Prólogo
Abril, 2011.
Cuando mi padre cayó a prisión, me prometí a mí mismo que no permitiría que ese hecho circunstanciara la vida de mi madre ni la de mi hermano. Me hice sentir a mí mismo que no le odiaría por mucho que fuera el daño que nos había hecho durante todos esos años, me dije a mí mismo que mantendría a mi familia como era de ser. Me dije muchas cosas de las cuales en este momento no sé si conseguí o no cumplir.
Mi crianza fue en una casa normal y con una familia aparentemente normal, aunque la realidad fuese completamente diferente. Durante toda mi niñez crecí escuchando las discusiones de mis padres y siendo testigo directo del maltrato que sufría mi madre, ella siempre fue lo suficientemente cobarde como para hacer algo al respecto. Pienso que en esos momentos de terror que fueron aumentando paulatinamente con los años yo debí haber hecho algo en vez de hacerme el sordo y ciego y esperar a que años después la tortura para mi familia acabase. Pude haberles ahorrado mucho sufrimiento y de verdad espero que algún día puedan perdonarme por no cumplirles, por no haberles dado la vida que les prometí sobre todo a mamá, más allá de una casa bonita con una verja blanca y el jardín que ella siempre había querido tener.
Me pregunto ¿cuánto tiempo más tendré para seguir atormentándome con estas cosas? Quisiera poder observar lo que está ocurriendo a mi alrededor, pero mis ojos por alguna extraña razón ya no se abren. Sé lo que está ocurriendo pero quisiera poder verlo.
Sé que en estos momentos estoy muriendo y tal vez por eso es que no veo más que una luz cegadora. Por eso es que no veo ni a mi madre, ni a mi hermano, pero sobretodo no la veo a ella, a la mujer que consiguió robarme el corazón y cada pedazo de mi alma y existencia, a esa chiquilla por quien decidí arriesgarlo todo hasta el último segundo. Sé que ninguna de las tres personas más importantes de mi vida han de estar aquí en este lugar, ninguno sabrá lo que ocurrió y ninguno sabrá que es lo que siento. Eso es lo más doloroso de todo, no la caída, no el golpe, no la sangre derramada por el suelo. Sólo duele saber que ya no los volveré a ver.
No siento,
No escucho.
Aquella luz cegadora me abandona y todo se torna negro.
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