Suspiro, tiritando de frío, y enseguida siento cómo pasa su brazo por sobre mis hombros, atrayéndome hacia él. Lo miro de reojo y sonrío, cosa que él también hace. Me abrazo a mí misma y apoyo la cabeza en su hombro. Ahora que estamos resguardados de la lluvia, sentados en el escalón del portal del edificio, el frío ataca con más fuerza. Pero yo sigo sintiendo mis mejillas ardiendo.
- Deberías responder - murmura él al ver que mi teléfono no deja de sonar dentro de mi bolso.
- No te preocupes. Serán mis amigas preguntando dónde me he metido - miro la calle, donde el agua baja a toda velocidad, como si de un río se tratase.
- ¿Están aquí?
- Sí.
- ¿Por qué?
Le miro directamente y alzo las cejas, como diciendo "¿no es evidente?". Pero creo que está científicamente comprobado que este tío es tonto. Así que resoplo y me miro las manos.
- Las necesitaba - confieso en voz baja. - Me estaba ahogando y no sabía ni por qué.
- Podrías haberme llamado a mí - dice con dulzura.
- No, Gavi - me río y niego con la cabeza. - Tú eras precisamente el culpable.
- ¿Tanto te gusto? - Se burla consiguiendo que le dé un codazo en las costillas.
- Eres un imbécil.
- Ay, yo también te quiero, Mimi - ironiza bastante divertido.
- ¿Por qué demonios me gustas con lo gilipollas que eres? - Pregunto al aire, y él se lo toma como personal.
- Porque soy muy guapo.
- Mira que eres pesado con eso - bufo mirándole con diversión. - No eres tan guapo.
- Puede... pero te gusto.
- No me lo recuerdes - gimo cubriéndome el rostro con las manos.
Él se ríe y a mí se me escapa una sonrisa. Yo sólo quiero que todo sea así de fácil siempre. Que no haya que preocuparse. Que seamos él y yo burlándonos mutuamente del otro. Sin más. Sin menos.
- ¿Por qué estabas tan mal? ¿Tan terrible es que te guste? - Inquiere él entonces, en voz bajita y hablando ya en serio.
- Me da miedo sufrir - murmuro sin mirarle. No soy capaz de hacerlo.
- ¿Quién te dice que vas a sufrir?
- Todo me lo dice - suspiro y me separo un poco de él. - No quiero enamorarme como una idiota y que al final tú te canses de mí.
- Yo no haré eso.
- ¿Eso le dijiste a Violeta? ¿Y a todas las de después? - Subo un poco el tono y trato de calmarme.
Él no me debe nada. No me ha hecho nada a mí. No soy quién para enfadarme.
- ¿Quién te ha hablado de ellas? - Su confusión se desvanece al ver mi expresión derrotada. - Da igual - exhala negando con la cabeza. - Ellas no tienen nada que ver en esto - se defiende el sevillano frunciendo el ceño.
- ¿Y qué diferencias hay entre ellas y yo, Pablo? Porque yo creo que es lo mismo; te has encaprichado y cuando tengas lo que quieres o, simplemente, te aburras, desaparecerás de nuevo.
Miro en otra dirección, molesta y dolida, y él suspira hastiado.
- No voy a hacer eso. No contigo - insiste él, haciendo énfasis en la última palabra.
- ¿Por qué estás tan seguro?
- Porque tú sí me gustas de verdad - espeta algo avergonzado.
Me quedo en silencio, asimilando la confesión, y asiento con la cabeza.
- Ellas... ¿Ellas no te gustaban? - Pregunto en apenas un hilo de voz.
- No - sonríe amargamente y niega con la cabeza. - No me gustaban.
- ¿Y por qué salías con ellas? - Inquiero bastante curiosa.
- Porque no sabía estar solo - suspira y se pasa las manos por la cara. - Yo... Sentía la necesidad de que alguien estuviera pendiente de mí, que me quisiera - me mira y aparta la mirada rápidamente. - Pero a mí no me gustaba nadie. Así que cuando alguna chica se interesaba...
- Decías que sí sin más - cavilo yo, empezando a encajar las piezas del rompecabezas. - Estar en relación sólo por estar.
- Sí - asiente y se muerde el labio. - Y luego llegaba a un punto que no aguantaba más y las dejaba. Sé que no está bien y que fui un capullo con todas ellas, pero ya no hay nada que pueda hacer.
