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5

Dolor y vergüenza. Es lo único que siento en estos momentos.

Afortunadamente no hay nadie. Al parecer nadie se queda hasta tarde como yo. Recorro el pasillo, normalizando mi andar después de varios pasos. Creo que la próxima vez que me provoquen mejor me quedaré callado. Es mejor evitar problemas.

Rengueo hasta la salida de la escuela, tratando de despegar mi ropa interior de lo más recóndito de mi ser. Ok, no.

El bóxer azul al menos conserva algo del elástico.

Pido un taxi y me dirijo a casa. El último autobús escolar se ha ido y mis padres están trabajando. Me alegro de que no tengan redes sociales pues se habrían enterado del video y me estarían acribillando con preguntas o cosas que en realidad no quiero contarles. No me gusta compartir mis emociones con los demás, ni siquiera con ellos, o debería decir, especialmente con ellos. Tengo algo así como una relación falsa con mis padres. Podría decirse.

Al llegar a casa trato de comer mi almuerzo (preparado por mí obviamente). Esta vez es una sopa de verduras con pollo y arroz. Con este clima frío es lo que se apetece para calentarse y evitar enfermarse. Mientras como, intento recordar la vida que alguna vez disfruté, antes de sumergirme en el interminablemente y sombrío mundo de la tristeza, los complejos y la baja autoestima.

¿Qué le pasó a ese Noah que solía hacer locuras? ¿Dónde están los momentos donde mi papá me mostraba su cariño? ¿Acaso existieron? Si tan solo me lo demostrara ahora.

No creo que mis padres no se interesen en mí, pues se consumen trabajando para darme hasta más de lo necesario, pero si ellos mueren ¿Me servirán los billetes? ¿Tendrán valor los aparatos electrónicos? ¿Podrá una simple pantalla con su foto darme un beso o un abrazo?

Las pláticas de mis padres a menudo son sobre ellos, sobre el trabajo, chismes sobre personas que no conozco, aumento de sueldos, posicionamiento en la escala social y esas cosas. A veces me dan ganas de decirles «¡Estoy aquí, también me han pasado cosas!». Pero no sé qué me pasa. Cuando por fin me dan la atención, me irrito. Me irrito, los irrito y al final hubiera sido mejor ni siquiera empezar la conversación. Siempre que intento ser como ellos quieren que sea con ellos, me bloqueo. En mi afán de hacer las cosas bien, todo me termina saliendo mal.

Después de comer y lavar los platos (el agua está helada), me pongo a hacer lo único que me sale bien (después de ser el alumno estrella de toda la escuela): tocar el violín. Me encanta la música clásica. Saco mis partituras y me pongo a tocar una melodía: Verano, de las cuatro estaciones de Vivaldi. Es una pieza hermosa, rápida y arrebatadora.

Tal vez se llame verano porque, aunque es invierno, la ejecución del arco sobre el violín es tan veloz que me calienta los músculos (si es que tengo).

Me imagino tocando en una orquesta...

Tocar el violín me ha hecho entrar un poco en calor, justo lo que necesito, porque el frío que hay es muy crudo y se me introduce por los huesos a pesar de que esté dentro de la casa. Decido prepararme un chocolate caliente.

La cosa mejora un poco.

Me tomo el líquido marrón claro, meditando en mi situación imposible con Hailey. Hoy no la vi tanto como me habría gustado, la pena me corroía.

En fin, es tan poco probable que haya algo entre ella y yo que es mejor que no me haga ilusiones. Ella ha de querer a un hombre como Tyler, Bradley o Chris. Que juegue béisbol, porque ella es fanática de ese deporte desde niña. No me lo ha dicho a mí, pero la he escuchado hablar sobre el tema y sé que le fascina ese deporte. Si tan solo hubiera una manera de estar con ella...

—La clonaré —le hablo a la nada en voz baja.

Acto seguido me echo a reír, lo cual es extraño, pero al no haber nadie en la casa no tengo nada que perder.

Y es que la idea es un tanto absurda, pero no puedo evitarlo, me río de mí y mi mediocre y desesperado intento de estar cerca de Hailey.

