2. Reencuentro.
Jongdae apoyó la pesada caja en la pared, la sostuvo con una mano y digitó la clave para entrar al departamento de Luhan, pero en lugar de desbloquear la puerta, el pequeño aparato parpadeó con una luz roja y emitió un pitido.
Frunció su entrecejo y presionó los dígitos una vez más, pero obtuvo el mismo resultado.
Maldita contraseña. ¿Qué había dicho Luhan? Uno, nueve, nueve, uno, cero, cuatro, dos, cero y enter... contraseña incorrecta. Mierda, Luhan había dicho que era su cumpleaños.
—¿Disculpa?
Jongdae dejó de amenazar a la cerradura con su mirada y se giró hacia la persona que se había acercado a hablarle. Sus ojos barrieron el rostro frente a él una y otra vez con incredulidad. La caja que cargaba cayó al piso y parte de su contenido se volteó en el suelo, pero por un instante ni siquiera lo notó.
—¿Minseok? —murmuró tan impactado como si el hombre frente a él fuera un fantasma.
Y es que no podía creer que Kim Minseok estuviera ahí, fuera de la televisión, respirando su mismo aire. No había cambiado casi nada; lucía tan hermoso como la última vez que lo vio en persona, quince años atrás.
—¿Jongdae? ¿Eres tú? —los ojos de Minseok se redondearon por la sorpresa.
—Sí, soy yo —Jongdae respondió, asintiendo fervientemente, y en sus labios se alzó una sonrisa.
Esa sonrisa que antaño había puesto frenéticas a las mariposas en el estómago de Minseok. Mientras esas mariposas dormidas despertaban y asomaban curiosas, Jongdae se lanzó sobre él para envolverlo en un inesperado abrazo.
—¡Qué gusto verte! —Jongdae susurró con emoción y lo apretó con fuerza por unos segundos, luego dio un paso atrás y lo tomó por los hombros—. ¿Estás bien? ¿Cómo está tu lesión?
Minseok, aún aturdido con su efusividad, lo miró sin comprender. Hasta que Jongdae clavó la mirada sobre su tobillo izquierdo.
—Oh, eso pasó hace años —Minseok murmuró con incomodidad—. Estoy bien ahora.
Jongdae asintió y se arrodilló en el suelo para recoger las cosas que había dejado caer al piso. Minseok también se agachó y le ayudó.
—Perdona, seguro tú ya ni te acuerdas de mí y...
—Claro que me acuerdo de ti —Minseok replicó y una dulce sonrisa floreció en sus labios—. De hecho, justo ayer estuve pensando mucho en ti.
—¿Ah si?
Jongdae preguntó con una mezcla de ilusión e incredulidad. Minseok asintió.
—Sí, mi abuela me preguntó por ti.
Jongdae sonrió avergonzado, lo que mejor recordaba de esa mujer era que le había lanzado una chancla una vez.
—Seguro todavía me odia por arruinar su jardín.
Minseok sonrió al recordar que Jongdae solía colarse a su habitación por la ventana; una de aquellas veces se había caído al jardín y había roto un par de macetas.
—No lo creo, puede que ya ni se acuerde de eso, pero sigue llamándote ruidoso.
—Sigo siéndolo —Jongdae musitó un poco avergonzado.
Habían tantas cosas que decir, tantas preguntas. Era un encuentro casi mágico, que ambos llegaron a temer que fuera solo un sueño.
—¿Te estás mudando aquí? —Minseok preguntó con curiosidad.
—No, es... la casa de un amigo.
—Ah, eres amigo de Luhan —Minseok murmuró, de pronto temiendo que en realidad fuera su pareja.
—Sí, estoy aquí cuidando a sus... gatos.
—¿Gatos? —Minseok preguntó recordando un pequeño dato que su memoria había decidido conservar—. ¿Ya no les temes?
Jongdae hizo un gesto.
—No les tengo miedo, solo no me agradan, ni yo a ellos, pero a Luhan se le ocurrió enviarlos a esterilizar antes de irse de vacaciones, así que alguien debe cuidar su recuperación.
Minseok asintió, aunque no comprendía porqué alguien haría algo así.
—¿Y tienes problemas con la contraseña? —preguntó.
—Sí, Luhan me dijo que era su fecha de cumpleaños, pero esta cosa no la acepta.
—¿Y estás seguro de que la fecha es correcta? —Minseok preguntó leyendo los números en la pequeña pantalla—. Creo que Luhan es del noventa, tenemos la misma edad.
—Es cierto —Jongdae dijo pensativamente—. Yixing es del noventa y uno.
Presionó los dígitos correctos esta vez y sonrió cuando la luz se volvió verde y la puerta se abrió.
—Gracias.
—No hay de qué —Minseok musitó y se acomodó el abrigo, debía marcharse.
—¿Oye y tú vives por aquí? —Jongdae preguntó esperanzado y cuando Minseok señaló la puerta al otro lado del pasillo no pudo evitar sentirse emocionado—. Qué suerte.
—Si necesitas ayuda con los gatos, búscame.
—Lo haré.
—Ya me tengo que ir.
Jongdae asintió.
—Nos vemos... y gracias.
Minseok asintió y apretó los labios para aplacar su estúpida sonrisa.
Cuando se marchó, Jongdae observó la puerta del otro lado del pasillo y mordió su labio inferior.
Dios... ¿Su camino y el de Minseok de verdad acababan de volver a cruzarse? ¿Después de tanto tiempo? Una sonrisa estiró sus labios y por mucho que lo intentó no pudo reprimirla.
Su cabeza estaba tan en las nubes que no meditó la posibilidad de que los gatos fueran a escapar por la puerta abierta, hasta que estos pasaron entre sus piernas y corrieron por el pasillo.
—Mierda —siseó y puso la caja en el suelo para ir por ellos—. ¡Katniss, Peeta, vuelvan aquí!
⚡
Minseok subió a su auto y miró su reflejo en el retrovisor. No podía dejar de sonreír. Se palmeó las mejillas repetidas veces, en un intento por relajarlas, y respiró profundamente.
¿Acaso su abuela lo había invocado? ¿Por qué aparecía frente a su departamento justo en ese momento?
Encendió el auto y pensó en su breve encuentro por unos segundos. Jongdae había cambiado un poco, como era lógico, lucía mayor, aunque afortunadamente su sonrisa seguía siendo como la de un adorable gatito.
Condujo fuera del edificio con la cabeza en otro tiempo, específicamente en el verano de sus dieciocho; aquella época feliz en la que vivió muchas de sus primeras veces junto a Jongdae. Aunque habían sido amigos por varios años, su noviazgo había sido corto, pero maravilloso... Minseok solo volvió al presente cuando su auto golpeó algo.
Alarmado, salió del auto y corrió a auxiliar al hombre de lacia y brillante cabellera negra que yacía en el suelo.
—¡Jongdae!
—Auch —Jongdae se quejó.
Estaba sobre su espalda a mitad de la calle, en su brazo izquierdo sostenía a Katniss, que en la carrera por las escaleras había perdido su faja, y en su brazo derecho sostenía a Peeta, que había decidido saltar a la calle sin importarle el tráfico.
—Por Dios —Minseok susurró, arrodillándose a su lado—. ¿Qué haces?
—Salvando a este estúpido gato —Jongdae gimió por el dolor.
—¿La vida de un gato vale más que la tuya? —Minseok lo reprendió, sacando al animal de sus brazos.
—Para Luhan sí —Jongdae aseguró dejando que Minseok se llevara a los estúpidos animales.
—¿Puedes levantarte o llamo a los paramédicos?
—Estoy bien —Jongdae aseguró acariciándose la frente.
Minseok observó con preocupación el enorme chichón que quedó a la vista cuando Jongdae removió su cabello.
—Ven, te llevaré al hospital.
⚡
Gracias por leer!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro