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Capítulo 2: El Partido

Sí, hoy es el gran día. Y no hablo de ninguna boda. Creo que mi padre se va a desmayar. Mi madre dice que jamás lo ha visto tan nervioso. Ni siquiera cuando yo iba a nacer.

También te queremos, papi.

El estadio parece que va a reventar de tanta gente que hay. Y eso que hemos llegado relativamente pronto.

Mi padre me dedica una de sus miradas de "te lo dije" cuando me quejo de lo pronto que es y de la mucha gente que hay. Él estuvo dando la lata para que llegáramos antes y yo intenté convencerle de que nadie iría tan temprano, que era un paranoico. Bien, me equivocaba. Hay muchos más chalados aparte de él.

Eso sí, si me ha convencido para que viniese con tanta antelación, ha sido porque me ha dicho que así podría ver a los jugadores entrenar. Y ver a un puñado de tíos buenorros entrenando no es algo que esté dispuesta a rechazar.

Estoy mirando mi teléfono, pasando las stories de Instagram con aburrimiento, cuando me lanzan una camiseta a la cara.

- ¡Ey! - Me quejo soltando el teléfono y cogiendo la camiseta. La miro y ruedo los ojos al ver que es una del Real Madrid. - No me la voy a poner - declaro fulminando con la mirada a mi querido padre.

- Estamos aquí apoyando a los mejores, así que te la pones - replica él.

Conque esas tenemos...

- Entonces, ¿dónde están las camisetas del Barça? - Le chincho yo con una altiva sonrisa.

- ¿Tú quieres que te desherede? - Amenaza entonces.

Mi madre se ríe por nuestra pequeña disputa y, tras conseguir que me prometa llevarme mañana al parque de la Warner Bros, acepto ponerme la camiseta de los dichosos madrileños. Un buen trato nunca se rechaza.

Me pongo a hablar con mis amigas, que me piden que mande fotos de todo, y yo hago lo que mis chicas desean. Miriam siempre disponible por y para el pueblo.

Decido levantarme de mi asiento para darle una vuelta al estadio e investigar un poco. Sólo espero no perderme. Esto es condenadamente grande. Camino un rato más hasta que mi padre me bombardea a mensajes, avisándome de que ya casi va a empezar el partido. Cuando miro el reloj, me río al ver que aún queda media hora. Si es que no hay nada que hacer con este hombre. Pero regreso a nuestro sitio por darle el gusto. Además, quiero disfrutar de este verano con mis padres antes de irme a estudiar a Sevilla. Mi primer año de universidad. Y con suerte acabe la carrera y consiga hacerme una psiquiatra decente.

Me siento entre mis padres, que me molestan hasta que me convencen para hacernos una selfie los tres e "inmortalizar el momento". Mi madre me abraza por la cintura y yo me apoyo en ella, poniendo los pies sobre mi padre. Igual hasta me echo una siesta durante el partido.

Sí hombre, papá nos mata.

No arruines mis fantasías sexuales, señora conciencia.

Después de un rato más de espera y de procedimientos que me aburren, el partido empieza y mi madre me quita el móvil.

- ¡Eh!

- Las entradas valen un riñón, así que deja el teléfono aparcado un rato - me riñe con el ceño fruncido.

- Vaaale - me rindo levantando las manos en son de paz.

El partido está más interesante de lo que yo esperaba. Hay muchos regates, pases y disputas por el balón bastante impresionantes y el ambiente es increíble. Aficionados de ambos equipos animan, cada cual a su manera, y sonrío al ver lo feliz que está mi padre.

Persigo embobada con la mirada la pelota, que va de pie a pie como un rayo. Ahora la controla el equipo catalán, que se acerca a la portería de Madrid con peligrosidad. Se la pasan a uno que lleva el 30 en la camiseta, uno que parece más pequeño que los demás, y llega otro del equipo contrario y lo embiste como si tuviera complejo de toro.

- ¿Pero qué hace? - Gruño indignada.

Mis padres me miran raro y yo los ignoro. El chico, que había quedado tirado en el suelo, se levanta para encarar al tipo con complejo de vacuno, y cuando la cámara lo enfoca juraría que me da un pequeño paro cardíaco.

De todos los hombres habidos y por haber...

- Hay que joderse - susurro tratando de enfocar la vista y asegurarme de que no estoy flipando.

- Esa boca - regaña mi padre.

Le sacan tarjeta amarilla al de la equipación blanca y el número 30 va a tirar falta.

- Papi...

- ¿Sí?

- ¿El 30 cómo se llama? - Pregunto casualmente.

- ¿Cuál? ¿Al que le han hecho falta?

- Sí, sí, ese.

- Pablo Gavi.

Se pone a hablar mal de él y de su equipo, y yo no despego los ojos de él. Me lié con un futbolista y ni puta idea tenía. Si es que más gilipollas no se puede ser.

- ¿Por casualidad no habrá alguno llamado Pedri o Alejandro? - Inquiero mordiéndome el labio con nerviosismo.

- Sí, Pedri y Balde, todos del Barça, ¿por?

- Por nada, por nada.

Me cago en la put...

Soy de lo que no hay. Salgo de fiesta no con uno, ni con dos, sino con tres putos futbolistas del Barça. Y me quedo tan ancha. Como papá se entere me mata y me entierra bajo el Camp Nou.

Me pongo histérica al pensar que Gavi me dijo de vernos después del partido. ¿Y yo ahora qué hago? ¿Me presento con cara de gilipollas? Se lo debió pasar en grande viendo lo imbécil que era. O igual se piensa que soy una zorra y que estaba fingiendo que no sabía quién era. Qué lío. Y todo por querer follármelo.

Y lo seguimos queriendo.

Tú te callas si no vas a colaborar.

Dios... ¿No me puede tragar la tierra y vomitarme lejos? Con China me conformo.

- Hija, ¿estás bien? Te has quedado blanca - me habla mi madre, y yo sacudo la cabeza.

- Sí, sólo... Un bajón de azúcar. Voy a un puestecito de esos a por una Coca-Cola - me levanto y huyo de ahí antes de que hagan más preguntas.

Mientras hago cola para pedirme la bebida, me quedo pensando detenidamente en las palabras de Gavi... Maldito cabrón arrogante. Sabía que le reconocería. De ahí su sonrisa cuando dije lo del partido. Y su tonito cuando dijo que sólo le gustaba "un poquillo" el fútbol. Lo voy a castrar como lo pille.

Cuando al fin obtengo la Coca-Cola (que cuesta un riñón, por cierto) bebo de ella algo alterada. No es que sea más importante por ser famoso, pero me siento muy estúpida. Sigo viéndolo igual que anoche, que nadie piense lo contrario. Me sigue pareciendo muy mono y todo eso. Pero ahora es raro.

Regreso con mis padres a tiempo para ver al Madrid marcar un gol. Medio estadio estalla en vítores y la otra mitad en abucheos y quejas. Yo me quedo sentadita y tranquilita persiguiendo con la mirada al número 30.

Qué guapo es, coño.

No hablo más en prácticamente todo el partido. Me callo y miro atentamente, como si entendiese la mitad de las cosas. Eso sí, una sonrisita de satisfacción se me escapa cuando él tiene el balón. Y algún insulto se me sale cuando alguien lo tira al suelo o le roba la pelota.

Observación: se pasa más tiempo en el suelo que en pie. Pero siendo tan chiquito, normal, lo empujan y sale volando el pobre.

Por suerte o por desgracia (y para felicidad de mi padre) al final gana el Real Madrid, y como mi padre prometió, nos vamos a cenar a un restaurante de aquí cerca. No hablo demasiado en la cena y me limito a escuchar a mi padre hablar del partido. Es tan bonito verlo tan feliz e ilusionado después de cumplir un sueño de hace tanto tiempo. Lleva (y no exagero) al menos veinte años ahorrando y esperando para este momento. Mi madre y yo compartimos varias miradas de alegre complicidad durante la cena, ambas encantadas con verle tan contento.

- Daré por hecho que has odiado esta experiencia - bromeo después de que él repita por milésima vez lo bien que se lo ha pasado.

- Oh, sí, horrible... Ojalá no repetir - me sonríe y yo le devuelvo el gesto.

- Entonces no venimos más - continúa con la broma mi padre.

Ellos se ponen a pelear con sus típicas tonterías y yo miro mi teléfono, que vibra en mi bolsillo. Es una llamada. Y es suya.

- Ahora vengo - digo antes de levantarme y salir a la terraza, donde respondo al fin. - Creía que no llamarías.

- Te dije que lo haría, ¿no?

Sonrío y me muerdo el labio.

- La mayoría promete llamar y luego nunca lo hace - replico apoyándome en la barandilla y disfrutando las vistas de la ciudad.

- Yo no soy como la mayoría.

- Típica frase de fuckboy seductor que intenta parecer interesante - me burlo yo.

Por algún motivo que desconozco, me imagino perfectamente la sonrisa que está esbozando.

- ¿Crees que puedas venir a verme? - Inquiere entonces.

Me muerdo el labio otra vez y me mordisqueo el pellejito que me he levantando de tanto hacer eso mismo.

- Te mueres por verme otra vez, ¿eh? - Me río yo.

- Si vienes a mi hotel te dejarán pasar - dice distraídamente, ignorando mi broma. - Podemos tomar algo en el bar que hay aquí...

- Mándame la dirección.

★★★

Conseguir librarme de mis padres no ha sido fácil, a decir verdad. Pero se ha logrado, que es lo que cuenta. Les he dicho que disfruten de una noche romántica mientras yo salgo de fiesta por hoy, que no volveré ni muy borracha ni demasiado tarde. Y como suelo ser muy responsable cuando salgo de fiesta (por algo en mi grupo soy "la mamá pollito") pues se fían de mí.

Cuando llego al hotel, me intimida un poco lo lujoso que es y el hecho de que haya un par de guardas de seguridad en la puerta. Me dejan pasar sin rechistar y yo me quedo embobada sólo con ver la recepción del hotel. Cómo se nota dónde hay dinero...

