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56

Observo cada gota caer, y aunque es casi inaudible, cada una de ellas me retumba en lo más intrínseco de mi ser.

«Microfalosomía». «Virilidad». «Hombría», son palabras que no dejan de darme vueltas en la cabeza.

Cada cara, cada risa, cada burla figuran una y otra vez en mi mente y antes de que un recuerdo se extinga entra otro que me derriba; y el proceso nunca termina.

Salí de los vestidores a toda prisa, después de subirme los shorts y sin importarme ir desnudo del torso para arriba. Ni siquiera tuve el valor de entrar a la última clase. No después de eso. Así que me refugié en la biblioteca, que para mi suerte estaba vacía y esperé ahí hasta que la escuela casi se había vaciado.

Tomo la toalla para secarme y me detengo frente al espejo simplemente para odiarme aún más. El maldito tratamiento no parece estar surtiendo efecto y si lo hace, no lo hace como debería. Al menos no ahí abajo.

La marca del rotulador azul en la regla se ubica en los 5 cm. «No merezco ser llamado hombre», pienso con tristeza mientras aparecen las punzadas.

Mi microfalosomía, vergüenza y desnudez se han mostrado ante los ojos de mis compañeros de clase. Y sé por simple inspección que no doy la talla, ni de lejos. Quizás no había estado tan enfocado en eso porque me estaba centrando en las cosas buenas de mi transformación, pero pensándolo bien, esta es algo que no puedo pasar por alto.

No tengo palabras para describir lo humillado que me sentí (me siento). Sobre todo, ahora que apenas estaba empezando a destacar por mi aspecto físico. Todas mis esperanzas en encontrar pareja y hacer una vida con ella se han ido a la basura.

Me visto rápidamente y trato de centrarme en otra cosa. Como el discurso que tengo que dar en la graduación por ser el alumno con el promedio más alto de la generación.

Nada. No tengo nada. Al final de la tarde tengo el papel blanco mirándome a la cara, esperando a que escriba palabras de ánimo, éxito y esperanza cuando en realidad yo soy el que necesita oírlas.

Estoy a punto de arrugar la hoja en blanco por causa de mi frustración cuando Dastan me interrumpe.

—Noah —anuncia entreabriendo la puerta con sigilo—, tienes correspondencia.

—¿De qué? —inquiero confundido—. No espero ninguna carta de na...

—Es de Harvard —me interrumpe con una sonrisa.

Me la da antes de que se la arrebate por culpa de la emoción.

Miro el papel con ansias.

—¿Y bien? —pregunta Dastan que está incluso más emocionado que yo.

—Entré —digo como si nada. Frunce el ceño mientras me analiza, buscando la emoción que estoy guardando—. ¡Con beca completa!

—¡¿Que, qué?!

—¡Abrázame hermano! —exclamo antes de estrecharlo en mis brazos.

—Mis tíos estarán más que orgullosos cuando se enteren —estipula Dastan.

—Eso espero. Quizás al fin podré complacer a mi padre.

—Dalo por hecho —concluye antes de salir de mi cuarto.

Mis padres volvieron a trabajar como lo solían hacer antes de mi hospitalización, así que la noticia tendrá que esperar hasta mañana. Y aunque estoy nervioso no revelaré nada a nadie hasta mañana. Quizás esta hoja sea lo único que me dé fuerzas para soportar el martirio que estoy experimentando en mi interior.

Al día siguiente me visto y bajo a desayunar temprano. Incluso antes de que amanezca para poder hablar con mis padres y darles la noticia.

—Buenos días. Eh... Tengo algo que decirles —expreso con tono preocupado.

—¿Qué pasó, cielo? —pregunta mi madre, que deja de lado lo que estaba haciendo.

—¿Qué hiciste? —me juzga mi padre antes de hablar (como siempre), pero esta vez no dejaré que me afecte.

—Pues... ¡Entré a Harvard con beca completa! —chillo emocionado mientras les enseño la carta.

