Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

2: El Grinch de la navidad, parte I.

Austin, Texas.

Unos años antes, en víspera de navidad.

TANNER:

No me importa no tener a dónde ir en navidad.

Normalmente paso estas fechas con Malcolm o con mi madre y le pago a alguien para que compre sus regalos para no llegar a ninguna fiesta con las manos vacías, pero Mal fue reclutado por los Kings hace unos meses y está atrapado entrenando en New York, a dónde solo invitó a su madre para que lo acompañe a las fiestas del equipo, probablemente pensando que tendría mis propios planes, y la mía se fue a visitar a su familia en Alemania, probablemente pensando lo mismo.

Pero no me interesa.

Nunca me ha gustado la comida navideña, ni la celebración, ni los regalos, ni los fuegos artificiales, ni los estúpidos villancicos.

—¿Qué harás en navidad? —pregunta Pauline sobre mi pecho mientras vemos una película en su habitación.

Ha pasado más de un año desde que me gradué y desde que su compañera y yo dejamos de hablarnos, desde el incidente con Gordon y todo lo demás, pero aún así muchas cosas desencadenan recuerdos en mi cabeza que constantemente debo enterrar en el fondo de mi mente.

—Me quedaré aquí en Austin, en mi departamento.

Normalmente ahí es donde paso la mayoría del tiempo, en el departamento que conseguí cerca de mi trabajo, y en la oficina. Que esté en este maldito cuarto que tanto he llegado a odiar solo se debe a la insistencia de parte de Pauline de que la acompañara, pero la verdad es que evito este edificio como si fuera un veneno que me consumiera de dentro hacia fuera.

—¿Qué? —pregunta la rubia tras incorporarse junto a mí sobre sus codos, mirándome con el ceño fruncido—. ¿Hablas en serio, Tanner? ¿Te quedarás solo en Austin? —Afirmo—. ¿Por qué?

—Malcolm está entrenando en New York.

—¿Por qué no vas con él?

Trago, mirando hacia el techo para que no note el fastidio que me produce hablar de esto y, en ocasiones, hablar con ella a secas. Esas veces siento un nudo de culpa apretando mi garganta además de una enorme frustración por no poder tan solo mandarla a callar porque eso heriría irreparablemente sus sentimientos. No debería ser así, yo debería querer hablar con ella, pero no me alarmo demasiado al respecto. Sé que en parte se debe a mi personalidad. A que no soy de esas personas que desperdician el tiempo preguntando cómo estás o hablando de trivialidades, como dónde pasaré la navidad.

—No quiero viajar en estas épocas —respondo, depositando todo mi autocontrol en mantener un correcto tono de voz—. Los aeropuertos se llenan y ya no hay boletos de primera clase.

Pero Pauline no capta la indirecta, presionándome aún más.

—¿Y tus padres?

—En Alemania y, antes de que preguntes, la respuesta es la misma. No viajaré por horas entre niños y ancianos.

—Pero... —Toma una honda bocanada de aire antes de proseguir, duda en sus ojos sobre lo que está a punto de decir y aún así suelta—. Yo pasaré las vacaciones con Savannah y su familia en Houston. Si le pregunto, estoy segura de que dejará que vengas con nosotras. Weston también estará ahí.

Me tenso.

—No.

El ceño de Pauline se frunce.

—¿Por qué no? —Su labio inferior tiembla, haciéndola lucir más infantil de lo que ya se ve con su cabello rubio rizado suelto y su pijama navideña—. ¿Prefieres quedarte aquí, solo, a viajar un par de horas en auto con nosotros?

—Sí.

El silencio, roto solo por el sonido del televisor, se apodera de la habitación. Cuando vuelvo a ver sus ojos marrones, estos se encuentran llenos de tristeza, molestia y resignación.

—Bien —dice, apoyándose de nuevo en mí como si fuera una maldita almohada—. Entonces me quedaré contigo.

—No es necesario que lo hagas.

Gira el rostro para verme.

No luce feliz con la idea de perder sus planes para navidad con Savannah, pero sí determinada a no dejarme pasar una navidad solo. Busco en mi interior cualquier señal de agradecimiento al respecto, pero no lo encuentro.

No hay nada.

—Lo haré.

—Pauline...

Mi protesta muere en la punta de mi lengua debido al sonido de la puerta abriéndose. Unos segundos después, Savannah y Weston aparecen tomados de la mano y dentro de un par de abrigos de cuero a juego que estoy seguro de que fueron idea de Wertheirmer porque Savannah no es así de cursi. Me incorporo, sentándome en la cama de Pauline, y la rubia se queja debido al brusco cambio de posición, pero es nuestro deber conservar la decencia.