Lo escucho con atención y, como siempre, confío en él plenamente. No sé si me está mintiendo o no, pero yo quiero creer que dice la verdad. Necesito creerlo.
- Vale - me levanto y le tiendo la mano. - Vamos dentro. Si no nos cambiamos nos vamos a resfriar.
Él titubea un poco, pero toma mi mano y se levanta, sonriéndome de forma excesivamente adorable.
- Vamos - asiente él besando mi frente.
Finjo que no me derrito por dentro cuando hace eso y abro la puerta.
Tanto que te ha costado verlo...
Bueno, al menos lo he visto al final. Es lo que cuenta, ¿no?
★★★
Mis chicas ya se han ido, y de nuevo me quedo yo sola ante al mundo. O así lo siento. Quizás eso es porque son mi zona de confort y, cuando no están, tengo que salir de ella. Y no me gusta, a decir verdad. Aunque bueno, no estoy literalmente sola. Estoy con Pablo. Pero aún estoy tratando de ver hacia dónde enfocar esto.
Me muerdo el labio al verlo cocinar tan tranquilo. Parece que nada perturba su mente ni que nada le preocupa. Es como si estuviera en blanco y ya está. Ojalá yo pudiera hacer lo mismo. Lo gracioso, es que todo tiene su explicación científica (que yo conozco a la perfección) y más rabia me da. El cerebro masculino... Qué gran palacio mental.
- ¿En qué piensas? - Le pregunto sin entrar del todo en la cocina.
- En nada - responde con toda la tranquilidad del mundo.
Lo peor es que será verdad.
- ¿Y tú?
Cuando se gira para mirarme me quedo un poco rígida. Que no me mire porque me pongo nerviosa y aún trato de acostumbrarme a los odiosos "síntomas" de cuando te gusta alguien. No sé cómo los adolescentes de catorce años viven tranquilos sintiendo esto. Demasiadas emociones para un cuerpo tan pequeño. Me cuesta procesarlo a mí, que no soy una niña precisamente.
- Pienso en muchas cosas - confieso al fin, suspirando. - Entre ellas, la decepción que me he llevado al comprobar la exageración del cine y de la literatura respecto al amor.
Él me mira con una media sonrisa y yo siento mis mejillas arder sin entenderlo demasiado bien. Bueno, sí que lo entiendo. Es porque es esa sonrisa.
- Cuéntame más, me tienes intrigado - me alienta con cierto tono burlón.
- No creo que te interese...
- Créeme, todo lo que tengas que decir, me interesa - insiste él.
Yo trago saliva y me miro las manos mientras él regresa su atención a cocinar. Me siento en un sitio libre de la encimera y me cruzo de brazos mientras balanceo mis pies.
- Tal y como todos los libros y películas de amor te describen y te muestran las cosas, me esperaba algo distinto - admito mirando con atención la lámpara.
Miro la lámpara por no mirarlo a él, en realidad.
- ¿Distinto... cómo? - Sigue preguntando él.
- No sé - me encojo de hombros y suspiro de nuevo. - En la mayoría de películas los protagonistas están enamorados como imbéciles después de cinco minutos de película, y al minuto diez él se le declara de la forma más romántica posible - lo miro con una sonrisa divertida y enarco una ceja. - ¿Por qué no me has dicho algo como: "Eres la ruina de mi existencia y el objeto de todos mis deseos"?
- ¿Quieres que te lo diga? - Se ríe el sevillano.
- Te vomitaría en la cara, pero sería más romántico que un simple "me gustas" - opino tranquilamente.
- Tú tampoco fuiste romántica - replica entonces.
- Ya, pero a mi confesión le siguió un impresionante beso bajo la lluvia. Supera eso, culé.
Alzo las cejas, victoriosa, y mis labios se curvan en una sonrisa orgullosa. Él se ríe y rueda los ojos, fingiendo molestia.
- Mira, Mimi, no sé qué es esto que tenemos y no sé a dónde nos lleva... Pero ten por seguro que cuando estemos lo suficientemente enamorados, no pasarás un día sin escuchar una frase digna de libro.
Sus palabras me dejan literalmente sin habla. Y odio que haga eso. Dejarme sin palabras. Miriam González nunca se queda sin palabras. Es más, a mí siempre me castigaban por no callarme. Y siempre me he metido en problemas por no saber cerrar la boca. Y por replicar a la gente errónea. Y por decir cosas poco bonitas a personas incorrectas. Pero ahora llega el señor futbolista importante y me deja callada.
