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Raizel

Los recuerdos llovían, incontenibles. Debía de estar feliz, pero todo parecía ser amortiguado por la resonancia de la palabra: traición. Cuanto le dolía. Esa oscuridad la sumergía a su fondo, ahogándola cada vez que intentaba olvidar. ¿En qué universo estaba sumergida? Sabía cuál era. Un cascaron donde nadie más que Raizel estaba encerrada, absorta ante la realidad que aguardaba por fin sus primeros pasos, para demostrarle lo mucho que no sabía y lo costoso que le saldría su ingenuidad.

Todo se amontonó en su corazón, su fragilidad terminó por desgarrar su espíritu, y los recuerdos sobre su padre de dolieron más. No comprendía porque su pasado la hacía llorar en ese instante. ¿porque recordarlo? cuando no tenía que ver son su herida. Quizá... se sentía sola, pero nadie aparecería para abrazarla o consolarla. Eileen no estaba, y sí que la necesitaba en ese momento. La tristeza que la rodeaba era hostigante y aterradora como sus peores pesadillas.

Raizel se quedó sentada en su silla observando la vivacidad de la sección donde vivía, mientras por dentro todo le llovía. Su llanto fue obligado ser apenas un susurro mientras sus lágrimas recorrían sus mejillas sonrojadas, se abrazó para reprimir ese tomento que iba creciendo a cada instante. Después de que las horas de la madrugada transcurrieran sin ser percibidas por ella, sintió su corazón, liviano. Como si las lágrimas se hubiesen llevado gran parte de su dolor. Exhaló un suspiro largo, cargado de una tranquilidad que nació de alguna parte de ella.

Pronto estuvo limpiándose el rostro y serenando su interior. Pese a todo lo que había vivido, debía volver a la academia y ponerse al día. Al terminar de colocarse el uniforme, sintió cierta tranquilidad, estaba en casa, con su vida y su mundo de vuelta.

Tomó varios libros de su estante marcados para la asignación del nuevo curso al cual su madre no la había inscrito, aunque alguien más lo había hecho, un desconocido al que agradecía ese favor. Metió los libros en una mochila color negro, luego sus herramientas. Recogió del suelo una cinta carmesí con la que levantó su cabello para luego amarrarlo. Al cerrar la manecilla de su habitación, dio unos pasos que pronto se congelaron, y de nuevo todo se agrietó. Eileen estaba parada en el pasillo con un temple estático.

Raizel enmudeció, sus emociones en ese momento revolotearon. En cambio, su hermana no parpadeó, no estaba sorprendida, ni emocionada. Un aire extraño recorrió el pasillo que se había achicado por su presencia. Eileen por fin parpadeo echando un suspiro cansado que fue apagado por una sonrisa y luego surcado por lagrimas incesantes. Raizel se acercó y la abrazó suavemente, agradecía a los dioses tenerla ya en casa.

—Caleb... esta... ¡lo lamento! —Raizel no comprendió porque era lo primero que había dicho. Debía decir algo más, como: un te extrañé, estas a salvo. Pero no lo dijo. Quizá era culpa lo que sentía, culpa por no haber salvado a Caleb.

—Se lo que ha ocurrido. —Dijo Eileen como si las propias palabras fueran espinas— hablaremos de eso cuando vuelvas, ahora solo quiero darme un baño, dormir y olvidarme de todo.

Raizel no objetó, comprendía a su hermana. Le sonrió como despedida. Al bajar las escaleras se encontró con Dimitri y Luka sentados en la mesa de su cocina. Los nervios la recorrieron como una ráfaga. Saludó con la mejor sonrisa que podía ofrecer, luego se encontró con los ojos de su madre que le indicaron que tomara asiento junto a ellos, mientras servía un desayuno abundante impregnado de un olor irresistible que abrió el apetito de Raizel. Dejó a un lado su mochila para sentarse.

—¿Cómo estuvo el viaje? —Preguntó Raizel inclinándose para servirse un poco de jugo.

—Cómo has de ver, fue un éxito. Eileen está de regreso. —respondió Dimitri, se detuvo dándole un bocado a su desayuno antes de retomar la conversación que adivinó enseguida— Y si quieres los pormenores, Luka podría dártelos. Es demasiado observador para que pueda darte con lujo de detalles lo que ha visto.

Raizel esbozó una sonrisa nerviosa. Se apresuró a terminar su desayuno y evitarse la incomodidad que vibraba en su cuerpo.

—¡Gracias por traer de vuelta a mi hermana! Jamás podré pagarles lo que han hecho.

