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10

Las horas se arrastran poco a poco. Mi corto puente vacacional se vuelve la ocasión más aburrida de mi vida. No sé qué hacer.

—¡Pip! ¡Pip! ¡Pip! —el sonido de un tráiler resuena en la calle.

Nuestros antiguos vecinos, los Brook, se mudaron hace algunos meses. Por fin la casa se vendió y pronto será ocupada. Resulta que el tráiler es de una compañía de mudanza. Puedo verlo por una de las ventanas de mi habitación, escondido en las suaves faldas de mis cortinas color vino.

Me pregunto quiénes serán los vecinos. Mmm, supongo que habrá que esperar para conocerlos. Me aparto de la ventana con puntitos blancos de sol bailándome en los ojos. Todo por causa de la potente luz de la tarde que reflejaba el camión blanco.

El fin de semana me la paso alternando sesiones largas de sueño con sesiones de tocar el violín. Como no hay tarea no tengo nada que hacer. Lo cual es un alivio, ya que en poco tiempo el ciclo escolar terminará, y eso significa exámenes. Exámenes que debo pasar con la mejor calificación. Tal vez en estas semanas que vienen haya más interesados en las asesorías que doy después de clases.

No es por alardear, pero he mejorado muchísimo con el violín. Es un instrumento que cada vez que lo toco, de alguna manera vibra con cada latido de mi corazón. Después de dos horas seguidas tocando el violín, mis articulaciones empiezan a fastidiar un poco y mis dedos están adoloridos. Será mejor descansar y comer algo.

El aburrimiento no tarda en hacer su aparición.

Abro el refrigerador cada 10 minutos, como si en 10 minutos se hubiera llenado mágicamente con deliciosos manjares; cuando en realidad las provisiones empiezan a menguar.

Por el bien del yogur (que me llama para degustarlo) abandono la cocina para aplastarme en el sillón de la sala; mirando al techo, con las piernas hacia arriba, con mi cara entre los cojines. Pruebo 15 formas de acomodarme sin llegar a nada.

Después de mis inútiles intentos de pasar un fin de semana interesante me pongo a hacer el quehacer del hogar. Limpio la casa hasta dejarla impecable. Ordeno los libreros y la alacena.

Tiro la basura. Lavo y seco la ropa. El baño lo dejo reluciente... En todo esto me llevo mi fin de semana.

Sé bien que, aunque técnicamente sigo viviendo en casa con mis padres, la casa es prácticamente mía. A veces me recuerda a las jaulas para ratones. Obviamente, no debería ser así.

Tengo tanto la capacidad, así como la seguridad necesaria para divertirme y dejar de hundirme en mi propia miseria emocional, pero no hago nada. Hay hábitos que ya han echado raíces; son parte de uno.

«¿Puedes salir de la casa, sabes?».

¿Pero salir a qué exactamente? La casa de Ronnie no queda tan lejos de la mía, pero no lo sé. Como casi nunca salgo de casa, no sé qué haría con Ronnie exactamente.

Ronnie ama los videojuegos casi tanto como el baloncesto, pero yo doy pena en ambos. Una vez intentó ayudarme, pero fue un fracaso total (como todo lo que hago). Incluso puse a prueba su actitud serena y paciente.

Caigo en la cuenta de que casi no me cuenta sobre él. A veces siento que la forma en como Ronnie me trata es como si yo fuera alguien que necesita ser ayudado, como si al ayudarme él se sintiera mejor. Esa impresión me ha llegado a dar en algunas ocasiones.

Me propongo ser un buen amigo, corresponderle a Ronnie porque no me ha abandonado (el último rastro de la pesadilla que tuve hace poco ha desaparecido ahora que pienso en todo lo que él ha hecho a favor de mí).

Es una deuda que he adquirido y conociéndome, me será un poco difícil de saldar.

El tiempo libre me ha dado algo que rara vez hago. Meditar en mi vida. Medito en mis emociones, en mi vida social, en qué es lo que quiero, en mi familia...

Un pensamiento breve me perturba: tal vez, si en algún momento me faltaran mis padres, yo no sentiría tan fuerte la pérdida.