Putos sentimientos estúpidos que me hacen actuar raro.
Te encanta sentirte así.
Eso no es verdad.
Ya lo admitirás.
Me niego. Que no. Que no me da la gana. Así que, como hago siempre que no sé gestionar mis emociones, empleo el humor.
- ¿Aún no estás lo suficientemente enamorado? - Inquiero fingiendo que me siento dolida.
- ¿Encima que te digo algo bonito vas y lo estropeas? - Se ríe él. - ¿Por qué te has quejado antes?
- ¡Porque me gusta quejarme!
Los dos nos reímos y él niega con la cabeza, removiendo en la olla lo que sea que esté haciendo. Creo que arroz. No se puede ser más soso para la comida.
Al menos sabe cocinar.
Sí, en eso me gana. Puede que él no terminara el instituto, pero cocina y gana más dinero del que podré soñar jamás.
Está claro que estudiar está sobrevalorado.
- Sé que lo has preguntado de broma... - murmura él devolviéndome a la realidad, sacándome de mis tontas cavilaciones. - Pero creo..., bueno no. Sé que me estoy enamorando de ti más a cada día que pasa.
Me sonrojo y aparto la mirada. Demasiado directo para que pueda procesarlo correctamente. Ahora mismo mi cabeza es como un ordenador que se está sobrecalentando por exceso de archivos. Mucha información nueva que registrar. Muchas emociones que gestionar. Suspiro y busco el valor para decir algo.
- Yo no sé qué se siente en realidad - digo con con voz queda. - ¿Qué diferencia hay entre gustar y estar enamorado?
- A ver, es que depende del concepto que tú misma tengas de cada cosa - dice él calmadamente. - Para mí, gustar es que alguien te atrae y te cae bien. Hay buena química. Te interesas por esa persona... La quieres tener cerca, ¿sabes? Y luego también están las mariposas en el estómago - sonríe y me mira. - Al menos, así es como empieza a mi forma de ver.
Asiento levemente con la cabeza, sin atreverme a mirarlo; sólo de reojo.
- ¿Y estar enamorado?
- Creo... creo que no es más que una amplificación de lo de antes. Cuando sientes que es tan intenso que no es un simple "me parece guapa". ¿Me explico?
- Bastante bien - me río asintiendo. - Entonces... Básicamente, el límite entre gustar y enamorarse depende de cómo cada uno lo interprete.
- Básicamente, sí.
Vuelvo a asentir y me quedo pensando. Yo ni siquiera sabía lo que era que alguien me guste hasta hace poco, ¿cómo leches voy a saber la diferencia entre una cosa u otra? ¿Dónde está mi línea entre una cosa y otra?
- Yo no conozco cuál es mi límite entre gustar y enamorarme - me quejo entonces.
- Ya lo aprenderás - asegura con la misma tranquilidad que lleva mostrando toda la conversación.
- ¿Cómo?
- Viendo cómo sobrepaso todos los límites que tengas.
★★★
Noto que alguien me mueve por el hombro y yo cierro los ojos con más fuerza y me quejo a base de monosílabos.
- Venga, a la cama - insiste la persona.
- Mmmmm...
- Vamos, Mimi.
- No.
- ¿Y dónde duermo yo entonces? ¿Me voy a tu cama?
Yo abro los ojos y lo miro. Está acuclillado al lado del sofá, mirándome con ternura.
- Quédate aquí conmigo - murmuro haciendo un puchero.
- No vamos a caber bien.
- Calla ya - gruño tirando de su brazo sin mucha fuerza.
Él se deja llevar y, tras suspirar, se acuesta en el sofá como puede en el hueco que le hago. Sonrío feliz cuando siento su pecho contra mi espalda y un escalofrío me recorre cuando uno de sus brazos se envuelve alrededor de mi cintura.
- ¿Mejor? - Susurra a mi oído.
- Mucho mejor - respondo también susurrando.
Noto cómo deja un beso en mi coronilla y luego siento su mano meterse debajo de mi sudadera, acariciando mi abdomen. Si fuera un gato, estaría ronroneando. Sonrío de nuevo, pero es que me es imposible contener la sonrisa. Me gusta mucho estar así, tenerle tan cerca es... Dios, siento que si se aleja, aunque sea un milímetro, me faltará algo, algo sin lo que no puedo vivir.
