1. Tanner: Ni antes, ni ahora, ni nunca.
TANNER:
I'm beggin', beggin' you
So, put your loving hand out, baby
I'm beggin', beggin' you
So, put your loving hand out, dar...
Le bajo todo el volumen a la radio cuando llego al estacionamiento frontal de mi casa en Corpus Christi, en dónde estoy residiendo ahora que he conseguido los inversionistas para el puerto de Reed Imports y debo concentrarme en obtener los permisos necesarios para su construcción. Esta es de paredes de ladrillo negro y se encuentra frente a la playa. Todo en su interior es moderno y lujoso, pero aún así conozco a alguien que lo habría hecho mucho mejor. A pesar de que me costó diez millones de dólares, no logro sentir que tenga algún valor. Me pasaba con el resto de las casas que veía, así que solo compré la más cara y la que seguramente saciará los malos gustos de mis invitados.
Smitter, mi nuevo mayordomo, abre la puerta para mí con una seca y respetuosa inclinación de cabeza.
―Señor, ¿dónde le gustaría cenar?
―Ya lo hice. ―Tras quitarme el chaleco y tendérselo me arrodillo para acariciar el lomo de mi gato hasta que recuerdo que nunca lo quise, en primer lugar, y lo empujo lejos de mí. Grace Taylor un día simplemente decidió que era bueno enviármelo desde Sun Valley porque según ella se sentía mal por mi soledad como si ella fuera la responsable cuando realmente le guardo aprecio por ser quién empujara a mi hermano a quitarse su máscara―. Puedes descansar por lo que quede del día, Smitter.
El hombre se inclina hacia adelante.
―Muchas gracias, Señor, utilizaré este tiempo para ponerme en contacto con mis parientes lejanos en Florencia. Casi nunca podemos estar en contacto por el cambio horario ―comenta, pero dejo de escucharlo una vez me doy cuenta de que nada de lo que dice me interesa.
No le habría prestado atención incluso si me dijera que tiene una enfermedad terminal, la verdad.
Estoy agotado.
Nunca en mi vida pensé que me sentiría de esa manera porque el trabajo significa todo para mí, pero a penas puedo moverme y mi cabeza, así como mi cuello debido a las veces que me he rascado el día de hoy debido a la ansiedad, duele. Son demasiados los permisos que debo conseguir. Las personas a las que debo convencer. A quiénes debo sobornar. No era para menos, no cuando estoy a punto de convertirme en el mayor exportador e importador del país en un futuro próximo, pero me consume el hecho de no poder confiar en nadie, ni siquiera en Ryland, lo único por lo que mi vida vale ahora.
Mi familia fue una decepción.
Mi matrimonio fue una decepción.
Mi hermano fue una decepción.
Yo fui una decepción.
Este puerto es lo único que me queda.
―Rufus ―gruño cuando el gato negro salta sobre mi cama, sobre mi estómago, y me maldigo por no haber cerrado la puerta tras de mí, pero estoy tan cansado que ni siquiera lo envío lejos.
Eso solo hará que salte con más fuerzas hacia mí después.
Mis labios se curvan ante la oleada de recuerdos lejanos que invaden mi mente, pero luego no puedo evitar que mi pecho se hunda con una dolorosa nostalgia cuando cierro los ojos y recuerdo que ébano, la certeza de saber qué es lo que quiero y nunca más podré tener, es todo lo que merezco.
Ver de lejos.
Cuando estoy quedándome dormido un sonido proveniente del interior de mi bolsillo me despierta arrugando la frente. Quiero ignorarlo, pero el ruido es tan alto y Rufus maúlla tanto, caminando sobre mi pecho para animarme, que no me queda de otra que tomarlo y dirigirlo a mi oreja sin ver la pantalla.
―Son las once de la noche ―siseo―. Más te vale que sea importante, inoportuno hijo de puta.
Es mi teléfono personal, el que no tiene nadie salvo mi familia y amigos, y hay un noventa por ciento de posibilidades de que sea Ryland. El otro diez corresponde a Pauline, quién siempre tiene la más creativas y descabelladas invitaciones para fortalecer el vínculo padrino-ahijado entre Raze y yo, lo cual en realidad la mayoría del tiempo se debe a que su padre está ocupado y necesita a alguien que cuide de él mientras sigue simulando que nadie sabe que es amante del tío de su hijo.
Mujeres.
Juro que con los años se hacen más complicadas y dementes.
―Lo siento si lo desperté, Señor Reed, pero he estado intentando ponerme en contacto con usted todo el día y no lo he logrado hasta ahora ―dice una voz desconocida, lo que hace que me incorpore de golpe, deslizando a Rufus fuera de mi cuerpo, quién maúlla en protesta, ya que este tipo de llamadas con este tipo de palabras iniciales, tono y voz por lo general no son buenas y provienen del hospital, la comisaría o la morgue―. Lo contacto del Hospital Quentin de Houston porque erróneamente llamé a su hermano, el otro Reed, porque no he podido ponerme en contacto con Savannah y él me facilitó este número para hacerlo alegando que usted era a quién debería dirigirme.
Trago.
―¿Savannah y él están bien?
―Sí ―responde y el alivio hace que suelte una bocanada de aire, pero luego mi ceño se frunza porque no ando por ningún lado dando sus números privados, pero todo el mundo siempre da el mío―. Lo llamo porque me gustaría ponerme en contacto con Savannah Campbell para darle una buena noticia.