Mi madre ríe, llora y me abraza al mismo tiempo mientras me dice lo orgullosa que está de mí. Mi papá, bueno... Supongo que también le gusta la noticia (¿a quién no?), pero apenas y refleja su gusto. En fin, nunca cambiará. Pero sí me felicita por ello.

—Espero que lo aproveches al máximo, hijo —son sus únicas palabras, y aunque algo sosas, para mí son todo un triunfo.

Las risas-sollozos de mamá despiertan a Dastan (que hoy entra más tarde a clase); solo se asoma por las escaleras y pone los ojos en blanco antes de regresar a su cuarto.

Todavía sigue un poco oscuro, pero mis padres se despiden para ir a trabajar. Ahora que lo pienso, creo que lo único que hice fue alborotarlos innecesariamente, es decir, es muy temprano para emociones. Pero bueno.

Me siento a esperar a Ronnie afuera de mi casa hasta que pasa por mí. Es bonito saber que a pesar de tantos cambios y penurias nuestra amistad sigue siendo fuerte.

Es un milagro que después de su accidente haya regresado prácticamente a la normalidad, salvo por ciertas palpitaciones que siente de vez en cuando.

Después del saludo inicial, el auto se queda en silencio. Nos conocemos demasiado bien para saber a qué se debe. Pero nadie habla, hasta una cuadra antes de llegar al colegio; entonces estaciona el auto.

—Noah... lamento lo de ayer —expresa con tono compasivo.

Es curioso que, aunque hayamos cambiado tanto, ese tono me siga reconfortando.

—Fue... lo más humillante que he vivido —contesto mirándome las manos—. Hasta ahora.

—¿Y qué vas a hacer? —pregunta con la intención de hacerme reflexionar.

—Sinceramente, no lo sé —respondo volviendo la cabeza hacia él. Sus ojos azules me observan con atención—. Pero pase lo que pase hoy, espero que estés allí para mí.

El rubio de ojos azules aprieta los labios en una sonrisa y susurra:

—Siempre.

Me desabrocho el cinturón y me acerco a su regazo. Él me abraza y pone su mentón sobre mi cabeza.

—No te lo he dicho recientemente, pero ¿Tienes idea de lo mucho que te quiero? —le pregunto.

El mueve la cabeza y masajea mi cráneo con su barbilla.

—Pues nunca lo olvides —concluyo.

Regreso a mi asiento y en menos de minutos ya estamos en la escuela.

Nos separamos en la entrada, cuando Ronnie se encuentra con Lyanna.

Chris me intercepta cuando llego a mi casillero.

—Noah... Oye, sobre lo de ayer...

—Olvídalo —lo interrumpo mientras meneo la cabeza para despejarme—. Ni siquiera puedo verte a los ojos.

—Discúlpame si me llegué a reír. Yo... —balbucea—, no supe ser un buen amigo. Sobre todo, porque estuviste allí para ayudarme a dejar mi alcoholismo.

—No es por eso —lo corrijo—. Tú no tienes la culpa, solo que nunca borraré lo que vi. Y, para ser sincero, prefiero hacerlo pronto, porque no quiero envidiarte y por ende, odiarte.

—Entonces, ¿todo bien? —inquiere.

—No. Probablemente el día de hoy me hundiré todavía más —confieso.

Para mí sorpresa, cuando llego al aula, no es como yo me imaginaba, con todos murmurando y burlándose de lo de ayer. Lo único que noto son las sonrisas y miradas burlonas de Bradley y de Tyler. Lo mismo de siempre.

Todas las chicas parecen ajenas al asunto, porque siguen como si nada. Mientras sea así, mucho mejor.

Hailey llega después de la segunda clase. Con su mochila al hombro, carpetas y un café en la mano. Tiene ojitos de sueño y el pelo un poco enmarañado. Pero ni siquiera así se deja de ver linda.

—Oye, ¿estás bien? —pregunto sin intención de ser chismoso.

—Sí. Me maté haciendo el reporte de la última práctica de laboratorio que hicimos. Ayer no me dio tiempo de terminarla y hoy que me levanté temprano para completarla vi que el documento no se había guardado.