Me detengo en seco, por haber pensado eso, por no haberme dado cuenta antes. Este pensamiento que me vino de la nada me duele, me entristece y se disipa, llevándose las emociones que trajo consigo. Esto es raro, como yo, pero estoy casi totalmente seguro de que es verdad. La relación que tengo con mis padres es tan mala hablando en términos comunes que creo que, tras su muerte, no los echaría tanto de menos. Salvo por los vagos recuerdos que me regalaron en mi infancia.

Siento como me desinflo, sintiéndome el ser más vacío del mundo.

En esta nube de pensamientos inquietantes algo esclarece mi abrumada mente, algo que me viene bien: «Nadie que esté tan vacío podría amar como tú lo haces». Un lindo pensamiento que mi mente logra formular, un pensamiento que me recuerda que no soy totalmente un monstruo.

El día ha cobrado factura, así que me doy un baño en la tina. Me desvisto y ni siquiera yo sé por qué me veo en el espejo de cuerpo entero que hay en el baño (es un baño grande). Contemplo mi desnudo cuerpo lampiño en su totalidad y pienso en cada una de las cosas que me gustaría cambiar de él (salvo ser lampiño, claro).

Ahora mismo no tengo nada que hacer, me desvestí sin haber llenado la tina. Solo queda esperar. Sopeso la idea de vagar desnudo por la casa, pero la descarto rápidamente.

Mi mente empieza a divagar, comparo mi cuerpo con los cuerpos de mis compañeros de clase. Cuerpos bien formados y fuertes. Aunado a su estatura, los miren por donde los miren, mis compañeros de clase son atractivos. El frijol en el arroz soy yo. Soy el único de baja estatura de mi grupo. Y mi cuerpo no es deslumbrante como el de los otros muchachos. Me deprime saber que físicamente soy inferior. Otra vez regresan las punzadas en las manos. Menos mal que la tina está por llenarse. Es hora de un baño.

Me meto en la tina; el agua está fresca. Sumerjo mi cara en ella, mirando desde el fondo de la tina al techo, aguantando la respiración. Desearía que la tina fuera más honda y me permitiera nadar. Tenemos una piscina en el patio. Aunque jamás me atrevería a estar desnudo en ella.

Después de bañarme salgo de la tina y me seco. A pesar de tener una bata de baño no la uso ahora. No tiene caso usarla, ya que el baño está prácticamente dentro de mi habitación.

Salgo del baño desnudo y me arropo con una sábana delgada.

Mis padres no llegarán hoy. Tuvieron que salir de la ciudad y no llegarán hasta mañana, cuando yo esté en la escuela. Mi padre me lo notificó por mensaje de texto. Vaya relación padre e hijo; no habrá relación más estrecha entre nosotros que esa.

Cierro los ojos y me despido de mis energías por el día de hoy.

O puede que no.

A pesar del cansancio tengo un sueño muy extraño: Soy yo. Mi estatura ronda los dos metros y medio, mi cuerpo es musculoso y mi voz es muy grave y profunda. Ah... y puedo cantar, cantar muy bien (por cierto, sigo estando lampiño por completo).

Las chicas se pelean por mí. Es extraño estar en público en ropa interior. Un bóxer rojo es lo que cubre mi cuerpo envidiable; envidiable tanto para hombres como para mujeres. Para ellos, por poseer el físico ideal. Para ellas, por ser el chico de sus sueños.

Lo siguiente que sé es que estoy sobre una montaña, la brisa fresca y la hermosa vista desde acá arriba es muy reconfortante.

Mi apariencia intimidante y a la vez dulce y tierna me hace sentir un no sé qué. Estoy en un picnic con Hailey (sigo estando en ropa interior). Y por primera vez siento una emoción, tiene que ver con el amor, la felicidad, la ternura y el poder.

Por primera vez me siento hombre y no un niño.

Entonces me agacho para besar a Hailey. Nuestros labios se unen en un cálido y lento beso que me gustaría durara para siempre.

En eso despierto.

La alarma puede ser a veces una ayuda para llegar a tiempo a la escuela, pero me gustaría que tan solo hoy no hubiera sonado.

El sueño que he tenido ha sido tan... confuso diría yo. Salgo de la cama y veo que estoy sin ropa.