Es eso o volver a caer en un profundo agujero negro.

—Oh, hola —dice Savannah al notarnos, su rostro lleno de sorpresa—. No sabía que estarían aquí.

—Reed —saluda su novio, quién suplantó mi lugar en la hermandad cuando me fui, a lo que asiento en su dirección.

—Wertheirmer.

Pauline mira a Savannah.

—Invité a Tanner a ver una película de navidad después de que cenamos porque pensé que pasarías la noche con West, pero ya se va. —Mi ceño se frunce al ser corrido como un perro maloliente, pero me levanto y me empiezo a colocar los zapatos porque aunque algo dentro de mí hierve al tener que desaparecer porque West y Savannah llegaron, es mejor no escucharlo e irme antes de que Pauline haga algo estúpido como pedirle a Savannah que me una a ellos en navidad—. Por cierto, Sav, no voy a poder ir a Houston en navidad. Tanner no tiene planes este año y me quedaré con él.

Me tenso mientras ato mis cordones, esperando su respuesta.

Esta llega después de unos segundos.

Si es sensata, no lo hará.

—Lo siento mucho —se limita a decir, sin más.

Trago el jodido nudo de indignación en mi garganta, sin poder creer cuán descorazonada es. Pauline acaba de decirle con ojos de reno triste que no tenemos planes para navidad y ella lo siente y ya. Nada más. Nada que toque su maldito corazón.

Ese jodido corazón.

Pero así es mejor, ¿no?

—Pero eso podría resolverse si me uno a ustedes —me descubro a mí mismo diciendo tras detenerme frente a todos ellos, sin entender por qué o qué me ha poseído. El espíritu infernal de la navidad, seguramente. Cuando todos me miran como si no creyeran lo que acabo de decir, en especial Savannah, me encojo de hombros—. Pagaré un hotel y solo apareceré un par de horas para las fiestas. Ni siquiera notarán que estoy ahí.

Tras un minuto de tenso silencio, Pauline nos sumerge a Savannah y a mí en un abrazo entusiasta de tres.

—¡Sí! ¡Pasaré la navidad con mis dos personas favoritas! —Nos besa a cada uno en la mejilla, lo que hace que mi piel se erice—. Ah, tú también eres importante para nosotros, West.

—Bueno —dice él—. Lamentablemente el insecto tendrá que conformarse con la segunda mejor suite de Houston.

******

Odio la navidad.

Nadie odia la navidad más que yo.

Las luces, los colores brillantes, la hipocresía visible en los parientes y amigos que solo se reúnen en esa fecha y alegan haberse perdonado todos sus pecados para poder compartir mesa sin matarse. Las leyendas del hijo de Dios en las que no creo porque soy ateo. Las leyendas de un viejo obeso que desciende por la chimenea para dejar regalos bajo las ramas de un árbol tras estacionar su trineo volador halado por remos en el techo que son físicamente imposibles de demostrar.

Todo sobre la navidad es mentira.

Es materialista.

Es falso.

Y Savannah y Pauline parecen amarlo, ambas emocionadas y unidas como nunca antes mientras meten todo lo que llevarán a la casa de sus padres en la cajuela del auto de Savannah y en el mío, puesto que tras haber empezado a trabajar en la ciudad tuve que cambiar mi camioneta por un modelo Mercedes similar al de Savannah, pero más viejo debido a que mi progenitor no ha sido precisamente generoso después de que se enteró de la demanda que Malcolm y yo le pusimos para que un día, quizás en días, meses o años, el juez falle a nuestro favor y seamos accionistas mayoritarios de Reed Imports bajo mi mando, sacándolo a él del tablero.

Hasta entonces mi dinero ahorrado y mi salario se van en su totalidad en abogados, en alquiler y mis citas con Pauline, pero todo es una inversión para el futuro con el que sueño a diario.

—¿Tienes villancicos? —pregunta Pauline cuando entra en mi auto en un conjunto navideño rojo, otra pieza más de su armario para las fiestas decembrinas.

—No.

—¿Tienes...?

—No —gruño, la frustración adueñándose de mí cuando una luz se enciende en el tablero y mi maldito auto viejo de porquería no enciende en el peor momento de la historia: con Weston Wertheirmer, alias el niño rico perfecto, de testigo. Vuelvo a pasar la llave y nada. Espero, lo hago de nuevo y nada—. Mierda. Tendremos que... —No ir, dice una voz sensata dentro de mi mente, pero los ojos de Pauline hacen que trague y mis dedos se aprieten en torno al volante—. Aún estamos a tiempo de salir hoy en bus —digo, aunque la sola idea de sentarme sobre esos asientos usados por todo Estados Unidos me causa urticaria en todo el cuerpo.

Pauline separa los labios para responder, pero las palabras nunca salen de su boca. Una presencia tras de mí hace que se detenga y giro el rostro pensando que seguramente se trata de Wertheirmer siendo un imbécil.

Mis labios se cierran, sin embargo, cuando veo a cierta persona de cierto cabello negro y ciertos ojos grises con las manos metidas en los bolsillos, su expresión seria mientras habla.

—Tu auto no llegará a Houston —dice ella sin burlarse en lo absoluto—. Tengo puestos de sobra en el mío. No tenemos por qué separarnos si nuestro destino es el mismo.

Presiono mis labios juntos, formando una fina línea mientras contengo el impulso de cerrar los ojos con fuerza.

No más caridad.

No necesito más maldita caridad de su parte, ni lástima.

Dejarme asistir a su casa en navidad es suficiente.

Gastar la oportunidad que un día le di para que alcanzara el futuro con el que tanto sueña en compensación por todo lo que le hice en mí, permitiéndome tener el trabajo que tengo ahora en la empresa del amigo de su padre, fue suficiente.

—Tenemos mucho equipaje —digo lo primero que se me viene a la mente y sus hombros caen como si lo lamentara, pero su mirada gris se llena de alivio y sé que es porque quizás su oferta solo estuvo basada en la educación.

Asiente.

—Muy bien.

Justo cuando empieza a darse la vuelta, Pauline dice:

—Puedo dejar mi árbol de navidad portátil. No me interesa. —Me mira cuando me tenso a su lado—. De todas formas lo habría dejado si nos hubiéramos ido en bus.

Trago, mi mirada prácticamente quemándola mientras me observa como si no entendiera mi conducta, lo cual es entendible ya que no tiene conocimiento del juramento que me hice a mí mismo de mantenerme alejado de su amiga, el epítome de lo incorrecto, pero Savannah me hace alzar la vista cuando ladea la cabeza hacia nosotros.

—Pueden acomodarse atrás. Estamos esperando por Ibor.

Mi pecho se hunde al ver a Pauline bajarse, Wertheirmer haciendo lo mismo con expresión de fastidio en el rostro mientras le advierte sobre la fragilidad de su equipaje y le impide transportar todo sin que él lo arregle lo suyo primero. Para el momento en el que termino de procesar la situación y me bajo para hacer lo que me corresponde, él ya ha transportado todo y cerrado la maleta del auto de Savannah.

—Espero al menos pagues la gasolina, Reed. Teniendo en cuenta el auto que conduces, estás en la quiebra o te estás volviendo tacaño hasta contigo mismo —canturrea en mi dirección antes de regresar al asiento copiloto, a lo que todo mi cuerpo se tensa y lo tomo del abrigo para detenerlo.

A pesar de que es el único efectivo que tengo, deposito un billete de cien dólares en su mano de niño rico.

—Para el viaje de ida y vuelta.

Sus ojos verdes brillan mientras se deshace de mi agarre y guarda el efectivo en el bolsillo de su abrigo caro, pero el mismo que llevaba puesto la última vez que lo vi. Como si se diera cuenta de que lo noté, Wertheirmer retrocede.

—Gracias. Lo de la bancarrota deben ser rumores, entonces.

Asiento, prohibiéndome a mí mismo desperdiciar más energías en él antes de subirme a su auto. Un par de minutos después, una figura rubia aparece y por fortuna el equipaje de Ibor, el idiota más ingenuo del campus, es escaso, cabiendo a sus pies.

Él, por otro lado, no lo es.

Tras saludarnos a todos con una sonrisa que flaquea solo al verme a mí, pregunta viendo hacia los asientos de adelante:

—¿Tienen villancicos?

Y con el apoyo de Pauline, el viaje infernal empieza.


Hola! Feliz navidad 

Les dejo por aquí un regalito, serán 3-5 partes cortas 

Este tiempo transcurre entre pasado y presente de Tanner 

Espero que lo disfruten y tengan una linda navidad con sus familias 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro

Tags: #amor