2
Raizel despertó con el cuerpo adolorido y la cabeza retumbándole como un tambor. Estaba desorientada hasta que las voces se fueron aclarando a su entorno. Parpadeó para reconocer las siluetas borrosas que se movían de un lugar a otro.
—¡Raizel! —dijo su madre abrazándola tan fuerte que el dolor fue aun peor.
Vio a muchos niños, ancianos, mujeres y hombres heridos. Como si alguien los hubiera atacado. El corazón le palpitó tan rápido que pensó lo peor.
—¿Qué está pasando?
—Creo que fue un terremoto... Algunos edificios se desmoronaron por completo. Pero ya se están haciendo cargo, tuvimos suerte, nadie falleció.
El alivió la recorrió agasajándola. Pensó que se había desmayado por eso, quizá había resultado herida, no lo recordaba. Aunque deseaba ver como estaba el panorama ahí a fuera.
—Tenemos que irnos a casa. Eileen volverá pronto —expresó su madre con una sonrisa aliviada. Y la comprendía.
—¿Cómo sabes que volverá? —Preguntó Raizel: ¿Cómo lo había descubierto? Su madre no debía de saberlo, al menos eso le habían advertido.
—Enid Luveratu vino esta mañana a decírmelo. Se ha tomado la molestia de hacerlo. Una mujer tan importante como ella solo me hace pensar que desea proteger a Eileen.
Las palabras le cayeron como un balde de agua. Los Luveratu, solo era un nombre que resonaba imponente, pues no conocía a ninguno de ellos. Aun así... Ya detestaba ese apellido vanagloriado solo por ellos. Cuando deslizó sus piernas, un alarido chispeante recorrió su cuerpo, como si hubiese cientos y cientos de espinas o agujas picoteando su piel con violencia. Se mordió el labio y tomó con fuerza las sabanas para reprimir ese dolor.
Al tocar el suelo sus pies se fundieron con el frío del piso polvoriento. Una joven se acercó a ella observándola con cierto desdén, a Raizel le incomodó, ser observada era algo que detestaba. Esa mujer era alta, de cabello rojizo y piel apiñonada, su trenza se deslizaba por su clavícula denotando una ligera cicatriz en el borde inferior de sus labios hasta topar en la punta de su nariz curva.
—¿Me pueden dejar a solas con Raizel? Debo revisarla
Su madre asintió dejándola con la mirada de soslayo antes de desaparecer entre un pasillo.
—¿Cómo te sientes? —preguntó la mujer observándola con intriga.
—No recuerdo que ocurrió —era verdad, la mente de Raizel aun daba vueltas, todo era borroso, pero se permitió exigirle a su memoria recordar cada episodio olvidado.
—Seguramente, es extraño que puedas hablar sin dificultad. Cuando te trajeron... estabas muy mal, tuve que investigarte, saber a qué se debían tus heridas. Es asombroso que ahora puedas estar como si nada...
—Tal vez fue la impresión de lo ocurrido, me he sentido cansada, me duelen los huesos. Fuera de eso... me siento bien.
—No sé cómo sentirme al respecto. Si tu ingenuidad es algo bueno o detestable.
Raizel sintió aquellas palabras como dagas perforarla, muy dentro. Ella sabía que sí, era detestable. Se sintió empequeñecida por lo que sentía. La mujer la observaba con una mirada furtiva que no escondía lo que pensaba. Que valiente.
—Sácame de mi ingenuidad y dime lo que debo saber. —Expresó Raizel dándole fuerza a sus palabras para ocultar aun su sorpresa y desasosiego.
—Primero: Miente mejor, eres tan predecible, ¿me pregunto cuántos se han burlado de ti por ser tan sumisa? ¿Cuántas veces dices lo que piensas, o si estás de acuerdo o no? Segundo: Hay tantas sorpresas para ti que me temo puedas sentirte aun peor contigo misma cuando sepas lo que ocurre. Tercero: No prometo darte todas las herramientas, pero te ayudaré.
—¿Esto que tiene que ver con mis heridas? —Cuestionó Raizel conteniendo su pulso y ritmo cardíaco acelerado que podría acabar por hacer que rompiera algo a su entorno.
—Todo tiene que ver con lo que te ocurre. La vida que has disfrutado simplemente te ha cegado a la verdadera realidad que tienes por descubrir. ¿y si no estás lista, cómo vas a reaccionar? Supongo que ahora debes saber esto: —de detuvo un momento antes de retomar las palabras que la ahogarían— el mortal con el que venias robó el Delta Luminoso, además Izan y Lain provocaron un desbalance al romper los pilares del origen que protegían nuestro mundo.
Al observar rostro inexpresivo de la mujer, Raizel tuvo que respirar profundo antes de sentir su rostro siendo recorrido por sus lágrimas que por alguna razón se manifestaron dejándola tan vulnerable como una hoja entre una tormenta. Zed... jamás lo imaginaría, era otro golpe por la espalda, ser traicionada de nuevo... Los sentimientos que la asfixiaban por dentro se manifestaban tenaces y vibrantes. La corroyeron por dentro como una tempestad incontrolable. Aun no lo asimilaba... con los labios temblorosos y a la vez llenos de furia dijo:
—¿Escapo? ¿asesinó a alguien? ¿Cómo lo supieron? ¿Quién más sabe todo esto?
—Demasiadas preguntas Raizel. Tranquilízate, sé que no lo esperabas, pero tampoco quiero ocultarte la verdad.
—Claro que no lo esperaba, ahora mismo siento que mi cabeza va estallar. ¿Por qué debo ser yo la que es traicionada? ¿Me engañan porque creen que soy idiota? Confié en ese humano, fui sincera y me paga con esto. Que divertido debió haber sido para el burlarse de mí.
—Espero que ordenes ese caos interno, ahora viene algo más importante; —La mujer ni siquiera se guardaba contemplaciones para expresar lo que debía decir, cuanta frialdad y fuerza albergaba en ese cuerpo— las marcas en tu espalda aún siguen frescas. ¿alguien te azotó con algo filoso? Debió ser por días. Observa tus muñecas, tienes cortes similares, pero las de tu espalda son peores.
Al bajar la mirada Raizel vio cortes alargados y otros entrecruzados. La piel misma reaccionó como si supiera lo que ella ignoraba. Tembló por dentro y gritó en lo más profundo de su ser. ¿qué ocurría?
—¿Recuerdas cómo te los hicieron? ¿Quién fue?
Raizel perforó a la mujer con la mirada recóndita y presurosa que no dejó duda alguna a sus siguientes palabras que fluyeron como si su propia boca estuviera aguardando por decir en voz alta:
—No me las hicieron, yo me las hice.
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