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Capítulo III

EIR

Óskar no era precisamente islandés. Tampoco había vivido antes en la isla como me dijo la primera vez que logré que me contase algo sobre su vida; su familia no era más que una ficción al igual que su trabajo, incluso hoy no sé si en verdad conozco su verdadero nombre. Aunque todo esto no lo supe hasta años después incluso luego de nuestro primer alejamiento. Sus rasgos físicos jamás lo delataron o bien yo fui demasiado descuidada como para fijarme en ello porque a mi abuela le bastó una sola vez verlo para detestarlo, y la abuela Helga en verdad que detestaba a los extranjeros en la isla, siempre estaba diciendo que no eran más que usurpadores que venían en busca de alterar nuestra estabilidad y calidad de vida y por mucho que trate de explicarle que en realidad Óskar había nacido aquí ella insistía en despreciarlo.

A mamá tampoco le agradó. Desde el primer encuentro en que ambos tuvieron por muy corto que éste fuera. Sucedió la segunda vez que nos vimos, luego de una semana desde que conocí a Óskar por primera vez. El me había encontrado a mitad de una carretera mientras caminaba esperando que mi suerte permitiera que algún conductor bondadoso me diera un aventón hasta Ísafjörður luego que el idiota de Leifur me dejase abandonada en Bolungarvík.

Llevaba caminando cerca de una hora y los pies comenzaban a dolerme. Calculaba que ni siquiera había avanzado ni un cuarto del recorrido que tenía por delante y estaba comenzando a pensar en que lo mejor habría sido buscar donde pasar el resto de la tarde y muy posiblemente la noche completa en Bolungarvík considerando que hacía quince minutos había comenzado a llover.

Óskar se detuvo a un costado de la carretera y yo corrí rumbo al coche para refugiarme de la lluvia de una vez. No sé qué fue lo que más me sorprendió, si el hecho de que justamente él fuese quien me auxiliara – nuevamente – o que él no pareciera muy sorprendido de volver a verme.

Pero entonces sonrió y hasta creí distinguir el sonido de una casi imperceptible risa salir de sus labios, como si él mismo no se creyera que estábamos allí nuevamente juntos por una mera casualidad y eso fue suficiente para que me relajara y para que aceptara, por muy idílico e infantil que ello supusiera en mi mente, que si el destino quería ponerlo en mi camino no sería yo quien se opusiera a ello.

—Entonces, ¿qué clase de trabajo tienes?, este modelito no se parece en nada a la vieja camioneta de la vez anterior —comenté inspeccionando interior del vehículo — ¿No lo habrás robado sólo para seguirme el rastro hasta Bolungarvík? —bromeé.

—El coche es prestado —respondió sereno y entonces luego de un instante de silencio continuó su respuesta —. Y no te he seguido el rastro hasta Bolungarvík. ¿Qué hacías tu sola allí de cualquier forma?

—No he ido sola, Leifur me ha dejado tras irse con una chica quién sabe a dónde luego de que su hermano y sus amigos desaparecieran con su coche. En verdad está loco si piensa que voy a perdonarle esta vez —. Óskar frunció su ceño sin quitar la vista a la carretera. Por un extraño motivo sabía lo que estaba por preguntar o lo que al menos quería, tal vez en verdad Óskar no iba a decir nada pero algo en mí me decía que él se cuestionaba sobre la identidad de Leifur, tal vez simplemente yo en mi subconsciente necesitaba dejar en claro que no se trataba de un novio idiota o algo por el estilo y como no estaba en la mejor época de mi vida mucho menos como para andar aceptando sentimientos cursis y adolescentes prefería creer que en verdad era él quien esperaba tal aclaración —. Leifur es sólo un amigo —dije esperando ver su reacción, pero él siguió inmutable, siempre con la vista puesta en la carretera.

—No es el más fiel al parecer —dijo al cabo de un instante.

—No, no lo es. Pero es la única persona que conozco que nunca me ha juzgado —respondí dejando escapar un suspiro para dedicarme a observar por la ventana. La lluvia no cesaba y no me parecía extraño en lo absoluto como tampoco lo fue el hecho de que Óskar bajara abruptamente la velocidad hasta detener el vehículo. Óskar comenzó a tocar el claxon con insistencia y cuando me di cuenta de lo que sucedía me eche a reír con ganas. Frente a nosotros una manada de vacas se había instalado en plena carretera obstaculizando por completo el paso y sin tener ánimo alguno de moverse de allí, o eso es lo que en nuestras mentes pensaron luego de que los animales no reaccionaran al estruendoso sonido de la bocina.

—Pero qué mierda... —soltó frustrado Óskar, yo me quité el cinturón de seguridad y me gire en el asiento para verlo.

—¿Por qué te sorprende? —Óskar me respondió con una señal en sus ojos de incomprensión ante mi pregunta —. Sucede todo el tiempo —expliqué, pero él no respondió nada. Contagiándome en parte de la frustración decidí que no iba a soportar su silencio quien sabía por cuánto tiempo hasta que a las malditas vacas se les diera la regalada gana de hacerse a un lado, porque sí, en verdad hacía unos pequeños instantes había estado pensando en lo extrañamente bien que me sentía de estar con él nuevamente pero ahora estaba claro que le molestaba tener que soportar mi compañía más de lo previsto.