Cuando me recupero me pongo a pensar en la descabellada idea. Sé que se han clonado seres vivos, pero se requiere una muestra de ADN. También sé que la idea es muy descabellada y que están presentes factores éticos y morales en la clonación cuando se trata de personas, pero en este momento no se me ocurre otra forma. Tal vez si consigo un par de muestras de ADN. Mmm.

Al día siguiente es lo que trato de hacer. Me doy cuenta que algunos de sus cabellos se caen y se quedan adheridos a su blusa. En las siguientes dos semanas colecciono alrededor de veinticinco de sus cabellos y los guardo en una bolsa transparente con cierre hermético. Escribo con letras grandes ADN Hailey Clark en el costado de la bolsa con rotulador negro.

Es curioso que mientras más cabellos recolecto, más esperanza de clonarla tengo. La emoción no dura mucho. Da la casualidad de que para clonar es como si se volviera a nacer, de modo que cuando ella tuviera dieciséis años yo le doblaría la edad. De todos modos, sigo conservando sus cabellos, son la única cosa de ella con la que tengo contacto. Me aferro a una parte de ella, aunque sea en mi imaginación. «Por fin eres mía, y yo soy tuyo», pienso. Debería hacerme algún examen psicológico o algo.

Concluyo que sería mejor (o, mejor dicho, más normal) iniciar conversaciones con ella. Verbo mata carita, ¿no? ¡Aunque es tan difícil! Si tomamos en cuenta de que se me da fatal hablar, y que no soy atractivo, esto se trata de una misión fallida. No soportaría que me ignorara como hacen otros. «Vamos Noah, tu puedes», me doy ánimos.

Debo empezar poco a poco.

A partir de entonces la saludo siempre que puedo. Y cuando está con sus amigos trato de acercarme a ella, aunque aún no logró reunir el valor para decirle algo interesante, salvo para recordarle que dejaron tarea.

No soy ni de lejos lo que ella busca, ni lo que se merece. Pero un día, por fin logro acercármele y hablarle. No hay nadie más. Está en una banca pegada a la pared, cerca del salón de clases. Revisando su celular. Entonces lo hago.

—Hailey —empiezo un poco nervioso mientras acomodo mis lentes.

—Hola Noah —saluda sonriendo como siempre lo hace—. ¿Cómo estás?

—Bien, gracias. ¿Y tú?

—También estoy bien.

Me quedo en blanco. No pensé que llegaría tan lejos. Busco y rebusco en mi cerebro algo que no me haga ver desesperado ni acosador.

—Te quería decir que me gustó como cantaste hace un mes. Fue... muy... quiero decir, es una voz... —me enredo yo solo. Mi boca empieza a llenarse de saliva a un ritmo alarmante, empiezo a ver luces y solo espero no desmayarme. Trago saliva para librarme de la inundación en mi boca—. Quiero decir, que lo hiciste muy bonito —consigo decir triunfante.

—Ah, gracias —responde un poco incómoda después de haber visto mi tartamudeo.

—¿Qué canción era? No la había escuchado nunca —le pregunto con un poco más de soltura.

—En realidad no recuerdo cómo se llama. Estaba en un disco que es de mi madre. La canción ya ha de tener tiempo desde que salió —hace una pausa, como si recordara algo—. A mí también me gustó cómo cantaste tú.

Estoy muy emocionado. Seguramente me pondré rojo, ¿y cómo no?, si le gustó algo que hice.

—Pues deberíamos cantar juntos alguna vez —digo en son de broma. Su comentario me ha dado ese impulso que tanto me hacía falta, donde hablas primero y piensas después.

—¡Hailey! —interrumpe Lyanna—. Te he estado buscando como loca, ¿tienes un rímel? —«¿Por qué justo ahora Lyanna?», se lamenta mi mente. Todo estaba marchando tan bien (solo si olvidamos el principio).

—Sí, ahora te lo doy —contesta Hailey—. Hablamos luego Noah.

—Sí, no hay problema.

Me quedé muy sorprendido por la reacción de Hailey; contrario a lo que yo pensaba, no fue tan difícil hablar con ella. No me fue indiferente. Ojalá todas las chicas (o mejor dicho todas las personas) fueran fáciles de abordar y de congeniar. Lamentablemente no todas las personas son así. Ejemplo de ello es Samara Ferreira, una compañera de clase. Traté de ser amable con ella, pero ella me dio a entender que no le agradaba. Tal vez fue porque la corregí en la clase de química.

No la entiendo, fui amable con ella, traté de ser agradable, pero ella fue cortante.

En realidad, me afecta un poco. Porque tanto ella como Hailey me recuerdan de cierta manera a mi primer amor que tuve en la primaria, a los 11 años. Nunca fui nada de ella, pero me gustaba. Al final ella se mudó y perdimos el contacto.

Samara Ferreira (la chica cortante) tiene piel dorada clara, cabello ondulado de un tono castaño claro y una cara muy bonita.

Al menos lo intenté.

Quise ser amable con ella, pero no resultó. Sin embargo, pareciera que con Hailey sí está funcionando. Espero haya alguna esperanza de algo entre nosotros, aunque sea como amigos; debo aprovecharla.

—Es bueno verte sentado y no jugando a los carritos chocones —me dice una voz que al principio no reconozco.

Volteo y veo el blanco rostro de Heather. Sonrío al verla, no por lo que algunos podrían creer, sino porque es verdad. Así nos conocimos.

—Hola Heather. ¿Qué haces por aquí? ¿Ya no te pierdes en la escuela? —intento bromear.

— Ja, ja, ja. Al parecer me voy a seguir perdiendo, es muy grande esta escuela. Además, me acaban de reasignar de grupo, hubo algunos errores en las listas. ¿Tú vas en ese salón? —pregunta apuntando hacia el aula.

Me tardo un poco en contestarle. Estaba mirando su cabello y pestañas blancas. No son canas, pero tampoco tienen color ¿será que su cabello sea exactamente blanco o se trate de un rubio extremadamente claro?

Cuando vuelvo de mis pensamientos por fin le respondo.

— Sí. Ese es mi salón de clases.

—¡Entonces seremos compañeros! —exclama emocionada.

—¡Estupendo! ¿Fuiste la única a la que reasignaron? —no sé si estoy siendo cordial porque aún me siento comprometido porque tropecé con ella o porque de verdad me agrada. Aunque me inclino más por la segunda opción.

—No. Hay dos personas más: Yamir y Denaly.

—Los conozco. Yo les di una asesoría hace poco. ¿Cómo son? Me refiero a su forma de ser.

—Podría decirse que son agradables.

Eso espero, si son agradables como dice Heather, tal vez congeniemos, o quizá Heather sea quien me haga amigo de ellos. Tendré que dar una buena primera impresión.

—Eso espero. No suelo ser del agrado de mucha gente —confieso un poco apenado.

—Se van a llevar muy bien.

—Vamos adentro para que veas si hay algún lugar dónde sentarte.

Entramos al salón de clases. El B-12.

Lyanna y Hailey salen de él en cuanto entramos. Nadie pregunta por la chica de nieve. Nos quedamos solos, aún falta para que el receso termine.

—Aquí hay un lugar —comento—. Te sentarás cerca de Chris.

—¿Es tu amigo?

—No lo sé. No tiene mucho que lo conozco —siendo sincero, no he vuelto a cruzar palabra con él desde hace dos semanas, cuando me preguntó cómo estaba. Lo cual hace que la breve plática que tuvimos el día de mi accidente en el hielo se vuelva otro inútil esfuerzo por encajar.

—Ah. ¿Será que me puedas pasar los apuntes de la clase anterior? Quiero ponerme al día.

—Sí, claro —le paso mi libreta. Todo va bien hasta que se sale de ella la bolsa con el cabello de Hailey.

—¡Ay! —grita Heather—. ¿Qué es eso?

—¡Nada! —exclamo, tratando de tomar la bolsa. Pero no lo logro. Está en manos de Heather.

—¿Quién es Hailey Clark y por qué tienes cabello de ella en una bolsa?

—¿Quién tiene qué mío? —pregunta Hailey desconcertada y con un hilo de histeria.

—No, nada —digo nervioso.

—Nada —dice Heather de manera muy obvia.

—A ti no te conozco, pero deberías saber que sé leer —le espeta Hailey a Heather.

Hailey hace cara de asco y sale del salón. Entonces lo entiendo.

Con mi puño y letra derrumbé el diminuto avance que había logrado con Hailey. Miro con tristeza las palabras en el borde de la bolsa transparente que delatan mi obsesión amorosa: ADN Hailey Clark.

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