le pase la euforia, seguramente).

Terminamos de arreglar el establo y nos lavamos las manos en un grifo que normalmente usamos para llenar las cubetas de agua, para luego caminar hasta casa de nuevo, entre risas y bromas. Cuando entramos en nuestro hogar y llegamos al salón, los dos nos miramos y sonreímos al ver a Pablo y a mi madre reírse y hablar mientras doblan la ropa. Él parece muy cómodo con mi madre, y ella parece estar encantada con él. Y ninguna de las dos cosas me extraña lo más mínimo.

Al darse cuenta de que estamos en la sala, mi madre nos manda a ducharnos, y primero va mi padre, que es el que está más sucio. Yo me siento en el suelo, al lado de Gavi, que está en el sofá junto a mi madre.

- Pablo, guapo, tráeme un vaso de agua de la cocina, por favor - le pide mi madre pellizcándole la mejilla.

- Enseguida - se levanta y va muy diligentemente hacia la cocina.

Yo me río un poco y miro a mi madre, que sé que lo ha mandado a por agua porque me quiere decir algo en privado. Ella sonríe, y yo también. 

- Está enamoradísimo de ti,  Miri - me dice riendo. - Y es un amor de niño.

- Yo también estoy muy enamorada, mami - admito sonrojándome. - Creo que no me lo merezco.

- Y él cree que no te merece. ¿Te doy mi opinión?

- Aunque te diga que no, me la vas a dar igualmente, así que adelante - bromeo rodando los ojos.

- Yo creo que sois perfectos el uno para el otro.

- No hace ni dos horas desde que lo has conocido - farfullo negando con la cabeza.

- Hazme caso, hija - dice muy segura de sus palabras. - Este es el tuyo - susurra al ver que él ya viene de vuelta para el salón.

Nuestras miradas se cruzan y los dos sonreímos. Sí, este es el mío. Y no pienso dejarlo ir nunca jamás.

¿Nunca jamás?

Nunca jamás.

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