—Me hubieras dicho. Te habría ayudado.

—No, como crees Noah —se niega—. Ya es más que suficiente que me ayudes con las prácticas.

—Acuérdate que yo ya había hecho esa práctica. Te habría ayudado, aunque sea con las observaciones.

—Qué lindo, gracias —se enternece—. Pero me bloqueé y como dicen por ahí: "el hubiera no existe".

La hermosa chica de ojos de miel le da un sorbo a su café antes de revirar los ojos con placer.

—Amo el café. Lo amo —expresa dándole otro sorbo.

«Dato nuevo, lo tengo», pienso.

—Por cierto, ¿cuántas prácticas te faltan por hacer? —pregunto inquieto, porque esta es la última semana de clases.

—Solo una —responde—. Quería pedirte si me podrías ayudar hoy.

—Sabes que sí. Cuenta con ello.

—¿Trajiste bata? —inquiere.

—Un buen químico siempre trae bata —bromeo.

—Excelente.

Cuando termina la sesión de la mañana (bastante floja, por cierto) decido deambular por los pasillos de la escuela. Supongo que estoy un poco sentimental porque pronto ya no estaré en este lugar que tantos recuerdos me trae. Además, no quiero otro enfrentamiento en la cafetería como la otra vez.

—¡A ti te estaba buscando! —brama alguien detrás de mí.

Me volteo por acto reflejo y me encuentro con una Adara muy molesta. Cosa que nunca había visto antes.

—Adara. ¿Qué...?

—¡No te hagas el desentendido! —me interrumpe.

Realmente está enojada. Sacudo la cabeza pensando en qué le pude haber hecho.

Espera, puede que...

—¿Cómo pudiste hacerle a Tommy algo así? ¿No se supone que eran amigos?

—Lo somos. Pero... —balbuceo. Y la bola de chismosos que nos observa solo me pone más nervioso.

—¿Cómo puedes pensar eso? ¡Le quitaste a Hailey!

—¡Yo no le he quitado nada! —exclamo exasperado, pero me controlo—. Solo fui sincero con él. Le confesé lo que siento por Hailey para evitar malos entendidos.

—¡Mentira! Solo te aprovechaste de la situación, maldito oportunista.

Sus palabras me duelen, pero ese dolor mezclado con la tensión del momento hace que me enoje también.

—Mira, piensa lo que quieras. Ya veo que es en vano tratar de razonar contigo —concluyo.

—¡No he terminado!

—¡Pues yo sí! —alzo la voz y me alejo mientras la pelirroja me grita un sinfín de maldiciones.

Mientras me alejo, una serie de pensamientos agresivos me nublan la mente.

Lo siguiente que sé es que estoy en una banca, a las afueras del edificio, tronándome los dedos y pensando en las múltiples formas en las que pude haber respondido a los ataques de Adara. Pero ya no importa.

«¿Las cosas fueron como ella insinuaba?». «¿Soy un oportunista?». «¿Un traidor?». «¿Un mal amigo?». Me sobresalto al notar la presión de una mano sobre mi hombro.

—Tranquilo —dice Emily—, no quería asustarte.

—No. Eh... descuida —tartamudeo—. Solo estaba pensando.

—Lo sé, lo vi todo.

—Oh...

—Mira, no soy nadie para juzgarte porque sé que no eres como la pelirroja insinúa. Pero somos amigos, así que déjame darte un consejo. No sacrifiques una amistad por una chica.

—No lo estoy haciendo. Qué más quisiera yo que Tommy hubiera entendido mejor la situación, porque fui sincero con él.

—¿Y conmigo? —su pregunta me confunde un poco.

—¿Contigo?

—Cuando hablamos después del... ya sabes. Del beso. ¿Fuiste sincero conmigo? ¿Me rechazaste porque no te sentías preparado o porque había alguien más?

Guardo silencio un momento antes de responder.

—No —musito—. No lo fui.