- ¿Señorita Miriam? - Un hombre vestido de mayordomo o algo así se me acerca y me sobresalto un poco.

¿Hola? ¿Hemos viajado al siglo XIX al pasar por esa puerta?

- Sí, soy yo - murmuro algo azorada por tanto lujo y tanta elegancia.

Me siento estúpida con esta camiseta del Madrid y mis vaqueros roñosos.

Espera...

Mierda.

¿Acabo de presentarme en el hotel donde se hospedan los jugadores del barcelona con una puta camiseta de los madrileños?

Me van a echar a patadas.

- Sígame - habla de nuevo el señor, que comienza a andar.

Voy tras él mirando en todas direcciones, como si estuviese buscando algún francotirador contratado para matar a chicas jóvenes que llevan camisetas del Madrid. No sé, es una posibilidad.

Entramos en un sitio que tiene las luces más oscuras, música suave y una barra de bebidas. Veo a Gavi en pie en la barra, bebiendo algo. Se ha cambiado y ahora lleva un chándal del club.

Y le queda tan bien...

- Muchas gracias - me despido del amable señor y camino dando pequeños saltitos hasta llegar hasta el futbolista. - ¿Cuándo tenías pensado decirme que jugabas en uno de los clubes de fútbol más grandes de la historia? - Pregunto dándole una palmadita en el brazo.

Él se gira y me mira con una sonrisa.

- Le dije a Pedri que no fingías - murmura mirando detenidamente mi camiseta. - ¿Intentas mandarme alguna señal, Mimi? - Se ríe señalándola.

- Es esto o quedarme sin herencia.

Sonríe y coge el vaso para darle un trago.

- Podemos arreglar eso.

Se quita la chaqueta del chándal y me la da. Me lo pienso un par de segundos, pero al ver cómo sus ojazos marrones me casi suplican con la mirada, me la pongo y la abrocho, tapando bien la camiseta del otro club.

- ¿Mejor? - Digo apoyándome en la barra.

- Muchísimo mejor.

El camarero se acerca y le pido lo mismo que esté bebiendo Gavi. Me quedo mirando cómo sirve la copa y cuando me la da le doy un gran sorbo. Estaba seca.

- No dije nada porque por primera vez desde que me he hecho famoso una chica se interesa en mí por ser guapo y no porque juego en el Barça. No lo iba a desperdiciar - se encoge de hombros y yo sonrío.

- Eres guapo, Gavi, aunque no fueras famoso se te acercarían muchas - hablo sin pensar y me sonrojo al segundo de decirlo.

Enhorabuena, Miriam, tremenda tirada de caña más descarada.

- Seguro - se ríe y bebe de su copa.

Le imito para ver si eso me sirve para no sentirme tan tonta.

- Ha sido un buen partido - comento entonces. - Habéis jugado genial.

- Hemos perdido.

- Habéis luchado como unos auténticos gladiadores - intento animarlo y él me mira, regalándome una media sonrisa que me resulta preciosa. - Me ha sorprendido lo agresivo que eres... Ya sabes, cuando te has encarado con el grandullón ese.

- Sí - se ríe y niega con la cabeza. - Pedri dice que un día de estos nos voy a meter en un lío.

- Con lo bueno que pareces - me burlo.

- De eso nada. De bueno tengo sólo la cara.

- Ya veo, ya veo - vuelvo a reírme y niego con la cabeza. - ¿Por qué querías que viniera?

Se queda callado y mira su copa vacía durante un rato antes de contestar.

- Te vas a reír de mí, pero... - se encoge de hombros. - Simplemente me gusta hablar contigo. No te interesa mi trabajo, ni mi dinero, ni quién soy... Sólo somos un chico y una chica que se han conocido casualmente y...

- ¿Y?

- Ya lo sabes - ríe con nerviosismo y yo sonrío.

Es que es adorable el hijo de puta.

- Ya, ya lo sé - me acabo la copa y la dejo sobre la barra. - Me tengo que ir - suspiro mirando el reloj que tengo en la muñeca.

Llegar aquí me ha costado más tiempo del que creía y no quiero volver demasiado tarde. ¿Por qué Madrid es tan grande?

- ¿Por? Acabas de llegar...

- Donde duermo está lejos. Y mis padres me matan si tardo demasiado - sonrío inocentemente y él asiente.

Miro la chaqueta y voy a desabrocharla cuando él vuelve a hablar.

- Quédatela. Tengo muchas más iguales - lo miro realmente sorprendida. - Pero que tu padre no la vea - nos reímos y vuelvo a subirme la cremallera. - Así al menos te acordarás de mí.

Me da una de sus sonrisas coquetas y me acerco un poco más a él.

- Lo haré - beso su mejilla y suspiro. - Buena suerte, Pablo.

- Buena suerte, Miriam.

Una última mirada. Una última sonrisa. Y me despido finalmente de un chico que difícilmente olvidaré.

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