¿Una buena noticia?
Son pocas las buenas noticias que pueden venir de un hospital, a excepción de cirugías estéticas, supongo, pero no creo que Savannah necesite de esas y si lo hace sería una sorpresa.
La última vez que la vi seguía siendo perfecta.
―La señorita Campbell cambió su número de teléfono. ―Me abstengo de decirle toda la historia detrás de ello. La traición. La decepción. Pongo el altavoz y entro en su página de Instagram, sintiéndome como una maldita secretaria, pero supongo que la buena noticia que le darán del hospital la alegrará. El recuerdo de cuán mal se veía la última vez que nos cruzamos es lo que me impide colgar―. Es este. ―Dicto el número asociado a su empresa de diseño. Quizás se pongan en contacto con Isla en su lugar, pero es un buen camino para contactarla―. Adiós.
―Adiós, Señor Reed, muchas gracias por su amabilidad y muy buenas noches le desea el centro de ginecología y obstetricia del ala maternal del hospital Quentin de Houston. Disculpe la hora.
¿Centro de ginecología y obstetricia?
Mi ceño se frunce.
¿Qué buena noticia puede surgir de ahí?
Mi frente empieza a sudar antes de caer en cuenta.
A penas la mujer cuelga, le devuelvo la llamada. Rufus debe percibir mi tensión, pues se acerca para frotar su cabeza contra mí, pero me pongo de pie y me dirijo al baño. Cierro la puerta antes de que me alcance y maúlla del otro lado. No le presto atención. Solo tengo oídos para la voz del teléfono.
―Buenas noches, centro de ginecología y obstetricia del ala maternal del hospital Quentin de...
―Soy Malcolm Reed de nuevo. El otro número al que llamó más temprano es de un impostor. Mi hermano suele pasarse por mí para obtener ciertos beneficios que no tendría de otra forma, al parecer, y me pregunto si como el esposo de la señorita Campbell podría recibir la noticia de la que va a informarle para dársela en su lugar. ―Me apoyo en el lavamanos, viendo mi reflejo y preguntándome cómo mierda pudo confundirme con él. No al principio, sino después―. Me gustaría sorprenderla.
―Aw, qué romántico, señor Reed, ¡claro que sí! ―ríe―. Pero supongo que ya lo sospecha, ¿no es así?
A pesar de todo lo que se arremolina en mi pecho y de los verdugones que están empeorando mis manos en mi cuello, mis labios se curvan y es la primera vez en mi vida que no puedo evitarlo.
―Sí, ¿puedo saber un aproximado del tiempo que tiene mi bebé?
―Tres meses ―susurra―. Su bebé tiene un estimado de tres meses y sería bueno que la señorita Campbell asistiera a consulta lo más pronto posible para...
―Ni en tus malditos sueños ―siseo colgándole y luego bloqueando su número.
Mi bebé, el que sé en mi corazón que es un Reed y mis cálculos lo confirman, merece algo mejor que una maldita unidad en un hospital de mala muerte cualquiera que divulga información sobre sus pacientes sin asegurarse de hablar con la persona correcta antes.
Lo merece todo.
Salgo del baño y dejo caer mi teléfono sobre la cama, tomando a Rufus y dirigiéndome al pasillo. La habitación de Smitter está en la planta baja, así que bajo las escaleras de cristal antes de tocar su puerta.
―¡Smitter, he cambiado de opinión, no hemos terminado por hoy! ¡Abre una botella!
―Lo siento, Cesare, ¡mi jefe es detestable y ha cambiado de opinión sobre mi noche libre! ¡Y yo que quería divertirme un poco viendo el Padrino! ―lo escucho despedirse antes de que abra la puerta de su habitación y fije sus ojos verdes en mí―. ¿Qué vamos a celebrar, Señor? ―pregunta―. ¿Vino rojo o blanco?
―Rojo. Van Allen. ―Camino con Rufus hacia la cocina y lo tomo yo mismo de su compartimiento tras tendérselo, a lo que me mira con el ceño fruncido, Rufus arañando su cuello ya que es un gato con buen gusto al que solo le caigo bien yo. Sirvo dos copas y le doy una, la cual acepta viéndome como si definitivamente me hubiera vuelto loco. La alzo en el aire―. Por Ivanna o Tanner Reed Jr.
Smitter, quién ya había empezado a beber, se ahoga con el contenido de su copa al entender.
Rufus salta de sus brazos.
―Pero Señor... ―susurra luego, viéndose agobiado―. No sabía que hubiera una Señora Reed.
―No la hay ―le doy la razón, cabeceando e intentando ignorar la punzada que me produce el hecho de no tener a mi hijo dentro de un hogar convencional―. Pero no seas una persona anticuada, Smitter. Estamos en el siglo veintiuno. Puedo pedir una mujer para inseminar a domicilio y publicarlo en las redes si quiero y las personas solo se levantarán y aplaudirán por la libertad de mi mente, a favor del alquiler de vientre, sin pensar en si tengo las cualidades para ser un buen padre o no.
Su piel palidece.
―¿Eso es lo que hizo?
Mis labios se aprietan entre sí, pero no sé si contengo una sonrisa o una mueca.
―Desafortunadamente no ―susurro―. Lo que pasará después de hoy habría sido más fácil si lo hubiera hecho, pero no me arrepiento de cómo mi hijo vendrá a este mundo. Ni antes, ni ahora, ni nunca.
Espero que les haya gustado!
Love u!
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