—Entonces tampoco lo fuiste con Tommy. Porque si me dijiste que no por aferrarte a ella (si es que se trata de la exnovia de tu amigo), tampoco fuiste sincero con él.

—Emily...

—No. Escúchame —me interrumpe, decidida—. Deja de aferrarte a esa persona. No es la única chica en el mundo.

Me quedo en silencio, sopesando sus palabras. De pronto, Emily pone su mano sobre la mía, pero no siento nada. En un segundo pasa frente a mí todo lo que he sentido por Hailey desde hace tanto tiempo. Así que llego a una conclusión:

—Pero es la única a la que estoy seguro de querer —susurro, y me levanto—. Gracias por el consejo... Disculpa, me tengo que ir.

Me retiro sin mirar atrás.

Antes de que termine el receso me zampo mi almuerzo rápidamente, cosa que solo me provoca pequeños eructos (que debo tragarme).

Cuando voy de regreso al aula, me encuentro con Tommy, y aunque mi primer impulso es evadirlo, me dirijo hacia él. Es momento de aclarar las cosas aún más.

—Tommy, debemos hablar —expreso muy serio.

—¿Acaso tenemos algo de qué hablar? —pregunta irónico.

—Por favor —suplico—. No quiero que terminemos así. Ya te expliqué...

—Tus explicaciones no me importan en lo más mínimo. Así que lo mejor será que nos olvidemos de nuestra amistad.

Como soy un libro abierto en esto de mis emociones casi puedo leer mi expresión facial: triste y dolida. Debe de ser bastante visible porque el pelirrojo se incomoda y evita mirarme a los ojos.

—No me gustaría hacer eso. Pero si es lo que quieres...

—Sí, es lo que quiero. ¿Acaso pensaste que podría siquiera estar cerca del chico que me traicionó y se enamoró de mi chica?

—Hailey, no es un objeto que le pertenezca a alguien. Ella...

—Vete, Noah —me corta—. No quiero verte.

«Se terminó, Noah. Déjalo por la paz». Doy media vuelta y me aparto de donde estaba. Llego al aula justo a tiempo; tocan 2 horas de química y no quiero desperdiciar ningún minuto de práctica (y menos si es con Hailey). Además, me servirá para distraerme de lo que me dijo Tommy.

La mayoría estamos dentro, pero faltan bastantes. Cuando Hailey, Lyanna y Samara llegan les pregunto:

—¿Dónde están los demás?

—Están castigados —explica Samara.

—Unos chicos les armaron un escándalo a Leon y a Yamir. Estábamos comiendo juntos —agrega Hailey.

—Pero, ¿por qué? —pregunto sin entender muy bien.

—Alguien (posiblemente Denaly) los grabó ayer besándose después del entrenamiento en la cancha. Y... difundió el video —agrega Lyanna—. ¿No lo has visto?

—Olvidé mi teléfono —explico mientras sacudo la cabeza.

—Estuvo fuerte —prosigue Samara—. Tyler, Bradley y otros llegaron a nuestra mesa haciendo mucho ruido y como te imaginarás, los ridiculizaron. Todo fue muy rápido, sobre todo porque el video lo mandaron hace una hora.

—Yamir y Leon respondieron a la provocación y ahí fue donde todo se descontroló —aclara Hailey.

—Hubo golpes —añade Lyanna—. Ronnie, Chris y Ji se metieron en la pelea. Ahora todos están castigados limpiando la cafetería.

—Pero eso no es todo —dice Lili, metiéndose en la conversación—. Acaban de castigar a Denaly, a Kayla y a Jessica. A Denaly por difundir el video, a Kayla por incitar a los chicos a molestarlos y a Jessica por defenderlos. ¿Quién entiende al director? O sea, Denaly y Kayla, sí. Pero, ¿Jessica? ¿Por qué...?

El profesor de química entra y cierra la puerta detrás de sí. Apenas y menciona lo sucedido:

—Sí, fue una riña muy acalorada. Pero eso no es asunto nuestro. Así que saquen sus libros que vamos a trabajar aunque ya los haya evaluado —mira a Hailey y se corrige—. Bueno, casi a todos. A mí no me pagan por dar horas libres.

Hailey y yo nos ponemos las batas y nos vamos los dos solos al laboratorio. No hablamos por el camino.

Cuando llegamos solo está la persona que entrega el material. Comenzamos a trabajar después de pedir el material y los reactivos.

La persona que entrega materiales y reactivos nos da un recipiente con una disolución turbia y dice:

—Van a hacer marcha analítica de cationes del grupo 1. Esta es la muestra problema que preparó su maestro. Ya saben qué hacer. Solo les pido que tengan cuidado al momento de preparar la solución de separación, van a trabajar con ácido clorhídrico, y también cuando usen ácido nítrico concentrado; el que manipule los ácidos que lo haga en la campana de extracción.

La mujer se retira al cuarto de reactivos y deja la puerta abierta.

—Vamos a hacer esto —empiezo—: Tú prepara lo que vayamos a ocupar. El sistema de filtración y etiqueta los tubos de ensayo para cada catión. Yo trabajaré con los ácidos.

La verdad es que, aunque solo somos dos, trabajamos bastante bien.

Una vez que termino de hacer la disolución dejo los ácidos concentrados en el escritorio que está frente a nosotros para que la persona del laboratorio los guarde en el estante.

De ahí en adelante todo marcha bien. Hailey y yo somos buenos compañeros. Trabajamos rápido, en silencio y con seriedad, al menos hasta que la mujer de los reactivos sale del laboratorio a no sé dónde. Identificamos rápidamente la plata y el plomo (que arrojan un precipitado blanco y amarillo respectivamente). Sin embargo, no se manifiesta el catión mercurioso.

Mientras hacemos el procedimiento nuevamente recuerdo algo que me gustaría compartir con ella:

—Hailey, te tengo una noticia —enuncio emocionado.

—¿De qué se trata?

—¡Entré a Harvard! —chillo.

—¡Oh, por Dios! —reacciona emocionada y se me abalanza dándome un abrazo inesperado—. ¡Felicidades, Noah!

—Gracias —respondo mientras me ruborizo—. Eres la primera persona de la escuela a quien se lo cuento.

—Aww, gracias. Estoy muy orgullosa de ti. Confío en que serás un buen... ¿Qué vas a estudiar?

—Química.

—Pues serás el mejor químico. Desde que regresé, tu ayuda me ha servido cómo no te imaginas. De verdad, gracias.

—Me alegra saber eso —como veo que no aparece ningún precipitado pardo, concluyo—: Esta muestra no contiene al catión mercurioso.

—¿Ves? Sí te queda: Noah el químico —dice separando las manos mientras las sostiene a cierta altura.

—¿Y tú? ¿Ya tienes noticias sobre tu universidad? —inquiero.

—Aún no.

—Pues yo sé que te aceptarán. Ya lo verás.

—¿Y qué pasa si no lo hacen? —pregunta insegura.

—Sí lo harán. Eres muy inteligente, trabajadora y dedicada.

—No es cierto —me contradice.

—Claro que sí. Yo creo que no hay nadie como tú. Tú... eres especial.

La chica con ojos miel se ruboriza cuando le digo eso. «¡Oh por Dios!».

Me acerco un poco a ella mientras saco las manos de los bolsillos de la bata. El corazón me empieza a latir con fuerza y las palabras no piden permiso para salir. Sin embargo, cuando lo hacen, no lo hacen tan fluido como me gustaría.

—Esta práctica ha sido genial. Tú y yo juntos.... No sé cómo decirlo —le tomo las manos y la miro a los ojos—. Yo... Yo te... Eres...

Lo que sucede a continuación sucede demasiado rápido para procesarlo todo: De un segundo a otro estamos tirados en el suelo, con el corazón a mil por hora y con un terror reflejado en los ojos del otro. Y no es para menos, ya que el sonido de unos disparos se lleva la tranquilidad que había hace un segundo.

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