—Es nuestra obligación Raizel.

Ella asintió, observó por un instante a Luka quien parecía no prestarle atención, estaba concentrado en su desayuno. La incomodidad la invadió, el parecía no tolerarla. Pero no se molestó en hablarle tampoco. Serían solo extraños. Se despidió de su madre con rapidez, luego de Dimitri y Luka. Salió a toda prisa en busca de una puerta dimensional para llegar a la academia.

La puerta dimensional que tomó la condujo cerca de la academia. Al ver a la multitud ingresando, se tranquilizó. Cuando recorrió el túnel de jacarandas no escuchó el bullicio de las justas entre los luchadores, el silencio palpitante era un nuevo sabor entre la ruidosa academia. De alguna manera pareció ser el advenimiento de algo que se acercaba. Raizel dejó a un lado aquella advertencia que su cuerpo dejaba sentir, se concentró en ingresar a la academia para luego dirigirse al pasillo de su facultad.

Se preguntó cuánto se había burlado Zed de ella, parecía una tonta, pero de alguna manera su instinto le había advertido de ello, de que algo no estaba del todo bien, por momentos lo había escuchado, pero no le hizo caso. Creyó en él, y le sonrió. ¿cuánto había sido verdad y cuanto había sido mentira? Ahora que él tenía el Delta Luminoso no podía estar tranquila, no más. Volvió a recuperar la razón al ingresar ahora a su nuevo salón, el área de ese ciclo sería pura práctica, lo cual destelló cierta emoción.

Pronto el resto de sus compañeros se acomodaron a su lado. Raizel se acercó a Karl y a Daira, ellos la recibieron con una sonrisa. La clase estaba repleta de estantes en el fondo, cada uno identificado según el uso de los instrumentos de elaboración de pócimas. Las ventanas alargadas dejaban atravesar los rayos de sol, estos proveyeron una claridad cautivante. A Raizel le agradó enseguida. Ella posó la mirada a la silueta de una mujer que se iba acercando, destacaba a simple vista su cabello rojizo y trenzado, pronto la reconoció. Era la mujer que había sanado sus heridas.

—Este ciclo, es uno que ha abierto nuevas esferas para nuestra facultad. La práctica que han de ejercer ahora será rigurosa —dijo la mujer entregando unas hojas color pergamino a los estudiantes—. Soy Aenha, seré su superior para este ciclo en varias materias, los demás los recibirán con el profesor Kim.

Aenha vestía el uniforme distintivo de los herbologos, de color verde. su pantalón blanco estaba pegado a sus piernas torneadas, en cambio, la camisa verde jade relucía impecable destacando con su blazer verde musgo. Raizel no había podido dejar de escrutarla con la mirada, pues ya se sentía incomoda, no sabría cómo tratarla, no después de todo lo que le había dicho.

Raizel comenzó a leer la hoja que le había dado, resultó ser el horario de las asignaturas que ella impartiría y la lista de lo que necesitarían, en el reverso de la hoja estaba, además, una lista de implementos para... entrenamiento físico...

—¿Por qué de pronto tendremos una asignatura para defensa personal? ¿y simulacros de ataque? ¿porque? —Dijo Karl con un tono casi burlesco.

—Muy gracioso Karl. Los simulacros serán casi reales, así que él que no esté listo puede retirarse, no tendré contemplaciones con ninguno de ustedes si no responde a las expectativas que ha decretado nuestra nueva líder. Espero estén al tanto de lo ocurrido con Izan, ahora Arwen es el emblema del reino de Chrystal.

De pronto los cambios se mostraban con una intensidad zagas, todo el ambiente de alguna manera resultaba desconcertante. Raizel titubeó ante el miedo que se deslizaba por su piel como una serpiente.

Aenha instruyó en las primeras horas la elaboración de antídotos instantáneos, el premio para el más rápido y efectivo fue para Lianne, la china nueva que se había trasladado desde Altair. Sus rasgos eran peculiares, su larga cabellera era tan abundante y lisa, que dejó a la vista un rostro de color tostado donde sus labios grandes y gruesos destilaron una pequeña sonrisa que resaltó sus pequeños pómulos. Lo que llamó la atención de Raizel fueron sus ojos de diferentes colores, uno casi blanquecino, y el otro, marrón, un marrón difícil de evadir. Y el resto del día terminó sin novedades.