—¿Qué haces? —inquirió desconcertado al verme abrir la puerta dispuesta a salir del coche.

—Vamos a intentar moverles ¿no?, no querrás pasar detenido sin más aquí durante tres horas.

Él salió tras de mi del coche corriendo hacía las vacas y recibiendo la lluvia con cierta reticencia al principio hasta que al cabo de unos segundos ambos nos acostumbramos. La lluvia no era fuerte en sí, no se trataba casi nunca de un diluvio ni mucho menos, pero la fineza de la misma tan sólo provocaba que estar bajo ella durante cinco minutos fuera suficiente para que quedases completamente empapados y así, empapados de pie a cabeza fue como nos rendimos en nuestros intentos por hacer que las vacas se movieran del medio de la carretera. Yo me había frustrado aún más y hasta podía sospechar que estaba comenzando a irritarme ante la rotunda negativa de las vacas de moverse, ¿qué no les molestaba la lluvia siquiera como para buscar refugio en la granja de mierda de dónde quiera que pertenecieran?, además había comenzado a entumirme más de lo habitual ante mi prolongada exposición a la lluvia. Óskar, a unos escasos metros de mi posición parecía divertido, pude notar la felicidad en sus ojos al mirarme, como si con algo tan simple como la lluvia pudiese hacerlo feliz, yo no sé que le encontraba de especial a un montón de agua caer del cielo. Me hizo un gesto para que volviésemos al coche y a penas entramos a refugiarnos encendió la calefacción. Yo tiritaba sin darme completamente cuenta de ello porque una parte de mi persona estaba acostumbrada al clima de la isla y tal vez por aquello fue que me sorprendió el repentino gesto de Óskar al tomarme las manos, frotarlas con las suyas y soplar en ellas su aliento para calentarlas. Nos miramos cómplices un instante hasta que él sonrió y rompió el contacto visual al notar seguramente como mi cara se había sonrojado estrepitosamente. Me sentí aún incluso más cohibida pero feliz. Extrañamente feliz.

Luego de cuarenta minutos la lluvia había cesado en su totalidad y las vacas decidieron dejar sitio en la carretera, y tras otra hora de trayecto Óskar estaba a punto de aparcar fuera de mi casa. Yo había dormido casi todo el viaje de regreso y tan sólo había despertado minutos antes de llegar.

—Mi casa está a quince minutos por esta misma calle —indiqué para que siguiera con la marcha desde la casa de mi abuela en donde un principio él habría pensado que vivía. Encendí mi teléfono celular y comprobé la hora. Era pasada la media noche, de seguro Yrsa estaría furiosa cuando me viera llegar considerando que había desaparecido la noche anterior luego de que le sacara en cara su relación con Sindri Petterson.

Y no es que en realidad me afectara mucho que ella rehiciera su vida, el caso es que si a penas mi padre se había marchado hacía cuatro meses no podía significar otra cosa que desde antes que él se muriera inesperadamente, ella ya se veía con Petterson y tampoco es que me doliera mucho que mi madre engañase a papá, sino más bien me molestaba el hecho de que él hubiese confiado ciegamente en ella hasta el último minuto de su existencia y que creyera sin ninguna duda que Yrsa lo seguía amando tal y como desde el primer día.

Óskar me acompañó hasta la puerta de la casa. Había querido pedirle su número de teléfono o algo con qué poder ubicarlo pero no tuve el coraje necesario porque entonces pensé que si bien esta segunda vez no había sido más que una casualidad tal vez él no estaba demasiado interesado en mantener el contacto con una cría como yo. Y entonces allí estábamos frente a la puerta y sin saber muy bien cómo despedirnos fue que me decidí a hablar.

—Será mejor que entre de una vez. Supongo que debo darte las gracias por el aventón. Así que, gracias.

—No hay de qué —respondió él cortésmente y cuando me di la vuelta él me interrumpió con su voz. —¿Crees que podamos volver a encontrarnos?

—No es una localidad tan grande —respondí esperanzada.

—Tal vez te llame un día de estos. Pero si no lo hago y antes quieres hablar, de lo que sea siempre puedes darme un toque tú a mí —agregó con las manos en los bolsillos y con sinceridad. Podía sentir su mirada penetrante en mí, como si quisiera de verdad hacerme ver que él estaría allí para lo que fuese. Pero claro, todo eso podía ser parte de mi mente que durante la última semana se había comportando de forma bastante poco racional.

—Este es el momento en que me pides el número —dije por inercia, pensando repentinamente que cómo íbamos a contactarnos si no nos habíamos dado nuestros respectivos números telefónicos.

—Eso es un detalle menor. Tú tan sólo busca en los contactos de tu teléfono si decides ser una damisela en apuros nuevamente.

Lo miré contrariada, no entiendo en verdad lo que había querido decir y antes de que pidiese una explicación él ya se había ido en dirección al vehículo dejando atrás tan sólo su despedida de buenas noches. Ingresé en casa sin preocuparme de desatarme los zapatos antes de quitármelos y dejarlos en el recibidor concentrada en la lista de contactos de mi teléfono pasando los nombres de personas con las que jamás hablaba hasta notar su nombre apuntado allí.

Una sonrisa se dibujó en mis labios y el estómago se me apretó un segundo.

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