Entonces recuerdo que fue así que dormí.

El espejo de mi recámara no hace más que traerme a la cruda realidad. Mi cuerpo dista mucho de ser como el de mi sueño. Y estoy seguro que la palabra viril no es compatible (ni de lejos) con lo que siento justo ahora.

No es momento de pensar en cómo me siento, se me hace tarde.

Me visto rápidamente y desayuno a toda velocidad. El tiempo se va rápido cuando te distraes.

Cierro la puerta con llave y salgo a la parada de autobús que está a la derecha, casi en frente de mi casa (en la misma banqueta). El autobús lo tomo justo a tiempo.

Hay un asiento vacío al lado de Lyanna.

Su cabellera rubia se mueve por acción del aire y sus hermosos ojos azules brillan con la luz del sol. No me habría acercado a ella si no me lo hubiera pedido.

—Hola Noah, ven siéntate —es la primera vez que me siento con ella. Estoy vacilante pero su tono de voz me hace sentir que quiere hablar de algo conmigo. Asiento con la cabeza, buscando los motivos de su petición.

—Lyanna, buenos días —cansado, desvelado, incómodo, pero siempre educado.

—Buenos días Noah —«Aquí viene», pienso—. Ya que pronto se acercan los exámenes finales me preguntaba si podría estudiar contigo o me podrías ayudar a estudiar.

Debo aprovechar esta oportunidad, probablemente sea un plus a mis posibilidades de acercarme más a Hailey, con eso de que son amigas cercanas.

—De acuerdo, tú dime qué día y a qué hora.

—Me gustaría el jueves después de clases.

—Mira —le digo—, esos días yo doy asesorías, así que si quieres podríamos estudiar después de que las dé o si prefieres quedarte a las asesorías y después a una clase particular de acuerdo a lo que se vio en la asesoría, puedes hacerlo también.

—No, prefiero una clase particular que ir a asesorías. Te espero.

—Pues si es lo que deseas, por mí está bien

Eso de esperarme una hora con tal de buscar ayuda académica me hace sospechar. Aún no sé qué es, pero ningún alumno promedio se queda esperando tanto tiempo por una asesoría. Huele a gato encerrado.

Tanto hoy como el resto de la semana se van en un suspiro. Eso sí, el jueves después de la asesoría, le cumplo a Lyanna. Entiende bien, pero como que algunas veces no capta lo que le quiero decir. Eso no pasa seguido. Seguro le irá bien en los exámenes.

Entonces hago lo que tenía planeado. Poco a poco después de ayudarla a estudiar le voy sacando información con preguntas disfrazadas; preguntas acerca de Hailey. Todo a mi discreta manera.

Al hacerlo descubro que tal como yo pensaba Hailey es una buena persona. Lyanna me dice que tiene dos hermanos menores, Derek y Julio.

La hermosa Hailey Clark, agradable, distraída, popular y amante del béisbol. Hija de Julio y Natalia Clark. Padre multitrabajo, entre ellos el de taxista. Madre trabajadora, ama de casa y secretaria del departamento de registros en el ayuntamiento de la ciudad. De hermosa figura y dulzura innegable, al igual que su hija.

Aparte de los nombres de sus hermanos no hay otra cosa que me diga Lyanna que yo no sepa ya de Hailey. O la conozco muy bien o soy un acosador compulsivo. Mi voz interior apunta a la segunda.

Después de un silencio breve Lyanna me suelta como si nada:

—No te preocupes Noah, no le diré a Hailey que te gusta —en ese momento mi corazón se encoge de miedo.

—¿Por qué crees que me gusta? —pregunto evidentemente nervioso.

—Sé que pretendías que no me diera cuenta, pero yo no soy como Hailey. Ella sí que es distraída. No te preocupes, yo no diré nada.

—Gracias, de ver...

—No diré nada si... me ayudas con algo similar —finaliza con tono travieso. «Era demasiado bueno para ser verdad», pienso sin molestarme en poner los ojos en blanco.

—De acuerdo —digo sin escapatoria.

—Me vas a ayudar a acercarme a alguien que tú conoces muy bien.

—¿Y ese alguien es...? —pregunto intrigado.

—Ronnie.

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