La mañana se ofrecía espectral, toda la neblina se inmiscuía hasta besar el suelo húmedo. Mientras que el viento cedía a los caprichos de esa bruma implacable. Raizel disfrutó el panorama, saboreó ese frio gentil que acarició su rostro. Comenzó con pasos lentos, luego algo eléctrico recorrió su espalda, una sensación que en esas últimas semanas se había vuelto afín a ella. Su cuerpo gritó, corre. Obedeció a sus sentidos y se echó a correr entre los callejones apenas visibles. Por un instante, el viento impasible silbó de advertencia, algo sobrenatural la observaba. Algo siniestro y a la vez... conocido de alguna lejana vida...

Dio con una puerta antigua, se adentró a ella cayendo hacia un precipicio que daba hasta el suelo húmedo y lodoso, un castillo abandonado... eso era. Sobre una colina lejana varias casas pequeñas se enfilaban hasta dar con un campo lleno de árboles frutales. El sol irradiaba el lugar dejando destilar el viento juguetón que pronto se deslizó por su piel. Una mujer de cabello rojizo como el fuego se detuvo, su piel dorada y pecosa le pareció familiar. Llevaba una recién nacida que observó a detalle, los mismos rasgos que la mujer.... Eso concluyó.

La mujer se acercó a Raizel, sonrió levemente antes de entregarle una brújula oscura como la noche. Luego todo a su entorno se encogió hasta volverse bruma... su corazón jadeante parecía una corriente que desbordaba su pulso, al punto de provocar ligeros estallidos en su mente. Sus ojos se adaptaron con brusquedad mostrando la sección dos. Al menos eso parecía.

La mirada de algunos desconocidos se asentó sobre ella, casi rígidos... ¿Por qué? no lo sabía. Al ver su uniforme lodoso casi se echó a llorar... llegaría tarde de nuevo... Sacudió sus pensamientos para comenzar a caminar. Aquella sección le parecía enorme e interminable, muchas tiendas y abarrotadas de Clarianos que parecían tan altivos con su vestimenta elegante.

Unos ojos azules como el cielo se posaron sobre ella, una sonrisa fue esbozada de los labios finos de un joven alto, casi delgado de piel bronceada, sobre sus anchos hombros descansaba su cabello largo y rojizo. La mirada picara del muchacho la hizo sonrojarse para luego desviar con rapidez la mirada a alguna parte. Raizel tomó un largo respiro, vio una calle alargada frente a ella, no lo pensó dos veces, debía seguir ese camino. Mientras caminaba, dejó que sus sentidos captaran el colorido lugar, en su sección no había tantas tiendas como esas, se preguntó porque ella no frecuentaba esa sección. Dio con una esquina, su olfato se deslumbró por el aroma de aquella comida, olía delicioso.

El nombre le pareció extraño, decía: Restaurante Amanecer, un nombre, común y la otra palabra... Restaurante, jamás había oído. Aunque el nombre le hacía justicia. El edificio tenía una forma circular, con ventanas enormes y transparentes, repleto de lámparas en su techo, que más bien parecía tener la decoración de un palacio... tragó saliva al ver a otros degustar de esa comida deliciosa. Al dar la vuelta tropezó con ese chico de nuevo. Ella parpadeó y se alejó abruptamente.

—¡Lo lamento! —dijo ella desviando la mirada hacia el frente.

—Yo no. Te seguí a propósito y me quedé justo detrás de ti. —Aseguró el muchacho con una voz divertida y suave.

—¿Por qué? —fue lo único que ella pudo decir.

—Te estaba esperando. Dame la brújula

—Como....

Apenas alcanzó a terminar de citar esa palabra.

—Ahora no es seguro, sígueme.

—No te conozco. Y no estoy obligada a hacer lo que me pides. —detestó escuchar lo que ese chico había dicho, se apartó tomando una calle pequeña que daba hasta un parque rebosante y hermosa.

Apresuró sus pasos, por suerte había una puerta casi dorada, su instinto le dio la señal. Esa debía ser una puerta dimensional. Vislumbró en su mente estar en Witchlight. Tomó la manecilla para abrirla deprisa, al hacerlo las manos de ese chico posaron sobre los suyos.

—No puedo seguirte, pero te guiaré donde debes ir ahora mismo.

Con una facilidad enorme le arrebató la brújula, está por gruñir y alzarse sobré él, fue imposible. La tomó empujándola, y cuando lo miró, una sombra se balanceó sobre él. Tan oscura y aterradora que su propio cuerpo se tensó salvajemente. Pronto la puerta dimensional se distorsionó, como si se hubiese fracturado... un miedo la derribó hacia el suelo, sus manos temblaron antes de reconocer donde estaba... las manos de alguien fueron otra alerta... se levantó de golpe; entonces la abrazó.  

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