- Buenas noches, Gavichuela.
- Buenas noches, muñeca.
Otro escalofrío me hace estremecerme al oír ese nuevo mote. La verdad, es que nunca lo había contemplado como un apelativo cariñoso que me gustase mucho, pero oírselo a él... No sé, quiero obligarle a punta de pistola a que me llame así mil veces.
Muñeca... Odio que nos guste tanto.
Es bonito. Digo yo. A mí me lo parece. Y es tierno. Mucho. Es que él es tan mono... Diga lo que diga me va a hacer sonreír como una imbécil. Ya puede decirme nena, princesa, cielo, amor, preciosa... Da igual. La cara de gilipollas que tengo ahora mismo sería la misma. Porque he descubierto que no me pone nerviosa lo que dice, sino que es él quién lo dice. Y eso es lo que importa. Eso es lo que me pone la piel de gallina en todo momento.
★★★
Me estoy despertando cuando escucho las voces de dos personas, y la verdad es que no les doy importancia y voy a levantarme con normalidad hasta que presto atención a la conversación. Y no tardo en darme cuenta que, más bien, es una discusión. Así que cierro los ojos otra vez y finjo seguir dormida.
- ¿Pero qué necesidad tenías?
- ¿Y tú qué necesidad tienes? Siempre igual. Hay más tías en el mundo aparte de mis amigas, joder.
- Si nos vamos a poner así, yo la conocí primero.
- Ya, Pablo, tú nunca haces nada malo.
- ¡Es que no estoy haciendo nada malo! - Él alza la voz un poco y yo me tenso.
Se están peleando por mí y no me gusta nada.
- Y no desvíes el tema de la conversación - sigue hablando él. - Nos iba perfectamente sin que te metieras de por medio.
- Al final ya os habéis declarado y todo, ¿no? Pues hala, ya está.
- Sí, vale, ¿pero por qué cojones tenías que contarle eso?
- Porque merecía saberlo - dice ella con un tono tan obvio que me ha hecho sentir idiota hasta a mí, y eso que no me está hablando.
- ¿Para qué? ¿Para que ahora dude de mí? ¿Para joder un confianza que era perfecta? Porque ahora no se fía de mí como antes. Lo sé. Lo noto. Y es tu culpa.
Dios, Gavi, cállate.
Déjalo. Se está poniendo interesante.
- ¿Mi culpa? Perdona, no sabía que fuera mi culpa que tú seas un imbécil - responde ella demasiado a la defensiva.
- ¿Y a ti qué más te da lo que yo sea, Laura? Es mi vida, no la tuya.
- Pero es mi amiga y no quiero que le hagas daño.
- Los dos sabemos que no es eso.
- ¡Claro que es eso!
- No - escucho su risa amarga y esto me da muy mala espina. - Desde que me he hecho mínimamente famoso no has parado de hacer lo mismo.
- ¿El qué? ¿Qué dices?
- Sabotearme. Alejarme de todas las chicas que he ido conociendo. Ninguna es suficientemente buena. Todas se quieren aprovechar de mí. De mi fama y mi dinero - me asomo con disimulo para mirar y lo veo de frente, su hermana enfrente de él dándome la espalda. Parece cabreado. - ¿Y sabes qué?
- ¿Qué? - Murmura ella con curiosidad, pero retándolo.
- Que esta vez, a pesar de que le hayas llenado a ella la cabeza de mierda sobre mí y hayas intentado espantarme a mí, no te va a salir bien la jugada.
- ¿Qué jugada? Sólo os quiero a los dos e intento protegeros.
- Ya. Nos quieres. Pero separados, ¿no?
- Mira, pues sí - asiente ella con tranquilidad.
- Nos quieres y ves que cuando pasamos tiempo juntos somos felices, así que decides intentar joderlo todo entre nosotros - él sonríe de nuevo y niega con la cabeza. - Menos mal que nos quieres, porque si nos odiaras...
- Eres un gilipollas.
- Y tú una celosa de mierda.
Justo después de decir eso, su mirada se desvía al sofá, donde estoy yo, y me pilla de lleno mirándolos y escuchándolos. Siento mis mejillas arder cuando la expresión de enfado y podría decir de asco del sevillano se convierte en una expresión casi de disculpa.
- Buenos días - me saluda él con una sonrisilla amarga, yendo directo al cuarto de baño.
Laura se gira y, al verme, no puedo evitar fijarme en que parece cabreada. Pero cabreada conmigo. Y no sé si soy yo, o mi opinión de ella después de haber oído está discusión.
- ¿Cuánto has oído? - Me pregunta con recelo.
- No mucho, me acabo de despertar - miento a medias, y ella asiente con una mueca de claro desagrado.
Si me cree o no, no lo sé, pero se mete en nuestro cuarto y yo suspiro. Me da a mí que vivir con ella va a dejar de ser tan sencillo como lo era antes. Y todo por... Por tonterías, para qué engañarnos. Porque son tonterías de críos de dieciocho años. Me guste más o menos admitirlo.
Me levanto y me estiro, sintiendo un gran alivio cuando mi espalda cruje. Puede que tenga los huesos de una señora mayor, pero es que me da igual. El gusto que acabo de sentir... Dios. Me peino con los dedos un poco y me acerco a la puerta del baño, tocando con sutileza dos veces. Él no responde así que entro directamente, cerrando la puerta al pasar. Cuando lo veo frente al espejo, apoyado en el lavabo y con la cabeza agachada, sólo me sale suspirar.
- ¿Estás bien? - Inquiero con cautela.
- Perfectamente - responde irguiéndose y mirándome con algo de tristeza en los ojos.
- Tu hermana no ha estropeado nada, Gavi - susurro entonces. - Bueno, durante unos días sí, pero... Pero ya no pasa nada.
- ¿Me ves de la misma manera que antes de que te contara aquello?
No sé cómo tomarme la pregunta. Y menos aún cómo responderla. Me encojo de hombros y vuelvo a suspirar.
- Pues no sé. No, supongo. Pero no tiene por qué ser algo malo.
- Supones - asiente con la cabeza y sonríe sarcásticamente. - Vale.
- ¿"Vale" qué, Pablo?
- Nada - espeta saliendo del baño.
Yo frunzo el ceño, molesta por su actitud, y voy tras él.
- ¿Qué te pasa ahora?
- Estoy cabreado, y no es tu culpa, así que por favor déjame tranquilo un rato porque no quiero tratarte mal - me pide mirándome con seriedad.
Yo asiento con la cabeza dudando un poco, y me acerco para darle un abrazo. Así sin más. Siento cómo la tensión abandona su cuerpo después de unos segundos y suspiro bastante tranquila al sentir el calor que emana.
- ¿Cómo lo haces? - Pregunta al rato en voz baja.
- ¿El qué? - Murmuro mirándolo a los ojos.
- Calmarme así... Suelo tener muy mala hostia y teniéndote cerca creo que es imposible que me enfade - explica riendo un poco.
- Bueno... Ese es mi superpoder - me burlo sonriendo.
- Pues ojalá pudiera estar contigo todos los días a todas horas - dice en cierto tono triste que no me gusta lo que insinúa.
- Pero no puedes - musito apartándome. - Te tienes que ir ya, ¿no?
- Te llamaré cuando baje del avión, te lo prometo.
- Más te vale, ceporro.
Los dos nos reímos y, ahora que lo pillo desprevenido, le robo un beso rápido. Apenas es un pico, y al segundo siento mis mejillas arder. Veo cómo él sonríe ampliamente, por lo que no me da tiempo a arrepentirme.
- Te voy a echar de menos, Mimi.
- Y yo a ti, Red - respondo con una sonrisa burlona.
- ¿Red? - Se ríe él.
- El pájaro rojo de los Angry Birds - aclaro con diversión.
- No voy a hacer preguntas - decide frunciendo el ceño de esa forma que me recuerda exactamente a Red.
- Mejor - miro el suelo, avergonzada por el pensamiento de que tal vez la broma ha sido una estupidez.
En cambio, él me toma por la barbilla, obligándome a mirarlo, y cuando creo que va a besarme, simplemente me da un besito en la frente. Y me quedo con las ganas, para qué mentir. Así que sólo me queda ver cómo se va, queriendo detenerlo y rogarle que se quede. Pero sé que no puede, así que me ahorro el ridículo.
Sólo amigos, ¿eh?
Sonrío y niego con la cabeza, apartando la vista de la puerta por la que ha salido el sevillano.
"Sí, sólo amigos", pienso burlonamente.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro