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Capítulo 5: Tensión

Aquel día, Derek no pudo dormir. Los sueños sobre un monstruoso león escupefuego, con una segunda cabeza de macho cabrío y cola de serpiente, lo acosaron durante toda la noche.

Una parte de él quería creer que Stiles estaba equivocado, que nadie en su sano juicio haría luchar a jóvenes que apenas habían alcanzado la mayoría de edad contra una criatura como aquella. Pero sabía que no era así, que en dos días tendría que enfrentarse a una quimera real, y que debería ser el primero en derrotarla para conseguir la máxima puntuación. Y aquella idea le revolvía el estómago. Se estaba esforzando en aparentar normalidad, valentía, sobretodo cuando fue a contarle a su tío lo que había descubierto. En la mirada del hombre, vio un atisbo de preocupación, pero apenas duró un instante antes de que empezara a divagar sobre lo importante que era que ganara el torneo. Y Derek no quería decepcionarle.

El viernes por la mañana, se obligó a ir a desayunar, antes de aislarse de nuevo en la biblioteca para recopilar toda la información que pudiera sobre las quimeras. Fue el último en llegar donde se encontraba el grupo de amigos de Hogwarts y Durmstrang. Danny, observó Derek, tenía unas ojeras tan marcadas que aún parecían preocupantes en su morena piel. Estaba seguro de que Stiles corrió a contarle lo que había averiguado en cuanto salió de la biblioteca la tarde anterior. El desayuno no estaba siendo tan animado como los otros días, el peso de lo que estaba por venir cayendo sobre ellos.

- Esto es realmente jodido.

Aiden fue el primero en romper el silencio que se había formado en medio del griterío del resto de alumnos.

- Ahora estaréis de acuerdo conmigo con que esta competición es absurda. ¡Es una locura! - Exclamó Stiles.

Ni siquiera Jackson y los gemelos, que parecían emocionados por ver el torneo, le llevaron la contraria.

- Bueno, al menos sabemos a qué nos enfrentamos. Gracias otra vez, Stiles.

Danny parecía realmente sincero mirando a su amigo. A Derek le habría gustado ser el único que supiera la respuesta, pero no podría haberle pedido eso al chico. Stiles no era su amigo, lo era de Danny.

- ¿Sabéis si Brigitte lo ha averiguado? - Preguntó Lydia.

- No la he visto últimamente, debe estar preparándose en su dormitorio o algo así.

- Deberíais aseguraros de que lo sabe. Es una prueba peligrosa.

Danny asintió, pero Derek frunció el ceño.

- No podemos darle la respuesta, va contra las normas. Además, si no lo sabe, tendremos ventaja sobre ella.

Los chicos de Hogwarts lo miraron como si acabara de decir una barbaridad. Stiles fue el primero en saltar.

- ¿Pero a ti qué te pasa? ¿Hablas en serio? A ver, está claro que eres un capullo, pero no pensé que podrías llegar a serlo a tan alto nivel. - Derek parpadeó varias veces, atónito, antes de que el chico continuara. - ¿De verdad dejarías que esa pobre chica se enfrentara sin ningún tipo de preparación a una prueba en la que puede arriesgar su vida, solo por ganar un estúpido juego?

- Ese "estúpido juego" es muy importante para mi escuela, ¿sabes? - Replicó, irritado.

- ¿¡Más que una vida humana!? ¿Qué mierda de prioridades son esas? - Stiles parecía furioso, con el ceño fruncido y la mandíbula tensa. - ¡Ni siquiera fuiste tú el que averiguó la respuesta!

- Derek, Stiles tiene razón... - Dijo Isaac tímidamente.

Y Derek lo miró completamente perplejo, y después buscó el apoyo de los gemelos, que rehuyeron su mirada. ¿Se estaban volviendo contra él? ¿Desde cuándo les importaba tanto la seguridad ajena? ¿De verdad era tan horrible lo que había dicho?

- Bien. - Espetó molesto. - Yo no se lo diré, haced lo que queráis.

- Tranquilo, yo lo haré. Así no quebrantarás las normas y no te penalizarán en tu maravilloso concurso.

Y, por primera vez en su vida, alguien mostraba estar tan cabreado como él mismo.

Después de aquello, no volvió a ver a ninguno de los chicos, ni siquiera a sus amigos. Pasó el resto del día en la biblioteca, rodeado de una pila de libros que ya había leído un par de veces, pero, de nuevo, se encontró tan perdido como la última vez. La información práctica sobre las quimeras no le dio ninguna idea de cómo sobrevivir a ellas. Lo único que había descubierto, era que su piel era prácticamente impenetrable, que podían escupir fuego por sus dos cabeza, y que la cola de serpiente lanzaba ráfagas de veneno mortal. No había nada sobre cómo combatirlas, y Derek empezaba a desesperarse. Estaba tan concentrado, que no se dio cuenta de que alguien le observaba entre las estanterías.

Pocas horas después, una de las lechuzas del instituto dejó caer un fino paquete envuelto en papel marrón en la mesa, justo sobre el libro que tenía abierto delante, y se volvió a marchar volando. Derek lo tomó, mirando extrañado de lado a lado, como si fuera a encontrar al remitente en aquella habitación. Pegado en el envoltorio, había un trozo de papel, en el que se podía leer "yo no soy tan hijo de puta como tú", en pésima caligrafía. Y, entonces, Derek supo que era de Stiles, porque nadie más en su sano juicio se atrevería a insultarle de aquella manera. Y sabía perfectamente que Stiles no estaba en su sano juicio. Rasgó el envoltorio con suspicacia, sin saber lo que se podría encontrar. Y, si se hubiera encontrado un dedo humano cortado, habría estado menos sorprendido. Se trataba de un libro, pero no un libro viejo y polvoriento como los de la biblioteca. Era un libro fino, de tapa blanda, colorido y lleno de dibujos. Era un libro muggle. Derek había oído hablar de esas cosas, creía recordar que se llamaban cómics. En la portada, aparecía un hombre musculado y semi desnudo, apenas cubierto por una especie de toga rojiza, con un casco de guerrero bajo el brazo izquierdo y una lanza en la mano derecha. Derek lo miró, esperando que la figura hiciera algún tipo de movimiento, antes de recordar que los libros muggles son inanimados. Entonces, leyó el título: Colección de mitos: Belerofonte y la Quimera. Abrió el libro apresurado.

Tras haber matado a su hermano por accidente, Belerofonte se dirige a la ciudad de Tirinto para eximirse, donde El rey Preto lo acoge en su hogar. Pero su esposa, la reina Estenebea, se enamora del huésped e intenta seducirlo inútilmente. Ante la ofensa del rechazo, la reina cuenta a su esposo que Belerofonte había intentado violarla. Preto cree a su mujer pero, atado por las leyes de la hospitalidad griega que le impiden herir a un huésped, lo envía a Licia, a la corte de su suegro, el rey Yóbates, para que entregue una carta. En ella, Preto pide la muerte inmediata del mensajero. Sin embargo, Yóbates acoge a Belerofonte como huésped antes de que este le entregue la carta, por lo que, de nuevo, las leyes de la hospitalidad le impiden acabar con su vida directamente. En su lugar, el rey encomienda a Belerofonte una misión suicida: matar a Quimera, el monstruo hijo de Tifón y Equidna. Aquella criatura era un ser híbrido, un león con una segunda cabeza de cabra y cola de serpiente, que exhalaba fuego.

Temiendo su muerte, Belerofonte acude a un adivino en busca de consejo, y este le dice que debe domar al caballo alado Pegaso, con ayuda de las riendas de oro que le había entregado la diosa Atenea. Belerofonte, armado y volando a lomos de Pegaso, consigue acercarse a Quimera, aunque las flechas no pueden atravesar la dura piel del monstruo. En medio de la desesperación, el héroe introduce su lanza en las fauces de la bestia, que la desintegra con una llamarada. Sin embargo, el fuego también hace que la punta de plomo del arma se derrita y abrase a Quimera desde el interior, dándole a Belerofonte la victoria.

Derek cerró el libro de un golpe, sintiendo el alivio invadir su cuerpo y las esperanzas renovadas. Aquella extraña historia muggle le había dado nuevas posibilidades, no solo de sobrevivir, sino de ganar la primera prueba. Y, de nuevo, no había sido él quien resolvió el problema. Ese pensamiento le molestaba profundamente. Creía que Stiles estaba enfadado con él, entonces, ¿por qué le ayudaba? La pequeña y cruda nota pegada en el paquete acudió a su memoria: "yo no soy tan hijo de puta como tú". Y quizá tuviera razón.

El bosquejo de un plan apareció en su mente, pero antes debía hacer algo más importante: buscar a Stiles.

Con paso rápido y firme, salió de la biblioteca y atravesó los pasillos de Hogwarts en busca de algún rostro conocido. Finalmente, se topó con Scott. Cuando lo llamó, el chico estaba tan sorprendido, que se giró en busca de alguien más, asegurándose de que de verdad le hablaba a él. Derek puso los ojos en blanco.

- ¿Dónde está Stiles? - Preguntó sin más, dejando al chico aún más sorprendido.

- ¿Stiles? Uh, bueno...creo que ahora está en Historia de la Magia.

- Gracias.

Y se marchó, sin darle tiempo a reaccionar. Tuvo que preguntar direcciones a unos cuantos cuadros antes de dar por fin con la puerta del aula. Estaba cerrada, por lo que supuso aún no habría acabado la clase. Bien, esperaría. Lo que iba a hacer no era nada fácil para él, pero se movía guiado por una determinación que no sabía de dónde había salido. No importaba, no se iría de allí hasta haber hablado con Stiles.

Tuvo que esperar unos quince minutos antes de que la puerta se abriera por fin y un mar de estudiantes salieran del aula. No fue difícil encontrar al chico, su antirreglamentaria vestimenta le delataba. Estaba charlando animadamente con Lydia, enganchado a su brazo, cuando Derek se acercó y se paró delante de ellos, casi haciendo que se chocaran contra él.

- Joder, un muro. - Exclamó Stiles.

- Hola, Derek. - Saludó Lydia, como una persona normal.

- Quiero hablar con Stiles.

Y se sintió estúpido, porque se estaba dirigiendo a ella.

- Bueno, eso deberías decírselo a él, ¿no? - Dijo la chica, divertida.

Derek se limitó a mirar al castaño, esperando que entendiera que esta vez se dirigía a él.

- Stiles no habla con capullos egoístas, muchas gracias.

Intentó rodearle para escapar, pero Derek se volvió a interponer, gruñendo ante el intento de fuga.

- Pero, ¿de qué caverna te has escapado tú, Pedro Picapiedra?

Derek frunció el ceño, a veces no entendía ni una palabra de lo que decía aquel extraño chico.

- Bueno, yo me voy, que tengo prisa. - Dijo Lydia, antes de dejar un beso en la mejilla de su amigo y escapar por el pasillo.

Derek simplemente se quedó mirando al chico que tenía delante. Por su aspecto desaliñado, nadie adivinaría que era realmente inteligente, tanto como para resolver una de las pruebas de El Torneo de los Tres Magos en apenas unos minutos.

- ¿Se puede saber qué quieres? - Preguntó impaciente.

Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y le miraba con molestia. Al parecer, el que le hubiera ayudado, no cambiaba el hecho de que estuviera enfadado con él. Derek tomó una honda respiración antes de soltar aquello que había preparado cien veces mentalmente de camino a la clase.

- Gracias.

Y sintió como si se liberara un peso de sus hombros. Stiles lo miró boquiabierto por un instante, antes de soltar una carcajada.

- Vaya, eso me ha dolido hasta a mí. - Dijo entre risas.

Derek frunció el ceño, confundido. No dijo nada, pero Stiles pareció adivinar sus pensamientos.

- Decir gracias, y a una persona como yo, no tiene que ser algo fácil para ti, ¿verdad?

- No sé a qué te refieres.

Pero lo sabía perfectamente.

- Oh, vamos. Te tengo calado desde que te vi entrar a El Gran Comedor, desfilando al lado del director, sin participar en el espectáculo como el resto de mortales, caminando con ese porte rígido de hombre duro. Está claro que eres Mr. Perfecto, el chico modelo de tu escuela, demasiado orgulloso para hacer cosas tan banales como dar las gracias o pedir perdón, o sacrificar un premio por salvarle la vida a una desconocida. Algo así como el Danny Zuko de Durmstrang.

Derek no sabía quién era Danny Zuko, lo que sí sabía era que Stiles se estaba burlando de él, aunque no hubiera dicho ninguna mentira. Y, cuando esa risa volvió a resonar en los muros del pasillo vacío, perdió totalmente las riendas de su ira. Había ido allí a darle las gracias al chico, a hacer las paces de alguna manera, pero ese tono petulante había conseguido enfurecer a Derek. En menos de un parpadeo, el cuerpo delgado de Stiles estaba siendo aplastado entre Derek y la pared, con sus rostros a apenas un par de centímetros y las grandes manos del mayor sosteniendo su camisa con fuerza.

- Tú no me conoces.

Derek tenía un rostro tan serio que habría petrificado a las estatuas, y parecía estar a punto de acabar con la vida del chico al que sostenía con fuerza. Sin embargo, y para su sorpresa, no había rastro de temor en Stiles. En su lugar, un par de grandes y brillantes ojos le observaban con desafío y diversión, tan cerca, que Derek podía apreciar todos los matices de castaño que teñían los iris. También pudo unir con la mirada los lunares que se salteaban por toda la cara del chico, en las mejillas, cerca de los rosados labios que se torcían en una sonrisa ladeada, cerca de la fina nariz respingona.

- ¿Qué vas a hacer ahora? - Preguntó, humedeciéndose los labios con la punta de la lengua.

Derek siguió paralizado ese recorrido con la mirada. La voz de Stiles había sonado como un susurró, calando en lo más profundo de su ser, erizando todos sus nervios. Podía sentir la respiración de Stiles en su cara, y en su pecho cada vez que el del chico subía y bajaba con una nueva bocanada de aire. Y olía tan bien, olía tan malditamente bien, que Derek lo soltó con rudeza y se alejó de él como si quemara. O, al menos, así se sentía, ardiendo.

Stiles dio un paso al frente, arreglándose la camisa.

- Aceptaré tu agradecimiento.

Y se marchó, dejando a Derek solo en mitad del pasillo, intentando recomponerse de aquel desconcertante momento de tensión.

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